Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 24 de marzo de 2017

UN NUEVO AMANECER, Cap.18

"Ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama".
Alfred de Musset

La tarde moría cuando comenzaron a recorrer el romántico sendero de "la Alameda". La tibieza del sol los abandonó, pero ellos no lo sintieron.
Rafael y Lourdes caminaron en silencio un buen trayecto. Ella, ansiosa. Él, expectante.
Una brisa fría la hizo temblar y Rafael, solícito, le acomodó la mantilla sobre los hombros. Al rozarla experimentó una sacudida, como si un rayo lo atravesara. Perturbado y confundido, se alejo de ella.
_ Gracias por haber aceptado mi invitación _ Lourdes rompió el hermetismo. Rafael no podía apartar la mirada de esa boca que lo atraía y tentaba.
_ Es un placer, en su compañía...¿cómo decirlo?, me siento en paz _ una sonrisa franca iluminó su rostro. Acto seguido tomó la mano de Lourdes y le besó la palma. Fue un beso sorpresivo, íntimo.
_ Sus palabras me halagan _ susurró sonrojada Lourdes.
_ Debo confesar que cuando la conocí en el compromiso de Joaquín me resultó chocante su comportamiento. Pero luego, al conocer su triste historia, me sentí culpable.
_ ¿Culpable?
_ Culpable por ser tan grosero. Usted necesitaba en ese momento contención y yo, egoístamente, me negué a dársela _ dijo avergonzado.
Caminaban a paso lento, deteniéndose por momentos. Al llegar a un banco de piedra, Rafael la invitó a sentarse.
_ Desde que perdí la memoria vivo en un mundo de pesadilla y eso me aleja de los demás. Pero, perdone, no es mi intención abrumarla con mis problemas _ se disculpó enfadado consigo mismo por abrir su corazón ante una extraña. ¿Qué sentimientos dormidos en su alma despertaba esa mujer?
_ ¿Por qué no me cuenta que le sucedió? _ le preguntó deseosa por compartir su dolor _ Usted conoce mi historia y yo nada sé de usted, sólo lo poco que me contó Imanol. Estoy en desventaja, ¿no le parece? _ Lourdes lo dijo con tanta gracia que hizo reír a Rafael
_ Lo ve, usted tiene un don, la capacidad de calmar un alma atormentada...mi alma. Es usted cálida como el sol _ reflexionó mirándola fijamente. El verde de sus ojos le oprimió el corazón y en su memoria extraviada resonaron unos versos que le erizaron la piel: "...en mi vergel eres tú la flor..."
_ ¿El sol? _ Rafael la conmocionó. Volvía a decirle que era su "sol" como en los tiempos felices, aquellos tiempos "de los abrazos y de las horas de amor profundo. Juntos ayer, parecía siempre".
_  Perdone mi atrevimiento, pero usted, Lourdes, es una persona luminosa _ volvió a fijar sus ojos en ella, buscando una respuesta, quizá...una confirmación. Ella le sostuvo la mirada queriendo penetrar en su memoria traicionera con la intención de arrancar el velo que los separaba.
_ Gracias, Bautista, no ha sido un atrevimiento, ha sido una galantería que me honra. Pero, cuénteme, ¿cómo fue que perdió la memoria?
_ Fue en la batalla de Caseros. Lo único que recuerdo es que en medio de la lucha, al caer del caballo me golpeé la cabeza contra una piedra. Luego todo se volvió negro hasta el momento que abrí los ojos y me vi rodeado de cadáveres. Mi caballo había desaparecido y tenía la chaqueta empapada de sangre. Una punzada atroz me taladraba la cabeza. Caminé sin dirección hasta llegar a un campamento. Alguien reconoció mi uniforme como leal a Urquiza y me condujo a la carpa sanitaria. Allí me cosieron el tajo _ instintivamente se tocó el costado derecho de su cabeza _ El láudano alivió el dolor físico pero no el espiritual. No podía recordar quién era y me desesperé. Por suerte conocí a Joaquín, si no hubiese sido por su amistad me hubiese pegado un tiro _ expresó con amargura.
