Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 23 de noviembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 23

"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos
 te pareces al mundo en actitud de entrega.
 Mi cuerpo de labriego te socava..." 
Pablo Neruda


Cuando Alejo dejó a su padre con la palabra en la boca, furioso y a la vez perplejo por sus sentimientos para con su hijo menor, salió con la velocidad de un rayo en busca de Felipa. Sólo ella tenía la capacidad de darle sosiego, sólo ella le daba sentido a la vida. Estaría inquieta esperándolo en su refugio secreto, ya había pasado media hora de la cita propuesta en el desayuno.
Alejo apuró el paso. Atravesó todos los patios hasta llegar al último en donde estaban las caballerizas. Respiró con alivio por no encontrarse con Abelarda, no tenía ganas de dar explicaciones. La muy chismosa seguramente habría escuchado con la oreja pegada en la puerta de la sala el enfrentamiento que había tenido con su padre. Su racha no duró mucho, Lautaro le salió al encuentro.
_ ¡Alejo!, ¿cuándo volviste, amigo? _ le dijo dándole un abrazo que Alejo correspondió con alegría a pesar de su apuro.
_ Esta mañana, bien temprano. ¿Cómo estás Lauti? Estos días con el viejo se te habrán hecho insoportables, ¿no? Reconoce que sin mí, todo es peor _ los dos rieron aunque la afirmación de Alejo no se alejaba de la verdad.
_ No quiero amargarte Alejo, recién llegás, pero tu viejo es un gran hijo de puta _ comenzó el indio mientras salían de la casa, atravesaban las calles en las que pululaban los distintos vendedores ambulantes y se encaminaban hacia el Paseo de la Alameda. A pocos metros de allí, a orillas del Plata y tras unos árboles centenarios se ocultaba el refugio de los amantes.
_ Eso no es ninguna novedad. ¿Qué ha hecho ahora? ¡Felipa! ¿Le ha hecho algo a Pipa? _ Alejo se detuvo bruscamente y zamarreó a Lautaro, la ira desatada.
_ ¡No, no! Calma hombre, a Pipa no le pasó nada. Como me pediste, nunca le saqué los ojos de encima _ lo tranquilizó. Lautaro no imaginó en ese momento cuanto se equivocaba.
_ Y entonces, ¿qué carajo pasó? _ dijo retomando la marcha y liando un cigarro de chala. Se lo ofreció al indio y luego se hizo otro para él.
_ Se apropió de las Salinas Grandes. Mi pueblo tuvo que juir hacia las sierras de Córdoba, bueno los pocos que quedaban _ expresó con tristeza y rabia.
_ ¿Cómo los pocos que quedaban? ¿Qué significa eso? _ Alejo volvió a detenerse. Miró fijo a su amigo esperando una explicación, aunque temía oírla.
_ Sobre mi gente se desató una epidemia de varicela. Muchos murieron y como te dije, los pocos que se salvaron de la enfermedá abandonaron todo y escaparon _ Lautaro dio una pitada más al cigarro y tiró con fuerza la colilla entre los matorrales que los rodeaban.
_ ¿Varicela? Pero, ¿cómo pasó? ¿Cómo se produjo el brote? _ reanudaron la marcha, Alejo pasó su brazo sobre los hombros del indio como muestra de afecto y condolencia por lo sucedido.
_ El negro Chamorro me contó que en "El Candombe" muchos murieron por la varicela. Y eso jué anterior a lo de mi pueblo.
_ Ahí vive doña Filomena... ella, ¿está bien? _ preguntó con temor.
_ Si, si, ella está bien. Gracias a doña Rosaura muchas familias se salvaron. Esa sí que es una gran dama. La pobrecita entuavía se estaba recuperando y le pidió a la Felicitas y a la Felipa que la llevaran al Cabildo. Ahí armó un alboroto de la gran puta, le tiró de los huevos a los consejales para que se ocuparan de esos infelices. ¡Mirá que tiene poder tu tía!
_ El poder del dinero y de un apellido con estirpe _ respondió con sequedad.
