Novelas en capítulos y cuentos cortos

miércoles, 5 de diciembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 25

"Al contrario presente aunque atrevido,
 bien puede un hombre hacer resistencia,
 mas no cuando a traición otro lo enviste".
 Lope de Vega



Lautaro estaba cargando las provisiones en una de las mulas cuando, de lejos, lo vio llegar.
"¿Pero este pedazo de mierda no volvía recién mañana?", y sus pensamientos volaron hasta Rosario.
"Que el hijo de puta no se de cuenta de nuestro plan sino...¡ay! Rori, ¡tengo que protegerte".
Decidido corrió hacia la casa, nada le importaba sólo la seguridad de Rosario.
Rosario también vio llegar a Rubén. Estaba asomada a la ventana de su dormitorio que daba al camino real y el corazón se le detuvo.
"¡Dios mío, no!", se aterrorizó. Inmediatamente escondió debajo de la cama el bolso que estaba preparando con sus pertenencias. Rubén no debía sospechar. Se sentó frente al espejo. Tomó un peine de plata de uno de los cajones del tocador y comenzó a pasarlo por el cabello. Era necesario que se tranquilizara. Los segundos de espera se hicieron eternos. Ella, con la respiración acelerada, esperaba impaciente la irrupción del marido en la habitación. Pero eso no sucedía, ¿por qué?.
"Quizás este con su padre dándole cuenta de su viaje", supuso. Dejó el peine sobre el tocador, abrió la puerta y caminó tratando de hacer el menor ruido posible hasta el primer escalón. Se apoyó en la baranda de la escalera aguzando el oído para escuchar alguna conversación. Nada. Silencio. Regresó al dormitorio y con los nervios alterados continuó con la amarga espera.
De repente, unos gritos provenientes del salón le hicieron pegar un brinco. "¡Virgen santa!, ¿qué sucede?", Rosario bajó con premura las escaleras.
Rosaura y Lautaro pusieron pie en el salón al mismo tiempo. Se miraron, ella intimidada; él, desolado. Rubén no advirtió la comunicación visual entre ellos. Corría como loco de un lado al otro del salón.
_ ¡Lo ha matado! ¡Lo ha matado! ¡Alejo a matado a mi padre! _ vociferaba desquiciado.
_ ¿Qué dices? ¡Eso es imposible! _ Rosario, saliendo del enajenamiento, se concentró en lo que decía su marido.
_ Eso no es verdá _ atinó a objetar Lautaro.
_ ¿Qué? _ Rubén giró sobre sí mismo y clavo sus ojos fieros en el indio _ ¿Qué has dicho?
_ El Alejo no es un asesino _ lo enfrentó con firmeza.
_ ¡Cómo te atreves a poner en duda lo que digo, salvaje de mierda! ¡Desaparece de mi vista!
Lautaro, hecho una fiera, se abalanzó sobre Rubén dispuesto a molerlo a golpes. La presión que lo embargaba estaba a punto de explotar, era un verdadero caldero en ebullición.
Antes de que se trenzaran en una pelea en la que el indio tenía todas las de perder, el castigo que recibiría por sublevarse a la autoridad blanca le costaría la vida, Rosario se interpuso entre ambos.
Lautaro, a su pesar, se detuvo. Rubén, en cambio, apartándola de un empujón, le lanzó un puñetazo  en la boca del estómago. El indio se recuperó en un segundo, los golpes no le hacían mella, tan acostumbrado estaba a ellos desde muy temprena edad. Inmediatamente le respondió con un cabezazo que impactó en la nariz. Rubén comenzó a sangrar y eso lo enfureció más. Ya fuera de control, lo tomó del cuello intentando estrangularlo. Los dos cayeron al piso derribando una mesa pequeña ubicada cerca de los sillones. Los objetos que descansaban sobre ella volaron hacia todos lados, entre ellos un candelabro de porcelana. Rubén, rojo como la grana, chillaba sobre Lautaro
_ ¡Muere hijo de puta! ¡Muere!
