Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 16 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap 5

"Vienen hacia mí tu fragancia,
 tus silencios y tu sonrisa, 
 más hermosa que el amanecer".  Marco Matos

Como todas las mañanas, Bautista desayunó en la cocina. Joaquín y sus primos seguían durmiendo.
La negra Candelaria le daba charla mientras amasaba pan. Bautista no le prestaba atención, sus pensamientos estaban en otro lado.
"¿A quién pertenece esa mirada verde que me persigue? ¡Y ese perfume peculiar, parecido al ámbar!, ¿de dónde proviene?...¿de mis recuerdos?, quizás. ¡Señor!, si pudiera recordar algo más".
_ Bautista, ¿me escuchás? _ Candelaria, negra confianzuda, acostumbraba a tutear sin reparos a todos los que vivían y frecuentaban la casa..
_ Por supuesto, por supuesto...¿que me decías? _ respondió sobresaltado volviendo al presente.
_ Te decía que esta noche me voy pa´lo de mi comadre, la Santina. Como ustedes se van de parranda...
_ De parranda, no, Candelaria. Esta noche se festeja el compromiso de Joaquín y Clarita. Por fin esta relación parece encauzarse. ¿No estás feliz por tu consentido? _ detuvo la taza de café humeante cerca de su boca asombrado de la parquedad de la mujer.
_ Pues claro que me pone contenta la felidá de mi niño. La señorita Clara es una dulzura, pero..._ se interrumpió ocultando el rostro en el delantal gris que protegía su colorida pollera.
_ ¿Llorás? _ Bautista se puso de pie y se acercó a Candelaria tomándola de los hombros _ ¿qué sucede?, ¿cuál es tu preocupación?
_ Es que...es que..¡tengo miedo! _ explotó angustiada.
_ ¿Miedo? _ Bautista estaba perplejo.
_ Miedo de que mi niño ya no me necesite, miedo de perder su cariño. Joaquín es pa´ mí el hijo que nunca pude tener, y si ahora se casa y me echa a un lao yo me muero de pena.
_ Candelaria, no seas tonta, Joaquín nunca te abandonaría, él te adora y sé que Clarita también. _ la consoló.
_ ¿Es verdá?, ¿me lo jurás? _ preguntó hipando y secándose las lágrimas con su pañuelo rojo de lunares azules.
_ Verdad, y te lo juro _ lo dijo al tiempo que hacía una cruz sobre su corazón._ Así me gusta verte, negra linda, siempre sonriendo _ exclamó cuando Candelaria cambió de ánimo.
_ ¿Y vos?, ¿pa´ cuándo? _ le preguntó sorbiéndose los mocos.
_  ¿Para cuándo qué cosa?
_ No te hagás el distraído. Pa´cuando te entreverás con una damita. La Amelia está que se muere por vos.
_ ¿La prima de Jaoquín? Estás equivocada, es encantadora, pero no, no creo que se interese por mí. Yo soy muy aburrido y ella es un cascabel _ confesó con un dejo de nostalgia. En ese momento, nuevamente aquellos ojos verdes regresaron hostigando su memoria herida.
_ ¡Ja!, cuando la Candelaria dice que el bichito del amor pica, ¡pica!. Nunca me equivoco. _ declaró ofendida.

A pocas cuadras de allí, en un suntuoso comedor, desayunaban Mercedes, Lourdes y los niños.
_ Abuelita Mechu, ¡cuántas cosas ricas preparó Tomasa! No sé que comer primero, si estas galletas con manjar blanco o la natilla de cacao _ el niño se rascó la cabeza expresando su indecisión.
_ Estos bocaditos de batata están para chuparse los dedos, Miguelito _ lo animó la hermana.
_ ¡Pequeños golosos!, coman cuánto quieran _ festejó Mercedes.
_ Abuela, que después lloran porque les duele la panza _ rezongó Lourdes _ Por suerte Tina siempre tiene a mano el remedio indicado, que si no...
