Novelas en capítulos y cuentos cortos

jueves, 25 de agosto de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap 35

"El espíritu que se ha dejado envolver en una intriga, nunca se siente tan vivamente tocado, como al conocer de pronto la verdad de un secreto que lo cambia todo, y a todo confiere una faz diferente".
Nicolás Boileau



Lina no era feliz. Lejos de su hermana y acosada por la lengua viperina de la hermana Milagros, los días se le hacían interminables.
Lo que más la preocupaba era la situación de Lupe. "Mi queridísima hermana casada con un loco violento. ¿De qué manera podré ayudarla? Rezar no alcanza...¿qué haré?".
Se decidió por hablar con la Priora. "Le pediré permiso para regresar a casa unos días, necesito cerciorarme de lo que ocurre allá. Juntas hallaremos una solución, tiemblo de sólo pensar que Renzo le haga daño".
La Priora la recibió con la amabilidad que la caracterizaba, anque nunca se sabía que escondía su amplia sonrisa.
_ Hermana Catalina, usted dirá _ la miró con fijeza, sus ojos negros relampaguearon detrás de los anteojos
_ Verá Madre Concepción, se ha presentado un problema grave en mi casa...
_ Su casa es ésta, hermana Catalina _ la cortó contrariada
_ Me refiero a la casa en la que vivía con mi hermana _ le aclaró controlando los nervios.
_ No entiendo a dónde quiere llegar, explíquese por favor.
_ Mi hermana me necesita, está pasando por un momento muy delicado y yo deseo estar a su lado...claro, si usted me autoriza _ Lina rogó que no le hiciera más preguntas, no deseaba contarle la verdad.
_ ¿Qué le sucede a su hermana? ¿Acaso está embarazada? _ sonrió
_ Si _ mintió sin pensarlo viendo en ello una salida a su dilema.
_ Me alegra la noticia, pero lamentablemente usted no podrá acompañarla. Está terminante prohibido la salida de las novicias del convento. Sólo pueden hacerlo luego de los primeros votos.
¿Eso es todo?
_ Pero Madre..._ Lina se sentía desfallecer.
_ Puede retirarse hermana Catalina y la próxima vez consulte sus dudas y pedidos con la hermana Milagros, ella es su preceptora _ le recalcó alterada.
Lina se retiró conteniendo las lágrimas. "¿Qué haré?", se repetía desolada.
Durante el descanso vespertino, la hermana Milagros entró intempestivamente en la celda de Lina.
_ Así que extrañas las comodidades y los lujos _ le atacó con ironía.
_ No sé a que se refiere hermana _ contestó perpleja.
_ No te hagas la tonta, estoy al tanto de tu conversación con la Priora. ¿Qué pasa hermana Catalina? ¿Necesitas vacaciones? ¿Acaso esta vida es muy dura para ti? _  rió displicente.
_ Me gusta esta vida, amo mi vocación y si el trabajo duro me prepara para ello, bienvenido sea _ la enfrentó con serenidad y firmeza.
_ Eres una altanera, pero ya te bajaré yo esos humos. Luego de la cena trapearás todos los pasillos del convento, y ¡quiero que los mosaicos brillen! Ya veremos cuanto te gusta el trabajo duro. Y quítate de la cabeza la idea absurda de pasar una temporada en tu casa. Este es tu lugar si aspiras a convertirte en una monja piadosa y humilde _ manifestó con omnipotencia antes de abandonar la celda.
_ Una monja piadosa y humilde, todo lo contrario de usted, hermana Milagros _ dijo por lo bajo.
Esa noche, cuando todas las monjas dormían, Lina, provista de un balde con agua jabonosa y un trapeador comenzó a lavar los largos pasillos. El silencio reinante la invitó a reflexionar sobre sus inquietudes. Además del aguijón puesto por Lupe en su corazón, había otro que la punzaba con fiereza: la habitación prohibida a las novicias.
Aprovechó la soledad oportuna para realizar su investigación. Debía averiguar el motivo de la censura.
Lentamente giró su trapeador hacia el corredor que daba a la habitación que la intrigaba. Avanzó decidida, aunque su corazón galopaba como un potro desbocado.
Con aprensión miró hacia ambos lados del pasillo antes de intentar abrir la puerta que la desvelaba.
Para su sorpresa estaba sin llave. Con cautela asomó la cabeza por la puerta. Tinieblas. Pero a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad comenzó a vislumbrar dos hileras enfrentadas de piletones y, al fondo del cuarto, una puerta vidriada que daba a un patio.
Envalentonada, entró con audacia; las penumbras no fueron obstáculo; su curiosidad era mayor a cualquier temor.
Apenas dio unos cuantos pasos cuando tropezó y cayó sobre un bulto.
"¡Virgen Santísima!, ¿que ocultan aquí?", gritó palpando el cuerpo atrapado bajo el suyo.