Novelas en capítulos y cuentos cortos

domingo, 7 de julio de 2019

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 26

"Amo el amor que puede ser eterno
 y puede ser fugaz".
Pablo Neruda



Rosaura se llevó una mano al pecho cuando escuchó la detonación. Todos en el salón contuvieron la respiración. ¿Qué había ocurrido?
Abelarda fue la primera en correr hacia la puerta de entrada, la abrió con violencia y un ¡oh! de sorpresa y consternación se dibujó en su boca.
Rubén, erguido, apuntaba a los jinetes que cabalgaban a lo lejos con un rifle Harpers que Ildefonso le había ganado a los dados a un soldado inglés durante las invasiones inglesas de 1807. Un nuevo disparo retumbó en los oídos de los testigos mudos de espanto. A pesar de la distancia que los separaban, Rubén consiguió en esa oportunidad dar en el blanco. Y el blanco fue Rosario.
Rosaura, tiesa como un estaca en medio del salón, escuchó las sonoras carcajadas de Rubén que llegaban desde afuera.
Darío fue en busca de su hermano. ¿Qué había sucedido?
Felicitas se abrazó a su madre temiendo lo peor. No quería escuchar...no quería ver...
_ ¡Hermano!, ¡estás loco!, ¿qué has hecho? _ exclamó Darío sin poder apartar la mirada de los jinetes que se perdían en el horizonte.
_ Hice lo que un buen marido debe hacer: matar a la perra infiel _ y sin más entró en la casa con el rifle colgando de su hombro.
Rosaura se plantó frente a su sobrino. Los ojos chispeantes de ira, las manos hechas un puño a ambos lados de su vestido.
_ ¿Qué has hecho? _ repitió con ira y temor.
Rubén la miró de arriba a abajo destilando desprecio. ¡Mujeres!, todas eran iguales: entrometidas, cargosas, traidoras...
_ Lo que hace mucho tiempo debí hacer: matar a la puta de tu hija _ le escupió y seguidamente se acomodó en uno de los sillones dejando a un costado el rifle _ ¡Abelarda!, sírveme un cognac. ¡Vamos, muévete! _ ordenó.
_ ¿Que dices Rubén? ¿Es eso cierto Darío? _ con los ojos llenos de lágrimas y el pulso acelerado, la mujer desvió la mirada hacia su otro sobrino que, turbado, inclinó la cabeza aseverando.
En el salón se hizo un silencio sepulcral; los presentes, paralizados por la respuesta muda de Darío.
El sonido del golpe seco del cuerpo de Rosaura sobre la alfombra que cubría el piso de piedra sobresaltó a todos sacándolos de la inercia en que estaban sumergidos.
_ ¡Mamá! _ gritó Felicitas y corrió a socorrerla. Darío la imitó. Abelarda seguida por Asunta fueron en busca de las sales y de agua fresca. Sólo Rubén permaneció en su lugar, cómodamente sentado mientras observaba lo que sucedía a su alrededor como un mero espectador disfrutando de una obra teatral.
Cuando Rosaura volvió en sí gracias a la diligencia de su hija y de las sirvientas, Darío la ayudó a incorporarse. Se acomodó en un sillón lejos de Rubén.
_ ¡Asesino! ¡Eres un maldito asesino! _ la voz de Rosaura era suave pero dura y afilada.
_ Rosaura, yo no la vi caer de la montura, quizá solamente esté herida _ conjeturó Darío transmitiendo una leve esperanza.
_ Sí, mamá, probablemente es eso lo que sucedió _ la consoló Felicitas dándose bríos a ella misma, necesitaba aferrarse a esa posibilidad.
_ Lamento decepcionarlas, pero soy un excelente tirador. Nunca erro _ se jactó Rubén disfrutando del pánico que se dibujó en el rostro de las mujeres.
_ ¡Maldito hijo de puta! _ Rosaura explotó abalanzándose sobre su sobrino dispuesta a matarlo. Con rapidez había tomado el cuchillo que se encontraba junto a una torta de naranja que instantes atrás había dejado Asunta sobre la mesa del comedor.
Darío, adivinando la intención de su tía, la sujetó con fuerza.