_ No exageres Lourdes...Niños terminen la leche y a estudiar.
_ Me aburre estudiar _ protestó Alba.
_ Siempre la misma ignorante. No hay nada más lindo que escribir y leer las fábulas de Esopo.
_ ¡Miguelito!, no le digas ignorante a tu hermana, ella es chiquita, ya aprenderá _ lo reprendió Tina que entraba al comedor con una jarra de café.
La niña pícara le sacó la lengua a su hermano tomando revancha y el le pateó los tobillos por debajo de la mesa. Ella comenzó a llorar y Miguelito recibió una nueva reprimenda.
_ Basta ya de peleas y a estudiar. Busquen sus cuadernos y vamos al jardín. Es una mañana espléndida para estar encerrados. ¿Les gusta la idea?
_ Nos encanta _ bailó Alba _ Después de la lección, ¿puedo pintar? Hoy quiero dibujar el naranjo de la abuelita Consuelo.
Al escuchar a la pequeña cientos de recuerdos enturbiaron la mirada de Mercedes. Consuelo, su queridísima hija. Los años pasaron raudos, pero el dolor por la pérdida permanecía intacto en su corazon.
¡Cuánto había sufrido Consuelo! Sola, encerrada en un convento silenciando la vergüenza de un embarazo. Estigmatizada por una sociedad pacata y por un padre autoritario, defensor de estrictas reglas morales, sufrió el abandono de sus seres queridos en el momento más importante de su vida: ser madre.
" Mi estúpido miedo me llevó a cometer un error imperdonable". Miedo a un marido déspota, miedo a los dichos de la gente, ¡miedo!...un sentimiento que juró vencer el día que murió su hija.
_ Abuelita, de pronto se te borró la sonrisa, ¿por qué? _ se alarmó Lourdes.
_ Nada querida, añoranzas, cosa de vieja...
_ ¡Arriba el ánimo doña Mercedes! Hoy me tiene que ayudar a elegir el vestido que me pondré en la fiesta de compromiso de Clarita.
_ Me imagino que no irás de negro _ la miró fijamente, tratando de descifrar los pensamientos de su nieta.
_ Con tal de verla contenta soy capaz de vestir de rojo.
_ ¿Lo harías? _ se ilusionó. Lourdes era demasiado joven para estar atrapada en sedas negras.
_ La verdad, no me animo. Usaré el violeta, ¿le agrada mi elección?
_ El violeta es un comienzo para desterrar el negro de una vez por todas. Eso sí, lucirás perlas blancas y mis aros de zafiros.
Finiquitada la discusión y tomadas del brazo, cruzaron el patio hasta el dormitorio de Lourdes. Allí estuvieron seleccionando zapatos, mantillas, cintas para el cabello y abanicos. Se entretuvieron tanto que no se dieron cuenta del paso de las horas.
_ ¡Amitas!, el almuerzo está servido _ les gritó Lola golpeando la puerta._ Por Diosito santo, ¡que zafarrancho, niña Lourdes! _ se perturbó al entrar y ver el desorden. Tules, puntillas, encajes y medias de seda, tiradas por todas partes.
Luego de la siesta, Lourdes se dio un baño en la tina de cobre que la diligente Lola llenó con agua caliente y perfumó con esencia de ámbar, la fragancia preferida de la joven.
Con paciencia, la negra peinó el cabello largo y ensortijado. Decidió dejárselo suelto, sujetándo los costados con dos peinetas de plata.
_ Lola, a mi edad debo llevar el cabello recogido en un rodete _ reflexionó mirándose al espejo.
_ No diga pavadas niña. Así le queda divino.
_ ¡Impertinente!_ sin embargo, Lourdes rió complacida.
Cuando la vieron aparecer en la sala, Mercedes, Tina y los niños quedaron boquiabiertos. Bella, bellísima; una fragancia a jazmines con una nota de ámbar precedía su elegante caminar; el cabello dorado derramado sobre su espalda constituía el marco perfecto para el vestido violeta de amplio escote.