Lautaro estiró el brazo hasta alcanzar el candelabro que había aterrizado cerca suyo y con el último resto de fuerza que le quedaba lo estrelló en la cabeza de su oponente. El impacto no alcanzó para desmayarlo pero sí para que se viera libre de Rubén que cayó a un costado. Lautaro se levantó de un salto y comenzó a patearlo. Rubén sólo atinó a encogerse como un feto para defenderse del ataque.
Entonces Rosario corrió hacia Lautaro para detenerlo. Abelarda y Asunta, observaban la escena atónitas.
_ ¡Basta Lauti, basta!, lo vas a matar _ gimió desesperada abrazándolo por detrás.
Lautaro la miró obnubilado como despertando de una pesadilla, los ojos inyectados de sangre.
_ Y que importa si lo mato, se lo merece por todo lo que te hizo sufrir _ dijo mientras continuaba castigando a Rubén.
En ese momento llegó Alejo en busca de Felipa. La vio en lo alto de la escalera junto a su tía. Estaba pálida y temblorosa. Rosaura la contenía. Ellas, al igual que las esclavas, eran mudos testigos de la pelea que ocurría en el salón.
_ ¿Qué sucede aquí? ¡Lautaro, detente!_ dirigiéndose a su amigo lo sostuvo de los brazos instándolo a frenar la golpiza.
_ Este malnacido dice que matastes a tu padre _ y remató la aseveración escupiendo sobre el rostro de Rubén.
_ ¡¿Qué?! ¿Mi padre está muerto? ¡Rubén!¿Por qué me acusas? ¡Vamos!, ¡levántate y responde, carajo! _ Alejo pateó también a su hermano y este se incorporó con lentitud masajeándose la cabeza. Un hilo de sangre se deslizaba por la mejilla derecha.
_ ¡Tú lo mataste! _ le respondió desafiándolo. Poco a poco, Rubén iba recuperando la estabilidad. _ Y este andrajoso fue tu secuaz _ agregó con rencor señalando a Lautaro. Al observar que Rosario lo abrazaba, le dio un rodillazo en las pelotas. Lautaro aulló de dolor.
_ Eso es por cojerte a mi mujer. Acaso supusieron que no me había dado cuenta. ¡Puta! Eres una puta Rosario _ y para sorpresa de todos la abofeteó.
Rosaura corrió escaleras abajo y lo abofeteó a su vez, con asco y rencor.
_ Es la última vez que pones tu inmunda mano sobre mi hija _ tronó enfurecida.
Lautaro, ya repuesto, se abalanzó nuevamente sobre Rubén pero Alejo se le adelantó.
_ Eres un mentiroso y un cobarde _ vociferó lanzándole un golpe a las costillas. Rubén gimió y sin amedrentarse devolvió el golpe a su hermano.
Un disparo inmovilizó a todos. Felicitas en la puerta de entrada los observaba con un arma en la mano. Darío, que se había quedado conversando en la caballeriza con uno de los esclavos, corrió asustado hacia la casa. Cuando entró al salón se encontró con su mujer, tiesa como un adoquín, sosteniendo una Derringer, una pistola de bolsillo que había adquirido hacía poco de contrabando. Sin dudas, las relaciones sociales de Felicitas eran fuera de lo común para una mujer de su época.
_ Querida, ¿qué..._ la pregunta quedó suspendida en el aire cuando Darío presenció la escena que se desarrollaba frente a él: Rosario llorando en los brazos de su madre; Lautaro y Rubén manchados de sangre; Alejo, con la ropa desordenada hecho un demonio, Felipa sentada en el último escalón con el rostro escondido entre sus manos; Abelarda y Asunta observando todo con ojos de pescado.
_ No sé, al entrar me encuentro con estos tres locos matándose _ dijo sin perturbarse Felicitas. Ella siempre se mantenía fría en las situaciones límites, según su creencia era la mejor manera de afrontarlas y remediarlas.
 _ ¡Este loco, como tú dices, me acusa de matar a nuestro padre! _ explotó Alejo.
_  ¿El tío Ildefonso está muerto? _ Felicitas, anonadada, se desplomó en el sillón más cercano.