El corazón de Lourdes se detuvo por instante al escuchar la terrible confesión. Sin meditarlo, lo abrazó.
_ ¡Bautista!, confío en que pronto recuperará sus recuerdos. Imanol me lo ha asegurado. El está tratando su dolencia, ¿verdad? Debe ser paciente _ le pedía algo que ella no estaba dispuesta a aceptar: paciencia. "¡Maldita palabra!", pensó.
_ ¡Paciencia, paciencia! Estoy harto de ser paciente. Si Imanol piensa que con sus malditos menjunjes va a devolverme mi vida, está equivocado. Hace meses que los tomo y ¡nada!, ¡absolutamente nada! _ estalló descargando toda su impotencia.
Lourdes lo miraba con tanto amor que a Rafael se le hizo un nudo en el estómago. Cuando estaba con ella, algo se removía en su interior, pero...¿qué? Quiso decírselo, pero optó por callar. "Estoy alucinando", se dijo.
_ Bautista, no está solo. Tiene la amistad de Joaquín, de Imanol, de Amelia _ le costó nombrarla _ Y yo le ofrezco la mía y la de mi familia. Lo ayudaremos... lo ayudaré _ se animó a decir.
_ No estoy equivocado, usted es un sol Lourdes. Usted me infunde esperanza, gracias _ besó nuevamente su mano pero esta vez había pasión y Lourdes lo advirtió.
_ ¿Le agradaría cenar con nosotros, Bautista? Mi abuela y los niños estarán encantados de recibirlo _ lo invitó ilusionada.
_ Será un placer _ aceptó gustoso olvidando las recomendaciones de Amelia. "Regresa para la cena, querido. Te estaré esperando".
Amelia le agradaba, le estaba agradecido por sus cuidados, por el afecto que le brindaba; aunque por momentos sentía que lo ahogaba, que lo empujaba hacia una relación que él no estaba dispuesto a establecer. Amelia era una buena amiga, sólo eso, nada más. En cambio Lourdes, "mejor no pensar en Lourdes, no por el momento, no hasta que sepa quién soy realmente", se propuso con firmeza.
Tomados del brazo caminaron distendidos hasta la casa de los Aguirrezabala. Charlaron trivialidades, rieron de vanalidades y sobre todo, se disfrutaron mutuamente.
Al llegar encontraron a Mercedes en el salón enseñando a bordar a Alba. A la niña se la veía compenetrada, esforzándose por seguir las indicaciones de su bisabuela.
_ Abuela, ¿no te parece que Alba es muy pequeña para comenzar a torturarla con el bendito bordado? _ la voz risueña de Lourdes sorprendió a Mercedes y a Alba, que al ver a su madre tiró el bastidor al suelo y corrió hacia ella dando grititos de alegría.
_ Lo que me parece es que... _ Mercedes se interrumpió atónita al toparse con la sonrisa de Rafael._ ¡Bautista!. ¡que agradable sorpresa! _ inmediatamente se paró dejando los ovillos de hilos sobre el sillón. Se adelantó hasta la pareja y Rafael la saludó gentilmente.
_ Su nieta insistió en que las acompañara durante la cena. Espero no ser una molestia _ se excusó.
_ Todo lo contrario, es un placer que haya aceptado la invitación. Justamente hoy Tomasa, nuestra cocinera, preparó carbonada. Ya verá, se "chupará los dedos"_ vaticinó Mercedes eufórica, que Rafael estuviera allí, reunido con su familia era un milagro digno de celebrar.
En ese momento apareció Tina.
_ La cena ya está lista, ¿pasamos al come..._ como le sucedió a Mercedes, Tina también se paralizó ante la presencia de Rafael _ Ra...Bautista, ¡que alegría! No sabía que vendría a visitarnos _ comenzó a titubear conmocionada.
_ Ni yo, Tina. Es toda una sorpresa, ¿verdad? Hace un instante ha llegado con Lourdes. Nos hará el honor de cenar con nosotras _ Mercedes salió en auxilio de Tina antes de que cometiera un error irremediable.