Era tiempo de cerrar una puerta y abrir otra a la esperanza. Olvidar, nunca. Rafael estaría plasmado por siempre en su corazón, pero era hora de secar las lágrimas y arrancar sonrisas al alma.
_ ¡Mamita!, pareces un hada _ Alba acarició el vestido con veneración.
_ Gracias tesoro. Y vos Miguelito,¿qué pensás?
_ Estás horrible
_ Mira que sos malo. No le hagas caso mamita, ¡estás hermosa! _ la defendió Alba.
_ Miguelito, ¿por qué estás enojado? Voy un momento al compromiso de Clarita, prometo regresar para darles el beso de buenas noches.
_ ¿En serio no vas a tardar? _ se ilusionó.
_ Es una promesa, mi caballerito celoso _ lo abrazó con ternura. Alba corrió a sumarse al abrazo.
Cuando llegaron a la casa de la familia Mendez, la fiesta estaba en su apogeo. Sobre una tarima improvisada estaban los novios. Cerca de ellos estaban don Julio Mendez y su esposa, doña Azucena, y la tía patética de Joaquín, Laura Insúa.
_ Llegamos justo para la entrega del anillo de compromiso, abuela _ le susurró al oído Lourdes.
La voz potente de don Julio resonó en todo el salón.
_ Brindemos por mi adorada hija y su futuro marido. ¡Que el Cielo los colme de bendiciones!
Un aplauso caluroso nació de los amigos reunidos por tan grato acontecimiento.
Joaquín y Clarita, arrobados, luchaban por frenar el dulce impulso de besarse frente a los invitados.
Las notas de un vals, invitó a las parejas a deslizarse románticamente por el salón tenuemente iluminado por cientos de velas.
Los novios abrieron el baile.
Lourdes observaba embelesada el movimiento de los cuerpos al son de la música.
Le llamó la atención la manera en que una mujer, una belleza de cabellos oscuros, acercaba descaradamente los pechos a su compañero. El parecía disfrutar. El...lo miró detenidamente.
"¡No, no puede ser!", se conmocionó.
Lentamente, temblando, se acercó a la pareja. Se plantó delante de ellos impidiéndoles seguir bailando. La mujer y el hombre se sorprendieron ante la extraña actitud.
_ ¡Rafael! ¡Rafa! _ gritó arrojándose en sus brazos.
La música cesó y un silencio profundó se adueñó del lugar. Todas las miradas centradas en ellos.
Bautista, con delicadeza, la separó de él.
_ Rafael, mi amor, ¡estás vivo! _ intentó abrazarlo nuevamente pero él se lo impidió.
_ Perdón señora, mi nombre es Bautista Roldán y lamento decirle que no la conozco.
Una densa oscuridad se apoderó de Lourdes y ya nada tuvo sentido.





jueves, 15 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap. 3

"Allí, en el centro de ese silencio, encontraba no la eternidad, sino la muerte del tiempo, una soledad tan profunda que la palabra misma perdía todo sentido".  Toni Morrison

 Buenos Aires, Noviembre de 1809

Alejo regresó a su casa rumiando su encuentro con la misteriosa niña. ¿Una niña blanca, hija de una esclava negra? "Extraño, muy extraño", pensó mientras apuraba el paso, llegaría tarde al almuerzo y su padre volvería a regañarlo. "¡Cuánto te odio padre!", con rabia pateó una piedra que encontró en el camino.
Abelarda, la esclava que lo cuidó desde su nacimiento, lo esperaba en la puerta principal.
_ Amito Alejo, su padre está furioso. ¿Dónde estaba metido?_ le dijo con el ceño fruncido.
_ Fui a tomar un poco de aire. En la iglesia me ahogaba...mucho incienso _ y con picardía le guiñó un ojo.
_ Usted me va a sacar canas verdes, amito. Corra, corra, que todos están en la mesa esperándolo _ lo empujó con delicadeza.
Alejo entró silbando, sabía que eso enfurecía a sus padre.
