HISTORIAS QUE ENCIENDEN EL ALMA

Novelas en capítulos y cuentos cortos

jueves, 4 de agosto de 2022

SUEÑOS OLVIDADOS

 ¿DÓNDE ESTÁS AMOR DE MI VIDA QUE NO TE PUEDO ENCONTRAR?


Caminaba distraída por las calles poco concurridas de una tarde gris. El otoño la deprimía, la melancolía se apoderaba de su alma con tesón, ahogándola en un mar de desesperanza. Nunca entendió la razón de esta sensación de desamparo que se encendía en su espíritu precisamente en esa estación del año. Hasta la caída de las hojas, dejando los árboles desnudos, le provocaba lágrimas. "¡Que tonta!", se repetía desconcertada ante su reacción.
Tan compenetrada estaba en sus pensamientos que no advirtió que cruzaba con el semáforo en rojo. Una frenada estridente la conmocionó. Con rapidez volteó la mirada topándose con el rostro preocupado de un hombre.
"¿Estás bien?", la voz grave y rasposa le produjo un misterioso escalofrío.
Cruzaron las miradas; acerada la de él, sorprendida la de ella. "Debes tener más cuidado, ese auto te podría haber matado", protestó aireado. Ella permaneció en silencio observándolo. "Esa voz...esos ojos grises", un recuerdo escurridizo la atormentó.
Al verla indecisa, el joven se inquietó. "¿Te sientes bien?".
Con una tímida sonrisa ella desestimó su preocupación. Él, aliviado, aceleró el paso perdiéndose entre el gentío. Ella lo vio alejarse sintiendo la terrible necesidad de correr tras él. "¿Qué me pasa?", se extrañó.
Esa noche tuvo un sueño extraño, su memoria le esclareció lo que esa mañana le advirtió su sexto sentido... una experiencia inquietante, una remembranza solapada.
Se vio presenciando un juicio. No era su época. La escena se desarrollaba en un recinto parecido a un cuadro del siglo XVlll. Ella estaba sentada en el primer banco. Lloraba. El hombre que amaba, de pie frente al tribunal eclesiástico. Su aspecto la martirizaba: sucio, la ropa hecha jirones, un ojo morado. Su alma ahogó un grito de desolación. "¡Amor!, ¿ que te han hecho estos miserables?".
Un clérigo obeso de maneras adustas lo interrogaba inflexiblemente:
_ Doctor Morris, varios de sus vecinos afirman que mantiene tratos con el diablo.
_ Una vil mentira _ exclamó indignado.
_ ¿Cómo explica entonces las curaciones milagrosas de pacientes?¿Por qué muchos de los niños que usted asiste no padecieron la peste?_ preguntó intrigante.
_ ¡Ya se lo he dicho, cerdo ignorante! _ explotó.
Uno de los soldados, armado con un garrote, lo tiró al piso de un fuerte golpe en la espalda.
Ella quiso auxiliarlo, sostener la cabeza herida en su regazo, besar sus moretones. Alguien se lo impidió, no supo quien, su rostro era borroso. 
_ No sea impertinente y conteste a mi pregunta. _ insistió con petulancia el sacerdote.
_ Utilicé la vacuna contra la viruela para protegerlos _ respondió poniéndose de pie nuevamente, la fortaleza siempre lo había distinguido.
_ ¡Ajá!, un método nefasto, magia de los adoradores del demonio. Ustedes son testigos de su declaración _ con un movimiento de su brazo abarcó a los asistentes que escuchaban atónitos en la sala.
_ ¿Confiesa entonces, haber empleado métodos diabólicos en esta pobre gente?
_¡Nunca! Sólo hice lo correcto. El arte de curar avanza con el correr de los años y yo no he hecho otra cosa que valerme de esos descubrimientos en favor de la salud.
_ Lo han escuchado de sus labios. Corpus delictis esclarecido.
_ Credo quia absurdum, es absurda su acusación _ contestó empleando el latín, lo que sorprendió al tribunal.
_ Estoy harto de sus insolencias, lo condeno en nombre de la Santa Iglesia Católica a morir en la hoguera esta madrugada por brujería. Están todos invitados a presenciar el espectáculo. La justicia Divina se ha expedido _ condenó triunfal el clérigo.
Su garganta ardía, irritada de frenar el llanto y los lamentos. Ella se abrió paso entre los curiosos y traidores, nadie pudo detenerla esta vez. Pero antes de llegar a él, un soldado armado se interpuso entre ella y su amado.
_ Fuera de aquí si no quieres compartir el fuego purificador _ la amenazó.
Ella se resistió, lo empujó con asco y corrió hacia el condenado. Se abrazaron con vehemencia. Un beso robado grabó en sus labios una promesa de amor eterno.
De repente las imágenes cambian y se ve llorando debajo de un frondoso castaño sobre una tumba. 
Es otoño, una lluvia de hojas doradas cae sobre ella cubriendo el lecho eterno de su amor.
"Te llevo labrado con punta de diamante en las palmas de mis manos, como sello en mi corazón. ¡Jamás te olvidaré! El tiempo nos resarcirá de tanto dolor, de tanta injusticia. Mi alma inquieta siempre te buscará, nunca se dará por vencida hasta que las ánimas benditas nos vuelvan a reunir".
La promesa se pierde con el martilleo insistente del reloj despertador que la arranca con violencia de su ensoñación.
Se despierta feliz, como si hubiese hallado lo que siempre buscó.
Luego de desayunar, hace algunas compras; esa noche es el cumpleaños de su mejor amiga y le había prometido asistir. Odia las reuniones bulliciosas, prefiere las celebraciones íntimas.
Cuando cruza el umbral de la casa, nuevamente siente el cosquilleo que la pasmó el día anterior.
Se sienta apartada de todos en un rincón, perdida en sus recuerdos, recuerdos tan vívidos...
"¿Tomas algo?", la misma voz grave que la electrizó el día anterior. Eleva la mirada y allí está él, el joven del semáforo o acaso el médico que amó con intensidad hacía...¿cuánto?, ¿décadas?, ¿siglos? Siente como esos ojos tormentosos la penetran hasta la hasta la coyuntura de sus huesos.
_ Eres tú _ ella comprende al instante que él no se refiere al incidente del presente, él la reconoce del pasado.
_ Soy yo_ responde con el corazón alborozado.
Él la toma entre sus brazos repitiendo el beso que siglos atrás interrumpió la desventura. Esta vez no es un beso de despedida, es un beso visceral, profundo; nacido de las entrañas de la memoria, chispa atrevida que avivó una hoguera de pasión que el paso del tiempo no pudo extinguir.

LA CORTESANA

 Se ha lavado los pies con agua de loto y repliega su pierna para anudar sus botines. Con dolor piensa en el egoísmo de los hombres. "Nadie permanece conmigo y cuando eso ocurre, es fruto de un corazón mezquino. Juegan conmigo sólo durante un rato..."


Corre el siglo x en la China imperial.
Sentada bajo la sombra de un sauce, a orillas del río Qu, Lili llora su pena.

Menuda, delicada, ojos brillantes como un par de estrellas, piel de porcelana y largos cabellos oscuros. La joven cortesana sueña con un amor prohibido. Un amor que le fue arrebatado con crueldad.
"¡Que tortura mi vida! Encerrada en el gineceo a disposición de mi Señor.
 Desea mi canto, lo divierto con mi voz; desea mi baile, lo complazco con mi ritmo y cadencia; desea mi cuerpo, le permito bucear en él, sumisa y tolerante. Siempre al servicio de sus caprichos...¿y mis sueños?
¿Por qué se me ha negado el derecho a ser feliz?
¡Oh amor mío!, que tiempos aquellos cuando gozaba de tus caricias y me embriagaba con tus besos".
Suspira, un aura de nostalgia la envuelve y gracias a la magia que esconde su alma, nuevamente está en los brazos de su amado.
Alguien la llama. El hechizo se rompe y vuelve a la realidad. Es una de las concubinas, la que más detesta. Es maligna y envidiosa.
Lili apoya en la gramilla húmeda sus pies vendados, sus "pies de loto dorados", y avanza con paso grácil y doloroso.
Las temidas palabras laceran su corazón. "El Emperador te espera en sus aposentos.No olvides el laúd", le ordena socarrona.
Ambas saben que el Amo desea de Lili más que una bonita canción. Desgarrada, suplica clemencia a los dioses, dioses que permanecen sordos a sus ruegos.
El Emperador está prendado de sus pequeños pies, lo seduce su gracioso andar, que se asemeja al balanceo de la flor de loto, mecida por la suave brisa primaveral.
Cierra los ojos y sueña que otra boca besa sus labios de grana; que otras manos recorren ávidas su cuerpo generoso; que otra voz pronuncia tibios susurros de amor a su oído.
Abre los ojos y su sueño se derrumba, se quiebra en mil pedazos.
El rostro que la observa con lujuria, no es el de su amado, de aquel campesino al que alguna vez le entregó sus ilusiones.
Un velo de lágrimas cubre su mirada. "¡Amargo destino que me esclaviza y oprime!"


"Noche profunda. No puedo dormir.
 Me levanto y canto suavemente con mi laúd.
 La luz lunar brilla en las cortinas de gasa.
 Abro mi bata de dormir, y dejo
 Que el fresco aire de la noche bañe mi cuerpo.
 Voy y vengo sin descanso.
 Mi corazón está todo lastimado
 Por los afligidos fantasmas que lo rodean".  ( Yuan Chi )
 

domingo, 7 de julio de 2019

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 26

"Amo el amor que puede ser eterno
 y puede ser fugaz".
Pablo Neruda



Rosaura se llevó una mano al pecho cuando escuchó la detonación. Todos en el salón contuvieron la respiración. ¿Qué había ocurrido?
Abelarda fue la primera en correr hacia la puerta de entrada, la abrió con violencia y un ¡oh! de sorpresa y consternación se dibujó en su boca.
Rubén, erguido, apuntaba a los jinetes que cabalgaban a lo lejos con un rifle Harpers que Ildefonso le había ganado a los dados a un soldado inglés durante las invasiones inglesas de 1807. Un nuevo disparo retumbó en los oídos de los testigos mudos de espanto. A pesar de la distancia que los separaban, Rubén consiguió en esa oportunidad dar en el blanco. Y el blanco fue Rosario.
Rosaura, tiesa como un estaca en medio del salón, escuchó las sonoras carcajadas de Rubén que llegaban desde afuera.
Darío fue en busca de su hermano. ¿Qué había sucedido?
Felicitas se abrazó a su madre temiendo lo peor. No quería escuchar...no quería ver...
_ ¡Hermano!, ¡estás loco!, ¿qué has hecho? _ exclamó Darío sin poder apartar la mirada de los jinetes que se perdían en el horizonte.
_ Hice lo que un buen marido debe hacer: matar a la perra infiel _ y sin más entró en la casa con el rifle colgando de su hombro.
Rosaura se plantó frente a su sobrino. Los ojos chispeantes de ira, las manos hechas un puño a ambos lados de su vestido.
_ ¿Qué has hecho? _ repitió con ira y temor.
Rubén la miró de arriba a abajo destilando desprecio. ¡Mujeres!, todas eran iguales: entrometidas, cargosas, traidoras...
_ Lo que hace mucho tiempo debí hacer: matar a la puta de tu hija _ le escupió y seguidamente se acomodó en uno de los sillones dejando a un costado el rifle _ ¡Abelarda!, sírveme un cognac. ¡Vamos, muévete! _ ordenó.
_ ¿Que dices Rubén? ¿Es eso cierto Darío? _ con los ojos llenos de lágrimas y el pulso acelerado, la mujer desvió la mirada hacia su otro sobrino que, turbado, inclinó la cabeza aseverando.
En el salón se hizo un silencio sepulcral; los presentes, paralizados por la respuesta muda de Darío.
El sonido del golpe seco del cuerpo de Rosaura sobre la alfombra que cubría el piso de piedra sobresaltó a todos sacándolos de la inercia en que estaban sumergidos.
_ ¡Mamá! _ gritó Felicitas y corrió a socorrerla. Darío la imitó. Abelarda seguida por Asunta fueron en busca de las sales y de agua fresca. Sólo Rubén permaneció en su lugar, cómodamente sentado mientras observaba lo que sucedía a su alrededor como un mero espectador disfrutando de una obra teatral.
Cuando Rosaura volvió en sí gracias a la diligencia de su hija y de las sirvientas, Darío la ayudó a incorporarse. Se acomodó en un sillón lejos de Rubén.
_ ¡Asesino! ¡Eres un maldito asesino! _ la voz de Rosaura era suave pero dura y afilada.
_ Rosaura, yo no la vi caer de la montura, quizá solamente esté herida _ conjeturó Darío transmitiendo una leve esperanza.
_ Sí, mamá, probablemente es eso lo que sucedió _ la consoló Felicitas dándose bríos a ella misma, necesitaba aferrarse a esa posibilidad.
_ Lamento decepcionarlas, pero soy un excelente tirador. Nunca erro _ se jactó Rubén disfrutando del pánico que se dibujó en el rostro de las mujeres.
_ ¡Maldito hijo de puta! _ Rosaura explotó abalanzándose sobre su sobrino dispuesta a matarlo. Con rapidez había tomado el cuchillo que se encontraba junto a una torta de naranja que instantes atrás había dejado Asunta sobre la mesa del comedor.
Darío, adivinando la intención de su tía, la sujetó con fuerza.
_ ¡Suéltame Darío! Este mal nacido no merece vivir _ gritó tratando de deshacerse de los brazos que la sujetaban como dos grilletes. Se debatió unos minutos hasta que se dio por vencida y estalló en llanto sobre el hombro de Darío. Rubén los miró con desprecio.
_ Aquí la única víctima soy yo. Yo soy el cornudo, yo seré el hazme reír de todos cuando se enteren que mi mujer huyó con un indio piojoso. ¡No podía permitir semejante afrenta! _ dijo con sequedad y se retiró a su habitación llevando consigo la botella de cognac.