_ El honor es mío doña Mechu _ al llamarla de esa manera, como solía hacerlo años atrás, impactó a las tres mujeres que lo miraron impresionadas.
"Está empezando a recordar", se ilusionó al borde de las lágrimas Lourdes.
_ Perdón, ¿dije algo inconveniente? _ ni el mismo Rafael cayó en la cuenta del disminutivo cariñoso que había empleado para nombrar a Mercedes.
_ Nada, nada, muchacho _ exclamó Mercedes ya recuperada _ ¿vamos?, la mesa está servida.
Rafael sintió que alguien le tiraba de la chaqueta. Bajó la vista y descubrió a Alba extendiéndole los brazos.
_ Me haces upa _ le pidió con una sonrisa pícara que mostraba que la falta de dos dientes.
_Claro muñequita _ su mirada se cruzó con la de Lourdes y por primera vez después de mucho tiempo se sintió en paz.
Alba, con sus manitos regordetas le atrapó el rostro a Rafael y muy seriamente le dijo:
_ Esta noche, el hada de los dientes vendrá por los dientes que se me cayeron.
_¡Pobrecita! ¿Te dolió? _ le preguntó con ternura.
Alba se acercó al oído de Rafael y le dijo en secreto:
_ Sí, mucho...hasta me salió sangre. Me asusté mucho, pero mamita me dijo que el hada de los dientes me traería un hermoso regalo a cambio de mis dientitos. Además, a pesar de las burlas de Miguelito, no lloré.
_ Eres una niñita muy valiente _ la besó y al hacerlo algo dentro de él estalló. No supo explicar que le ocurrió, solo que estaba complacido de estar entre aquella gente. Era como estar en... ¿su hogar?.
La cena transcurrió placenteramente. Los niños, en contradicción a las reglas de la época, comieron con los adultos. Siempre lo hacían y siempre se comportaban con corrección.
Luego de la deliciosa carbonada y del postre, una sabrosa natilla, tomaron café en la sala.
Miguelito, que al principio miraba a Rafael con desconfianza, terminó por aceptarlo, sobre todo después de prometerle que lo llevaría a conocer la redacción del periódico en el que escribía.
Lourdes se despidió de Rafael en el zaguán.
_ Has sido maravilloso con los niños, gracias.
_ Me imagino que extrañan a su padre.
_ Mucho _ bajó la cabeza ocultando la angustia que le oprimía el alma.
_ Lourdes, disfruté muchísimo de esta noche. Espero que volvamos a vernos pronto_ y esta vez no besó su mano sino que besó su mejilla.
El corazón de Lourdes aleteó con la fuerza de un pájaro que recupera la libertad.
Mientras Lourdes y Rafael afianzaban su relación, Amelia echaba chispas. Hacía rato que lo esperaba, las horas pasaban lentamente y él no regresaba.
Imanol fumaba un cigarro y tomaba un té digestivo. La cena le había caído pesada gracias a los lamentos de su hermana.
_ Seguro que está fregándose con esa ramera _ despotricó venenosa.
_ Seguro, y lo está gozando también _ la aguijoneó con malicia.
_ ¡Imanol!, mira que eres pérfido. ¡Haz algo! Me prometiste que Lourdes dejaría de interponerse _ Amelia se plantó delante de él con los brazos en jarra y la mirada fiera.
_ Si hay algo que no te describe es la paciencia, hermanita. Ten fe, Bautista será tuyo. Déjalo en mis manos_ Imanol ya estaba harto de los reclamos de Amelia. Fue hasta el aparador y se sirvió ua copa de jerez. Debía aplacar su furia, él también odiaba que Rafael estuviera con Lourdes, pero debía disimular. Mientras bebía, pensó:
"Nací con el demonio como mi ángel guardián y ha estado desde entonces conmigo. Él me brindará su ayuda en el momento oportuno. Brindo por eso". Y, satisfecho, se sirvió otro jerez.

