Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 12 de octubre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 20

"Ya no habrá días turbios,
 ya no habrá noches malas
 si hay un amor secreto
 que nos presta sus alas".   José Ángel Buesa



Felipa estaba devastada. Alejo había partido, la había abandonado. ¿Cómo era eso posible? No, él jamás haría semejante cosa....aunque... "Me lo había advertido. Pero tenía tiempo hasta la medianoche para decidir. ¿Por qué se adelantó? ¿Qué sucedió? Alejo, ¿donde estás?".
Felipa bajaba lentamente la escalera, su mente ausente, sus pensamientos volando desesperados hacia su amado. Distraída, tropezó en el último escalón, Abelarda la sostuvo evitando un porrazo certero.
_ Niña, mirá que sos descuidada, pué. Por suerte subía a ver a la doñita, que si no... _ se inquietó la negra
_ Abe, ¿sabes algo de Alejo? ¿Es verdad que se marchó? _ le preguntó atropelladamente mientras se masajeaba el tobillo.
_ Pero si te torcistes el pie. Vamo pa´la cocina que te pongo un trapo con agua fría _ la tomó de la cintura. Felipa, se dejó llevar rengueando. Sus protestas no tuvieron eco en Abelarda.
_ Sentate, pué _ la empujó con suavidad para que se acomodara en una de las sillas _ Ahora poné el pie en este banco _ y comenzó a colocarle paños fríos en el tobillo que comenzaba a hincharse.
_ Abe, estoy bien, de verdad _ insistió Felipa aunque su voz denotaba dolor.
_ Dejate de pavadas. ¿En qué estabas pensando?, ¡te podías haber matado m´hija! _ le dijo con cariño.
_ No exageres, sólo me tropecé. Abe, ¿dónde está Alejo? Don Ildefonso me dijo que se fue, ¿es verdad? _ preguntó desolada.
_ Sí, hace un rato no má se jue con don Juan Manuel  _ le informó enfrascada en la tarea de vendarle el pie.
_ ¡¡Qué!! ¿Cómo qué se fue con don Juan Manuel? ¿A dónde se fue? ¿Para qué lo vino a buscar?
_ No sé Felipa. Yo sólo le preparé algo de ropa pa´ llevar y una bolsa de provisiones. No me dijo nadita el muy bellaco. Estaba mudo como un finao _ Abelarda se asustó de su comparación y enseguida hizo los cuernos para ahuyentar a la Parca _ ¡Cruz diablo! No sé porque dije eso.
_ Tengo que buscar a Lautaro. Él seguramente sabrá _ se paró de repente tirando en su arranque el banco. Ahogó un grito al apoyar el pie en el piso. Sin embargo, ni el dolor ni los gritos de Abelarda, la detuvieron.
Caminó lo más rápido que pudo hasta la caballeriza. A esa hora, ya eran las dos de la tarde, Lautaro estaría haraganeando como de costumbre.
Para su asombro, lo encontró lustrando las monturas y los aparejos. Cuando el indio la vio dejó el ronzal a un lado y la tomó de las manos. Ella temblaba.
_ ¿Y Alejo? _ las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas pálidas.
_ Felipa, Alejo se jue pa´la guerra _ Felipa sintió que todo giraba a su alrededor. "¡Otra vez no!",el alma se le desgarró en mil pedazos.
_ ¡Felipa! ¡Pipa! _ escuchó los gritos de alarma de su amigo en medio de una oscuridad densa y penetrante.
Cuando volvió en sí, se encontró recostada sobre un colchón de paja y el rostro preocupado de Lautaro.
_ ¿Te sentís mejor? _ y con diligencia se apresuró a ofrecerle un vaso de agua fresca. Ella se negó a beberlo. "Sin Alejo nada tenía sentido".
_ ¿A qué guerra se fue Alejo? _ lo increpó con ira y miedo, un miedo que le calaba los huesos.
_ Don Juan Manuel de Rosas está reclutando gente para terminar con el maldito Estanislao López. Me contó el Alejo que el gobernador Dorrego cuenta con las milicias de Rosas y de don Martín Rodríguez para derrotarlo de una vez por todas y mandarlo pa´su provincia con el rabo entre las patas.
Felipa escuchaba y su corazón parecía estallar. Otra vez esa maldita guerra. Hermanos enfrentados en una lucha absurda por el poder. Sangre y más sangre derramada abonando una tierra sedienta de paz.