_ ¡Patán!, al fin apareces _ rugió Ildefonso _ ¡Y deja de silbar como un miserable vendedor ambulante!.
Alejo, contrito y ocultando una sonrisa de satisfacción por encolerizar a su padre, tomó asiento junto a su hermano Rubén y fente al Obispo Lué.
_  Su Excelencia, le reitero mis disculpas por el retraso y por esta lamentable interrupción. ¡Este hijo mío es un incordio, un verdadero dolor de cabeza! _ se lamentó Idelfonso mirando de reojo al niño.
_ Tranquilo don Idelfonso. Y a usted, caballerito. lo espero mañana por la tarde en la iglesia para confesarse. Su conducta no me complace en absoluto _ lo sermoneó el obispo.
"Y a mi no me complace confesarme y menos con usted, viejo enclenque", caviló Alejo.
_ Allí estaré Su Excelencia. Le prometo ser puntual _ respondió con respeto, sin embargo, pensó:
"Vas a esperar sentado porque no voy a ir, cuervo pollerudo".
_ Zanjado este problemita y retomando el hilo de nuestra conversación, subrayo mi beneplácito por la decisión del virrey Cisneros de ajusticiar a los insurrectos. Es pecado mortal rebelarse contra el gobierno, ¡habráse visto semejante actitud! _ se escandalizó el clérigo.
_ Aplaudo también la prohibición de fijar pasquines en las calles y plazas con leyendas que incentiven los ánimos contra el gobierno. Los revoltosos no dan tregua y es necesario ponerles un freno _ agregó Idelfonso
_ Así es. Precisamente ayer estuve de visita en la casa del Virrey y lo felicité por sus disposiciones. Prohibir los juegos de azar en los cafés y pulperías, antros del demonio, es un logro que agrada a Nuestro Señor.
Mientras los adultos discutían sobre política y se deleitaban con un exquisito locro, Alejo se extravió en pernsamientos que lo llevaban hacia una niña de ojos azules. "Debo descubrir donde vive", se propuso.
Al finalizar el almuerzo y antes de refugiarse en su dormitorio, pasó a saludar a Darío. Su padre le tenía prohibido sentarse a la mesa con ellos, la enfermedad de Darío lo alteraba. Por lo tanto, el niño vivía confinado en su habitación. Sólo Alejo y Abelarda le hacían compañía.
Lo encontró leyendo Las fábulas de Iriarte.
_ No sabés de lo que te salvaste. El obispo Lué es insoportablemente aburrido _ exclamó tirándose en la cama junto a su hermano que lo observaba sonriendo.
_ Sin embargo, me hubiera gustado participar del almuerzo. Esta soledad es horrible...extraño tanto a mamá. Ella nunca me dejaba solo, en cambio papá...
_ Papá es un monstruo, es una mierda, es un hij...
_ No sigas Alejo, es nuestro padre y le debemos respeto...¡a pesar de ser un hijo de puta!
Los hermanos estallaron en caracajadas. Alejo era feliz cuando veía reír a su hermano y eran pocas las veces que lo hacía.
_ Yo también extraño a mamá. Estamos muy solos sin ella, ¿verdad?
_ ¿Te cuento un secreto? _ Darío dejó el libro sobre una mesita y miró fijamente a Alejo _ La última vez que hablé con mamá me dijo que siempre confiara en vos y que ella velaría por nosotros tres desde el cielo.
_ ¿Por el maldito de Rubén también? _ se ofuscó.
_ Por Rubén también. Mamá nos quería a los tres por igual _ Darío era un hombrecito justo, que su padre y su hermano mayor lo marginaran no era motivo para que los odiara. Todo lo contrario, soñaba con el día en que lo abrazaran con cariño.
Al día siguiente, Alejo, se levantó al amanecer. Con sigilo se escurrió hasta la cocina.
Abelarda se sorprendió al verlo.
_ Amo Alejo, ¿qué hace dispierto tan temprano?
_ ¿Dónde está Lautaro, Abe?