_ ¡¿Qué dices Alejo?! Nuestro padre, ¿muerto?, pero...¿cómo? _ Darío estaba tan perplejo como todos por la noticia _ ¿Dónde está?
_ En la biblioteca, donde luego de una discusión ¡Alejo lo asesinó! _ insistió Rubén encarando a su hermano. Alejo intentó asestarle un golpe en el rostro pero Darío lo impidió.
_ ¡Basta de pelea! _ se impuso Darío para sorpresa de todos. Rosaura lo secundó.
_ Darío tiene razón _ Rosaura entró entonces en la biblioteca seguida por los demás. Todos rodearon el sillón donde se encontraba el cadáver de Ildefonso. La única que lloró fue Rosaura.
_ ¿Por qué lo mataste Alejo? _ insistió Rubén fingiendo dolor.
_ A ver si me entiendes, ¡yo no lo maté! _ se exaltó Alejo _ Tía, créeme, tuve una conversación con mi padre, dura al principio, pero luego, no sé, algo sucedió y él me demostró su afecto, me dio su bendición para que me fuera con Felipa, hasta me pidió perdón. ¡Don Ildefonso Gómez Castañón me pidió perdón! Te juro tía, yo no lo maté _ dijo mirándola a los ojos y ella le creyó.
Felipa tomó la mano de Alejo y él sintió que recobraba fuerzas. Con Pipa a su lado era capaz de hacer frente a esa ridícula acusación.
_ Hay que avisar al Jefe de Policía _ determinó con acritud Rubén _ No dilatemos más esta situación. ¡Que el asesino pague! _ escupió con rencor fijando la vista en Alejo.
_ Eso es, ¡llámalo! Veremos quien es el verdadero asesino _  desafió Alejo a su hermano.
Rubén salió de la habitación como un rayo maldiciendo en voz baja. Rosario contuvo la respiración hasta que escuchó el portazo que anunció la salida de su marido. Fue en ese instante cuando se volvió y abrazó a Lautaro.
_ Y ahora, ¿qué haremos? _ le preguntó con el alma hecha trizas.
_ Irnos, mi amor, escapar de esta maldita casa _ Lautaro apretó contra su pecho a Rosario y la besó en la coronilla.
_ Y nosotros haremos lo mismo _ Alejo pasó su brazo por la cintura de Felipa acercándola con fuerza a él. Nunca más los separarían _ Perdón tía por dejarte en esta situación pero no voy a cargar con una muerte de la que soy inocente.
_ Por mi madre no te preocupes primo, vete con Felipa y sean felices., Dios sabe cuanto se lo merecen. Y tú Lautaro, cuida de mi hermana _ Felicitas abrazó a Felipa y a Rosario entre lágrimas sabiendo lo urgente que era que escaparan.
_ Huye Alejo, yo me encargo del Jefe de Policía y de Rubén. En la muerte de nuestro padre hay mucho que desentrañar y algo me dice que nuestro hermano tiene mucho que ver. Bueno, no hay tiempo que perder, váyanse ya _ los urgió Darío.
Rosario se despidió de su madre.
_ Mamá, ojalá algún día pueda ser lo mitad de valiente que tú _ declaró alhajada en lágrimas.
_ Mi niña bonita, tú eres valiente. Vete y sé feliz. Te prometo que pronto volveremos a reunirnos _ Rosaura luego de besar a su hija se volvió hacia Felipa que la observaba expectante y con la mirada humedecida.
_ Doña Rosaura, ¡me duele tanto abandonarla! _ Felipa abrazó a la mujer y rompió en llanto. Alejo frunció el ceño, temía que Felipa cambiara de parecer. "¡No permitiré que te quedes. Jamás!", pensó irritado.
_ No digas tonterías querida. Es hora de que pienses primero en ti, es hora de que vivas tu amor junto al hombre que te ama desde la infancia. Es hora de que disfrutes de tu libertad como lo hubiese querido tu madre y tu padre...
