Novelas en capítulos y cuentos cortos

domingo, 8 de enero de 2017

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.7

"El ruiseñor se niega a anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de su cría".
Jalil Gibrán 

Esa mañana del mes de diciembre se presentó tormentosa. La lluvia fue un alivio para los habitantes del barrio "El Candombe". Vivir hacinados y en la miseria empeoraba con el calor sofocante del verano.
Filomena, siendo leal a su costumbre, se levantó al alba. Luego de ordeñar la cabra se dispuso a amasar un poco de pan de maíz para el desayuno. Felipa dormía.
Un alboroto inusitado la sobresaltó. Curiosa, abrió la puerta de entrada del rancho limpiándose las manos llenas de harina en el delantal raído. El corazón se le detuvo ante la escena que se dibujó delante de sus ojos.
Un carruaje tirado por cuatro caballos se detuvo frente a la vivienda y la mismísima doña Aurelia Torres bajó majestuosamente de él ayudada por un esclavo escuálido, uno de los pocos que aún le quedaba.
Con la repugnancia plasmada en su rostro caminó con cuidado de no pisar algo indebido hasta Filomena que la esperaba en ascuas y con un nudo en la garganta.
 _ Ama Aurelia, ¿a qué se debe el honor de su visita? _ Filomena trató de mostrarse cordial a pesar del temor que la atenazaba. "Esta yarará viene a llevarse a la Felipa", discurrió con certeza y tembló.
_ ¿Dónde está el maldito engendro? _ atropelló a Filomena y entró intempestivamente en el  rancho. Se cubrió la nariz con un pañuelo de encaje perfumado.
_ La Felipa está durmiendo, es muy temprano pa´...
_ Dejate de pavadas y despertala. Se viene conmigo y apurate que el olor de esta casa me esta descomponiendo _ la interrumpió con violencia _ Abrí esa ventana, ¡me estoy ahogando!
_ Pero usté me confió a mi nieta, le prometió a mi hija que estaría siempre conmigo, pué _ la enfrentó con temeridad.
_ ¿Prometer? Yo, una "señora", nunca hago promesas a negros inmundos y menos a la puta de tu hija _ le escupió con rabia_ Y cuidate vos también, porque si se me antoja te pongo a fregar pisos hasta el día de tu muerte.
_ Yo no soy su esclava, ya no. Su madre, que en paz descanse, me regaló la libertá. Bien guardado tengo el papel que lo confirma _ le enrostró decidida.
_ Mi madre fue una sentimental y ¡no me cambies de tema, negra bellaca! Trae a la mocosa que no tengo tiempo para perder _ le ordenó bruscamente.
_ ¿Pa´dónde la va a llevar? _ se atrevió a preguntar.
_ ¡Que te importa, negra metida!, ¡Felipa!_ la llamó corriendo una cortina de lienzo verde desteñido que ocultaba dos catres desvencijados.
_ ¡Por lo menos no estará sola, estará con Andra, su madre, ella la va a cuidá! _ se esperanzó la vieja.
_ ¡Jajaja! _ tronaron las carcajadas _ Andra murió.
El impacto de la noticia la golpeó con fuerza, todo se desmoronaba...
_ ¿Cómo?, ¿mi hija, muerta? Pero, ¿cómo? _ Filomena le imploró. 
_ ¿Quién sos para pedirme explicaciones? Murió como lo hacen los animales. Ustedes, negros, son "eso", animales sin alma _ mientras despotricaba recorría el pequeño espacio con ahínco.
Encontró a la niña acurrucada en la cabecera de su cama. Estaba aterrada. La tomó del brazo y con violencia la arrastró fuera de la casa. Felipa gritó resistiendo; Filomena gritó rogando clemencia para su nieta.
La anciana se arrodilló frente a doña Aurelia Torres osando aferrarse de la pollera de seda negra importada de Inglaterra que la mujer lucía con orgullo. Cuando lo hizo le desprendió un trozo de puntilla descosida de la enagua.
_ ¡No me toques con tus asquerosas manos! _ y con inquina le dio un puntapié en la boca del estómago. Filomena casi pierde el sentido por el dolor. Aurelia, riéndose con malicia, se alejó de ella arrastrando a Felipa que lloraba y gritaba pidiendo auxilio a su abuela, que tirada en el barro, maldecía su mala estrella. Algunos vecinos, impotentes, observaban y callaban sofocando la furia. Otros festejaban, ¡por fin se libraban de esa cría malnacida! a la que consideraban "pájaro de mal agüero".
El cochero sentó a Felipa junto a él en el pescante bajo la lluvia que en ese instante se volvió torrencial.
Doña Aurelia, muy cómoda en el interior del carruje forrado de terciopelo azul, exclamó:
_ A la residencia de don Gómez Castañón.
Cuando el carruaje desapareció, dos amigas de Filomena corrieron a socorrerla. Entre las dos la llevaron con cuidado hasta la casa y la recostaron en uno de los catres. Filomena no lloraba, tenía el rostro transfigurado. Las mujeres, al verla en ese estado se asustaron. Intentaron hacerla beber un poco de agua, pero Filomena se rehusó. Abatidas, se fueron.