_ ¿Y se puede saber pa´qué lo quiere? _ se interesó presintiendo una nueva travesura.
_ Necesito que me ayude.
_ ¿Pa´qué? _ insistió Abelarda.
_ Cosa mía, no te interesa y dame una taza de ese chocolate que hierve en el fogón _ le ordenó evitando la mirada escudriñadora de la negra.
En ese momento apareció bostezando un indio mapuche de unos trece años. Más alto que Alejo, desgarbado, el cabello negro y lustroso, largo hasta los hombros. Lautaro era huérfano, Idelfonso lo encontró mendigando por las calles porteñas y le ofreció trabajar cuidando los caballos destinados a los carruajes.
_ ¡Lautaro! _ se alegró Alejo.
_ ¿Te caistes de la cama? _ se extrañó
_ Me tenés que ayudar, tu don de rastreador nos será muy útil _ afirmó masticando un pastelito de membrillo.
_ ¿Rastriar?, ¿qué trama amito? _ Abelarda se santiguó temiendo lo peor. Alejo siempre se metía en problemas que terminaban en una buena zurra. Su padre era inflexible.
_ Abe, no te metas y dejanos planificar en paz...¡y ojito con ir con el chisme a papá! _ la amenazó apuntándola con el dedo sucio de dulce.
_ Mejor vamos pa´ los galpones Alejo _ aconsejó Lautaro.
_ Tenés razón amigo, vamos, pero antes ...¡Abe!, dame una jarra de chocolate y esa fuente de pastelitos.
Y así, bien apertrechados, buscaron la segura soledad de los galpones.
_ Bueno Alejo, contame a quién tenemos que encontrar _ se interesó el indio _ ¡Qué rico está este chocolate!_ se relamió gustoso.
_ A una niña
_ ¿Una niña? _ Lautaro, sorprendido, se atragantó con un trozo de pastelito _ ¿Y desde cuándo te importan las niñas?.
_ No seas mamerto, ¡las niñas me importan un comino!
_ ¿Lo qué?
_ ¡Un comino! Eso dice el atildado de mi hermano mayor cuando algo no le interesa _ le aclaró muy ufano _ En fin, la cosa es que debo encontrarla porque me da curiosidad. Es blanca y su madre es negra, ¿no te parece raro? _ dijo abriendo desmesuradamente sus ojos verdes.
_ No, a lo mejor la madre se acostó con un blanco.
_ ¡Humm!, claro, ¡eso es! _ gritó regocijado por haber resuelto el enigma.
Para Alejo y Lautaro el sexo no era tabú. Solían reunirse al atardecer en las afueras de la ciudad, en una tapera en ruinas y escondida entre unos matorrales para conversar sobre el tema. En realidad Lautaro explicaba y Alejo escuchaba. Lautaro dormía en las caballerizas y todas las noches presenciaba atónito citas clandestinas de amantes apasionados o violaciones del patrón Idelfonso a sus esclavas, a las que sometía sin piedad. Por supuesto que esto último nunca se lo mencionó a su amigo. Allí también, Alejo enseñaba a leer y escribir a Lautaro a escondidas de su padre.
_ Y ahora que lo pienso, creo que conozco a esa niña.
_ ¡Desembuchá, Lautaro!, ¡desembuchá! _ se emocionó Alejo.
_ Se llama Felipa y vive con su abuela en El Candombe.
_ Pero...¿y su madre? El otro día estaba con ella vendiendo mazamorra.
_ Su madre en´tuavía vive en la casa de don Alfredo Torres, ¿te acordás de él?
_ Claro, fue socio de mi padre hasta que enfermó y quedó en la ruina. Nunca me gustó ese hombre, siempre que cenaba con nosotros miraba embobado a mi mamá.
_ Me contó la Abelarda...
_ ¿Abe? Esa negra chismosa está enterada de todo lo que pasa en Buenos Aires _ se rió Alejo.