_ Mi padre...mi madre murió esperándolo. ¡Él se olvidó de nosotras! _ gimió con una mezcla de tristeza y rencor. Alejo, aliviado por las palabras de su tía, se acercó a Felipa y la ciñó con ternura.
_ Yo conocí a tu padre _ dijo ante el estupor de todos.
_ ¿U...usted lo co...conoció? _ tartamudeó pasmada.
_ Así es y no te lo dije antes porque recién esta mañana lo supe por un comentario de Rosario. Ella me dijo que tu padre se llamaba Phillip Alvey. Era un hombre de palabra, Felipa, un buen hombre, te lo aseguro. Algo tremendo debió haberle pasado para que no pudiera regresar a ustedes, sin embargo tengo en mi poder algo que le perteneció y que ahora es tuyo _ afirmó con una sonrisa.
_ ¿Algo que le perteneció a mi padre?  _ repitió perpleja.
_ La casa que los va a cobijar de ahora en más. Tu padre amaba esa casona escondida entre las sierras cordobesas. Allí se dirigirán los cuatro, allí se esconderán hasta que se aclare la muerte de Ildefonso. ¿Estás de acuerdo Alejo? _ expresó poniendo su atención en su sobrino. Temía que por orgullo él se negara.
_ ¿A ti te parece bien, Pipa? _ ella aseveró con una leve inclinación de cabeza, estaba muy emocionada para responder _ Entonces, estoy de acuerdo tía.
_ Muy bien, todo arreglado. Ya le he dado a Lautaro todas las indicaciones para llegar al lugar. Busquen los caballos y huyan antes de que regrese Rubén con la policía.
_ Doña Rosaura, cuéntele a mi abuela lo que acaba de decirme y entréguele esta carta donde me despido de ella. Y por favor, leasela, ella no sabe leer _ le aclaró con un nudo en la garganta, separarse de su abuela le ocasionaba un dolor sordo en el alma.
_ Así lo haré, y no te preocupes, yo velaré por ella _ le prometió y Felipa asintió agradecida.
_ ¡Buena suerte, queridos! _ intervino Felicitas _ Cuando nazca mi hijo iremos a visitarlos _ dijo acariciando su incipiente vientre.
Todos se confundieron en abrazos y buenos augurios. Antes de dejar la biblioteca, Alejo besó en la frente a su padre que con los ojos vacíos de vida bendecía su decisión.
Abelarda los esperaba en la puerta con una canasta repleta de provisiones.
_ Amito, cuidá de la Felipa. Ella ya sujrió mucho, hacela feliz, pué. Y vo´ Lautaro, mejor que te comportés con la niña Rosario sino me vas a conocer enojada y no te va a gustar ni un poquito, ¿entendistes indio deslenguado? _ todos rieron y para sorpresa de Abelarda, Alejo la besó en la frente.
_ Gracias Abe, te quiero mucho _ le dijo haciendo llorar a la negra.
_ Yo voy con ustedes _ Asunta apareció con un atado de ropa debajo del brazo _ Por más que no quieran yo voy igual. Por nada me separo de la Felipa _ y sin esperar una respuesta montó en una de las mulas que esperaban junto a los caballos.
Rosaura, Darío, Felicitas y Abelarda agitaron sus manos saludando a los fugitivos que se lanzaron al galope por las calles empedradas. Cuando los perdieron de vista, entraron a la casa. Fue entonces cuando el estruendo de un disparo detuvo sus corazones.



domingo, 2 de diciembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 24

"Navegaba impulsado por la brisa,
 sobre ocultos caminos de fortuna...
 ¡Era el cielo cristal, canto y sonrisa!".
Ramón María del Valle Inclán

Lautaro y Rosario entraron por separado a la casa. El sol del mediodía comenzaba a caldear.
Ildefonso no debía verlos juntos, sospecharía.
Lautaro entró por la cocina.
_ ¡Por fin aparecés! _ Abelarda lo atajó en la puerta _ Tu porción de locro está más fría que
beso e´suegra.
_ Igual no tengo hambre _ dijo lacónico.