Alejo, Felipa, Rosario y Lautaro emprendieron a todo galope el camino hacia la libertad. Estaban emocionados y exultantes. Por fin sus sueños se harían realidad. Sueños que en un segundo estallaron en mil pedazos. Primero el sonido de un disparo y luego una exclamación ahogada por la sorpresa. Rosario galopaba detrás de Lautaro, Felipa y Alejo iban delante de ellos. Otro disparo y el grito de Lautaro al ver a Rosario inconsciente sobre la grupa de la yegua moteada. Una mancha de sangre que crecía con rapidez en el costado derecho de la blusa de encaje blanco le detuvo la respiración.
_ ¡Rori!, ¡carajo! _ a lo lejos vio la figura difusa de Rubén apuntando con una escopeta _ ¡Hijo de puta!
Lautaro detuvo la yegua de Rosario y desmontó de un salto. La bajó con cuidado.
_ Rori, mi amor _ repetía angustiado.
Felipa y Alejo también desmontaron y corrieron hacia ellos.
_ ¡Tu hermano la mató! _ lloró Lautaro abrazando a la joven.
_ ¡Respira!, Lauti, ¡respira! _ el descubrimiento de Felipa lo hizo callar.
_ ¡Es verdad!... Rori, te vas a poner bien, te lo juro _ una chispa de esperanza se encendió en el ánimo del indio.
_ Vamos, no perdamos tiempo, debemos alejarnos lo más que podamos antes de asistir a Rosario. Aquí corremos peligro _ Alejo alzó a su prima, Lautaro la tomó en sus brazos una vez montado en el alazán negro. Los cuatro reanudaron la huida a todo galope. Lautaro presionaba la herida con la chalina de Felipa.
_ Soychu, dios creador, dale vida, la necesito pa´seguir viviendo _ rezaba Lautaro.
Cuando creyeron que se habían alejado lo suficiente, se refugiaron en un bosque de chañares. Y allí bajo el amparo de arbustos como el piquillín y la tramontana, Felipa se dispuso a curar la herida.
Lautaro depositó con sumo cuidado a Rosario sobre un quillango y Felipa le abrió la blusa. La joven apenas se quejó, parecía dormir aunque el blanco cerúleo de sus mejillas preocupaba a todos.
_ Ha perdido mucha sangre _ atinó a decir Pipa.
_ ¡Puta madre! _ soltó con furia y miedo Lautaro _ Si la Rosario se muere te juro Alejo que despellejo vivo a tu hermano y en dispué´lo empalo en medio del desierto.
_ Y yo te ayudo, pero ahora lo primordial es salvar a mi prima. ¿Qué necesitás Pipa? _ Alejo se arrodilló junto a su mujer y le besó las manos _ Confiamos en vos, mi amor, vos podes sanarla.
_ Primero debo lavar la herida, por suerte la bala entró y salió por debajo de las costillas. Dame el vino Alejo _ el muchacho se apresuró a alcanzarle una cantimplora hecha con una especie de calabaza. Felipa la descorchó y derramó el líquido sobre la herida. Rosario se inquietó brevemente para luego sumergirse en la inconsciencia.
_ ¡Alejo!, la alforja, por favor _ volvió a pedir con urgencia. De ella extrajo varios paños de lino blanco, hilo y aguja. Derramó vino sobre la aguja y comenzó a cerrar la herida, por delante y luego , por detrás. Rosario apenas se quejaba.
_ ¡Ya está! _ Felipa tenía la frente perlada de transpiración. La tensión la mantenía en vilo sin embargo, parecía serena ante Lautaro y Alejo que la observaban expectantes. Una vez finalizada la operación, Felipa comenzó a untar la herida con un emplasto a base de miel, camomila y ajo triturado. _ Lauti ayudame a incorporarla, con cuidado, con mucho cuidado...así...muy bien.
Lautaro sostenía a Rosario mientras Felipa la vendaba. La venda corría presurosa rodeando el torso de la joven. Finalizada la curación, Lautaro la recostó nuevamente sobre el quillango y apoyando la cabeza sobre su regazo.
_ Vas a estar bien mi amor...pronto...prontito _ le susurraba al oído apartándole el cabello de la frente.
Felipa calentó una infusión de "cola de caballo" en una pequeña fogata que Alejo se apresuró a hacer y se la dio a beber a Rosario.
_ Sorbo a sorbo, pequeña _ Lautaro miraba hipnotizado como Felipa con paciencia introducía con una cuchara la infusión en la boca de Rosario _ Bebe querida, la "cola de caballo" es buena para detener las hemorragias _ le decía con dulzura. _ Ahora hay dejarla descansar, recemos para Dios la ampare.
Alejo ayudó a Felipa a incorporarse y la abrazó. Ella temblaba.
_ Todo saldrá bien, no tengas miedo _ la consoló Alejo.
Dormitaron bajo el amparo de los chañares, todos menos Lautaro que con los ojos abiertos como un búho estaba atento al menor ruido. Rosario pasó la noche tranquila y sin fiebre. Al amanecer despertó con una sonrisa. El indio respiró aliviado y le besó los labios.
_ ¿Cómo te sentís?
_ Como si me hubiera atropellado una tropilla de potros salvajes _ quiso reír pero una puntada en la herida se lo impidió _ ¡Uy, duele! _ se quejó frunciendo el ceño.
_ ¡Pipa!, la Rosario se dispertó y está dolorida _ exclamó desviando la vista hacia un montículo de ponchos cercano a una fogata ya extinguida. Felipa y Alejo dormían abrazados.
_ No la llames Lauti, dejala descansar. Apenas me duele, además quiero estar un rato a solas con vos. ¿qué me pasó?
_ El desgraciado del Rubén te disparó _ respondió, los ojos encendidos de rabia.
_ ¿Te asustaste? _ preguntó acariciándole la mejilla.
_ ¡Casi me muero del susto! Si hasta creo que el corazón me dejó de latir.
_ ¡Exagerado!
_ ¡Qué va!, es verdá. Sin vos nada tiene sentido pa´mí _ le declaró emocionado.
_ Te quiero Lautaro y perdón.
_ ¿Qué tengo que perdonarte?
_ Todo el tiempo que te ignoré por miedo a amarte. Sé que te hice sufrir. Perdón, mi amor _ las lágrimas enturbiaron el azul de los ojos de Rosario.
_ Eso fue hace mucho y ya no tiene importancia. Lo importante ahora es que estás conmigo.
_ Fui una cobarde.
_ ¿Cobarde? Si casi te mata ese malparido por hacerle frente...por elegirme.
_ Pero... _ Lautaro no la dejó continuar. Un beso apasionado la calló.
Felipa se acercó a ellos feliz de encontrar a su amiga mejor. Esperó en silencio a que los enamorados notaran su presencia.
_ Rori, ¿cómo te sentis? _ al mismo tiempo que preguntaba constató, apoyando su mano en la frente de la joven, que no tenía fiebre. Eso la alivió, no había infección.
_ Bien, Pipa, muy bien _ respondió con una sonrisa. _ ¿Tengo que tomar ese té? Es horrible _ se quejó cuando Felipa le alcanzó una taza con la infusión de "cola de caballo".
Felipa sin hacer caso a los pucheros de Rosario la obligó, con ternura al principio y con severidad después, a que se lo bebiera sin chistar. Luego le cambió el vendaje bajo la atenta mirada de Lautaro.
Alejo apareció con un mate y se lo ofreció al indio.
_ Debemos continuar. Sé que sería bueno para Rosario que permaneciéramos un día más en este paraje, pero es muy peligroso. Si conozco a mi hermano, estoy seguro que vendrá en tu busca prima y con toda la intención de matarte, Lauti _ Alejo los enfrentó a la realidad.
_ Alejo, Yocanto está a más de una semana de viaje y Rori está muy débil... _ Felipa se guardó para sí las consecuencias fatales de semejante viaje. La herida podría abrirse y Rosario no debía perder más sangre.
_ Lo sé, lo sé, pero no tenemos alternativa, la vida de todos pende de un hilo, ¿lo comprenden? _ Alejo se sentía terrible, pero alguien debía tomar la determinación de marcharse.
_ Quizás podríamos... _ comenzó a decir Lautaro.
_ Podríamos, ¿qué? _ lo frenó de mala manera Alejo _ No hay opciones, debemos continuar hasta Yacasto, allí estaremos a salvo _ expresó con fastidio.
_ No te calentés, amigo y escuchá _ el indio trató de apaciguarlo. Felipa y Rosario los miraban alarmadas. Cuando Alejo se enojaba era un ciclón que arrasaba con aquello que se le interponía.
_ Hablá, entonces _ dijo aireado. Felipa se paró junto a él y lo tomó del brazo. Debía calmarlo.
_ A un día de camino hay un campamento raculche. Mis primos viven ahí _ dijo Lautaro sopesando la reacción de Alejo.
_ ¿Y con eso? ¿Pensás que escapamos de las garras del puma para meternos en la boca del lobo? ¡Estás completamente loco! Levantemos campamento, nos vamos para Yocanto, ¡ya! _ explotó, de un tirón apartó la mano de Felipa que sostenía su brazo y comenzó a enrollar las mantas con furia.
_ Nosotros nos vamos pa´la toldería. Ustedes hagan lo que quieran _ escuchó decir al indio con decisión. Alejo, dándole la espalda, continuó haciendo lo suyo.
Felipa quiso aquietar las aguas aunque empeoró la situación. Alejo le clavó la mirada destellando rabia y eso la asustó, nunca lo había visto así. "¿Acaso no comprenden que es por el bien de todos marcharnos a Yocasto?", pensó con ira.
_ Yo me voy con ellos, no pienso dejar a Rori en ese estado, me necesita _ declaró con firmeza Felipa.
Alejo en dos zancadas llegó hasta ella y la zamarreó con fuerza.
_ ¿Qué decís? Vos te venis conmigo _ Alejo estaba fuera de control, el miedo a perderla lo descolocó. Lautaro se interpuso  y Alejo le dio una trompada en la quijada que lo volteó. Rosario chilló sorprendida por la reacción violenta de su primo y haciendo un gran esfuerzo intentó llegar hasta Lautaro que cayó cerca de ella.
_ ¡Alejo!, de esta manera no vas a hacerme cambiar de idea. Te comportás como un bruto _ le gritó Felipa sin amilanarse.
_ ¡Por favor Alejo, basta! _ le suplicó su prima. Lautaro, por amor a Rosario, no le devolvió la trompada. Además sabía que su amigo actuaba de esa forma porque se sentía responsable de ellos, de que algo grave les sucediera...porque tenía miedo de perder a Felipa. Entonces decidió actuar de otra manera.
_ Alejo, amigo _ dijo con tono conciliador _ te aseguro que en la toldería vamos a estar siguros. Mis parientes nos protegerán, Rubén no tiene las agallas para enfrentarlos.
Alejo estaba devastado. ¿Cómo fue capaz de comportarse como un imbécil con la mujer que adoraba? "No quiero perderte Pipa, no quiero", se repetía al borde de las lágrimas. Felipa, acurrucada contra Rosario, lloraba.
Lautaro, con las manos apoyadas en los hombros de Alejo , esperaba su respuesta.
_ Tenes razón Lauti. Tu opción es lo mejor para el bienestar Rosario _ dijo con sumisión, con calma.
_ Para Rosario y para todos _ al escuchar a Lautaro Alejó afirmó inclinando la cabeza.
_ Felipa, Alejo te necesita _ le susurró Rosario.
Felipa asintió. Se levantó lentamente y caminó hacia Alejo que estaba recostado contra el tronco rugoso de un chañar. Ella vio dolor y arrepentimiento en los ojos de él, esos ojos que la perseguían día y noche protegiéndola...declarándole amor sin tregua...y entonces, lo perdonó sin necesidad de palabras, sin necesidad de juramentos.
_ Nunca más _ dijo él.
_ Te creo _ dijo ella y no se equivocó.