_ Me contó la Abelarda entre mate y mate y alguna que otra torta frita, que Andra, así se llama la madre de la Felipa, sigue en lo de Torres porque Doña Ursula Torres la manda a vender tuitos los días mazamorra para que la familia pueda comer. Ella y la cocinera, son las únicas esclavas que tienen los miserables porque a todos los demás los echaron como si jueran perros por no poder mantenerlos. Todos están en El Candombe viviendo en la miseria.
_ ¡Vamos! _ Alejo se levantó de un salto derramando el poco chocolate que quedaba en la jarra.
_ ¿A dónde? _ preguntó Lautaro metiéndose entero en la boca el último pastelito.
_ Al barrio El Candombe _ y cuando Alejo tomaba una decisión, nadie lo hacía retroceder.






lunes, 12 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap. 4

"Soy un alma desnuda en estos versos
 Alma desnuda que angustiada y sola
 va dejando sus pétalos dispersos".   Alfonsina Storni 


Buenos Aires, marzo de 1855
Era una soleada tarde de otoño. Los niños dormían la siesta luego de un suculento almuerzo en el que disfrutaron de su postre favorito: ambrosía. La negra Tomasa siempre los consentía y su abuela Tina, los adoraba. En ese momento, estaba junto a ellos velando sus sueños.
Lourdes se miró coqueta en el espejo de su amplio dormitorio. Un escalofrío la hizo temblar. "Está refrescando", pensó mientras tomaba del ropero un mantón de lana oscura. Vanidosa, volvió al reflejarse en el espejo.
"¿Pero qué hago?, ¿para qué me arreglo tanto?", se avergonzó. Su Rafael ya no estaba.
_ ¡Lourdes, querida!, ¿estás lista?. El cochero nos aguarda _ la llamó Mercedes desde el patio.
_ ¡Ya voy abuelita!_ a pesar de sus pensamientos sombríos volvió a mirarse en el espejo. Se arregló por quinta vez el cabello dorado, tan rebelde como de costumbre. Una vez satisfecha, corrió al patio.
_ ¡Por fin, Lourdes! _ Mercedes la inspeccionó de arriba a abajo _ ¡Pero querida, toda de negro! ¡Basta de luto! ¿Por qué no te ponés el vestido de seda violeta? Y por favor, cambia esas perlas negras por unas blancas.
_ No abuela, así estoy bien.
_ ¡Qué testaruda, Lourdes!, ¡qué testaruda! _ refunfuñó Mercedes.
_ A alguien habré salido, ¿no? _ y con un beso a su abuela zanjó la discusión._ ¡Tina!, regresamos dentro de dos horas.
Tina, la madre de Rafael, llegó agitada desde el dormitorio de los niños. Se apuró para despedirse. Era una mujer relativamente joven, pero las penurias de la vida, sobre todo la muerte de su hijo, la envejecieron prematuramente. El rostro macilento, delgada, el cabello cano y una mirada azul preñada de melancolía, así era Tina, así la había maltratado el destino.
_ Siento no poder acompañarlas, pero prefiero quedarme con los niños. Un beso a doña Laura.
Lourdes y Mercedes iban de visita a la casa de la viuda del General Insúa, otro de los héroes que coartaron  la dictadura de Rosas.
_ Deciles a Alba y a Miguelito que a mi vuelta les cuento la historia que les prometí, siempre y cuando no te hagan renegar _ se rió.
_ Esos chiquillos son dos angelitos _ los defendió la abuela Tina.
_ A los que a veces le crecen cuernitos..._  agregó sonriendo Mercedes.
El traquetear del coche por las calles empedradas puso de mal humor a Mercedes.
_ Mis pobres huesos...¿falta mucho?_ dijo asomándose por la ventanilla.
_ Poco, dos cuadras más por San José y llegamos _ la alentó la nieta.
En la puerta de una magnífica casona, las esperaba un negro vestido con elegancia.
_ Buenas tardes tengan las señoras _ solícito las ayudó a descender del carruaje _ Doña Laura las está esperando.