Nuevamente debía comenzar el rito de encender cada noche una vela a la Morenita pidiendo por Alejo. Nuevamente lloraría hasta quedarse seca por aquel insensato que arriesgaba su vida por un ideal fútil. Pero ellos, ¡los hombres!, sin pensar en la tremenda herida que causaban en sus mujeres, se enfrentaban como lobos rabiosos en una lucha que alegaba buscar lo libertad cuando en realidad los movía la ambición por el poder político y económico.
_ Y nosotras corremos tras ellos, arrastrando hijos y penas. Y mientras ellos calman la sed de nuestra tierra con su sangre, nosotras lo hacemos con nuestras lágrimas.
_ Felipa, ¿qué decí? _ Lautaro se acercó a ella y la abrazó _ El Alejo me dijo que lo esperes, que te quiere...
_ Me quiere pero me abandona _ replicó con ojos relampagueantes.
_ Felipa, no digás eso. El Alejo tiene que cumplir con la Patria. ¿Queres que sea un traidor, un cobarde?
_ Por más que te lo explique nunca vas a entender lo que siento _ le respondió apesadumbrada. Se levantó lentamente, se sacudió las ramitas de paja de su pollera y se marchó de la caballeriza.  Cuando comenzó a caminar hacia el río la alcanzó el grito de Lautaro.
_ ¡El Alejo te quiere Felipa!
Ella se detuvo, dio media vuelta y lo miró de lejos. Una sonrisa triste asomó en sus labios.
_ Yo también lo quiero _ susurró dolida y continuó su camino.
Al llegar a la casa se encontró con la noticia que a la mañana siguiente regresarían a la ciudad. La novedad la alegró y turbó. La alegró porque la distancia a la casa de su abuela sería menor que estando en el Retiro. Tendría que cabalgar mucho menos. Pero al mismo tiempo la intranquilizó tener que trasladar a doña Rosaura en las condiciones en que se encontraba. El viaje sería difícil y complicado para ella. Su estado era muy frágil para enfrentarlo. Abelarda compartía con ella su preocupación.
La negra secaba los platos y murmuraba:
_ Esto no me gusta ni pío. La patrona está muy débil pa´ hacer semejante viajecito. Y vo´, ¿no tenés hambre? No comistes nada.
_ No tengo hambre _ Felipa lo único que deseaba era abrazar a su abuela.
_ No digá pavadas. Dejá esos cacharros _ la joven estaba puliendo unos jarrones de plata _ y comé. Esta carbonada está pa´chuparse los dedos _ La tomó de un brazo y la sentó frente al plato humeante.
Felipa comenzó a comer con desgano. Apenas podía tragar los trozos de papa y zapallo.
_ Estás hecha piel y güesos. Te voy a preparar un caldo de gallina que segurito te va abrir el buche _ le dijo con afecto.
_ Gracias Abe, eres muy buena conmigo _ y comenzó a llorar.
_ No llorés, mi niña bonita. Vas a ver como ese sinvergüenza vuelve prontito y te juro que cuando lo vea le retuerzo el cogote _ explotó describiendo con las manos la amenaza.
Felipa, sin ganas, rió.
_ Así me gusta, basta de llorar y comé que se te enfría la carbonada.

El viaje de regreso fue engorroso. Los peones ubicaron a doña Rosaura la ubicaron en una carreta para que pudiera viajar cómoda. Un colchón de plumas intentó vanamente disimular el continuo traqueteo que martirizaba el cuerpo débil de la mujer. Su rostro macilento y las quejas que silenciaba, eran el testimonio de la incomodidad cruenta que resistía con valor. A su lado, Felipa y Rosario, la asistían con esmero. Una, le hacía viento con un abanico y la otra, le colocaba paños fríos en la frente.
_ ¿Qué te sucede Rosario? Hace unos días que te noto apagada. Ademas, esas ojeras..._ las amigas estaban frente a frente a ambos costados de la enferma. Felipa extendió el brazo y le acarició el rostro demacrado.
_ Nada, sencillamente que estoy muy cansada, Felipa. Lo de mamá me deprime y encima Felicitas que no está. Menos mal que te tengo a ti _ y con cariño le sujetó la mano que acariciaba sus mejillas.