miércoles, 5 de diciembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 25

"Al contrario presente aunque atrevido,
 bien puede un hombre hacer resistencia,
 mas no cuando a traición otro lo enviste".
 Lope de Vega



Lautaro estaba cargando las provisiones en una de las mulas cuando, de lejos, lo vio llegar.
"¿Pero este pedazo de mierda no volvía recién mañana?", y sus pensamientos volaron hasta Rosario.
"Que el hijo de puta no se de cuenta de nuestro plan sino...¡ay! Rori, ¡tengo que protegerte".
Decidido corrió hacia la casa, nada le importaba sólo la seguridad de Rosario.
Rosario también vio llegar a Rubén. Estaba asomada a la ventana de su dormitorio que daba al camino real y el corazón se le detuvo.
"¡Dios mío, no!", se aterrorizó. Inmediatamente escondió debajo de la cama el bolso que estaba preparando con sus pertenencias. Rubén no debía sospechar. Se sentó frente al espejo. Tomó un peine de plata de uno de los cajones del tocador y comenzó a pasarlo por el cabello. Era necesario que se tranquilizara. Los segundos de espera se hicieron eternos. Ella, con la respiración acelerada, esperaba impaciente la irrupción del marido en la habitación. Pero eso no sucedía, ¿por qué?.
"Quizás este con su padre dándole cuenta de su viaje", supuso. Dejó el peine sobre el tocador, abrió la puerta y caminó tratando de hacer el menor ruido posible hasta el primer escalón. Se apoyó en la baranda de la escalera aguzando el oído para escuchar alguna conversación. Nada. Silencio. Regresó al dormitorio y con los nervios alterados continuó con la amarga espera.
De repente, unos gritos provenientes del salón le hicieron pegar un brinco. "¡Virgen santa!, ¿qué sucede?", Rosario bajó con premura las escaleras.
Rosaura y Lautaro pusieron pie en el salón al mismo tiempo. Se miraron, ella intimidada; él, desolado. Rubén no advirtió la comunicación visual entre ellos. Corría como loco de un lado al otro del salón.
_ ¡Lo ha matado! ¡Lo ha matado! ¡Alejo a matado a mi padre! _ vociferaba desquiciado.
_ ¿Qué dices? ¡Eso es imposible! _ Rosario, saliendo del enajenamiento, se concentró en lo que decía su marido.
_ Eso no es verdá _ atinó a objetar Lautaro.
_ ¿Qué? _ Rubén giró sobre sí mismo y clavo sus ojos fieros en el indio _ ¿Qué has dicho?
_ El Alejo no es un asesino _ lo enfrentó con firmeza.
_ ¡Cómo te atreves a poner en duda lo que digo, salvaje de mierda! ¡Desaparece de mi vista!
Lautaro, hecho una fiera, se abalanzó sobre Rubén dispuesto a molerlo a golpes. La presión que lo embargaba estaba a punto de explotar, era un verdadero caldero en ebullición.
Antes de que se trenzaran en una pelea en la que el indio tenía todas las de perder, el castigo que recibiría por sublevarse a la autoridad blanca le costaría la vida, Rosario se interpuso entre ambos.
Lautaro, a su pesar, se detuvo. Rubén, en cambio, apartándola de un empujón, le lanzó un puñetazo  en la boca del estómago. El indio se recuperó en un segundo, los golpes no le hacían mella, tan acostumbrado estaba a ellos desde muy temprena edad. Inmediatamente le respondió con un cabezazo que impactó en la nariz. Rubén comenzó a sangrar y eso lo enfureció más. Ya fuera de control, lo tomó del cuello intentando estrangularlo. Los dos cayeron al piso derribando una mesa pequeña ubicada cerca de los sillones. Los objetos que descansaban sobre ella volaron hacia todos lados, entre ellos un candelabro de porcelana. Rubén, rojo como la grana, chillaba sobre Lautaro
_ ¡Muere hijo de puta! ¡Muere!
Lautaro estiró el brazo hasta alcanzar el candelabro que había aterrizado cerca suyo y con el último resto de fuerza que le quedaba lo estrelló en la cabeza de su oponente. El impacto no alcanzó para desmayarlo pero sí para que se viera libre de Rubén que cayó a un costado. Lautaro se levantó de un salto y comenzó a patearlo. Rubén sólo atinó a encogerse como un feto para defenderse del ataque.
Entonces Rosario corrió hacia Lautaro para detenerlo. Abelarda y Asunta, observaban la escena atónitas.
_ ¡Basta Lauti, basta!, lo vas a matar _ gimió desesperada abrazándolo por detrás.
Lautaro la miró obnubilado como despertando de una pesadilla, los ojos inyectados de sangre.
_ Y que importa si lo mato, se lo merece por todo lo que te hizo sufrir _ dijo mientras continuaba castigando a Rubén.
En ese momento llegó Alejo en busca de Felipa. La vio en lo alto de la escalera junto a su tía. Estaba pálida y temblorosa. Rosaura la contenía. Ellas, al igual que las esclavas, eran mudos testigos de la pelea que ocurría en el salón.
_ ¿Qué sucede aquí? ¡Lautaro, detente!_ dirigiéndose a su amigo lo sostuvo de los brazos instándolo a frenar la golpiza.
_ Este malnacido dice que matastes a tu padre _ y remató la aseveración escupiendo sobre el rostro de Rubén.
_ ¡¿Qué?! ¿Mi padre está muerto? ¡Rubén!¿Por qué me acusas? ¡Vamos!, ¡levántate y responde, carajo! _ Alejo pateó también a su hermano y este se incorporó con lentitud masajeándose la cabeza. Un hilo de sangre se deslizaba por la mejilla derecha.
_ ¡Tú lo mataste! _ le respondió desafiándolo. Poco a poco, Rubén iba recuperando la estabilidad. _ Y este andrajoso fue tu secuaz _ agregó con rencor señalando a Lautaro. Al observar que Rosario lo abrazaba, le dio un rodillazo en las pelotas. Lautaro aulló de dolor.
_ Eso es por cojerte a mi mujer. Acaso supusieron que no me había dado cuenta. ¡Puta! Eres una puta Rosario _ y para sorpresa de todos la abofeteó.
Rosaura corrió escaleras abajo y lo abofeteó a su vez, con asco y rencor.
_ Es la última vez que pones tu inmunda mano sobre mi hija _ tronó enfurecida.
Lautaro, ya repuesto, se abalanzó nuevamente sobre Rubén pero Alejo se le adelantó.
_ Eres un mentiroso y un cobarde _ vociferó lanzándole un golpe a las costillas. Rubén gimió y sin amedrentarse devolvió el golpe a su hermano.
Un disparo inmovilizó a todos. Felicitas en la puerta de entrada los observaba con un arma en la mano. Darío, que se había quedado conversando en la caballeriza con uno de los esclavos, corrió asustado hacia la casa. Cuando entró al salón se encontró con su mujer, tiesa como un adoquín, sosteniendo una Derringer, una pistola de bolsillo que había adquirido hacía poco de contrabando. Sin dudas, las relaciones sociales de Felicitas eran fuera de lo común para una mujer de su época.
_ Querida, ¿qué..._ la pregunta quedó suspendida en el aire cuando Darío presenció la escena que se desarrollaba frente a él: Rosario llorando en los brazos de su madre; Lautaro y Rubén manchados de sangre; Alejo, con la ropa desordenada hecho un demonio, Felipa sentada en el último escalón con el rostro escondido entre sus manos; Abelarda y Asunta observando todo con ojos de pescado.
_ No sé, al entrar me encuentro con estos tres locos matándose _ dijo sin perturbarse Felicitas. Ella siempre se mantenía fría en las situaciones límites, según su creencia era la mejor manera de afrontarlas y remediarlas.
 _ ¡Este loco, como tú dices, me acusa de matar a nuestro padre! _ explotó Alejo.
_  ¿El tío Ildefonso está muerto? _ Felicitas, anonadada, se desplomó en el sillón más cercano.
_ ¡¿Qué dices Alejo?! Nuestro padre, ¿muerto?, pero...¿cómo? _ Darío estaba tan perplejo como todos por la noticia _ ¿Dónde está?
_ En la biblioteca, donde luego de una discusión ¡Alejo lo asesinó! _ insistió Rubén encarando a su hermano. Alejo intentó asestarle un golpe en el rostro pero Darío lo impidió.
_ ¡Basta de pelea! _ se impuso Darío para sorpresa de todos. Rosaura lo secundó.
_ Darío tiene razón _ Rosaura entró entonces en la biblioteca seguida por los demás. Todos rodearon el sillón donde se encontraba el cadáver de Ildefonso. La única que lloró fue Rosaura.
_ ¿Por qué lo mataste Alejo? _ insistió Rubén fingiendo dolor.
_ A ver si me entiendes, ¡yo no lo maté! _ se exaltó Alejo _ Tía, créeme, tuve una conversación con mi padre, dura al principio, pero luego, no sé, algo sucedió y él me demostró su afecto, me dio su bendición para que me fuera con Felipa, hasta me pidió perdón. ¡Don Ildefonso Gómez Castañón me pidió perdón! Te juro tía, yo no lo maté _ dijo mirándola a los ojos y ella le creyó.
Felipa tomó la mano de Alejo y él sintió que recobraba fuerzas. Con Pipa a su lado era capaz de hacer frente a esa ridícula acusación.
_ Hay que avisar al Jefe de Policía _ determinó con acritud Rubén _ No dilatemos más esta situación. ¡Que el asesino pague! _ escupió con rencor fijando la vista en Alejo.
_ Eso es, ¡llámalo! Veremos quien es el verdadero asesino _  desafió Alejo a su hermano.
Rubén salió de la habitación como un rayo maldiciendo en voz baja. Rosario contuvo la respiración hasta que escuchó el portazo que anunció la salida de su marido. Fue en ese instante cuando se volvió y abrazó a Lautaro.
_ Y ahora, ¿qué haremos? _ le preguntó con el alma hecha trizas.
_ Irnos, mi amor, escapar de esta maldita casa _ Lautaro apretó contra su pecho a Rosario y la besó en la coronilla.
_ Y nosotros haremos lo mismo _ Alejo pasó su brazo por la cintura de Felipa acercándola con fuerza a él. Nunca más los separarían _ Perdón tía por dejarte en esta situación pero no voy a cargar con una muerte de la que soy inocente.
_ Por mi madre no te preocupes primo, vete con Felipa y sean felices., Dios sabe cuanto se lo merecen. Y tú Lautaro, cuida de mi hermana _ Felicitas abrazó a Felipa y a Rosario entre lágrimas sabiendo lo urgente que era que escaparan.
_ Huye Alejo, yo me encargo del Jefe de Policía y de Rubén. En la muerte de nuestro padre hay mucho que desentrañar y algo me dice que nuestro hermano tiene mucho que ver. Bueno, no hay tiempo que perder, váyanse ya _ los urgió Darío.
Rosario se despidió de su madre.
_ Mamá, ojalá algún día pueda ser lo mitad de valiente que tú _ declaró alhajada en lágrimas.
_ Mi niña bonita, tú eres valiente. Vete y sé feliz. Te prometo que pronto volveremos a reunirnos _ Rosaura luego de besar a su hija se volvió hacia Felipa que la observaba expectante y con la mirada humedecida.
_ Doña Rosaura, ¡me duele tanto abandonarla! _ Felipa abrazó a la mujer y rompió en llanto. Alejo frunció el ceño, temía que Felipa cambiara de parecer. "¡No permitiré que te quedes. Jamás!", pensó irritado.
_ No digas tonterías querida. Es hora de que pienses primero en ti, es hora de que vivas tu amor junto al hombre que te ama desde la infancia. Es hora de que disfrutes de tu libertad como lo hubiese querido tu madre y tu padre...
_ Mi padre...mi madre murió esperándolo. ¡Él se olvidó de nosotras! _ gimió con una mezcla de tristeza y rencor. Alejo, aliviado por las palabras de su tía, se acercó a Felipa y la ciñó con ternura.
_ Yo conocí a tu padre _ dijo ante el estupor de todos.
_ ¿U...usted lo co...conoció? _ tartamudeó pasmada.
_ Así es y no te lo dije antes porque recién esta mañana lo supe por un comentario de Rosario. Ella me dijo que tu padre se llamaba Phillip Alvey. Era un hombre de palabra, Felipa, un buen hombre, te lo aseguro. Algo tremendo debió haberle pasado para que no pudiera regresar a ustedes, sin embargo tengo en mi poder algo que le perteneció y que ahora es tuyo _ afirmó con una sonrisa.
_ ¿Algo que le perteneció a mi padre?  _ repitió perpleja.
_ La casa que los va a cobijar de ahora en más. Tu padre amaba esa casona escondida entre las sierras cordobesas. Allí se dirigirán los cuatro, allí se esconderán hasta que se aclare la muerte de Ildefonso. ¿Estás de acuerdo Alejo? _ expresó poniendo su atención en su sobrino. Temía que por orgullo él se negara.
_ ¿A ti te parece bien, Pipa? _ ella aseveró con una leve inclinación de cabeza, estaba muy emocionada para responder _ Entonces, estoy de acuerdo tía.
_ Muy bien, todo arreglado. Ya le he dado a Lautaro todas las indicaciones para llegar al lugar. Busquen los caballos y huyan antes de que regrese Rubén con la policía.
_ Doña Rosaura, cuéntele a mi abuela lo que acaba de decirme y entréguele esta carta donde me despido de ella. Y por favor, leasela, ella no sabe leer _ le aclaró con un nudo en la garganta, separarse de su abuela le ocasionaba un dolor sordo en el alma.
_ Así lo haré, y no te preocupes, yo velaré por ella _ le prometió y Felipa asintió agradecida.
_ ¡Buena suerte, queridos! _ intervino Felicitas _ Cuando nazca mi hijo iremos a visitarlos _ dijo acariciando su incipiente vientre.
Todos se confundieron en abrazos y buenos augurios. Antes de dejar la biblioteca, Alejo besó en la frente a su padre que con los ojos vacíos de vida bendecía su decisión.
Abelarda los esperaba en la puerta con una canasta repleta de provisiones.
_ Amito, cuidá de la Felipa. Ella ya sujrió mucho, hacela feliz, pué. Y vo´ Lautaro, mejor que te comportés con la niña Rosario sino me vas a conocer enojada y no te va a gustar ni un poquito, ¿entendistes indio deslenguado? _ todos rieron y para sorpresa de Abelarda, Alejo la besó en la frente.
_ Gracias Abe, te quiero mucho _ le dijo haciendo llorar a la negra.
_ Yo voy con ustedes _ Asunta apareció con un atado de ropa debajo del brazo _ Por más que no quieran yo voy igual. Por nada me separo de la Felipa _ y sin esperar una respuesta montó en una de las mulas que esperaban junto a los caballos.
Rosaura, Darío, Felicitas y Abelarda agitaron sus manos saludando a los fugitivos que se lanzaron al galope por las calles empedradas. Cuando los perdieron de vista, entraron a la casa. Fue entonces cuando el estruendo de un disparo detuvo sus corazones.