_ Gracias Justino. ¿Cómo anda tu patrona? _ quiso saber Mercedes.
_ Hoy se la ve contenta...será por ustedes que vienen de visita _ razonó el sirviente _ Adelante, doña Mercedes, doña Lourdes.
Laura Insúa las esperaba en la sala, una habitación espaciosa y muy iluminada. Un penetrante y agradable aroma a cera de abeja envolvía el lugar. Un hermoso ramo de magnolias situado en el centro de una enorme mesa de cedro llamó la atención de Lourdes.
_ ¡Laurita!. ¡qué alegría!, ¿y esas magnolias?, ¡son un milagro!...¿cómo es que florecieron tan temprano? _ se sorprendió.
_ No sé, sólo florecieron _ respondió con desgano la anfitriona.
_ Se te ve bien querida.
_ Las apariencias engañan Mercedes. _ respondió agobiada _ Son muchos los malestares que me aquejan ultimamente.
Con movimientos teatrales, las invitó a sentarse en unos mullidos sillones de terciopelo bermellón que combinaban con los pesados cortinados que enmarcaban las amplias ventanas que daban al jardín.
_ Justino, el mate, por favor _ pidió con voz aflautada.
Con una rapidez increíble, Justino dispuso todo para servir con eficacia a las visitas.
_ ¿Gustan las señoras unos buñuelos de manzana recién hechitos?
Las mujeres aceptaron encantadas.
Entre mate y mate, Laura las atormentaba con sus desdichas.
_ Estoy tan sola...Esta casa parece un mausoleo. Todavía no me acostumbro a la muerte de Ramiro. Eramos muy unidos. _ se lamentó.
_ Te comprendo Laurita, a mí me pasa lo mismo _ Rafael estuvo bajo las órdenes de Ramiro en la batalla de Caseros.
_ No es lo mismo Lourdes. Ramiro y yo estuvimos casados por más de treinta años, ¡toda una vida!
_ ¡Que tiene que ver los años de casados con el dolor de la pérdida! Con Rafa se me fue la mitad del alma _ explotó Lourdes.
_ Claro, claro, querida, sin embargo, vos tenes a tus hijos, a tu abuela, a tu tío Lorenzo; en cambio yo vivo en la desesperanza, en la soledad...
"Por algo será", pensó Lourdes harta de tanto gimoteo.
_ Muy ricos tus mates Justino. Laura, ¿ya pasaron los del censo? Por nuestra casa pasaron muy temprano por la mañana _ Mercedes intentó virar la conversación cansada también del lloriqueo de la mujer.
_ Por acá pasaron un rato antes de que ustedes llegaran. Un verdadero engorro, ¡cuántas preguntas!, me dejaron exhausta.
Mercedes se refería al primer censo de la provincia de Buenos Aires como estado autónomo, fuera de la Confederación Argentina y teniendo pleno control sobre la Aduana y el Puerto.
Lourdes devolvió con una sonrisa forzada el mate a Justino, y con la mirada le suplicó a Mercedes que se despidiera de Laura.
_ Bueno Laurita, nos retiramos _ dijo la abuela comprendiendo el mensaje de la muchacha.
_ ¡Tan pronto!, ¡que pena!. Justamente esta tarde vendrá mi sobrino Joaquín con su amigo Bautista, un joven encantador. Me hubiese gustado presentártelo Lourdes, creo que congeniarían.
_ Será en otra oportunidad Laura. No me gusta dejar solos a los niños durante mucho tiempo.
_ ¿Tina no está con ellos?
_ Tina sufre un resfriado y está con fiebre, la pobre _ mintió descaradamente.
_ Entonces no las entretengo más. ¡Vayan, vayan!. Justino, acompañalas al carruaje. No las beso porque temo contagiarme, estoy muy débil y por lo tanto, propensa a pescarme cualquier peste. Gracias por la visita queridas. Adiós.
_ Saluda a Joaquín de nuestra parte _ agregó Mercedes hastiada de la quejosa Laura Insúa.
