Novelas en capítulos y cuentos cortos

jueves, 15 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap. 3

"Allí, en el centro de ese silencio, encontraba no la eternidad, sino la muerte del tiempo, una soledad tan profunda que la palabra misma perdía todo sentido".  Toni Morrison

 Buenos Aires, Noviembre de 1809

Alejo regresó a su casa rumiando su encuentro con la misteriosa niña. ¿Una niña blanca, hija de una esclava negra? "Extraño, muy extraño", pensó mientras apuraba el paso, llegaría tarde al almuerzo y su padre volvería a regañarlo. "¡Cuánto te odio padre!", con rabia pateó una piedra que encontró en el camino.
Abelarda, la esclava que lo cuidó desde su nacimiento, lo esperaba en la puerta principal.
_ Amito Alejo, su padre está furioso. ¿Dónde estaba metido?_ le dijo con el ceño fruncido.
_ Fui a tomar un poco de aire. En la iglesia me ahogaba...mucho incienso _ y con picardía le guiñó un ojo.
_ Usted me va a sacar canas verdes, amito. Corra, corra, que todos están en la mesa esperándolo _ lo empujó con delicadeza.
Alejo entró silbando, sabía que eso enfurecía a sus padre.
_ ¡Patán!, al fin apareces _ rugió Ildefonso _ ¡Y deja de silbar como un miserable vendedor ambulante!.
Alejo, contrito y ocultando una sonrisa de satisfacción por encolerizar a su padre, tomó asiento junto a su hermano Rubén y fente al Obispo Lué.
_  Su Excelencia, le reitero mis disculpas por el retraso y por esta lamentable interrupción. ¡Este hijo mío es un incordio, un verdadero dolor de cabeza! _ se lamentó Idelfonso mirando de reojo al niño.
_ Tranquilo don Idelfonso. Y a usted, caballerito. lo espero mañana por la tarde en la iglesia para confesarse. Su conducta no me complace en absoluto _ lo sermoneó el obispo.
"Y a mi no me complace confesarme y menos con usted, viejo enclenque", caviló Alejo.
_ Allí estaré Su Excelencia. Le prometo ser puntual _ respondió con respeto, sin embargo, pensó:
"Vas a esperar sentado porque no voy a ir, cuervo pollerudo".
_ Zanjado este problemita y retomando el hilo de nuestra conversación, subrayo mi beneplácito por la decisión del virrey Cisneros de ajusticiar a los insurrectos. Es pecado mortal rebelarse contra el gobierno, ¡habráse visto semejante actitud! _ se escandalizó el clérigo.
_ Aplaudo también la prohibición de fijar pasquines en las calles y plazas con leyendas que incentiven los ánimos contra el gobierno. Los revoltosos no dan tregua y es necesario ponerles un freno _ agregó Idelfonso
_ Así es. Precisamente ayer estuve de visita en la casa del Virrey y lo felicité por sus disposiciones. Prohibir los juegos de azar en los cafés y pulperías, antros del demonio, es un logro que agrada a Nuestro Señor.
Mientras los adultos discutían sobre política y se deleitaban con un exquisito locro, Alejo se extravió en pernsamientos que lo llevaban hacia una niña de ojos azules. "Debo descubrir donde vive", se propuso.
Al finalizar el almuerzo y antes de refugiarse en su dormitorio, pasó a saludar a Darío. Su padre le tenía prohibido sentarse a la mesa con ellos, la enfermedad de Darío lo alteraba. Por lo tanto, el niño vivía confinado en su habitación. Sólo Alejo y Abelarda le hacían compañía.
Lo encontró leyendo Las fábulas de Iriarte.
_ No sabés de lo que te salvaste. El obispo Lué es insoportablemente aburrido _ exclamó tirándose en la cama junto a su hermano que lo observaba sonriendo.
_ Sin embargo, me hubiera gustado participar del almuerzo. Esta soledad es horrible...extraño tanto a mamá. Ella nunca me dejaba solo, en cambio papá...
_ Papá es un monstruo, es una mierda, es un hij...
_ No sigas Alejo, es nuestro padre y le debemos respeto...¡a pesar de ser un hijo de puta!
Los hermanos estallaron en caracajadas. Alejo era feliz cuando veía reír a su hermano y eran pocas las veces que lo hacía.
_ Yo también extraño a mamá. Estamos muy solos sin ella, ¿verdad?
_ ¿Te cuento un secreto? _ Darío dejó el libro sobre una mesita y miró fijamente a Alejo _ La última vez que hablé con mamá me dijo que siempre confiara en vos y que ella velaría por nosotros tres desde el cielo.
_ ¿Por el maldito de Rubén también? _ se ofuscó.
_ Por Rubén también. Mamá nos quería a los tres por igual _ Darío era un hombrecito justo, que su padre y su hermano mayor lo marginaran no era motivo para que los odiara. Todo lo contrario, soñaba con el día en que lo abrazaran con cariño.