_ ¿Cóoomooo? ¿Qué bicho te pico? ¿Estás enfermo, pué? _ se asombró la negra. El apetito del indio ya era leyenda. Una noche, en la festividad de la virgen Morena, se devoró medio novillo asado a la cruz para asombro de los negros que lo acompañaban. Por supuesto, todo regado con un buen tinto.
_ No, no. Me tengo que ir Abe, doña Rosaura me mandó llamar _ y con el apuro casi se la lleva por delante.
_ ¡Epa, m´hijo! _ dijo haciéndose a un lado _ Casi me tirás, indio retobao _ se quejó.
_ Perdón, perdón _ le gritó mientras se alejaba.
_ ¿Y pa´que te llamó la doña? _ le gritó ella a su vez. La curiosidad era su talón de Aquiles. Lautaro no le respondió, no la escuchaba, ya estaba corriendo por el zaguán que lo llevaba a la sala.
Respiró con alivio al encontrar el salón desierto. Subió las escaleras con rapidez y sin aminorar el paso alcanzó el dormitorio de doña Rosaura. Golpeó la puerta con suavidad, la mano le sudaba. "¿Qué me irá a decir?", mascullaba con miedo y ansiedad.
_ Lautaro, pasa por favor _ el tono cordial en la voz de Rosaura lo alentó a no pensar en lo peor, separarlo de Rosario.
La mujer estaba sentada cómodamente en un sillón de terciopelo rojo. Vestía elegantemente. A su lado, Rosario permanecía expectante. Ella también era ajena a los planes de su madre.
_ Siéntate Lautaro _ dijo señalando una silla con el mismo tapizado del sillón.
El indio se sentó con timidez. Nunca había estado allí, le estaba vedado acceder al primer piso de la casa. Al observar la riqueza que lo rodeaba sintió vergüenza. ¿Qué podría ofrecer él a Rosario? Si ella era una princesa y él, un indio harapiento. Era una locura escapar con Rori, sin embargo era lo que más deseaba en la vida.
_ Lautaro, esta misma noche debes llevarte de aquí a Rosario...lo más lejos posible _ lo apremió.
El joven no podía creer lo que escuchaba. "Sin duda estoy soñando", se dijo.
_ Rubén está en el saladero y yo me ocuparé de distraer a mi hermano. Luego de la cena, deberán huir. Tengo una casa en Córdoba, al pie del cerro Champaquí en Yacanto. Es un pueblito perdido entre las sierras. Ildefonso y Rubén no saben que poseo esa propiedad. Antes de irnos a Francia mi marido se la compró a un lord inglés que fue socio de Alfredo Torres, el miserable que asedió por años a Andra, la madre de Felipa. Si mal no recuerdo el lord se llamaba Phillip Alvey. Lo conocimos en una tertulia. Una persona muy agradable.
_ ¿Phillip Alvey? _ saltó impresionada Rosario.
_ Sí, Phillip Alvey, ¿por qué lo preguntas? _ Rosaura interrogó perpleja a su hija.
_ Porque ese es el nombre del padre de Pipa. Siendo niñas ella nos contó la historia de amor que hubo entre sus padres. El se marchó a su país prometiéndole a Andra que regresaría por ella. Ella se enteró que estaba encinta tiempo después de su partida. La pobrecita se murió esperándolo _ Rosario estaba anonadada por el descubrimiento al igual que Rosaura y Lautaro.
_ Esa casa la mandó construir mister Phillips. Cierta vez, mi marido y yo, viajamos con él a Córdoba y al pasar por Yocanto quedó cautivado por el paisaje y el clima. Parece que el buen señor sufría de los bronquios y el aire puro de las sierras beneficiaba su salud. Hoy como ayer, el pueblito está formado por unas pocas chozas de adobe y los lugareños son gente sencilla y hospitalaria sin ser entrometidos. Allí estarán seguros. Y en cuanto a lo que me acabas de decir sobre Felipa...yo hablaré con ella, debe saber esto que acabo de contarles _ determinó Rosaura.