Al quedarse sola se levantó lentamente. Cerró la única ventana quedándose a oscuras. Tanteando encontró una vela y le encendió. Entonces buscó cuatro velas más, pero negras, y las encendió también. Las colocó sobre la mesa. Ella permaneció parada unos minutos, iluminado el rostro por la luz titilante de las velas, luego fue a la parte trasera del rancho. Debajo del delantal llevaba escondido un puñal. La cabra la vio y supo su destino.
Filomena, de un corte certero, la degolló. Llenó un recipiente de barro con sangre; luego le rajó el vientre y le arrancó el corazón. Regresó a la casa para iniciar el rito.
Tomó el corazón y con cinco clavos oxidados le pinchó el trozo de puntilla de la enagua de doña Aurelia.
Con la sangre de la cabra hizo un círculo sobre la mesa. En el centro colocó el corazón sobre una capa de tierra del cementerio que tenía guardado para esos casos. Cubrió todo con azufre. Luego dispuso las velas negras alrededor del círculo.
Filomena comenzó a cantar contoneándose de un alado a otro, los ojos cerrados, los brazos levantados hacia el cielo.
"Señor de la oscuridá escucha mi llamada,
libérame de mi maldita enemiga,
aliméntate de ella y arráncala de este mundo.
No tengas piedá de ella. Amén, amén, amén".
Finalmente bebió la sangre que quedaba en el vaso de barro.
Doña Aurelia esperaba en la suntuosa sala. De su mano, Filipa, tiritando y aferrada a su muñeca de trapo, lloraba en silencio.
Idelfonso apareció muy ufano, junto a él, su primogénito, Rubén.
_ Buenos días doña Aurelia, ¿así que este es el tesoro del que me ha hablado? Una esclava blanca, y muy bonita por cierto. Aunque se la ve débil y pensándolo bien , ¿qué haré yo con esta niña? No, me parece que no cerraremos trato doña Aurelia _ el muy astuto deseaba bajar el precio, sabía de la urgencia de la mujer por vender y jugaba con ello.
_ Pero don Idelfonso, piense que podrá formarla a su gusto. Los años pasan rápido y llegado el momento, sabrá darle placer, se lo aseguro. La madre de esta criatura en su juventud era una experta amante, la muy zorra. Además podré ser de gran ayuda en la cocina o en la huerta _ negoció la mujer, necesitaba el dinero con premura.
_ ¿Cómo murió la madre? _ preguntó Ruben con curiosidad morbosa.
_ Descubrí a la atorranta fregándole las tetas a mi marido, perdone mi vocabulario don Idelfonso, pero cuando lo recuerdo me hierve la sangre. Como usted sabe mi marido hace tiempo que está postrado en la cama, los médicos no llegan a un diagnóstico definitivo y él se va apagando lentamente_ simuló llorar.
 En realidad, el supuesto impedido, cuando Andra lo ayudaba a tomar el caldo de gallina prescripto por el doctor, haciendo un esfuerzo enorme logró romper la blusa de Andra y enterrar su rostro cadavérico entre sus pechos. En aquella posición los descubrió Aurelia que inmediatamente mandó que le dieran a la negra doscientos latigazos. Andra no lo resistió.
_ ¡Bien merecido! _ estalló el muchacho.
Felipa los escuchaba hablar de su madre como si fuera un objeto y su corazón se rompió en mil pedazos.
"¡Desalmados!". gemía su alma inocente. "Mamita, ya sos libre", se alegró al reflexionar.
_ ¿Qué decide don Idelfonso? _ Aurelia rogó en forma velada.
_ Esta bien, cerremos el trato _  se decidió pensando en su hermana Rosaura, viuda recientemente, y sus dos hijas, Felicitas y Rosario, que pronto vendrían a vivir con ellos. Felipa sería una distracción para las niñas, "un juguete más", consideró satisfecho Idelfonso.
En ese momento entró Alejo empapado. Cuando notó la reunión en la sala quiso desaparecer, hacerse invisible, pero fue tarde, su padre lo atrapó.
_ ¡Alejo! _ gritó furibundo.
"¿Alejo?", y el corazón destrozado de Felipa pegó un brinco de alegría y esperanza.
_ ¡Alejo!, ¿de dónde vienes chorreando agua? _ Alejo temió otro castigo, no le importó. La diversión vivida bien lo valía.
_ Fui a pescar y por accidente me caí al río, padre _ respondió contrito.
Y entonces, por el rabillo del ojo la vio, ¡Felipa!¡Pipa! en su casa, igual de mojada que él. Su padre finalmente la había comprado y él la cuidaría, "Sí señor, nadie te va a lastimar amiga", le prometió a través de una amplia sonrisa.
A la mañana siguiente, cuando doña Aurelia abrió la puerta de su dormitorio que daba al patio, quedó paralizada, un grito atrapado en su garganta. Allí, frente a ella, un corazón envuelto en puntilla traspasado por cinco clavos oxidados en un charco de sangre coagulada.
Finalmente el rito se consumó.