domingo, 2 de diciembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 24

"Navegaba impulsado por la brisa,
 sobre ocultos caminos de fortuna...
 ¡Era el cielo cristal, canto y sonrisa!".
Ramón María del Valle Inclán

Lautaro y Rosario entraron por separado a la casa. El sol del mediodía comenzaba a caldear.
Ildefonso no debía verlos juntos, sospecharía.
Lautaro entró por la cocina.
_ ¡Por fin aparecés! _ Abelarda lo atajó en la puerta _ Tu porción de locro está más fría que
beso e´suegra.
_ Igual no tengo hambre _ dijo lacónico.
_ ¿Cóoomooo? ¿Qué bicho te pico? ¿Estás enfermo, pué? _ se asombró la negra. El apetito del indio ya era leyenda. Una noche, en la festividad de la virgen Morena, se devoró medio novillo asado a la cruz para asombro de los negros que lo acompañaban. Por supuesto, todo regado con un buen tinto.
_ No, no. Me tengo que ir Abe, doña Rosaura me mandó llamar _ y con el apuro casi se la lleva por delante.
_ ¡Epa, m´hijo! _ dijo haciéndose a un lado _ Casi me tirás, indio retobao _ se quejó.
_ Perdón, perdón _ le gritó mientras se alejaba.
_ ¿Y pa´que te llamó la doña? _ le gritó ella a su vez. La curiosidad era su talón de Aquiles. Lautaro no le respondió, no la escuchaba, ya estaba corriendo por el zaguán que lo llevaba a la sala.
Respiró con alivio al encontrar el salón desierto. Subió las escaleras con rapidez y sin aminorar el paso alcanzó el dormitorio de doña Rosaura. Golpeó la puerta con suavidad, la mano le sudaba. "¿Qué me irá a decir?", mascullaba con miedo y ansiedad.
_ Lautaro, pasa por favor _ el tono cordial en la voz de Rosaura lo alentó a no pensar en lo peor, separarlo de Rosario.
La mujer estaba sentada cómodamente en un sillón de terciopelo rojo. Vestía elegantemente. A su lado, Rosario permanecía expectante. Ella también era ajena a los planes de su madre.
_ Siéntate Lautaro _ dijo señalando una silla con el mismo tapizado del sillón.
El indio se sentó con timidez. Nunca había estado allí, le estaba vedado acceder al primer piso de la casa. Al observar la riqueza que lo rodeaba sintió vergüenza. ¿Qué podría ofrecer él a Rosario? Si ella era una princesa y él, un indio harapiento. Era una locura escapar con Rori, sin embargo era lo que más deseaba en la vida.
_ Lautaro, esta misma noche debes llevarte de aquí a Rosario...lo más lejos posible _ lo apremió.
El joven no podía creer lo que escuchaba. "Sin duda estoy soñando", se dijo.
_ Rubén está en el saladero y yo me ocuparé de distraer a mi hermano. Luego de la cena, deberán huir. Tengo una casa en Córdoba, al pie del cerro Champaquí en Yacanto. Es un pueblito perdido entre las sierras. Ildefonso y Rubén no saben que poseo esa propiedad. Antes de irnos a Francia mi marido se la compró a un lord inglés que fue socio de Alfredo Torres, el miserable que asedió por años a Andra, la madre de Felipa. Si mal no recuerdo el lord se llamaba Phillip Alvey. Lo conocimos en una tertulia. Una persona muy agradable.
_ ¿Phillip Alvey? _ saltó impresionada Rosario.
_ Sí, Phillip Alvey, ¿por qué lo preguntas? _ Rosaura interrogó perpleja a su hija.
_ Porque ese es el nombre del padre de Pipa. Siendo niñas ella nos contó la historia de amor que hubo entre sus padres. El se marchó a su país prometiéndole a Andra que regresaría por ella. Ella se enteró que estaba encinta tiempo después de su partida. La pobrecita se murió esperándolo _ Rosario estaba anonadada por el descubrimiento al igual que Rosaura y Lautaro.
_ Esa casa la mandó construir mister Phillips. Cierta vez, mi marido y yo, viajamos con él a Córdoba y al pasar por Yocanto quedó cautivado por el paisaje y el clima. Parece que el buen señor sufría de los bronquios y el aire puro de las sierras beneficiaba su salud. Hoy como ayer, el pueblito está formado por unas pocas chozas de adobe y los lugareños son gente sencilla y hospitalaria sin ser entrometidos. Allí estarán seguros. Y en cuanto a lo que me acabas de decir sobre Felipa...yo hablaré con ella, debe saber esto que acabo de contarles _ determinó Rosaura.
_ Doña Rosaura tengo que ser sincero con usté. Quiero a su hija, la quiero desde que éramos niños. Ya sé que soy un pobre indio que no tiene donde caerse muerto pero le prometo que me voy a deslomar trabajando pa´que a la Rori no le falte nada, se lo juro _ Lautaro se sentía en la obligación de confesarse ante esa señora valiente y gentil que jamás lo despreció.
_ Ya lo sé Lautaro, siempre lo supe. Lo descubrí en como mirabas a mi hija, en el tono de tu voz al hablarle. No soy tonta, yo también amé y fui amada. Estoy segura que la cuidarás...
_ Con mi propia vida _ la interrumpió con ímpetu.
_ Por eso te la confío, Lautaro. Y no te preocupes, no les faltará nada. Toma _ Rosaura le entregó un cofre lleno de reales que sacó de un cajón de la cómoda _ Este dinero es una ayuda para que se instalen en Yocanto y pongan en funcionamiento la finca. La tierra es fértil, podrán cultivarla y criar ganado si lo desean.
_ Mamita, gracias, ¡gracias! _ Rosario abrazó a su madre sin poder contener las lágrimas. Su madre comprendía y aceptaba el amor que la unía a Lautaro. Era inmensamente feliz.
_ Doña Rosaura, esto es demasiado yo no..._ Lautaro, cohibido por la generosidad de la mujer, intentó rechazar el regalo.
_ Tú aceptarás mi ayuda y no se hable más. Has trabajado desde pequeño para esta familia sufriendo injusticias y humillaciones. Ildefonso te ha tratado como un burro de carga. Muchas veces me opuse a ello, pero mi opinión siempre cayó en el vacío. Así que acepta este pago como resarcimiento por todos los años de abusos que has debido padecer _ Rosaura se levantó del sillón y se acercó a Lautaro, le tomó las manos y lo besó en la mejilla.
_ Gra-gra-gracias doña Rosaura _ tartamudeó emocionado, jamás lo habían tratado con tanto cariño.
_ Bueno, bueno y ahora, a prepararse. Lautaro, ve a la despensa y recoje víveres para el viaje, que no te vea Abelarda. Es mejor que por ahora permanezca ajena a nuestros planes, confío en ella pero suele tener la lengua floja y entonces...
_ No se preocupe doña Rosaura voy a tener cuidado de que no me vea. Aprovecho que siguro está en el último patio colgando la ropa y busco las provisiones y las escuendo en la caballeriza. Doña Rosaura... _ Lautaro no podía callar, debía decírselo.
_ ¿Qué pasa Lautaro? Basta de escrúpulos y acepta mi ayuda _ se impacientó.
_ No, no es eso. Lo que pasa es que el Alejo y la Felipa se van a escapar con nosotros _ lo dijo de un tirón, no creía estar traicionando a su amigo, no con esta señora dispuesta a enfrentarse a la cólera del patrón por ellos.
_ Mejor aún. Dile a Alejo que necesito verlo, ¡ya! _ lo apremió, no había tiempo que perder.
Lautaro, sin poder controlar el impulso, besó en los labios a Rosario, un beso ligero como el aleteo de una mariposa pero que encerraba el fuego de una fragua.
Rosario se sonrojó al alzar la vista hacia su madre. Rosaura sonrió y Lautaro, con el corazón rebozante, se despidió con un leve gesto de cabeza.
Un poco más tarde Alejo hizo su aparición en el dormitorio de Rosaura. Se lo veía furioso aunque aparentaba serenidad. Rosaura dejó a un lado el libro que leía, "Meditaciones poéticas" de Alphonse de Lamartine, y clavó la vista en él. Él la miro desafiándola. Ella sonrió.
_ Alejo, ¡qué alegría volver a verte! _ Rosaura se acercó a él y lo besó en ambas mejillas _ Ven, siéntate junto a mí _ dijo señalando una banqueta ubicada cerca de la ventana que daba al jardín.
_ Tía, veo que ya te has recuperado. Me alegro _ Rosaura notó sinceridad en su sobrino a pesar de su parquedad y eso la complació.
_ Gracias al cuidado de mis hijas y de Felipa. Doña Filomena también tuvo mucho que ver en mi recuperación. Le estoy muy agradecida. Y a ti, ¿como te ha ido? _ se interesó.
_ Fue duro, toda batalla es dura...la muerte siempre te acompaña, pero por suerte aquí estoy, sano y salvo _ dijo con dureza, Alejo se mantenía a la defensiva. "Si la tía me pide que no huya con Pipa la mando a la mierda. Estoy cansado de reprimendas y consejos", pensó contrariado.
_ Me imagino querido, pero una nueva etapa se abre para ti. Lautaro me ha dicho que piensas fugarte con Felipa, ¿es así? _ Alejo se levantó con ligereza y caminó hacia la puerta y luego volvió a sentarse.
_ Tía, nada podrá hacerme desistir. Estoy decidido...estamos decididos, nos vamos. Siento mucho que tú la necesites, pero ella es mía _ la mirada acerada del muchacho la conmovió, una mirada desafiante que transmitía valor. Nadie se opondría a su amor por Felipa, él no lo permitiría. Ella era sangre de su sangre.
_ Más errado no puedes estar, querido. Quiero que escapes con Felipa esta misma noche. Tú, ella, Rosario y Lautaro; los cuatro. Aquí corren peligro.
Alejo, impresionado por las palabras de su tía, quedó absorto.
_ Te has quedado mudo. ¿Que piensas? _ lo animó a responder.
_ Tía, nunca imaginé que me pedirías semejante cosa. Pensé que debería enfrentarme a ti como lo hago con mi padre para realizar mis planes. Y tú...tú me concedes lo que más anhelo: vivir mi amor con Felipa libre de toda maledicencia. Hoy mi padre me echó de casa por no aceptar las reglas que siempre me impone. No quiero ser como él, un ladrón, un estafador, un hipócrita _ a pesar de las fuertes acusaciones que hacía contra su padre, estas estaban teñidas de tristeza.
_ Mi querido, tú no te pareces a tu padre. La nobleza de tu madre es lo que te distingue dentro de esta familia. Bueno, aunque de tu padre has heredado la terquedad _ Rosario sonrió acariciándole la mejilla hirsuta, la barba de tres días acentuaba su atractivo.
_ ¿Te ha comentado Lautaro  la conversación que mantuve con él y Rori? _ continuó Rosaura.
_ No, sólo me dijo que querías verme. Eso sí, se lo veía muy feliz. Ahora entiendo por qué _ sonrió relajado, la tensión había desaparecido.