_ ¡Suéltame Darío! Este mal nacido no merece vivir _ gritó tratando de deshacerse de los brazos que la sujetaban como dos grilletes. Se debatió unos minutos hasta que se dio por vencida y estalló en llanto sobre el hombro de Darío. Rubén los miró con desprecio.
_ Aquí la única víctima soy yo. Yo soy el cornudo, yo seré el hazme reír de todos cuando se enteren que mi mujer huyó con un indio piojoso. ¡No podía permitir semejante afrenta! _ dijo con sequedad y se retiró a su habitación llevando consigo la botella de cognac.


Alejo, Felipa, Rosario y Lautaro emprendieron a todo galope el camino hacia la libertad. Estaban emocionados y exultantes. Por fin sus sueños se harían realidad. Sueños que en un segundo estallaron en mil pedazos. Primero el sonido de un disparo y luego una exclamación ahogada por la sorpresa. Rosario galopaba detrás de Lautaro, Felipa y Alejo iban delante de ellos. Otro disparo y el grito de Lautaro al ver a Rosario inconsciente sobre la grupa de la yegua moteada. Una mancha de sangre que crecía con rapidez en el costado derecho de la blusa de encaje blanco le detuvo la respiración.
_ ¡Rori!, ¡carajo! _ a lo lejos vio la figura difusa de Rubén apuntando con una escopeta _ ¡Hijo de puta!
Lautaro detuvo la yegua de Rosario y desmontó de un salto. La bajó con cuidado.
_ Rori, mi amor _ repetía angustiado.
Felipa y Alejo también desmontaron y corrieron hacia ellos.
_ ¡Tu hermano la mató! _ lloró Lautaro abrazando a la joven.
_ ¡Respira!, Lauti, ¡respira! _ el descubrimiento de Felipa lo hizo callar.
_ ¡Es verdad!... Rori, te vas a poner bien, te lo juro _ una chispa de esperanza se encendió en el ánimo del indio.
_ Vamos, no perdamos tiempo, debemos alejarnos lo más que podamos antes de asistir a Rosario. Aquí corremos peligro _ Alejo alzó a su prima, Lautaro la tomó en sus brazos una vez montado en el alazán negro. Los cuatro reanudaron la huida a todo galope. Lautaro presionaba la herida con la chalina de Felipa.
_ Soychu, dios creador, dale vida, la necesito pa´seguir viviendo _ rezaba Lautaro.
Cuando creyeron que se habían alejado lo suficiente, se refugiaron en un bosque de chañares. Y allí bajo el amparo de arbustos como el piquillín y la tramontana, Felipa se dispuso a curar la herida.
Lautaro depositó con sumo cuidado a Rosario sobre un quillango y Felipa le abrió la blusa. La joven apenas se quejó, parecía dormir aunque el blanco cerúleo de sus mejillas preocupaba a todos.
_ Ha perdido mucha sangre _ atinó a decir Pipa.
_ ¡Puta madre! _ soltó con furia y miedo Lautaro _ Si la Rosario se muere te juro Alejo que despellejo vivo a tu hermano y en dispué´lo empalo en medio del desierto.
_ Y yo te ayudo, pero ahora lo primordial es salvar a mi prima. ¿Qué necesitás Pipa? _ Alejo se arrodilló junto a su mujer y le besó las manos _ Confiamos en vos, mi amor, vos podes sanarla.
_ Primero debo lavar la herida, por suerte la bala entró y salió por debajo de las costillas. Dame el vino Alejo _ el muchacho se apresuró a alcanzarle una cantimplora hecha con una especie de calabaza. Felipa la descorchó y derramó el líquido sobre la herida. Rosario se inquietó brevemente para luego sumergirse en la inconsciencia.
_ ¡Alejo!, la alforja, por favor _ volvió a pedir con urgencia. De ella extrajo varios paños de lino blanco, hilo y aguja. Derramó vino sobre la aguja y comenzó a cerrar la herida, por delante y luego , por detrás. Rosario apenas se quejaba.
_ ¡Ya está! _ Felipa tenía la frente perlada de transpiración. La tensión la mantenía en vilo sin embargo, parecía serena ante Lautaro y Alejo que la observaban expectantes. Una vez finalizada la operación, Felipa comenzó a untar la herida con un emplasto a base de miel, camomila y ajo triturado. _ Lauti ayudame a incorporarla, con cuidado, con mucho cuidado...así...muy bien.