_ Comprendo que estés angustiada por tu madre, pero hay algo más, no me engañas Rori _ Felipa intuía que el matrimonio de Rosario se desbarrancaba. En varias oportunidades durante ese verano había sido testigo de la brusquedad e indiferencia con que la trataba Rubén. Una noche lo vio salir a hurtadillas y dirigirse hacia el establo. Al rato, lo escuchó alejarse al galope. "¿A dónde irá a estas horas?", se preguntó con inquietud. La respuesta la tuvo a la mañana siguiente cuando por casualidad escuchó una conversación del esclavo personal de Rubén con una de las negras encargadas de la cocina. Estaban muy juntos. El negro la apoyaba por detrás y ella reía mientras él le tocaba los pechos debajo de la blusa.
" ¿Te calienta?", le decía al oído. La respiración de la negra se aceleró. "Así el amo Rubén calienta a su amante antes de penetrarla"
"Negro mentiroso, ¿como sabés eso?" Felipa los interrumpió asqueada. La pareja se separó al instante intimidados por la aparición inesperada de Felipa.
"No miento, me lo dijo el amo", la enfrentó con altanería mientras trataba de esconder la erección.
_ No me engañas Rori _ insistió Pipa recordando aquel momento embarazoso _ Sé que Rubén es un hijo de puta contigo, no me lo ocultes más. ¿Acaso no confías en mí? _ hablaba en voz baja. No quería despertar a doña Rosaura. Ella debía mantenerse al margen de la nefasta situación, al menos hasta su total recuperación.
Rosario se mantuvo callada, las lágrimas pugnaban por derramarse hasta que finalmente la contención se quebró y comenzó a llorar quedamente para no perturbar a su madre.
_ Es verdad Pipa, Rubén me maltrata. Nunca me quiso y yo fui una necia que no aceptó los consejos de los que realmente me quieren. Perdón, perdón _ se desarmó.
_ Hablaré con Felicitas. Juntas lo solucionaremos, ya verás. ¡Ese malnacido la pagará! Pero ahora debes serenarte. Primero es necesario encontrar el remedio para sanar a tu madre. Esta noche iré a ver a mi abuela, ella sabrá que hacer, no tengo dudas.
_ Rubén está en la estancia de Dolores supervisando la cosecha de trigo, de modo que esto es un alivio para mí _ suspiró Rosario secándose las lágrimas.
_ Sí, un verdadero alivio. Prométeme que si ese cerdo llegara a violentarse me lo dirás sin pérdida de tiempo. Lautaro nos ayudará, él no permitirá que te golpeé.
_ No, Pipa, no. A Lauti nada de esto. No debe enterarse. Rubén lo mataría. Por favor, no se lo cuentes _ le imploró desesperada.
_ Cálmate Rori, no se lo diré aunque no estoy de acuerdo. Y ahora trata de dormir un poco. Necesitamos estar fuertes para tu madre y a Rubén...¡ojalá lo parta un rayo! _ Rosario sonrió con tristeza anhelando que el deseo de Felipa se hiciera realidad.


Arribaron a la casa de la ciudad poco después del mediodía. Trasladaron a doña Rosaura a su habitación con sumo cuidado. Ella apenas se quejó. Una vez bien arropada en su cama y luego de tomar un caldo de verduras que toleró bien, durmió hasta bien entrada la tarde.
Rosario picoteó algo del guiso de liebre que se esmeró en cocinar Abelarda. Don Ildefonso estaba de buen humor. Algo inusual en él. Luego de almorzar se encerró en la biblioteca con el pretexto de estudiar algunas escrituras. Felipa comió en el dormitorio de doña Rosaura. Estaba inapetente pero se forzó a comer, debía tener energía para cuidar de Rosaura y Rosario.
La puerta se abrió y Felipa pegó un respingo.
_ No te asustes, soy yo _ al ver a Felicitas casi se desmaya del alivio. Por un segundo pensó que era don Ildefonso.
_ ¡Felicitas!, ¡que alegría verte! _ dejó el plato de guiso sobre la cómoda y fue a su encuentro. Se abrazaron.
_ ¡Ey! Te alegras como si no me hubieras visto por años, ¿pasó algo en mi breve ausencia? _ remarcó con ironía.
_ Nada, nada, sólo que estoy muy preocupada por tu mamá. El médico que la atendió en el Retiro es un inepto, no logro que mejorara. Siento decir esto, pero la veo peor.
_ No me asustes Pipa. ¿Qué podemos hacer? _ Felicitas se sentó en la cama junto a su madre y la besó en la frente. Rosaura continuó durmiendo _ Al menos no tiene fiebre _ expresó con sosiego.