_ Alejo, hace bastante que conozco el vínculo que existe entre Lautaro y Rosario. Debo confesar que al principio me resistí a ello, ¿mi hija con un indio?, ¡imposible! Pero después de su matrimonio con Rubén me di cuenta de lo errada que estaba. Rubén es el salvaje no Lautaro. Ese muchacho la trata con tanta delicadeza que me conmueve. Estoy segura que él la protegerá de cualquier peligro y el peor de ellos es precisamente Rubén. Por eso les pedí que huyeran a Córdoba aprovechando que tu hermano está visitando los saladeros. Allí poseo una finca en un pueblito perdido entre las sierras. Tú y Felipa huyan con ellos _ Rosaura quebró en llanto, quería mantenerse calma y fuerte, pero la angustia pudo más.
_ Lo haremos, tía, lo haremos _ dijo abrazándola _ Y ¿tú?, ¿estarás bien?
_ Por supuesto querido. Felicitas y Darío están a mi lado. Además tengo a Abelarda _ ambos rieron, la negra era entrometida y curiosa, pero siempre estaba pendiente del menor deseo de su ama _ ¿Sabias que Felicitas está en estado de buena esperanza? _ agregó sonriendo y secándose las lágrimas.
_ ¡No!¡Que gran noticia! Todavía no he visto a Darío. Antes de irme lo felicitaré. Estoy muy feliz por él, ha pasado por momentos muy duros: su enfermedad, las humillaciones de Rubén, el desamor de papá. Desde la muerte de mamá vivió aislado, sumergido en la tristeza. Sólo Abelarda y yo éramos capaces de romper el cerco de soledad que se impuso. Claro, hasta que apareció Felicitas y el sol volvió a brillar en la vida de mi hermano. Felicitas fue y es su salvación _ exclamó emocionado y Rosaura asintió.
_ Darío es lo mejor que le pasó a mi Felicitas, la hace inmensamente feliz. Ellos están en San Ignacio. Fueron a agradecerle a Dios por esta bendición. Tu padre cuando lo supo se quedó pasmado, luego abrazó a Darío...creo que es la primera vez desde que nos instalamos en esta casa que lo veo hacer semejante demostración de afecto y luego descorchó una botella de su mejor vino y brindamos _ Alejo escuchaba estupefacto, su padre nunca abrazó a Darío, es más, apenas se le acercaba.
_ Fue un momento feliz, uno de los pocos que hemos vivido en estos meses. Todos lo disfrutamos salvo Rubén que al escuchar la noticia abandonó el salón como una flecha, una flecha envenenada, te diré _ concluyó Rosaura con seriedad _ Rosario lo vio ir y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aunque ella trató de disimular su amargura, todos nos dimos cuenta. Rubén no ama a mi hija, la maltrata, por eso debe huir. Y Felipa también, ella ya no puede permanecer más en esta casa _ afirmó con rotundez.
Alejo quedó petrificado, ¿a qué se refería su tía?, ¿qué había sucedido mientras él estaba en batalla?
_ Tía, ¿qué me intentas decir? _ preguntó temeroso de la respuesta.
_ Como te dije antes, Felipa corre peligro aquí, debes llevártela. No te diré más.
_ ¡Ah, no, tía! No me dejarás con ese entripado. Dime a que te refieres. ¿Por qué Pipa está en peligro? Es mi padre, ¿verdad? ¿Qué le ha hecho? _ hecho un león comenzó a caminar por toda la habitación.
_ No es hora de revancha, Alejo. Es hora de marcharse sin mirar hacia atrás, ¿de acuerdo? _ intentó disuadirlo sabiendo que sería muy dificultoso. Alejo era vengativo.
_ No, tía, no estoy de acuerdo. ¿Qué le hizo mi padre a Pipa? _ repitió con agresividad. Rosaura que lo estaba siguiendo de cerca retrocedió asustada por la reacción de su sobrino.
_ Perdona tía, no quise asustarte pero estoy como loco. Necesito saber que le hizo mi padre a la mujer que amo _ dijo devastado apaciguada la furia anterior.
_ No me explico que sucede con Ildefonso. Mi hermano nunca se comportó así...
_ Así cómo _ la interrumpió impaciente.
_ Tu padre acosa a Felipa y yo tengo miedo por ella _ finalmente le reveló la oscura verdad.
Alejo sintió que el corazón le estallaba. Sus manos en forma de puños marcaron las uñas en las palmas hasta hacerlas sangrar.
_ ¡Maldito viejo de mierda! ¡Lo voy a matar!_ Rosaura intentó detenerlo, pero él, desquiciado, la empujó con fuerza y ella cayó sobre la cama.
_ ¡Alejo, Alejo! No cometas una locura _ le suplicó Rosaura ahora asomada en la puerta de su dormitorio.
_ La locura la cometió él, tía _ le gritó bajando la escalera.
Al bajar el último escalón se encontró con Abelarda que salía de la biblioteca."El jerez de la tarde", pensó al ver que llevaba una pequeña bandeja de plata vacía.
_ Mi padre, ¿está en la biblioteca? _ preguntó destilando furia.
_ Sí, ¿qué pasa Alejo? Pareces un demonio recién salido del infierno _ se inquietó la negra haciéndose a un lado ante el paso raudo del joven.
_ No parezco, ¡lo soy! _ dijo dirigiéndose al encuentro de su padre. La negra se santiguó invocando a San La Muerte.
Entró como un vendaval en la biblioteca. Ildefonso, sentado en el escritorio, levantó la vista de unos documentos que estaba firmando para enfocarla en su hijo.
_ Creo haberte echado esta mañana. ¿Que haces aún aquí? ¡Lárgate de una buena vez! _ al gritar, el monóculo que acostumbraba usar cayó sobre los papeles que estudiaba.
_ Alejo se tiró sobre el escritorio y tomó a su padre de las solapas del gabán. Lo tironeó con rabia.
_ ¡Cómo te has atrevido, padre! ¡Cómo! _ Alejo sentía que la sangre le hervía. Su cuerpo clamaba venganza...muerte.
Ildefonso, lejos de amedrentarse, empujó con fuerza a su hijo, rodeó el escritorio y sin perder un segundo le lanzó una trompada directa a la nariz. No la fracturó, pero le provocó una hemorragia. La reacción de su padre no lo intimidó, se pasó el antebrazo por la nariz para secar el chorro de sangre que bajaba hasta su boca. Los dos medían su fuerza y astucia como dos pumas machos que buscan marcar su territorio.
Alejo se abalanzó sobre su padre trenzándose en una lucha cuerpo a cuerpo. Finalmente el joven sometió al viejo y agotado, se detuvo.
Alejo, como despertando de una pesadilla, se vio sobre su padre que lo observaba con el rostro  desfigurado por los golpes.
La culpa sobrevino y Alejo cargó al padre hasta uno de los sillones. El viejo respiraba con dificultad.
_ Padre, ¿por qué me has empujado a esto? ¿Por qué buscas mi destrucción? _ balbuceó consternado.
_ Pipa es lo que más quiero en este mundo, lo más sagrado para mi, padre. ¿Por qué tratas siempre de quitarme todo lo que amo? Mi madre, mis amigos...¡Pipa! Ella es mi tesoro, padre. ¿Tanto me odias?
¿Por qué, padre?, ¿qué mal he hecho para que me castigues con tu desprecio? Quisiera odiarte pero te amo , padre. Desde niño lo único que quise de ti fue una pequeña muestra de afecto, sólo eso padre, sólo eso... _ Alejo, furioso consigo mismo por no poder doblegar sus más profundos sentimientos, no fue capaz de contener  las lágrimas, que rebeldes se desgranaban por sus mejillas.
_ Perdón , hijo. Tengo un demonio que me impulsa a hacer cosas que en realidad me asquean y no lo puedo contener. Sólo tu madre me ayudaba a controlarlo, pero ahora ella no está...¡Vete hijo, vete ya, por tu bien y el mio , vete! Y no te sientas culpable, me merezco esta paliza. Pídele perdón a Felipa por mi, ella es maravillosa, cuídala...Alejo... _ Ildefonso haciendo un tremendo esfuerzo se incorporó apenas en el sillón _ Hijo, te quiero y ahora, vete.
Alejo, emocionado por la revelación de su padre, se arrodilló frente a él y con cuidado de no provocarle dolor, lo abrazó por primera vez en su vida.
_ Gracias, padre _  y con el alma aligerada fue en busca de su destino.
Ildefonso permaneció en la biblioteca hasta el anochecer.
Antes de la cena, adelantando su regreso, llegó Rubén. Estaba de buen humor, los ingresos obtenidos en el comercio de carne salada iban prosperando a pasos agigantados. Fue directo a la biblioteca, allí encontraría a su padre y le daría las buenas nuevas. Celebrarían con un excelente jerez. Más tarde se deleitaría entre las piernas de su amante. Sonriendo entró en la biblioteca y lo que encontró lo dejó pasmado.
_ ¡Padre! ¿Qué te ocurrió? _ gritó al verlo en un estado catastrófico.
_ Tranquilo Rubén, acabo de tener un intercambio de opiniones con Alejo _ expresó con tranquilidad.
_ ¡Maldito gusano! Mira como te ha dejado. ¿cómo te sientes? _ dijo con preocupación.
_ Bien, bien. Olvidemos el asunto, ¿quieres? Y dime, ¿como fue la inspección al saladero?_  preguntó con dificultad al hablar debido a los golpes recibidos.
_ Excelente, mejor imposible _ respondió ufano.
_ Me alegro, hijo. Ahora quiero que prestes atención a lo que voy a decirte porque no lo voy a repetir. Quiero que busques al cacique Carripilun. Creo que después de la epidemia de varicela guió a los sobrevivientes de su tribu a Córdoba, a un paraje cercano a Yacanto. Búscalo y entrégale las escrituras del saladero, le pertenece a los ranqueles, yo robé sus tierras con malas artes _ dijo tranquilizando su conciencia. Muchos habían muerto por su avaricia, incluso había intentado asesinar a su propia hermana.
_ ¿Qué dices padre? ¡Te has vuelto loco! Jamás lo haré _ se exasperó.
_ Rubén no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando _ dijo Ildefonso alzando la voz y una puntada en el costado izquierdo lo hizo callar.
_ Padre, necesitamos ese dinero. Son muchas las deudas que debemos cubrir. Si hago lo que ordenas estaremos en la ruina, tú lo sabes _ Rubén, manteniendo la calma, trató de hacer entrar en razón a su padre.
_ Haz lo que te dije _ Ildefonso estaba resuelto a enmendar sus errores.
Rubén lo miró fijamente sopesando una decisión. Entonces, tomó el cortapapeles que estaba sobre el escritorio y sin dudarlo lo clavó en el cuello de Ildefonso. Luego encendió un cigarro, los preferidos de su padre, se apoyó contra el escritorio y se dispuso a esperar a que este muriera desangrado.
Mientras se le iba la vida, Ildefonso, miró a su hijo dilecto con tristeza. "¡Que necio fui! ¡Cuánto me equivoqué!".
Cuando Rubén se aseguró que su padre había muerto abrió la puerta de la biblioteca gritando:
_  ¡Ayuda!¡Alejo mató a nuestro padre!






viernes, 23 de noviembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 23

"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos
 te pareces al mundo en actitud de entrega.
 Mi cuerpo de labriego te socava..." 
Pablo Neruda