Lautaro sostenía a Rosario mientras Felipa la vendaba. La venda corría presurosa rodeando el torso de la joven. Finalizada la curación, Lautaro la recostó nuevamente sobre el quillango y apoyando la cabeza sobre su regazo.
_ Vas a estar bien mi amor...pronto...prontito _ le susurraba al oído apartándole el cabello de la frente.
Felipa calentó una infusión de "cola de caballo" en una pequeña fogata que Alejo se apresuró a hacer y se la dio a beber a Rosario.
_ Sorbo a sorbo, pequeña _ Lautaro miraba hipnotizado como Felipa con paciencia introducía con una cuchara la infusión en la boca de Rosario _ Bebe querida, la "cola de caballo" es buena para detener las hemorragias _ le decía con dulzura. _ Ahora hay dejarla descansar, recemos para Dios la ampare.
Alejo ayudó a Felipa a incorporarse y la abrazó. Ella temblaba.
_ Todo saldrá bien, no tengas miedo _ la consoló Alejo.
Dormitaron bajo el amparo de los chañares, todos menos Lautaro que con los ojos abiertos como un búho estaba atento al menor ruido. Rosario pasó la noche tranquila y sin fiebre. Al amanecer despertó con una sonrisa. El indio respiró aliviado y le besó los labios.
_ ¿Cómo te sentís?
_ Como si me hubiera atropellado una tropilla de potros salvajes _ quiso reír pero una puntada en la herida se lo impidió _ ¡Uy, duele! _ se quejó frunciendo el ceño.
_ ¡Pipa!, la Rosario se dispertó y está dolorida _ exclamó desviando la vista hacia un montículo de ponchos cercano a una fogata ya extinguida. Felipa y Alejo dormían abrazados.
_ No la llames Lauti, dejala descansar. Apenas me duele, además quiero estar un rato a solas con vos. ¿qué me pasó?
_ El desgraciado del Rubén te disparó _ respondió, los ojos encendidos de rabia.
_ ¿Te asustaste? _ preguntó acariciándole la mejilla.
_ ¡Casi me muero del susto! Si hasta creo que el corazón me dejó de latir.
_ ¡Exagerado!
_ ¡Qué va!, es verdá. Sin vos nada tiene sentido pa´mí _ le declaró emocionado.
_ Te quiero Lautaro y perdón.
_ ¿Qué tengo que perdonarte?
_ Todo el tiempo que te ignoré por miedo a amarte. Sé que te hice sufrir. Perdón, mi amor _ las lágrimas enturbiaron el azul de los ojos de Rosario.
_ Eso fue hace mucho y ya no tiene importancia. Lo importante ahora es que estás conmigo.
_ Fui una cobarde.
_ ¿Cobarde? Si casi te mata ese malparido por hacerle frente...por elegirme.
_ Pero... _ Lautaro no la dejó continuar. Un beso apasionado la calló.
Felipa se acercó a ellos feliz de encontrar a su amiga mejor. Esperó en silencio a que los enamorados notaran su presencia.
_ Rori, ¿cómo te sentis? _ al mismo tiempo que preguntaba constató, apoyando su mano en la frente de la joven, que no tenía fiebre. Eso la alivió, no había infección.
_ Bien, Pipa, muy bien _ respondió con una sonrisa. _ ¿Tengo que tomar ese té? Es horrible _ se quejó cuando Felipa le alcanzó una taza con la infusión de "cola de caballo".
Felipa sin hacer caso a los pucheros de Rosario la obligó, con ternura al principio y con severidad después, a que se lo bebiera sin chistar. Luego le cambió el vendaje bajo la atenta mirada de Lautaro.
Alejo apareció con un mate y se lo ofreció al indio.
_ Debemos continuar. Sé que sería bueno para Rosario que permaneciéramos un día más en este paraje, pero es muy peligroso. Si conozco a mi hermano, estoy seguro que vendrá en tu busca prima y con toda la intención de matarte, Lauti _ Alejo los enfrentó a la realidad.
_ Alejo, Yocanto está a más de una semana de viaje y Rori está muy débil... _ Felipa se guardó para sí las consecuencias fatales de semejante viaje. La herida podría abrirse y Rosario no debía perder más sangre.