domingo, 19 de marzo de 2017

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.14

"Después de la media noche, la luna es apagada, triste y siniestra.
 Es una verdadera luna de noche de brujas".  
Guy de Maupassant

De puntillas, conteniendo la respiración y con el corazón corcoveando como un potrillo salvaje, caminaron cautelosas a través de los tres patios hacia la puerta trasera de la casa.
El canto del sereno anunciando la medianoche las sobresaltó. En ese momento, bien por el susto, bien por la urgencia, aceleraron el paso.
Cuando comprobaron que Alejo y Lautaro estaban esperándolas en el lugar indicado sintieron que el alivio las embargaba.
Alejo tomó de la cintura a Felipa y la besó con urgencia.
_ ¡Alejo!, no es momento de besos, es momento de escapar antes de que nos pesque Abelarda o lo que es peor, el tío Idelfonso _ lo regañó en voz baja y severa Felicitas.
_ ¡Aguafiestas! _ la enfrentó con una sonrisa sofocada _ ¡Monten, entonces!
Alejo ayudó a Felipa a montar en la yegua moteada que eligió para ella deteniendo sus manos más de la cuenta en las caderas de la joven.
Felicitas se las arregló sola, no necesitaba ayuda, era una excelente amazona. En cambio, Rosario agradeció con timidez el auxilio de Lautaro.
_ ¡Lautaro!, ¿que haces ahí parado como una vaca desorientada? ¡Monta de una buena vez! _ lo apuró Alejo.
El indio obedeció con celeridad no sin antes fulminarlo con la mirada. Alejo respondió al enojo de su amigo con una carcajada que Felicitas se encargó de silenciar.
Lautaro amaba a Rosario y sangraba sin remedio por saberla inalcanzable. Con disimulo olió su mano derecha impregnada del perfume, mientras que con la otra sostenía las riendas de su caballo. Olía a jazmines, olía a Rosario..."Mi Rosario", pensó con el alma quebrada.
A medida que se alejaban de la casa, Alejo comenzó a silbar una tonada alegre.
_ Para ti todo es un juego, ¿no? _ Felicitas, con los nervios de punta, no soportaba la indolencia de su primo. Nada parecía afectarlo, nada, excepto que alguien se metiera con Felipa.
_ Felicitas, esta es tu noche _ le respondió con petulancia.
_ Y eso significa...
_ ¡Que eres una bruja! _ le gritó hastiado de su malhumor.
Felicitas, herida en su amor propio, se mordió con furia los labios y espoleó con impaciencia su caballo adelantándose a todos.
_ Alejo, no seas duro con ella _ intercedió dolida Felipa.
_ Entonces que no me joda _ dijo con sequedad. Felipa prefirió no insistir. Cuando Alejo se enojaba era semejante a una tormenta eléctrica, fulminaba todo a su paso. Luego se arrepentía, pero los desmanes provocados pocas veces tenían solución.
El trayecto duró apenas media hora, pero para las jovencitas fue una eternidad. El miedo a ser descubiertas parecía ralentizarlo todo.
Milagrosamente el camino que los condujo hasta "El Candombe" estaba desierto, al igual que las calles del barrio. El ulular de una lechuza rompió el silencio que los rodeaba, un silencio denso como la niebla.
Dejaron los caballos atados en las ramas de un sauce lindero al rancho de Filomena.
Una luz débil y titilante, les aseguró que la anciana estaba despierta.
_ Ustedes dos se quedan aquí _ les ordenó Felicitas de mal talante a Alejo y a Lautaro.
_ ¿Por qué?...si puede saberse _ la enfrentó de igual manera Alejo.
_ Por favor, basta de peleas por esta noche _ Felipa ya estaba harta de tanto comportamiento infantil _ Alejo, aunque la abuela te quiere mucho, cuando se trata de recetas y...ejem, hechizos, prefiere que los hombres no estén presentes. Es una costumbre heredada de su madre.
Lo dijo con tanta ternura que Alejo tuvo que sucumbir a su petición. Ella se lo agradeció con un beso ligero como el aleteo de una mariposa y fogoso como el sol del verano.