Cuando Alejo dejó a su padre con la palabra en la boca, furioso y a la vez perplejo por sus sentimientos para con su hijo menor, salió con la velocidad de un rayo en busca de Felipa. Sólo ella tenía la capacidad de darle sosiego, sólo ella le daba sentido a la vida. Estaría inquieta esperándolo en su refugio secreto, ya había pasado media hora de la cita propuesta en el desayuno.
Alejo apuró el paso. Atravesó todos los patios hasta llegar al último en donde estaban las caballerizas. Respiró con alivio por no encontrarse con Abelarda, no tenía ganas de dar explicaciones. La muy chismosa seguramente habría escuchado con la oreja pegada en la puerta de la sala el enfrentamiento que había tenido con su padre. Su racha no duró mucho, Lautaro le salió al encuentro.
_ ¡Alejo!, ¿cuándo volviste, amigo? _ le dijo dándole un abrazo que Alejo correspondió con alegría a pesar de su apuro.
_ Esta mañana, bien temprano. ¿Cómo estás Lauti? Estos días con el viejo se te habrán hecho insoportables, ¿no? Reconoce que sin mí, todo es peor _ los dos rieron aunque la afirmación de Alejo no se alejaba de la verdad.
_ No quiero amargarte Alejo, recién llegás, pero tu viejo es un gran hijo de puta _ comenzó el indio mientras salían de la casa, atravesaban las calles en las que pululaban los distintos vendedores ambulantes y se encaminaban hacia el Paseo de la Alameda. A pocos metros de allí, a orillas del Plata y tras unos árboles centenarios se ocultaba el refugio de los amantes.
_ Eso no es ninguna novedad. ¿Qué ha hecho ahora? ¡Felipa! ¿Le ha hecho algo a Pipa? _ Alejo se detuvo bruscamente y zamarreó a Lautaro, la ira desatada.
_ ¡No, no! Calma hombre, a Pipa no le pasó nada. Como me pediste, nunca le saqué los ojos de encima _ lo tranquilizó. Lautaro no imaginó en ese momento cuanto se equivocaba.
_ Y entonces, ¿qué carajo pasó? _ dijo retomando la marcha y liando un cigarro de chala. Se lo ofreció al indio y luego se hizo otro para él.
_ Se apropió de las Salinas Grandes. Mi pueblo tuvo que juir hacia las sierras de Córdoba, bueno los pocos que quedaban _ expresó con tristeza y rabia.
_ ¿Cómo los pocos que quedaban? ¿Qué significa eso? _ Alejo volvió a detenerse. Miró fijo a su amigo esperando una explicación, aunque temía oírla.
_ Sobre mi gente se desató una epidemia de varicela. Muchos murieron y como te dije, los pocos que se salvaron de la enfermedá abandonaron todo y escaparon _ Lautaro dio una pitada más al cigarro y tiró con fuerza la colilla entre los matorrales que los rodeaban.
_ ¿Varicela? Pero, ¿cómo pasó? ¿Cómo se produjo el brote? _ reanudaron la marcha, Alejo pasó su brazo sobre los hombros del indio como muestra de afecto y condolencia por lo sucedido.
_ El negro Chamorro me contó que en "El Candombe" muchos murieron por la varicela. Y eso jué anterior a lo de mi pueblo.
_ Ahí vive doña Filomena... ella, ¿está bien? _ preguntó con temor.
_ Si, si, ella está bien. Gracias a doña Rosaura muchas familias se salvaron. Esa sí que es una gran dama. La pobrecita entuavía se estaba recuperando y le pidió a la Felicitas y a la Felipa que la llevaran al Cabildo. Ahí armó un alboroto de la gran puta, le tiró de los huevos a los consejales para que se ocuparan de esos infelices. ¡Mirá que tiene poder tu tía!
_ El poder del dinero y de un apellido con estirpe _ respondió con sequedad.
_ Lo que sea, pero gracias a eso mesmo que decís se ordenó aislar a los enfermos, se fumigó con un no sé que ácido y se hicieron hogueras en las que se quemó pólvora. Felicitas le pidió al dotor O´Gorman que pinchara a los negros con esa vacuna que cura la enfermedá...
_ Que la evita  _ Alejo lo corrigió aunque sus pensamientos corrían por otro derrotero. "¡Y Pipa sola! Sola en semejante desastre. ¡Maldita sea la hora en que me fui!"
_ El buen dotor hasta les dio naranjete mezclado con...con... pucha no me ricuerdo. Pero eso sí, esa mezcla le bajó la jiebre a los enfermos _ concluyó _ ¡Lástima que no hubo oportunidá de hacer lo mesmo con mi pueblo! Todo pasó tan rápido _ suspiró contrariado _ Tu tía ni se enteró y cuando lo hizo ya era tarde. Además, dispué de lo del Candombe, tuvo una recaída pero por suerte ya está bien. ¿La viste?
_ No, no tuve tiempo _ dijo parco.
_ Pero Alejo, es tu tía y te quiere mucho. Siempre se priocupa por vo´_ Lautaro se sorprendió del desinterés de Alejo por la salud de doña Rosaura.
_ No me vengas con reprimendas que ya tengo suficiente con mi padre. Ahora lo único que quiero es estar a solas con Pipa... Dime Lautaro, ¿crees que mi padre tuvo algo que ver con la epidemia que arrasó a tu pueblo? _ dijo saltando de un tema a otro.
_ Estoy seguro _ respondió sin vacilar _ y en complicidad con el dotor Arriaga.
_ ¿Cómo lo sabes? _ Alejo se sintió como un caldero gigante en donde su sangre comenzaba a bullir.
_ Me lo conto la Candela _ dijo mirando el suelo mientras pateaba una piedra fuera del camino.
_ ¿Quién?...¡Ah!, la negra liberta con la que te revolcaste un par de veces _ recordó y al hacerlo dio un empujón al indio en gesto de camaradería.
_ Sí, esa mesma.
_ Si, si. Mucho querer a Rori pero...
_ Pero la calentura puede más. Sí, y estoy avergonzado. Vo sabés Alejo que la Rosario es todo pa´mí _ Alejo sonrió ante la mirada de carnero degollado de su amigo.
_ Te comprendo y ahora cuéntame lo que te dijo Candela.
_ Ella es amiga de una negra que tuvo la varicela. En realidá, toda la familia murió : los padres de la mujer y el marido, salvo el hijito recién nacido que también estaba enfermo y el hermano de la parturienta. Y fue el hermano, que es esclavo del dotor Arriaga, el que una noche se llevó al crió. La Candela lo vio cuando volvía al Candombe a la medianoche. Ella trabaja pa´doña Carlota, la dueña del prostíbulo que está en el Riachuelo. Siguro abandonó al crío en el tolderío y así se disparramó la enfermedá entre mi gente.
_ Puede ser pero no lo podemos probar...¿y el hermano de esa mujer? _ la idea alentó a Alejo.
_ A ese negro parece que se lo comió la tierra. Un día me acerqué a la casa del dotor y le pregunté a una de las negritas que llegaba del mercado por Jacinto, ese es el nombre del negro. Ella me dijo que hacía tiempo había desaparecido. "Se habrá escapado", me confió con esperanza y miedo.
_ Esto me huele mal, muy mal. Si mi padre y ese doctor tienen algo que ver, la van a pagar. Te lo juro amigo _ Lautaro sabía que Alejo no mentía, nunca mentía y la venganza los unió aún más _ Luego hablaremos más tendido sobre el tema. Debemos investigar, pero ahora voy con Felipa, me espera. Una cosa más, Lautaro, mi viejo me echó de casa así que me voy a hospedar en el Hotel Comercial, ese que está en el puerto, el dueño es un español que me conoce de niño y no congenia con mi padre. Eso es lo que más me gusta de él. Igualmente durante el día me puedes encontrar en nuestra guarida. Eso será por unos días, nada más, porque pienso huir con Felipa _ declaró con entusiasmo, por fin se haría realidad su sueño: vivir su amor lejos de toda su familia, una familia opresiva y demandante. Felipa sería sólo para él.
_ Yo también me marcho, Alejo. Estoy cansado de esta vida, no soy esclavo y me tratan como si lo juera. ¡No doy más! _ confesó abatido. Detuvieron una vez más la marcha y Alejo arrastró de un brazo a Lautaro hacia bajo la sombra de un álamo. El sol del mediodía picaba la piel.
_ ¿Qué dices? ¿Dónde irás? ¿Y Rosario? _ le gritó alarmado por la decisión de su amigo, tonta y temeraria para su opinión.
_ Me voy pa´ Córdoba siguiendo a mi pueblo. Mi tiempo con los blancos terminó.
_ ¿Y Rori? ¿Y yo? Te necesito Lautaro.
_ Vo' no me necesitás, vo´tenés a la Felipa, ella es todo pa´vos. Sin embargo, mi amistad la tenés hasta mi muerte - dijo con los ojos humedecidos. No iba a llorar, él era un guerrero aunque hasta ese momento había vivido como un sirviente y de esa vida ya estaba asqueado.
_ Claro que te necesito, tú eres mi único amigo, el que me conoce como nadie, ni siquiera Felipa me conoce como tú. No quiero perderte, Lautaro y creo firmemente que Rosario, tampoco. ¿Le has dicho que te vas?
_ ¿Pa´qué? Sé su respuesta: "Lautaro te quiero pero no puedo huir...mi marido...mi madre...mi hermana..."_ el pesar se traducía en las palabras.
_ Te comprendo. Pretextos y más pretextos. Lo mismo ocurre con Felipa, pero esta vez no se lo permitiré. Me iré con ella, esté de acuerdo o no. Y tú harás lo mismo con Rosario. Si no quieren venir con nosotros las secuestraremos. Está resuelto _ los ojos de Alejo despedían chispas. El incendio se había iniciado y absolutamente nadie lo sofocaría y de eso Lautaro era consciente _ Felipa, Rosario y yo te seguiremos a Córdoba. Nos ocultaremos en tu pueblo hasta que decida donde establecerme con Felipa. Tú y Rosario por fin serán libres de amarse como les venga en ganas. ¿Estás de acuerdo? _ concluyó con firmeza.
Lautaro, sorprendido por la declaración de Alejo, apenas atinó a afirmar con la cabeza. En ese mismo momento una voz cantarina pronunció el nombre de Lautaro. Era Rosario que corría a su encuentro.
Alejo fijó la vista en el indio, le palmeó la espalda y con una sonrisa cómplice lo animó a llevar adelante el plan que acababan de idear.
_ ¡Alejo, qué alegría verte! _ Rosario abrazó a su primo aliviada de tenerlo de vuelta luego de tantas batallas.
_ Lo mismo digo Rori y si me perdonas debo ir con Felipa _ y con un ligero ademán se despidió de su prima y de Lautaro.
_ Lauti, debo hablar contigo _ expresó ruborizada por la carrera.
_ Ven _ Lautaro la tomó de la mano y se sentaron sobre la hierba fresca amparados por la sombra del álamo.
_ ¡Huyamos, mi amor! Odio a Rubén, ya no lo soporto. ¡Huyamos esta misma noche! _ Lautaro disfrutó del sabor de las lágrimas de Rosario cuando ella se arrojó a sus brazos y comenzó a besarlo como nunca lo había hecho. Él, aturdido por la emoción, le respondió con la misma pasión.
_ Mi madre quiere verte. Ella nos ayudará a fugarnos _ con esta afirmación sorprendió aún más a Lautaro. Si esto era un sueño, no deseaba despertar jamás.
_ ¿Cómo? ¿Doña Rosaura sabe que nos queremos y está de acuerdo? _ Lautaro se sentía flotar en una pompa de jabón a punto de explotar.
_ Imagino que sí, sino por qué, entonces, me pediría que te buscara cuando le conté sobre la violencia de Rubén _ mencionó con angustia.
_ Rubén, ¿te pegó? ¿Ese malnacido te hizo daño? _ Lautaro se enfureció, mataría a ese animal.
_ Sí, ya no puedo seguir mintiendo. Rubén me golpea y me humilla, es su diversión. Pero ahora eso no es lo importante, lo importante es nuestra huida, escaparnos para nunca regresar _ Rosario se abrazó con fuerza a Lautaro apoyando su cabeza en el pecho del indio. Los latidos del corazón de Lautaro retumbaban con la energía de los tambores de guerra. "Le voy a cortar la verga a esa mierda y se la voy a poner en la boca mientras lo deshollo vivo", repetía en cada beso que depositaba en la piel tersa de Rosario.
_ Vamos con doña Rosario _ le dijo mientras la ayudaba a ponerse de pie _ No la hagamos esperar.