_ Lo sé, lo sé, pero no tenemos alternativa, la vida de todos pende de un hilo, ¿lo comprenden? _ Alejo se sentía terrible, pero alguien debía tomar la determinación de marcharse.
_ Quizás podríamos... _ comenzó a decir Lautaro.
_ Podríamos, ¿qué? _ lo frenó de mala manera Alejo _ No hay opciones, debemos continuar hasta Yacasto, allí estaremos a salvo _ expresó con fastidio.
_ No te calentés, amigo y escuchá _ el indio trató de apaciguarlo. Felipa y Rosario los miraban alarmadas. Cuando Alejo se enojaba era un ciclón que arrasaba con aquello que se le interponía.
_ Hablá, entonces _ dijo aireado. Felipa se paró junto a él y lo tomó del brazo. Debía calmarlo.
_ A un día de camino hay un campamento raculche. Mis primos viven ahí _ dijo Lautaro sopesando la reacción de Alejo.
_ ¿Y con eso? ¿Pensás que escapamos de las garras del puma para meternos en la boca del lobo? ¡Estás completamente loco! Levantemos campamento, nos vamos para Yocanto, ¡ya! _ explotó, de un tirón apartó la mano de Felipa que sostenía su brazo y comenzó a enrollar las mantas con furia.
_ Nosotros nos vamos pa´la toldería. Ustedes hagan lo que quieran _ escuchó decir al indio con decisión. Alejo, dándole la espalda, continuó haciendo lo suyo.
Felipa quiso aquietar las aguas aunque empeoró la situación. Alejo le clavó la mirada destellando rabia y eso la asustó, nunca lo había visto así. "¿Acaso no comprenden que es por el bien de todos marcharnos a Yocasto?", pensó con ira.
_ Yo me voy con ellos, no pienso dejar a Rori en ese estado, me necesita _ declaró con firmeza Felipa.
Alejo en dos zancadas llegó hasta ella y la zamarreó con fuerza.
_ ¿Qué decís? Vos te venis conmigo _ Alejo estaba fuera de control, el miedo a perderla lo descolocó. Lautaro se interpuso  y Alejo le dio una trompada en la quijada que lo volteó. Rosario chilló sorprendida por la reacción violenta de su primo y haciendo un gran esfuerzo intentó llegar hasta Lautaro que cayó cerca de ella.
_ ¡Alejo!, de esta manera no vas a hacerme cambiar de idea. Te comportás como un bruto _ le gritó Felipa sin amilanarse.
_ ¡Por favor Alejo, basta! _ le suplicó su prima. Lautaro, por amor a Rosario, no le devolvió la trompada. Además sabía que su amigo actuaba de esa forma porque se sentía responsable de ellos, de que algo grave les sucediera...porque tenía miedo de perder a Felipa. Entonces decidió actuar de otra manera.
_ Alejo, amigo _ dijo con tono conciliador _ te aseguro que en la toldería vamos a estar siguros. Mis parientes nos protegerán, Rubén no tiene las agallas para enfrentarlos.
Alejo estaba devastado. ¿Cómo fue capaz de comportarse como un imbécil con la mujer que adoraba? "No quiero perderte Pipa, no quiero", se repetía al borde de las lágrimas. Felipa, acurrucada contra Rosario, lloraba.
Lautaro, con las manos apoyadas en los hombros de Alejo , esperaba su respuesta.
_ Tenes razón Lauti. Tu opción es lo mejor para el bienestar Rosario _ dijo con sumisión, con calma.
_ Para Rosario y para todos _ al escuchar a Lautaro Alejó afirmó inclinando la cabeza.
_ Felipa, Alejo te necesita _ le susurró Rosario.
Felipa asintió. Se levantó lentamente y caminó hacia Alejo que estaba recostado contra el tronco rugoso de un chañar. Ella vio dolor y arrepentimiento en los ojos de él, esos ojos que la perseguían día y noche protegiéndola...declarándole amor sin tregua...y entonces, lo perdonó sin necesidad de palabras, sin necesidad de juramentos.
_ Nunca más _ dijo él.
_ Te creo _ dijo ella y no se equivocó.




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