_ Lo que sea, pero gracias a eso mesmo que decís se ordenó aislar a los enfermos, se fumigó con un no sé que ácido y se hicieron hogueras en las que se quemó pólvora. Felicitas le pidió al dotor O´Gorman que pinchara a los negros con esa vacuna que cura la enfermedá...
_ Que la evita  _ Alejo lo corrigió aunque sus pensamientos corrían por otro derrotero. "¡Y Pipa sola! Sola en semejante desastre. ¡Maldita sea la hora en que me fui!"
_ El buen dotor hasta les dio naranjete mezclado con...con... pucha no me ricuerdo. Pero eso sí, esa mezcla le bajó la jiebre a los enfermos _ concluyó _ ¡Lástima que no hubo oportunidá de hacer lo mesmo con mi pueblo! Todo pasó tan rápido _ suspiró contrariado _ Tu tía ni se enteró y cuando lo hizo ya era tarde. Además, dispué de lo del Candombe, tuvo una recaída pero por suerte ya está bien. ¿La viste?
_ No, no tuve tiempo _ dijo parco.
_ Pero Alejo, es tu tía y te quiere mucho. Siempre se priocupa por vo´_ Lautaro se sorprendió del desinterés de Alejo por la salud de doña Rosaura.
_ No me vengas con reprimendas que ya tengo suficiente con mi padre. Ahora lo único que quiero es estar a solas con Pipa... Dime Lautaro, ¿crees que mi padre tuvo algo que ver con la epidemia que arrasó a tu pueblo? _ dijo saltando de un tema a otro.
_ Estoy seguro _ respondió sin vacilar _ y en complicidad con el dotor Arriaga.
_ ¿Cómo lo sabes? _ Alejo se sintió como un caldero gigante en donde su sangre comenzaba a bullir.
_ Me lo conto la Candela _ dijo mirando el suelo mientras pateaba una piedra fuera del camino.
_ ¿Quién?...¡Ah!, la negra liberta con la que te revolcaste un par de veces _ recordó y al hacerlo dio un empujón al indio en gesto de camaradería.
_ Sí, esa mesma.
_ Si, si. Mucho querer a Rori pero...
_ Pero la calentura puede más. Sí, y estoy avergonzado. Vo sabés Alejo que la Rosario es todo pa´mí _ Alejo sonrió ante la mirada de carnero degollado de su amigo.
_ Te comprendo y ahora cuéntame lo que te dijo Candela.
_ Ella es amiga de una negra que tuvo la varicela. En realidá, toda la familia murió : los padres de la mujer y el marido, salvo el hijito recién nacido que también estaba enfermo y el hermano de la parturienta. Y fue el hermano, que es esclavo del dotor Arriaga, el que una noche se llevó al crió. La Candela lo vio cuando volvía al Candombe a la medianoche. Ella trabaja pa´doña Carlota, la dueña del prostíbulo que está en el Riachuelo. Siguro abandonó al crío en el tolderío y así se disparramó la enfermedá entre mi gente.
_ Puede ser pero no lo podemos probar...¿y el hermano de esa mujer? _ la idea alentó a Alejo.
_ A ese negro parece que se lo comió la tierra. Un día me acerqué a la casa del dotor y le pregunté a una de las negritas que llegaba del mercado por Jacinto, ese es el nombre del negro. Ella me dijo que hacía tiempo había desaparecido. "Se habrá escapado", me confió con esperanza y miedo.
_ Esto me huele mal, muy mal. Si mi padre y ese doctor tienen algo que ver, la van a pagar. Te lo juro amigo _ Lautaro sabía que Alejo no mentía, nunca mentía y la venganza los unió aún más _ Luego hablaremos más tendido sobre el tema. Debemos investigar, pero ahora voy con Felipa, me espera. Una cosa más, Lautaro, mi viejo me echó de casa así que me voy a hospedar en el Hotel Comercial, ese que está en el puerto, el dueño es un español que me conoce de niño y no congenia con mi padre. Eso es lo que más me gusta de él. Igualmente durante el día me puedes encontrar en nuestra guarida. Eso será por unos días, nada más, porque pienso huir con Felipa _ declaró con entusiasmo, por fin se haría realidad su sueño: vivir su amor lejos de toda su familia, una familia opresiva y demandante. Felipa sería sólo para él.