_ Durante todo el viaje Rosario la refrescó con paños húmedos. La mezcla de agua y vinagre resultó maravillosa para bajarle la fiebre y cuando llegamos le preparé una infusión de canela y miel que ayudó también.
_ Y hablando de Rosario, ¿dónde se metió? Pensé que la encontraría aquí _ se sorprendió Felicitas.
_ Estará descansando. Felicitas, debo contarte algo sobre Rori y Rubén _ al decir esto Felipa bajó aún más la voz.
_ ¡Uy Dios!, ¿que más sucedió? ¿Es que no puedo ausentarme que se cae el cielo cuando lo hago? _ explotó contrariada, ella también tenía problemas.
_ Baja la voz, no quiero que se despierte tu madre. Rubén le pega a Rosario. Debemos detenerlo.
_ ¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Te lo contó ella? _ Felicitas comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación restregándose las manos.
_ Ella me dijo que la maltrata pero yo le vi varios moretones en el brazo. Rosario los oculta usando mantillas a pesar del calor. ¿Cómo lo detenemos Felicitas? _ Felipa perseguía a su amiga en su descontrolado caminar.
_ Matándolo _ aseveró con determinación.
_ Pero ¿que dices? Estas loca.
_ ¿Loca? La loca soy yo y ese hijo de puta, ¿qué es entonces? Le pega a mi hermana, a mi hermanita que es un ángel. ¡Maldito bastardo! Yo misma lo voy a matar, alimaña rastrera.
_ ¿Felicitas? ¿Has vuelto? _ la voz frágil de Rosaura detuvo el peligroso diálogo.
_ Sí mamita, acá estoy. ¿Cómo te sientes? _ Felicitas hizo su mayor esfuerzo por calmarse y con una sonrisa luminosa se acercó a su madre.
_ Te noto nerviosa, ¿por qué? _ se inquietó.
_ No estoy nerviosa, un poco angustiada, sólo eso.
_ ¿Por mí?
_ No mamita, por Darío. El médico que consultamos no nos dio esperanza de cura _ Felicitas y Darío dos días antes habían regresado a la ciudad desde el Retiro para entrevistarse con el doctor Miguel O´Gorman recién llegado al país. En París había investigado sobre las causas que provocaban las crisis de Darío pero sin llegar a resultados contundentes. La droga que descubrió estaba en su fase experimental y se negaba a usar a Darío como conejillo de indias. Una desilusión más.
_ No pierdas la esperanza, querida  _ balbuceó. ¿Por qué se sentía tan débil? Sus hijas la necesitaban y ella así...
_ Claro que no. Soy una guerrera como tú, mamita _ Felicitas apoyó la cabeza en el pecho de su madre. Escuchar los latidos de su corazón la confortaron.

Cuando constataron que todos dormían, especialmente Ildefonso, salieron con sigilo de la casa. La luz de la luna llena guió sus pasos hasta las caballerizas. Allí montaron en tres pingos briosos. Llegaron al camino principal y de ahí a galope tendido se dirigieron hasta el barrio de El Tambor. Filomena las esperaba. Las tres jinetes desmontaron y entraron con rapidez a la choza.
_ ¿Alguien las vio? _ preguntó con avidez la vieja.
_ Nadie, abuela. Todos dormían _ Felipa la abrazo y besó.
_ Felicitas, Rosario, ¡tanto tiempo sin verlas! _ las jóvenes se adelantaron y también ellas besaron a la negra.
_ Doña Filomena, ¿podrá curar a mi mamá? El médico la desahució _ comenzó Felicitas mientras Rosario lloraba.
_ Claro que sí, a doña Rosaura la están envenenando de a poco _ contestó categórica.
_ ¿Qué dice abuela? ¿Envenenando? _ Felipa estaba alelada. Felicitas y Rosario la miraban con ojos desorbitados. Todas se desplomaron sobre unas sillas desvencijadas.
_ ¿Qu...quién la está en..envenenando? _ tartamudeó Felicitas.
_ Tu tío, don Ildefonso.
_ ¿Cómo lo sabe abuela?
_ Primero se toman este té de tilo que las va a tranquilizar. Es necesario que conversemos con calma _ inmediatamente les sirvió una taza a cada una que lo bebieron en silencio, reflexionando. Hasta Felicitas, siempre arrebatada, no opuso resistencia a la orden de Filomena.
_ Ya nos terminamos la infusión. Ahora díganos como sabe que a mi madre la está envenenando el tío Ildefonso. ¡Es su hermano, por Dios santo! _ explotó Felicitas.