En el viaje de regreso se prometieron no repetir la visita por un tiempo prolongado...muy, prolongado.
Al llegar, Miguel y Alba las estaban esperando ansiosos.
_ ¡Mamita!, ¡abuelita Mechu!_ se colgaron del cuello de su madre llenándola de besos _ Nos portamos requete bien, ¿no es cierto abuela Tina?.
Tina lo confirmó con una amplia sonrisa.
_ Así que ahora...¡el cuento, mamita!_ chillaron.
Los niños, espectantes, se sentaron en un confortable sillón reclinados sobre su madre. Lourdes comenzó el relato, y su voz  tersa y melodiosa, los hipnotizó.
_ Hace mucho tiempo los hombres vivían tranquilos y felices en un valle fértil. Nada les faltaba; la tierra era rica y les brindaba todo lo que necesitaban. Sobre esa tierra no se conocía la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los dioses de la montaña protegían a todos los hombres y a todas las mujeres.
_ ¿Y a los niños pequeños., mamita? _ se preocupó Alba.
_ También, tesoro...Los dioses les prohibieron sólo una cosa: nadie debía subir a la cima de la montaña donde ardía el Fuego Sagrado. Por mucho tiempo, los hombres no quebrantaron esa ley. Pero el diablo, espíritu maligno que vive en la oscuridad, no soportó la felicidad de los hombres.
_ Me da miedo el diablo, mamita _ lloró Alba.
_ ¡No interrumpas más, Alba! _ la retó Miguelito.
_ Si te da miedo, termino la historia.
_ ¡No mamita! _ le rogó el niño _ Alba, no tengas miedo, yo siempre te voy a defender de los malos.
_ ¿De en serio? _ se maravilló la pequeña.
_  Por supuesto, y se dice "en serio" _ la corrigió con cariño.
_ ¿Continúo entonces? _ preguntó enternecida por el amor que se profesaban los hermanitos.
_ ¡Siii! _ la ensordecieron
_ El diablo se las ingenió para dividir a los hombres sembrando peleas. Y un buen día les pidió probar su valentía: deberían buscar el Fuego Sagrado.
_ Pero lo tenían prohibido _ se ofuscó Miguelito.
_ Precisamente, el diablo quería que los hombres desobedecieran a los dioses y cuando comenzaron a escalar la montaña fueron sorprendidos por cientos de pumas que salieron de sus cuevas para comérselos. Los hombres gritaron pidiendo ayuda al diablo, pero fue en vano.
Alba, asustada, se abrazó con fuerza a la abuela Mercedes mientras se lamentaba por el destino de los desobedientes.
_ Esta niña es insoportable _ estalló malhumorado el niño _ Que se la lleven a dormir, por favor.
_ ¡Que malo sos Miguelito! Yo también quiero saber como termina el cuento _ se defendió.
_ ¡Basta de pelearse! _ se enojó Lourdes.
_ Por favor, mamita, ¿que pasó con los hombres? _ insistió Miguelito.
_ Pasó que Inti, el dios Sol, se puso a llorar y sus lágrimas fueron tan abundantes que en cuarenta días se inundó el valle. Sólo se salvaron un hombre y una mujer sobre una barca de junco. Cuando el sol brilló de nuevo, se hallaron en un lago de aguas azules, en el que flotaban los pumas convertidos en estatuas de piedra. Los dioses no abandonaron al hombre como lo hizo el diablo, al contrario, le dieron una segunda oportunidad de ser feliz.
_ Nunca me lleves a ese lago mamita. Le tengo mucho miedo a los pumas _ volvió a llorar Alba.
_ ¡Que tonta! Todos los pumas están muertos. Los mató el dios Sol, ¿verdad mamita?_ exclamó Miguelito.
_ Verdad. Y ahora un abrazo y a dormir mis angelitos.
Cuando los niños abandonaron la sala de la mano de Tina, Lourdes se abrazó a Mercedes.
_ ¡Ay abuela!, ¿tendré yo una segunda oportunidad de ser feliz?