Alejo llegó al refugio con la respiración acelerada. Ansiaba estrechar entre sus brazos a la mujer que le provocaba insomnio. Y allí estaba ella, tan bella como la llevaba grabada en cada una de sus células. La amaba por encima de todo, hasta de su propia vida.  Ella era su alma.
Felipa estaba de espaldas a la puerta principal. Miraba a través de la ventana el oleaje calmo del río.
Haciá más de una hora que esperaba y sin embargo su espíritu estaba en paz. Alejo había regresado y su mundo recobraba sentido. Lo había escuchado discutir con su padre y por un momento pensó que el viejo se jactaría del abuso que le infirió aquella tarde. ¡Sería un desastre! Sin duda, correría sangre y aquella posibilidad la hizo temblar. Pero la discusión fue tomando otros derroteros y ya más aliviada se alejó de ellos. Ahora todo lo que le importaba era descansar sobre el cuerpo tibio de Alejo, que la hiciera suya con la vehemencia que tanto la excitaba.
Él caminó lentamente hacia ella. Felipa lo sintió llegar, pero no se volvió, se quedó quieta...esperándolo.
Alejo la abrazó por detrás. La apretó contra su cuerpo. Ella sonrió cuando la erección se manifestó en toda su plenitud.
_ No te imaginas cuanto extrañé tenerte de esta manera, extrañé tu aroma, extrañé pasar mi lengua por la calidez de tu cuello, extrañé perderme entre tus pechos _ a medida que describía lo iba haciendo. Felipa, con los ojos cerrados, dejaba que él la recorriera a su antojo. Ella también lo deseaba.
_ Pero sobre todo , extrañé estar dentro tuyo, penetrarte hasta las entrañas _ dicho esto la volvió hacia sí y con un solo movimiento le arrancó la pollera y le bajó los calzones. Ella apenas emitió un suave chillido que Alejo aprovechó para meter su lengua en esa boca que lo enloquecía. La saboreó enfebrecido por la excitación. Ella le quitó la camisa y deslizó sus manos por la espalda, una espalda musculosa, atravesada por cicatrices de heridas recibidas en el campo de batalla, una espalda sudorosa y el olor a sudor la excitó aún más.
Alejo la apoyó contra la pared y sujetándola por la cintura la levantó. Ella lo envolvió con las piernas y él la penetró con un solo embate, con furia, con hambre, con devoción.
El orgasmo los aniquiló. Cayeron sin despegarse sobre un catre desvencijado que los contuvo como si fuera el nido más preciado. Los besos no cesaron, las caricias se multiplicaron. Las palabras sobraban, las miradas lo decían todo. Desnudos, entrelazados, bañados por el sol de la tarde, se amaron con desesperación hasta ser sorprendidos por las sombras de la noche.
_ Alejo, te amo _ balbuceó Felipa _ No vuelvas a dejarme o enloqueceré _ las lágrimas comenzaron a correr como perlas por sus mejillas arreboladas.
_ Nunca más, te lo prometo _ y selló su promesa con un beso profundo en el nacimiento de los pechos. Felipa gimió de placer.
Alejo comenzó a vestirla con lentitud, devorándola con los ojos. Ella hizo lo mismo con él.
_ Pipa vayámonos de aquí, lejos...muy lejos. No te niegues, por favor _ el ruego de Alejo la hizo temblar. "¡Dios cuánto lo amo!", pensó asolada por ese amor irreverente, atronador y devoto que la atravesaba como una espada.
_ Cuando quieras _  al escuchar la respuesta, Alejo, abrazándola, la hizo girar por toda la estancia riendo y gritando: "¡Te quiero, te quiero!".







viernes, 16 de noviembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 22

"Un corazón formado en la intriga...no puede ocultar por mucho tiempo el veneno que lo alimenta".
Juan José Castelli

Buenos Aires, septiembre de 1820
Alejo entró a la casa por la cocina precedido por el canto del gallo rojo que dominaba en el gallinero de Abelarda. Era de madrugada, el sol apenas se desperezaba.
Se despojó del grueso poncho de lana de vicuña que dejó tirado sobre un banco de caderas y cuero de vaca. Se sentó cerca del fogón ya encendido. Abelarda pronto aparecería, seguramente con una canasta llena de huevos.
_ Y usté, ¿quién e´? _ se sobresaltó Asunta. Tomó la escoba que estaba cerca de la puerta y se dispuso a golpear al desconocido.
_ Quieta negrita, soy yo, Alejo, ¿no me reconoces? _ el muchacho se paró de un salto y tomándola de la cintura la hizo girar. La negra, sorprendida, comenzó a reír.
_ Abájeme pué, patroncito, flor de susto me dio apareciéndose así de sopetón. La Felipa, ¿sabe que llegó? _ le preguntó mientras se arreglaba el delantal y ajustaba el moño del pañuelo rojo que sujetaba su cabello crespo.
_ No, recién llego. ¿Y Abe?
_ ¿Quién pregunta por mi? _ Abelarda apareció con dos canastas cargadas de hortalizas y huevos _ ¡Noo!, ¿Alejo so´vo´? _ exclamó eufórica _ Mi niño , por fin, por fin, estás con nosotros de güelta _ canturreó abrazándolo con fuerza, las canastas olvidadas en el piso de ladrillo.
_ Ten cuidado Abelarda, me estas asfixiando _ rió Alejo correspondiendo el abrazo.
_ Y, ¿cómo estás? ¿Te hirieron? ¿Comiste bien? ¡ Qué va!, si estás hecho un palo. Ahora mesmo te preparo unas tortas fritas con unos huevos pasados por agua, ah...y unos güenos pedazos de panceta.
_ Suena apetitoso _ Alejo se sentó a la mesa mientras las negras corrían de un lado al otro preparando el suculento desayuno.
Media hora más tarde, cuando Alejo daba cuenta de su segundo plato de mazamorra con canela, una voz detuvo su corazón.
_ Buenos días Abelarda, ¿está preparado el té para doña Ro...? _ Felipa se interrumpió al quedar frente a frente con Alejo.
_ Pipa, mi amor _ se acercó a ella y la apretó contra su pecho. La fragancia de la muchacha lo encendió. La besó en el cuello, detrás de la oreja. Felipa sintió como si un millar de hormigas corrieran por su piel _Te extrañé hasta el delirio.
_ ¡Alejo!, prométeme que nunca más volverás a irte. ¡Basta de guerras! _ le suplicó feliz de tenerlo nuevamente junto a ella.
_ Te lo prometo _ y cuando intentaba besarla en la boca, Abelarda los detuvo.
_ Bueno, bueno...basta de arrumacos que la están ruborizando a la Asunta. Alejo, corré a bañarte que tenés un olor a bosta de caballo que apesta. No sé como lo aguantás Felipa...y afeitate, esa barba pinchuda da impresión _ despotricó la Abelarda conteniendo la risa.
Alejo se olió la ropa y se pasó la mano por la tupida barba.
_ Es verdad, huelo a agua estancada. Felipa te espero en nuestro lugar dentro de una hora, allí estaremos a salvo de moscas molestas _ le dirigió una mirada intencionada a las negras. Abelarda, escandalizada, lo amenazó con el palo de amasar y Asunta, avergonzada, agachó la cabeza. Felipa rió divertida y luego de darle un ligero beso en los labios, se apresuró en llevarle el desayuno a doña Rosaura. Ese día le pertenecía por entero a Alejo y ella lo disfrutaría.
El buen humor de Alejo cambió drásticamente al pasar por la sala. Ver a su padre fue como un golpe directo al estómago.
_ Bueno, bueno, mira quien ha llegado _ dijo con sarcasmo _ Combatir no hace mella en ti. A ver...pero si no has recibido rasguño alguno _ inspeccionó de arriba hacia abajo a su hijo con mirada de zorro.
_ ¡Que pena!, ¿no?, padre. Tú hubieras preferido que muriera en batalla, ¿verdad? Soy un estorbo para ti, siempre lo he sido _ expresó con dolor y enojo.
_ Pamplinas, son tontas ideas tuyas. Aunque debo ser franco contigo. Si no fuera porque eres mi hijo y te quiero, esa esclava que amas ya sería mía hace rato. Como ves respeto tus posesiones _ el cinismo de sus palabras impactaron en Alejo con más salvajismo que una bala.
Sin poder controlar su impulso, se arrojó sobre Ildefonso y tomándole de las solapas de su gabán le escupió con furia:
_ Si te atreves a tocarla, te juro que te arrancaré el corazón. No es una amenaza, es un juramento, padre.
_ Calma, calma, hijo. Veo que la violencia que has vivido en el campo de batalla te ha trastornado. Consultaré con el doctor Arriaga, seguramente él te recetará alguno de sus potajes que tranquilizarán tus nervios _ Ildefonso apartó a su hijo de él de un tirón. Luego acomodó su chaqueta con una sonrisa ficticia, en sus ojos había odio.
_ No estoy enfermo, padre y no necesito al doctor Arriaga ni las porquerías que prepara. Son puro veneno y Darío es testigo de ello _ se exaltó.
_ No calumnies al querido doctor. Desde hace un tiempo tu hermano está mucho mejor. Rara vez sufre esas patéticas...¿cómo es que las llama Felicitas? ¡Ah, sí!, convulsiones _ Ildefonso se sentó en uno de los sillones, cruzó las piernas y miró con descaro a Alejo.
_ Si Darío está mejor es por Felicitas y el gran amor que los une. Ella ha consultado con otros médicos que han echado por tierra el diagnóstico de Arriaga y han cambiado el tratamiento obsoleto de tu gran amigo Arriaga. Hasta comienzo a sospechar si acaso sus arcaicos conocimientos mataron a mamá _ enfrentó con audacia a su padre sacando a la luz un interrogante que lo atormentaba desde que Felicitas comenzó a dudar de la sapiencia del doctor.
_ ¡Basta de tonterías! Hasta aquí ha llegado mi paciencia contigo _ el hombre se paró con rapidez y se plantó frente a su hijo. Alejo le sostuvo la mirada. Finalmente Ildefonso se relajó disminuyendo la tensión entre ambos.
_ Y yo que te esperaba ansioso con una excelente noticia...
_ ¿Una noticia?, ¿qué noticia? _ se alarmó el joven. Las buenas noticias para el padre, eran un desastre para la familia, exceptuando a Rubén, claro.
_ ¿Por qué esa cara? Ven, siéntate y toma una taza de café mientras te cuento _ Ildefonso tomó el brazo de Alejo y lo condujo hasta un sillón, luego le sirvió la aromática infusión.
Tanta gentileza desconcertó al muchacho. "Aquí hay gato encerrado", pensó bebiendo el café que le calentó las entrañas.
Ildefonso también tomó asiento y también se sirvió una taza de humeante café. Era necesario poner a Alejo de su lado sino se vería obligado a hacerlo desaparecer. Nada ni nadie entorpecería sus planes y esta vez no fracasaría. Rosaura salvó su vida, pero afortunadamente las tierras ya le pertenecían cuando logró recuperarse y ahora ya era tarde para cualquier molesta intervención de su parte. Su hermana tuvo que aceptar su derrota y mantenerse callada por el bien de sus hijas.
_ ¡Que has hecho Ildefonso! ¡Aniquilar un pueblo entero por esas malditas tierras! ¡Estás loco!Más que eso, ¡eres un asesino! Te desconozco _ le gritó descontrolada cuando se enteró de la tragedia.
En complicidad con el doctor Arriaga Ildefonso sembró el virus de la varicela entre los ranqueles. En menos de una semana muchos murieron y los que pudieron salvarse de la fulminante enfermedad huyeron hacia otras tierras.
_ Tranquila hermanita, cuida tu salud. El doctor Arriaga ha dicho que necesitas recuperar fuerzas y para eso debes descansar y no sobresaltarte. ¿Has comido? Veo que no has tocado tu almuerzo. Recuerda que el guiso de lentejas te dará la energía que necesitas para tu total recuperación.
_ ¡Me importa un carajo el maldito guiso de lentejas! _ y de un manotazo tiró el plato de loza derramando su contenido sobre la alfombra de su dormitorio.
_ Rosaura, que modo de hablar es ese... Yo sólo quiero tu bienestar y el de tus hijas. Doy gracias a Dios que aún estés con vida... aún hermanita, aún...recuérdalo _ Ildefonso clavó sus ojos con saña en ella. Rosaura intuyó con tristeza a que se refería : él había intentado envenenarla, su propio hermano, sangre de su sangre, por unos míseros terrenos _ Somos socios, Rosi _ la llamó como lo hacía cuando eran niños _ Lo que es mío es tuyo y viceversa. Si yo progreso, tú progresas. Compartimos la misma fortuna y las mismas culpas.
_ Pero yo me opuse a semejante locura, matar a tanta gente..._ se esforzó por no llorar delante de ese monstruo pero no pudo.
_ ¿Gente? Pero si son indígenas, animales sin alma, parásitos de nuestra sociedad que se dedican a emborracharse y a robar. Créeme Rosi, le hemos hecho un bien a la Patria. Hazme caso, no pienses más en ello y disfruta que estás viva. ¡Ah!, y te recomiendo que no comentes lo que hemos conversado ni con tus queridas hijas ni con Felipa. Ellas deben permanecer al margen, si lo haces tendré que tomar medidas drásticas, ¿entendido? _ la amenazó sin perder la sonrisa.
_ ¿Qué medidas? _ Rosaura tragó saliva con dificultad.
_ Las enviaré de viaje a Europa por tiempo indeterminado, lejos de ti, quizás nunca volverás a verlas. Dinero tendré de sobra con los saladeros que estoy, perdón, que estamos construyendo en los terrenos que adquirimos gracias a la generosidad de los ranqueles _ al decir esto Ildefonso rió como un desaforado.
_ Ellas nunca se irán _ lo enfrentó.
_ ¿Eso piensas? ¡Qué incrédula eres! Basta con que le haga creer a Felicitas que en Francia o en Inglaterra hay un médico capaz de curar a Darío que no dudará en hacer las maletas. Y Rosario, bueno, ella siempre hace lo que le ordena su marido _ expresó con displicencia _ En cuanto a ti, el doctor Arriaga me ha propuesto enviarte a Córdoba, al convento de Santa Catalina. Allí, el aire saludable de las sierras y el cariño de las monjas ayudarán en tu recuperación. Felipa, por supuesto, se quedará en esta casa para mi atención personal. Por Alejo no te preocupes, el coronel Rosas tiene planes para él. Ya puse todas mis cartas sobre la mesa, ahora todo depende de ti, hermanita. ¿Seguirás poniéndote en mi contra o continuaremos viviendo todos juntos en armonía y disfrutando de los dividendos que nos darán los saladeros? _ Ildefonso, al concluir, observó satisfecho el rostro devastado de Rosaura. Había triunfado, su hermana ya no sería un obstáculo. La tenía controlada a ella y a su fortuna.
_ ¡Padre! ¿Cuál es la noticia? _ insistió impaciente Alejo al notar a Ildefonso distraído.
_ Ya, ya _ dijo volviendo al presente _ Pondré a funcionar un saladero en el sudoeste de la provincia. Además de explotar las salinas proyecto crear una ruta que permita trasladar las planchas de sal hasta los diferentes saladeros que se establecen en Buenos Aires. "La Higueritas", de Rosas y Juan Terrero, es uno de mis clientes. Además acabo de pactar mi primera exportación de carne salada en buques ingleses a Cuba, ¿qué te parece? _ expresó orgulloso.
_ ¿Y cómo fue que te apropiaste de esas tierras? Y los ranqueles que vivían en esa zona, ¿dónde están? _ se alteró Alejo.
_ Me ofendes, Alejo. Yo no me apropié de las tierras, las compré al gobierno _ respondió indignado.
_ ¿Y qué tiene que ver el gobierno si esas tierras pertenecen a los ranqueles? _ retrucó con igual indignación Alejo.
_ A esos pobres diablos se les permitió vivir allí para calmar sus ánimos y para que nos dejaran en paz, a nosotros, gente de buena cepa. El gobierno se las concedió a condición de que cesaran los malones y las incursiones en las estancias de los alrededores. ¿O por qué crees que don Juan Manuel se vio en la necesidad de organizar a sus "Colorados del Monte? Porque estaba harto de esos salvajes sanguinarios.
_ Ellos reclaman lo que desde un principio les perteneció: las tierras que nosotros de a poco nos fuimos apropiando _ Alejo se sentía derrotado, sabía que discutir con su padre era inútil, nunca comprendería su postura, el sólo pensaba en aumentar el contenido de sus arcas.
_ No digas sandeces, cada vez que te escucho recuerdo a a tu madre, la gran samaritana. Siempre preocupándose por los todos menos por mí. ¡Vete!, desaparece de mi vista. Fui un necio al suponer que te alegrarías con la noticia. A ver si te enteras, gracias a mi esfuerzo y al de tu hermano hemos impedido que esta familia terminara comiendo bellotas como los cerdos. ¡Lárgate!, me avergüenza que seas mi hijo _ Ildefonso estaba fuera de sí., rojo como la grana. Una vena, asomada en su cuello, le latía acelerada.
_ Yo te avergüenzo padre, yo, que tú mismo has dicho, me parezco a mi madre, una mujer recta y generosa, que siempre velo por todos nosotros; y en cambio te enorgulleces de Rubén, un hombre egoísta, violento y embustero. De él sí te enorgulleces, ¿verdad, padre? _ saltó con ira. Alejo apretó con fuerza sus manos formando puños. Un deseo intenso de trompear a su padre se había apoderado se él, pero debía contenerse, si lo hacía nunca se lo perdonaría porque a pesar de sí mismo, lo amaba.
_ Rubén es un verdadero Gómez Castañón, en cambio tú... _ Alejo leía la decepción en los ojos de su padre.
_ Me voy padre. Ya no tendrás que avergonzarte más de mí, me voy de esta casa y de tu vida. Supongo que mi decisión te hará feliz.
_ Muy feliz... _ sin embargo una puntada de dolor en las vísceras sorprendió a Ildefonso.