Con tres golpes suaves anunciaron su llegada. Filomena abrió la puerta y las abrazó con cariño.
_ Pasen, pasen, pué. ¡Qué lindas están!_ las recibió con alegría. Eran pocas las ocasiones que podía ver a su adorada nieta, Idelfonso se lo tenía prohibido. _ ¿Qué las trae por estos lugares apartaos de la mano de Dios? Vinieron acompañadas, me supongo _ se alteró.
_ Si abuelita. Alejo y Lautaro están afuera _ la tranquilizó Felipa.
_ Ta güeno, ansina me gusta. Los hombres de por acá son muy fieros. Tienen que tener mucho cuidado. Y ahora cuentenmen..._ las invitó a sentarse en unas sillas desvencijadas ubicadas alrededor de una mesa en la que ardían cinco velas de sebo.
_ Abuelita necesitamos un hechizo de amor _ se despachó Felipa sosteniendo la mirada escrutadora de la anciana.
_ ¿Para quién?
_ Rosario quiere que Rubén la ame _ le explicó Felicitas.
_ Rosario, ¿estás sigura? El Rubén es un mal bicho.
_ Eso mismo le dijimos nosotras, doña Filo, pero ella no acepta nuestros consejos _ Felicitas extendió su mano sobre la mesa tomando la de su hermana.
_ Yo lo quiero, doña Filo, y quiero ser su mujer _ la confesión tan abierta de Rosario las sorprendió, ella era siempre recatada y retraída.
_ Muy bien, si ese es tu deseo...pero muchachita, ¿puedo? _ ante el gesto afirmativo de Rosario, la vieja se apoderó de la mano de Rosario apartando la de Felicitas y comenzó a leer las líneas del destino _ Veo mucho sufrimiento, muchas lágrimas...sin embargo...
_ ¡Qué!, ¡qué! _ gritaron al unísono Felipa y Felicitas.
Doña Filomena las fulminó con la mirada y ellas, sonrojadas, callaron al instante.
_ Sin embargo, hay un hombre que te va a hacer feliz, un hombre prohibido _ terminó cerrándole la palma de la mano.
_ ¿Un hombre prohibido? _ repitió intrigada Felicitas.
_ Perdone, doña Filo, pero ese hombre no me interesa, yo quiero a Rubén. El es el hombre de mi vida.
_ Si estás decidida m´hija no hay más nada que decir _ dijo con frustración _ voy a buscar lo que necesito.
Doña Filomena desapareció por unos minutos y luego regresó trayendo un recipiente mediano de barro cocido. Acto seguido, buscó agua y azúcar. Todo lo dispuso sobre la mesa dentro de un círculo que formó con las cinco velas. Puso delante de Rosario un papel de pobre calidad, una pluma y un platito de cobre.
_ Dame un dedo _ dijo con autoridad, la voz de Filomena había cambiado, parecía de ultratumba. A las jóvenes se les puso la piel de gallina. En el ambiente se percibía una fragancia extraña...el perfiume rancio y dulce de la muerte.
Con una aguja le pinchó el dedo, lo apretó con fuerza derramando la sangre en el platito. Cuando la cantidad de sangre le pareció satisfactoria dejó de presionar.
_ Ahora mojá la pluma en tu sangre y escribí tu nombre y el del hombre que querés en el papel.
Rosario obedeció temblando.
_ Abajo de los nombres escribí: "menga mabunga ngua, Sembi! mubika menga"._ le dictó lentamente.
_ ¿Qué idioma es ése abuela? _ preguntó en voz baja Felipa, como temiendo romper el hechizo.
_ Es la lengua de mis antepasados. Mi madre me lo enseñó de muy niña. Las raíces nunca deben olvidarse, Pipa _ una nota de melancolía y amargura tiñó sus palabras.
_ ¿Qué significa lo que acabo de escribir? _ Rosario estaba impresionada.
_ "Mi sangre ruega por su amado. ¡Señor! esclaviza la suya a la mía" _ a medida que recitaba la plegaria, las velas se apagaron. Las tres amigas, se sobrecogieron en medio de la oscuridad.