_ ¡Es un monstruo!... como su hijo _ completó la frase Rosario. Todas las miradas se centraron en ella.
_ Me lo dijeron las cartas y las cartas nunca se equivocan _ y las jóvenes le creyeron.
"Cómo no creerle si gracias a ella Darío sigue vivo", pensó agradecida Felicitas.
"Cómo no creerle si siempre me protegió, primero de los Torres y después de don Ildefonso", pensó con amor  Felipa.
"Cómo no creerle si ella me advirtió que Rubén nunca me amaría y que su violencia sería la condena por mi necedad", pensó abatida Rosario.
La vieja desapareció tras una cortina de algodón raída y regresó con un mazo de cartas. Se sentó a la mesa junto a ellas y comenzó a barajarlas. Mientras lo hacía comenzó a narrar una leyenda. Las jóvenes no apartaban la vista de los collares de cuentas amarillas y las pulseras de bronce que lucía la negra. Felipa era la primera vez que veía a su abuela con esos adornos.
_ Vagaba el hombre por los dominios de Mukuru, el dios creador, ignorante de su origen divino hasta que se encuentra con un orisha, un espíritu de bondá, que le regala el conocimiento. Tonce debe enfrentarse al placer, al poder y a las falsas creencias. Si elige el buen camino, su espíritu va a podé descubrí los secretos del alma y de esa manera, renacer.
Nosotras hoy, nos ponemos tus manos Oshun, generosa diosa de los ríos, diosa de la Vida, y te suplicamo´ por la vida de doña Rosaura, que tu poder destruya al que le quiere hacer el mal _ luego de la súplica continuó _ Felicitas, por ser la hija mayor, cortá en dos el mazo. Pensá en tu madre.
La muchacha así lo hizo.  Doña Filomena volvió a mezclar y luego le dijo que eligiera tres. Sin darlas vuelta, las colocó sobre el mantel rojo.
Cuatro cabezas se inclinaron sobre la mesa redonda iluminada por la magia, atentas todas a la respuesta de Oshun.
Doña Filomena las fue dando vuelta una por una.
_ Babalorixá es el hombre virtuoso, pero invertido representa el egoísmo. Es el hombre que corre detrás de sus propios intereses. Hasta es capaz de matar pa´ conseguirlos.
Oxalá es el Padre sabio, representa la protección divina.
Y por último Oya, la diosa del coraje, la guerrera.
_ ¿Qué significan esas cartas doña Filo? _ quiso saber Rosario.
_ Cosas güenas y cosas malas _ fue su escueta respuesta.
_ Por favor abuelita, no nos dejes en ascuas, díganos su interpretación _ le pidió angustiada Felipa.
_ Ahora, más que nunca, estoy segura que don Ildefonso quiere matar a la madre de ustedes. Las mismas cartas me salieron a mí anoche. Y no es casualidá, los orishas han hablado.
Babalorixá es el hombre egoísta capaz de matar para conseguir su propósito. Don Ildefonso necesita algo de doña Rosaura y solamente de muerta se hará realidá.
Pero doña Rosaura es Oya, una guerrera de espíritu juerte difícil de matar. Ella va a vencer, lo dice la tercer carta, Omulo. Omulo predice el fin de la enfermedá, la victoria.
_ ¿Por qué mi tío quiere matar a nuestra madre? _ preguntó irritada Felicitas.
_ Sacá otra carta _ la joven obedeció con prontitud _ Ajá, Xango. Xango, es la justicia, está relacionado con papeles...documentos de propiedades, ¿puede ser?
_ Sí, sí. Mamá firmó una sociedad con mi tío para la compra de unos campos pero resultó que estaban ocupados por una población indígena. Mi tío entonces, como es amigo de don Juan Manuel de Rosas, le pidió ayuda para expulsarlos. El coronel Rosas tiene un regimiento, "Los Colorados de Monte". Nuestra madre, al enterarse, se opuso. Ella está en contra del derramamiento de sangre. El tío se puso como una fiera pero ella mantuvo su posición _ les contó Felicitas. Su madre no tenía secretos con ella.
_ Así que la única forma que el tío pudiera hacerse con esas tierras sería sacando del medio a mamá y eso sería matándola _ concluyó Rosario.
_ ¿Los Colorados del Monte? En ese regimiento se incorporó Alejo para luchar contra las fuerzas de Estanislao López. ¿Él está al tanto de los deseos de su padre? _ se alarmó Felipa.
