Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 31 de marzo de 2017

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.15

"Alma de mis cantares, son tus hechizos...Besos, besos a millares.
 ¡Siempre amores! ¡Nunca amor! ".  
Manuel Machado 

Buenos Aires, Marzo de 1818
Los meses pasaron como un soplo, para algunos, cálido; para otros, gélido.
Felicitas y Rosario, felices e ilusionadas, esperaban el día de su boda. En cambio...
Alejo blasfemaba y rumiaba su furia. La fuga frustrada que planificó con esmero y entusiasmo se vio frustrada por el inminente casamiento de sus primas.
Felipa se opuso rotundamente en abandonar a sus amigas en tan trascendental momento.
¿Acaso no lo amaba con la misma desesperación con la que él lo hacía?
"¡Maldito sea su noble corazón!, siempre anteponiendo las necesidades de los demás a nuestro amor!", pensó aturdido por el dolor. Toda su impotencia la descargó golpeando bruscamente con sus puños el tronco del árbol en que se apoyaba para meditar su desventura. Se encontraba en la estancia que pertenecía a su familia. Aprovechó la urgencia de su padre por entregar una carta al administrador de la estancia, para huir de la casa, de Felipa y de todo el alboroto provocado por los preparativos de las condenadas bodas.
Hubiera deseado que Felipa le rogara que no se fuera...pero no, ella lo dejó ir sin más.
"Te comportás como un crio caprichoso", las palabras frías de la mujer que siempre amó, eran espinas clavadas en su corazón. Ya se iba a arrepentir de haberlo maltratado. Sí, claro que sí.
Había cabalgado sin descanso durante dos días, apenas unas escasas horas para que los caballos descansaran y se alimentaran. El apenas comió, sólo tomaba vino carlón de la bota.
Lautaro, su inseparable compañero, compartía con Alejo el dolor y el desasosiego.
Mientras Alejo se embriaga con vino, él lo hacía con aguardiente. Buscaba aturdirse, sofocar la desesperanza que lo mataba sin compasión.
Amaba hasta la locura a Rosario. Siempre lo hizo, desde la primera vez que la vio llegar asustada a casa de don Idelfonso tomada de la mano de su madre. La sintió frágil, como los cacharros de arcilla que fabricaba en sus momentos de ocio y que luego vendía en el mercado, y desde ese momento decidió brindarle su protección. Ella no lo sabía, pero él se convirtió en su sombra. Nadie le haría daño, ¡nunca!. Mucho menos el tránfuga de Rubén...pero ahora ella sería de ese canalla y ¡su mundo se quebró en mil pedazos!.
Muchas veces Alejo le aconsejó que se la quitara de la cabeza. De la cabeza podría ser, pero del alma...¡jamás! Si ella era su alma.
Lautaro era consciente de sus desventajas: un indio pobre e ignorante. Nada tenía para ofrecer, sólo un amor infinito.
Le dolía que Alejo no lo comprendiera, al fin de cuentas su amigo pasaba por una situación parecida a la de él. Don Idelfonso nunca permitiría que una esclava, hija de una negra, se casara con uno de sus hijos. Su linaje quedaría manchado con sangre negra.
"Alejo es así, cuando sufre es un egoísta de mierda, pero igual lo quiero", reflexionó y una sonrisa amarga se dibujó en su rostro.
Esa tarde lo vio salir de la casa alicaído tomando un camino solitario. Lo llamó sin obtener respuesta. Preocupado, lo siguió de lejos.
Cuando Alejo comenzó a despotricar y a golpear como un endemoniado el tronco nervudo del quebracho, Lautaro corrió a serenarlo.
_ ¡Alejo!, ¡amigo!, ¡basta ya! _ lo tomó de los hombros apartándolo del árbol.
_ Esa mujer me está matando Lautaro. No sé vivir sin ella _ y como un niño desprotegido, comenzó a llorar. Lentamente se deslizó hasta la hierba húmeda por el rocío y allí, en cuclillas, continuó lamentándose.
_ La amo más allá de todo entendimiento, pero ella se niega a escapar _ gritó colérico atragantándose con las lágrimas.
_ Ella no se negó, sólo te pidió esperar un tiempo. La Felipa está muy unida a tus primas _ intentó consolarlo Lautaro.
_ Ese es el problema Lauti, Pipa siempre antepone a mis adorables primitas a mí _ se quejó irascible.
_ No digá´pavadas, la Pipa te adora. Vas a ver que cuando lo del casorio termine se escapa con vo´. En cambio yo...
_ En cambio tú, ¿qué? _ Alejo por primera vez rompió el cascarón de su sufrimiento para notar la amarga tristeza de su amigo.
_ Nunca voy a tener a la mujer que quiero _ dijo derrumbándose.
_ Lautaro no te imaginas cuánto lo siento. Me duele no poder ayudarte...aunque...¡si huimos los cuatro! _ exclamó asombrado de su propia idea.
_ El problema es que la Rosario no me quiere, Alejo. Ella quiere al malnacido de tu hermano _ le aclaró quebrado.
_ ¿Alguna vez le declaraste tus sentimientos? _ la mirada desafiante de Lautaro lo intimidó _ Sí, sí, yo siempre te aconsejé no hacerlo. ¡Me equivoqué!, ¡carajo!, ¡me equivoqué!
_ Igual no me hubiera animado. Una señorita de su clase qué se va a fijar en un indio pordiosero como yo _ se lamentó _  Además ya es tarde, esta noche se casa con el Rubén.
_ Lautaro, lo siento tanto. Perdón por no haberte comprendido, soy un egoísta hijo de mierda que sólo mira su puto ombligo. Perdóname hermano.
Se dieron un abrazo fuerte, cálido, un abrazo que reafirmaba la gran amistad que los unía.
_ Y ahora basta de mariconadas y volvamos pa´la casas. Siguro que la Pipa te está esperando _ lo alentó Lautaro secándose las lágrimas con la manga de la camisa _ Y yo...yo le vua a decir adiós a mi sueño.
_ Eres un gran tipo Lautaro _ le expresó con sincero cariño.
Con gran prisa partieron hacia la ciudad a pesar del aguacero que se desató. Ninguna tormenta impediría que esa misma noche Alejo durmiera en los brazos de su amada.