Lentamente, como saliendo de un éxtasis, Filomena encendió las velas. Sonrió al ver las caras transfiguradas por la impresión de las muchachas.
_ Por último, llenamos de agua esta vasija; dos cucharadas de azúcar para endulzar a tu hombre y por último, ponemos el papel escrito con tu sangre. Durante tres días tenés que tenerlo abajo de tu cama. Al tercer día tirás el agua en la puerta de su dormitorio. Cuando él la pise quedará amarrado a tu amor.
_ ¿Eso es todo? _ preguntaron las tres a la vez.
_ ¡Ajá! _ respondió encendiendo su pipa _ Pero Rosario, él solamente va a querer tu cuerpo...nunca tu alma _ le advirtió.
_ No me importa, con su deseo me basta _ dijo con terquedad.
_ ¡Que necia, hermanita! _ resopló Felicitas disgustada.
_ Gracias abuela, debemos irnos antes de que noten nuestra ausencia en la casa _ la prisa no le impidió abrazar a la anciana y besar sus ajadas mejillas. Rosario y Felicitas la imitaron prometiéndole regresar pronto.
_ Casi me olvidaba. Esto es para usted doña Filomena _ Felicitas sacó de un bolsillo de su vestido una bolsita de cuero. _ Tabaco para su pipa, se la robé al tío Idelfonso _ y con picardía le guiñó un ojo _ La raíz de peonia resultó excelente. Hace rato que Darío no sufre convulsiones _ agregó feliz.
_ Me alegro Felicitas, seguí dándole ese té dos veces al día, pué. Probá con esto también _ fue hasta una alacena y extrajo de un cajón una cajita de latón _ Son hojitas de "pié de león". Machacá algunas y el jugo que saqués lo mezclas con agua caliente y se lo das al Darío en ayunas.
_ Así lo haré. Mil gracias doña Filo.
Alejo y Lautaro esperaban inquietos. El canto de los gallos anunciaba el amanecer.
_ ¡Por fin! Tardaron una eternidad _ se quejó Alejo al verlas.
_ Es que la abuela debía explicar a Felicitas el tiempo de cocción y la manera de suministrar cada una de las recetas... _ comenzó muy suelta Felipa.
_ Ya, ya _ la interrumpió Alejo fastidiado _ basta de mentir. Lautaro y yo conocemos el motivo de la visita a doña Filomena. No estaba equivocado cuando tildé de bruja a Felicitas...¡todas son unas malditas brujas! _ estalló.
_ ¡Nos estuvieron espiando! _ se indignó Felicitas.
_ Exactamente primita. Cuando me cansé de ganarle a los dados a Lauti, nos asomamos a la ventana y escuchamos a Rosario pidiéndole a doña Filomena un amarre de amor para mi tonto hermano. Lo vimos todo así que no nos mientan más. Y ahora, ¡en marcha!, con un poco de suerte llegaremos antes de que Abelarda se despierte. Y...Pipa, jamás vuelvas a mentirme _ dijo con tristeza y decepcionado.
Todos montaron en silencio. Felipa abrió la marcha cabizbaja. 
Sumergidos en sus pensamientos, emprendieron el regreso.
"Siento haberle mentido a Alejo, pero debía proteger a Rosario, es mi amiga", reflexionó Felipa.
"¿Por qué me mentiste Pipa?¿Por qué no confías en mí? ¿Acaso mis primas son más importantes que yo?", pensó celoso Alejo.
"Un amarre de amor, una esperanza. Rubén, ¡cuánto te amo!", meditó Rosario.
"Dios mío que estos yuyos sean eficaces para mi pobre Darío", rezó Felicitas.
"¡Ay Rosario! Cada día estás más lejos de mí y más cerca de ese imbécil. Sé que soy poca cosa, pero esta poca cosa muere de amor por vo´ ", se lamentó con el corazón herido Lautaro.
Así cabalgaban, codo a codo, cinco almas unidas por el lazo del destino...