Mientras Alejo discutía con Ildefonso en la sala, Rosario soportaba en silencio los insultos de su marido.
Rubén se montó sobre ella, estaban en la cama y tomándola de los hombros le susurró al oído con saña.
_ Eres una zorra frígida, un bloque de hielo. ¿Cómo pretendes que me se me pare contigo?
Rosario giró la cabeza hacia la pared, no quería ver el rostro desencajado de Rubén. Lo odiaba. Estaba harta de su maltrato. Apenas la tocaba y cuando lo hacía era para humillarla.
_ Vete con tu amante, ella seguramente hará que se te pare _ cansada de tanto atropello le gritó con amargura.
Sorprendido del arrebato de su esposa, Rubén la abofeteó con rabia.
_ ¡Calla! ¿Quieres que todos en la casa te escuchen? _ y nuevamente la golpeó esta vez en la boca del estómago quitándole la respiración _ Y no, no te equivocas, querida, mi amante es una verdadera gata en celo que me complace tremendamente. Por el único motivo que pierdo tiempo contigo es porque mi padre me ha exigido un heredero, pero ¡ni para concebir sirves!
Rosario, en posición fetal, lloraba su pérfido destino. Rubén se levantó de la cama, se vistió mirándola con asco.
_ Eres una floja, mujer. Siempre llorando como una chiquilla malcriada. ¡Basta ya, Rosario! Sabes que detesto verte llorar, me exasperas o es que quieres más _ Rubén rebuscó entre sus cosas hasta dar con el rebenque. Con una expresión malévola se acercó a la joven, arrancó con brusquedad la colcha que la cubría. Con violencia le aplicó dos rebencazos en las piernas desnudas. Rosario mordió la sábana para no gritar. Su madre no debía enterarse, un nuevo enfrentamiento con Ildefonso podría ser fatal. Ya había intentado envenenarla, debía protegerla.
_ ¿Estás contenta Rosario? Has logrado sacarme de quicio y has recibido tu merecido _ tiró a un costado el rebenque y continuó vistiéndose _ Parto hacia el saladero, regreso mañana por la noche _ la notificó antes de cerrar de con brusquedad la puerta. Rosario respiró aliviada.
Cuando se sintió con fuerzas, se levantó y llamó a Asunta. La negra se asustó cuando la vio.
_ Señora, ¿qué le pasó? _ los morados del rostro y la piel blanca como la leche que revelaba los golpes del rebenque, pasmaron a la esclava.
_ Nada, Asunta, me resbalé al levantarme de la cama. Prepárame el baño _ Rosario ansiaba sumergirse en el agua tibia para calmar el ardor de sus heridas.
Después del baño se sintió renovada. "Dos días de libertad", pensó entusiasmada.
Asunta la ayudó a vestirse, una falda azul acampanada con volados en el ruedo y una blusa de encaje blanco. Con polvo de arroz disimuló el morado de la mejilla y se trenzó el cabello. Unas gotas de esencia de rosas detrás de las orejas y en el nacimiento de los pechos, le levantaron el espíritu.
Antes de bajar a desayunar pasó por el dormitorio de su madre.
_ Buenos días mamá, ¿cómo te encuentras esta mañana? _ Rosaura estaba sentada en la cama con la bandeja del desayuno sobre sus piernas. El aroma del café recién molido la tentó.
_ ¡Qué bien huele ese café!
_ Querida, ven, siéntate a mi lado y comparte conmigo estos buñuelos de manzana. Abelarda me quiere engordar como lo hace con los pavos para la cena navideña _ se rió y Rosario también lo hizo olvidándose por un momento lo vivido anteriormente.
_ ¡Ay mamita, que cosas dices! _ la joven abrazó a su madre y la llenó de besos.
_ Rori, ¡que cariñosa estás hoy! _ Rosaura volvió a reír abrazando ella también a su hija.
_ Es que te quiero mucho mamita y estoy muy feliz de verte sana _ Rosaura, emocionada, acarició la mejilla de su hija y al hacerlo notó lo que Rosario intentó ocultar.
_ ¡Hija! ¿Qué es esto? _ con dedos ágiles barrió el polvo de arroz quedando al descubierto un marca azulada _ Fue Rubén, ¿verdad? No lo niegues.
Rosario sin responder se acurrucó cerca de su madre como cuando era pequeña y buscaba protección en las noches de tormenta.
_ ¡Maldito sea el día en que consentí el casamiento! _ sollozó mientras rozaba los cabellos de su hija _ ¿Por qué no me lo dijiste? ¿No confías en tu madre? _ le reclamó con ternura.
Rosario lentamente se separó de su madre, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y le sonrió con aflicción.
_ Madre, eres la persona en que más confío, pero no podía confesártelo por miedo y vergüenza.
_ ¿Miedo? ¿Vergüenza? _ Rosaura quedó perpleja ante las afirmaciones de Rosario.
_ Vergüenza por haber sido tan necia que no supe escuchar tus consejos, ni los de Felicitas ni los de Felipa. Hasta doña Filomena me advirtió que estaba cometiendo un terrible error. Y ahora recibo mi castigo...
_ ¿Castigo?, pero que dices criatura. Tu no mereces castigo alguno. Aquí hay un solo culpable y es Rubén. Alcánzame la bata, iré a hablar con Rubén. Esto debe acabar de inmediato _ Rosaura intentó levantarse pero Rosario la detuvo.
_ Rubén no está en la casa, acaba de marcharse al saladero.
_ Entonces hablaré con Ildefonso. Él debe frenar la violencia de su hijo _ ofuscada comenzó a caminar hacia la puerta.
_ Madre, por favor, aguarda. No quiero que hables con el tío, tengo miedo _ y comenzó a llorar.
_ ¿Por qué tienes miedo? _ Rosaura tomó la mano de Rosaria y juntas se sentaron en una chaise longue que estaba junto al tocador.
_ Tengo miedo que el tío Ildefonso te haga daño, ya lo intentó por oponerte a que usurpara las tierras de los ranqueles. No quiero mamita que vuelva a atentar contra ti _ le suplicó angustiada.
_ Tendré cuidado, ahora sé de lo que es capaz mi hermano. Comprende niña, no puedo permitir que tu marido te pegue, me niego a hacerlo _ dijo rotunda, ningún argumento la haría retroceder, debía defender a su hija.
_ Madre, comprende, ellos son capaces de lo peor. Rubén me amenazó con apartarme de ti y de Felicitas encerrándome en la estancia de Capilla del Monte. Por favor mamá, es mejor callar.
_ Entonces, tendrás que huir _ concluyó con firmeza.
_ ¿Y dejarte a merced del tío Ildefonso? Nunca.
_ No seas terca, nada me sucederá. Ya me siento fuerte y con más energía que nunca. Ildefonso cree que me tiene en sus manos, pero se equivoca.
_ ¿Qué quieres decir madre?
_ Nada, nada , yo me entiendo _ jamás le revelaría a sus hijas que su hermano también la tenía amenazada, no las preocuparía. Ella se defendería y las defendería como lo había hecho desde la muerte de su marido. Felipa también estaba en sus pensamientos, no permitiría que Ildefonso le arruinara la vida. Por suerte había regresado Alejo. Ellos y Rosario debían huir.
_ Pon atención Rosario. Aprovechando que Rubén ha viajado, debes marcharte esta misma noche.
_ ¿A dónde, madre? ¿Dónde voy a ir sola? Tengo miedo, si Rubén me encuentra me matará.
_ No digas pavadas, Rubén no te hallará. Y deja de decir que tienes miedo, eres una mujer hecha y derecha que debe luchar por su felicidad, ¿entendido? Y ahora ve a buscar a Lautaro.
_ ¿A Lautaro? _ Rosario cada vez entendía menos.
_ Sí, a Lautaro. Y deja de mirarme como si fuera una desquiciada. Sé muy bien lo que digo y hago. No perdamos tiempo y ve por él, ¡ya!
Rosaura empujó a Rosario hacia la puerta. La joven bajó las escaleras corriendo, con el corazón agitado y ligero como un pájaro en busca de la libertad. "Lautaro, ¿para qué quiere mi madre a Lautaro? ¿Sabrá ella que lo amo?". Pronto sabría la respuesta.