_ Yo también me marcho, Alejo. Estoy cansado de esta vida, no soy esclavo y me tratan como si lo juera. ¡No doy más! _ confesó abatido. Detuvieron una vez más la marcha y Alejo arrastró de un brazo a Lautaro hacia bajo la sombra de un álamo. El sol del mediodía picaba la piel.
_ ¿Qué dices? ¿Dónde irás? ¿Y Rosario? _ le gritó alarmado por la decisión de su amigo, tonta y temeraria para su opinión.
_ Me voy pa´ Córdoba siguiendo a mi pueblo. Mi tiempo con los blancos terminó.
_ ¿Y Rori? ¿Y yo? Te necesito Lautaro.
_ Vo' no me necesitás, vo´tenés a la Felipa, ella es todo pa´vos. Sin embargo, mi amistad la tenés hasta mi muerte - dijo con los ojos humedecidos. No iba a llorar, él era un guerrero aunque hasta ese momento había vivido como un sirviente y de esa vida ya estaba asqueado.
_ Claro que te necesito, tú eres mi único amigo, el que me conoce como nadie, ni siquiera Felipa me conoce como tú. No quiero perderte, Lautaro y creo firmemente que Rosario, tampoco. ¿Le has dicho que te vas?
_ ¿Pa´qué? Sé su respuesta: "Lautaro te quiero pero no puedo huir...mi marido...mi madre...mi hermana..."_ el pesar se traducía en las palabras.
_ Te comprendo. Pretextos y más pretextos. Lo mismo ocurre con Felipa, pero esta vez no se lo permitiré. Me iré con ella, esté de acuerdo o no. Y tú harás lo mismo con Rosario. Si no quieren venir con nosotros las secuestraremos. Está resuelto _ los ojos de Alejo despedían chispas. El incendio se había iniciado y absolutamente nadie lo sofocaría y de eso Lautaro era consciente _ Felipa, Rosario y yo te seguiremos a Córdoba. Nos ocultaremos en tu pueblo hasta que decida donde establecerme con Felipa. Tú y Rosario por fin serán libres de amarse como les venga en ganas. ¿Estás de acuerdo? _ concluyó con firmeza.
Lautaro, sorprendido por la declaración de Alejo, apenas atinó a afirmar con la cabeza. En ese mismo momento una voz cantarina pronunció el nombre de Lautaro. Era Rosario que corría a su encuentro.
Alejo fijó la vista en el indio, le palmeó la espalda y con una sonrisa cómplice lo animó a llevar adelante el plan que acababan de idear.
_ ¡Alejo, qué alegría verte! _ Rosario abrazó a su primo aliviada de tenerlo de vuelta luego de tantas batallas.
_ Lo mismo digo Rori y si me perdonas debo ir con Felipa _ y con un ligero ademán se despidió de su prima y de Lautaro.
_ Lauti, debo hablar contigo _ expresó ruborizada por la carrera.
_ Ven _ Lautaro la tomó de la mano y se sentaron sobre la hierba fresca amparados por la sombra del álamo.
_ ¡Huyamos, mi amor! Odio a Rubén, ya no lo soporto. ¡Huyamos esta misma noche! _ Lautaro disfrutó del sabor de las lágrimas de Rosario cuando ella se arrojó a sus brazos y comenzó a besarlo como nunca lo había hecho. Él, aturdido por la emoción, le respondió con la misma pasión.
_ Mi madre quiere verte. Ella nos ayudará a fugarnos _ con esta afirmación sorprendió aún más a Lautaro. Si esto era un sueño, no deseaba despertar jamás.
_ ¿Cómo? ¿Doña Rosaura sabe que nos queremos y está de acuerdo? _ Lautaro se sentía flotar en una pompa de jabón a punto de explotar.
_ Imagino que sí, sino por qué, entonces, me pediría que te buscara cuando le conté sobre la violencia de Rubén _ mencionó con angustia.
_ Rubén, ¿te pegó? ¿Ese malnacido te hizo daño? _ Lautaro se enfureció, mataría a ese animal.