Al día siguiente, Alejo, se levantó al amanecer. Con sigilo se escurrió hasta la cocina.
Abelarda se sorprendió al verlo.
_ Amo Alejo, ¿qué hace dispierto tan temprano?
_ ¿Dónde está Lautaro, Abe?
_ ¿Y se puede saber pa´qué lo quiere? _ se interesó presintiendo una nueva travesura.
_ Necesito que me ayude.
_ ¿Pa´qué? _ insistió Abelarda.
_ Cosa mía, no te interesa y dame una taza de ese chocolate que hierve en el fogón _ le ordenó evitando la mirada escudriñadora de la negra.
En ese momento apareció bostezando un indio mapuche de unos trece años. Más alto que Alejo, desgarbado, el cabello negro y lustroso, largo hasta los hombros. Lautaro era huérfano, Idelfonso lo encontró mendigando por las calles porteñas y le ofreció trabajar cuidando los caballos destinados a los carruajes.
_ ¡Lautaro! _ se alegró Alejo.
_ ¿Te caistes de la cama? _ se extrañó
_ Me tenés que ayudar, tu don de rastreador nos será muy útil _ afirmó masticando un pastelito de membrillo.
_ ¿Rastriar?, ¿qué trama amito? _ Abelarda se santiguó temiendo lo peor. Alejo siempre se metía en problemas que terminaban en una buena zurra. Su padre era inflexible.
_ Abe, no te metas y dejanos planificar en paz...¡y ojito con ir con el chisme a papá! _ la amenazó apuntándola con el dedo sucio de dulce.
_ Mejor vamos pa´ los galpones Alejo _ aconsejó Lautaro.
_ Tenés razón amigo, vamos, pero antes ...¡Abe!, dame una jarra de chocolate y esa fuente de pastelitos.
Y así, bien apertrechados, buscaron la segura soledad de los galpones.
_ Bueno Alejo, contame a quién tenemos que encontrar _ se interesó el indio _ ¡Qué rico está este chocolate!_ se relamió gustoso.
_ A una niña
_ ¿Una niña? _ Lautaro, sorprendido, se atragantó con un trozo de pastelito _ ¿Y desde cuándo te importan las niñas?.
_ No seas mamerto, ¡las niñas me importan un comino!
_ ¿Lo qué?
_ ¡Un comino! Eso dice el atildado de mi hermano mayor cuando algo no le interesa _ le aclaró muy ufano _ En fin, la cosa es que debo encontrarla porque me da curiosidad. Es blanca y su madre es negra, ¿no te parece raro? _ dijo abriendo desmesuradamente sus ojos verdes.
_ No, a lo mejor la madre se acostó con un blanco.
_ ¡Humm!, claro, ¡eso es! _ gritó regocijado por haber resuelto el enigma.
Para Alejo y Lautaro el sexo no era tabú. Solían reunirse al atardecer en las afueras de la ciudad, en una tapera en ruinas y escondida entre unos matorrales para conversar sobre el tema. En realidad Lautaro explicaba y Alejo escuchaba. Lautaro dormía en las caballerizas y todas las noches presenciaba atónito citas clandestinas de amantes apasionados o violaciones del patrón Idelfonso a sus esclavas, a las que sometía sin piedad. Por supuesto que esto último nunca se lo mencionó a su amigo. Allí también, Alejo enseñaba a leer y escribir a Lautaro a escondidas de su padre.
_ Y ahora que lo pienso, creo que conozco a esa niña.
_ ¡Desembuchá, Lautaro!, ¡desembuchá! _ se emocionó Alejo.
_ Se llama Felipa y vive con su abuela en El Candombe.
_ Pero...¿y su madre? El otro día estaba con ella vendiendo mazamorra.
_ Su madre en´tuavía vive en la casa de don Alfredo Torres, ¿te acordás de él?
_ Claro, fue socio de mi padre hasta que enfermó y quedó en la ruina. Nunca me gustó ese hombre, siempre que cenaba con nosotros miraba embobado a mi mamá.
_ Me contó la Abelarda...
_ ¿Abe? Esa negra chismosa está enterada de todo lo que pasa en Buenos Aires _ se rió Alejo.
_ Me contó la Abelarda entre mate y mate y alguna que otra torta frita, que Andra, así se llama la madre de la Felipa, sigue en lo de Torres porque Doña Ursula Torres la manda a vender tuitos los días mazamorra para que la familia pueda comer. Ella y la cocinera, son las únicas esclavas que tienen los miserables porque a todos los demás los echaron como si jueran perros por no poder mantenerlos. Todos están en El Candombe viviendo en la miseria.
_ ¡Vamos! _ Alejo se levantó de un salto derramando el poco chocolate que quedaba en la jarra.
_ ¿A dónde? _ preguntó Lautaro metiéndose entero en la boca el último pastelito.
_ Al barrio El Candombe _ y cuando Alejo tomaba una decisión, nadie lo hacía retroceder.






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