_ No lo creo, Alejo tiene una sola cosa en su cabeza hueca...tú, Felipa. El que sí debe saber es Rubén _ sentenció Felicitas.
_ Últimamente lo pesqué muchas veces conversando en voz baja con su padre y cuando yo aparecía cambiaban inmediatamente de tema _ Rosario estaba desconcertada aunque sabía que Rubén era capaz de todo por dinero. Hasta casarse con ella sin amarla para después tratarla peor que a un perro sarnoso.
_ Doña Filomena, usted dijo que mi tío está envenenando a nuestra madre. ¿Sabe cuál es el veneno? _ la apuró Felicitas.
_ Por los síntomas que me describió la Felipa hace unos días, creo que le está dando arsénico. Seguramente lo está poniendo en el agua destinada a doña Rosaura o quizás en sus comidas. No lo dejen solo con ella y no permitan que le de de beber o comer. Vigilen sus movimientos _ les encomendó la vieja.
_ Ahora les voy a dar un menjunje para quitar del estómago el maldito veneno. Va a vomitar hasta las entrañas, pero eso la va a salvar _ agregó doña Filomena y acto seguido volvió a desaparecer en el cuarto de atrás.
Las jóvenes se miraron anonadadas. Lo que estaba sucediendo superaba cualquier novela de intriga de los folletines literarios que leían a escondidas cuando eran niñas.
Doña Filomena apareció esta vez con una paloma. Sin dudarlo, le retorció el cogote y con un cuchillo la abrió en dos. Segundos después le arrancó el corazón y lo depositó en un mortero de piedra. La sangre la juntó en un frasco. Luego cortó en trozos pequeños el corazón, agregó semillas de girasol y pétalos de geranio, la flor preferida de Oshun. Trituró todos los ingredientes y le agregó una cuchara de miel. Colocó la misteriosa mezcla en un recipiente de gres y lo tapó con un lienzo.
Las amigas observaban en silencio, hechizadas por los movimientos certeros de la negra.
_ Esto se lo van a dar a doña Rosaura ni bien regresen. Queda poco tiempo, debemos apurarnos. Como les dije, primero va a vomitar hasta las tripas. No se asusten, tiene que limpiarse. Cuando pasen las arcadas debe tomar mucha agua. Tiene que mear mucho, también pa´ limpiarse. Mañana por la noche va a estar como nueva. Confíen, la voluntad de Oshun es que su madre viva.
Y antes de que se vayan quiero que cada una saque una carta del maso.
Felicitas fue la primera.
_ Yemayá, la diosa de la fertilidad. Esta carta anuncia un embarazo _ Felicitas no se sorprendió. Una semana atrás confirmó sus sospechas, esperaba un hijo de Darío.
_ Esto es increíble, las cartas dicen la verdad! _ exclamó convencida. Felipa y Rosario la abrazaron felices.
La negra se quitó una de las pulseras de bronce y se la puso a la joven.
_ El bronce es el metal de Oshun, ella te protegerá a ti y al crío. Es un amuleto poderoso, no te desprendas de él.
Rosario fue la siguiente. Eligió la carta con temor.
_ Oba, espíritu de la fidelidá. Cerca tuyo hay un hombre que te quiere con sinceridá. Va a arriesgar su vida por vo´ pero todo va a salir bien, no tengás miedo.
"Es Lautaro, lo sé", cantó el corazón de Rosario.
Felipa pensó en Alejo y señaló la carta.
_ La tierra. Esta carta anuncia un viaje que puede ser peligroso, un distanciamiento.
_ Abuela, ¿qué significa eso? ¿Voy a perder a Alejo? _ se desesperó.
_ No lo sé querida, no lo sé. Pero te prometo que voy a rezar por vo´a Oshun pa´que los proteja de todo mal.
Felipa abrazó llorando a su abuela. Sus pensamientos volaron hacia Alejo. "¿Dónde estás amor? ¿Te volveré a ver?"
Cuando las jóvenes partieron, doña Filomena cavó un pozo en la huerta, entre el tomillo y la menta. Allí enterró a la paloma. Regó la tumba con la sangre mientras desgranaba una oración a los oshibas, a los espíritus que todo lo ven y todo lo saben.
"Doña Rosaura pronto va a estar bien, sin embargo el diablo está llamando a don Ildefonso", tarareó mientras su contoneaba al ritmo de una melodía imaginaria.