_ Sí, ya no puedo seguir mintiendo. Rubén me golpea y me humilla, es su diversión. Pero ahora eso no es lo importante, lo importante es nuestra huida, escaparnos para nunca regresar _ Rosario se abrazó con fuerza a Lautaro apoyando su cabeza en el pecho del indio. Los latidos del corazón de Lautaro retumbaban con la energía de los tambores de guerra. "Le voy a cortar la verga a esa mierda y se la voy a poner en la boca mientras lo deshollo vivo", repetía en cada beso que depositaba en la piel tersa de Rosario.
_ Vamos con doña Rosario _ le dijo mientras la ayudaba a ponerse de pie _ No la hagamos esperar.

Alejo llegó al refugio con la respiración acelerada. Ansiaba estrechar entre sus brazos a la mujer que le provocaba insomnio. Y allí estaba ella, tan bella como la llevaba grabada en cada una de sus células. La amaba por encima de todo, hasta de su propia vida.  Ella era su alma.
Felipa estaba de espaldas a la puerta principal. Miraba a través de la ventana el oleaje calmo del río.
Haciá más de una hora que esperaba y sin embargo su espíritu estaba en paz. Alejo había regresado y su mundo recobraba sentido. Lo había escuchado discutir con su padre y por un momento pensó que el viejo se jactaría del abuso que le infirió aquella tarde. ¡Sería un desastre! Sin duda, correría sangre y aquella posibilidad la hizo temblar. Pero la discusión fue tomando otros derroteros y ya más aliviada se alejó de ellos. Ahora todo lo que le importaba era descansar sobre el cuerpo tibio de Alejo, que la hiciera suya con la vehemencia que tanto la excitaba.
Él caminó lentamente hacia ella. Felipa lo sintió llegar, pero no se volvió, se quedó quieta...esperándolo.
Alejo la abrazó por detrás. La apretó contra su cuerpo. Ella sonrió cuando la erección se manifestó en toda su plenitud.
_ No te imaginas cuanto extrañé tenerte de esta manera, extrañé tu aroma, extrañé pasar mi lengua por la calidez de tu cuello, extrañé perderme entre tus pechos _ a medida que describía lo iba haciendo. Felipa, con los ojos cerrados, dejaba que él la recorriera a su antojo. Ella también lo deseaba.
_ Pero sobre todo , extrañé estar dentro tuyo, penetrarte hasta las entrañas _ dicho esto la volvió hacia sí y con un solo movimiento le arrancó la pollera y le bajó los calzones. Ella apenas emitió un suave chillido que Alejo aprovechó para meter su lengua en esa boca que lo enloquecía. La saboreó enfebrecido por la excitación. Ella le quitó la camisa y deslizó sus manos por la espalda, una espalda musculosa, atravesada por cicatrices de heridas recibidas en el campo de batalla, una espalda sudorosa y el olor a sudor la excitó aún más.
Alejo la apoyó contra la pared y sujetándola por la cintura la levantó. Ella lo envolvió con las piernas y él la penetró con un solo embate, con furia, con hambre, con devoción.
El orgasmo los aniquiló. Cayeron sin despegarse sobre un catre desvencijado que los contuvo como si fuera el nido más preciado. Los besos no cesaron, las caricias se multiplicaron. Las palabras sobraban, las miradas lo decían todo. Desnudos, entrelazados, bañados por el sol de la tarde, se amaron con desesperación hasta ser sorprendidos por las sombras de la noche.
_ Alejo, te amo _ balbuceó Felipa _ No vuelvas a dejarme o enloqueceré _ las lágrimas comenzaron a correr como perlas por sus mejillas arreboladas.
_ Nunca más, te lo prometo _ y selló su promesa con un beso profundo en el nacimiento de los pechos. Felipa gimió de placer.
Alejo comenzó a vestirla con lentitud, devorándola con los ojos. Ella hizo lo mismo con él.
_ Pipa vayámonos de aquí, lejos...muy lejos. No te niegues, por favor _ el ruego de Alejo la hizo temblar. "¡Dios cuánto lo amo!", pensó asolada por ese amor irreverente, atronador y devoto que la atravesaba como una espada.
_ Cuando quieras _  al escuchar la respuesta, Alejo, abrazándola, la hizo girar por toda la estancia riendo y gritando: "¡Te quiero, te quiero!".