_ Doña Rosaura tengo que ser sincero con usté. Quiero a su hija, la quiero desde que éramos niños. Ya sé que soy un pobre indio que no tiene donde caerse muerto pero le prometo que me voy a deslomar trabajando pa´que a la Rori no le falte nada, se lo juro _ Lautaro se sentía en la obligación de confesarse ante esa señora valiente y gentil que jamás lo despreció.
_ Ya lo sé Lautaro, siempre lo supe. Lo descubrí en como mirabas a mi hija, en el tono de tu voz al hablarle. No soy tonta, yo también amé y fui amada. Estoy segura que la cuidarás...
_ Con mi propia vida _ la interrumpió con ímpetu.
_ Por eso te la confío, Lautaro. Y no te preocupes, no les faltará nada. Toma _ Rosaura le entregó un cofre lleno de reales que sacó de un cajón de la cómoda _ Este dinero es una ayuda para que se instalen en Yocanto y pongan en funcionamiento la finca. La tierra es fértil, podrán cultivarla y criar ganado si lo desean.
_ Mamita, gracias, ¡gracias! _ Rosario abrazó a su madre sin poder contener las lágrimas. Su madre comprendía y aceptaba el amor que la unía a Lautaro. Era inmensamente feliz.
_ Doña Rosaura, esto es demasiado yo no..._ Lautaro, cohibido por la generosidad de la mujer, intentó rechazar el regalo.
_ Tú aceptarás mi ayuda y no se hable más. Has trabajado desde pequeño para esta familia sufriendo injusticias y humillaciones. Ildefonso te ha tratado como un burro de carga. Muchas veces me opuse a ello, pero mi opinión siempre cayó en el vacío. Así que acepta este pago como resarcimiento por todos los años de abusos que has debido padecer _ Rosaura se levantó del sillón y se acercó a Lautaro, le tomó las manos y lo besó en la mejilla.
_ Gra-gra-gracias doña Rosaura _ tartamudeó emocionado, jamás lo habían tratado con tanto cariño.
_ Bueno, bueno y ahora, a prepararse. Lautaro, ve a la despensa y recoje víveres para el viaje, que no te vea Abelarda. Es mejor que por ahora permanezca ajena a nuestros planes, confío en ella pero suele tener la lengua floja y entonces...
_ No se preocupe doña Rosaura voy a tener cuidado de que no me vea. Aprovecho que siguro está en el último patio colgando la ropa y busco las provisiones y las escuendo en la caballeriza. Doña Rosaura... _ Lautaro no podía callar, debía decírselo.
_ ¿Qué pasa Lautaro? Basta de escrúpulos y acepta mi ayuda _ se impacientó.
_ No, no es eso. Lo que pasa es que el Alejo y la Felipa se van a escapar con nosotros _ lo dijo de un tirón, no creía estar traicionando a su amigo, no con esta señora dispuesta a enfrentarse a la cólera del patrón por ellos.
_ Mejor aún. Dile a Alejo que necesito verlo, ¡ya! _ lo apremió, no había tiempo que perder.
Lautaro, sin poder controlar el impulso, besó en los labios a Rosario, un beso ligero como el aleteo de una mariposa pero que encerraba el fuego de una fragua.
Rosario se sonrojó al alzar la vista hacia su madre. Rosaura sonrió y Lautaro, con el corazón rebozante, se despidió con un leve gesto de cabeza.
Un poco más tarde Alejo hizo su aparición en el dormitorio de Rosaura. Se lo veía furioso aunque aparentaba serenidad. Rosaura dejó a un lado el libro que leía, "Meditaciones poéticas" de Alphonse de Lamartine, y clavó la vista en él. Él la miro desafiándola. Ella sonrió.
_ Alejo, ¡qué alegría volver a verte! _ Rosaura se acercó a él y lo besó en ambas mejillas _ Ven, siéntate junto a mí _ dijo señalando una banqueta ubicada cerca de la ventana que daba al jardín.
_ Tía, veo que ya te has recuperado. Me alegro _ Rosaura notó sinceridad en su sobrino a pesar de su parquedad y eso la complació.
_ Gracias al cuidado de mis hijas y de Felipa. Doña Filomena también tuvo mucho que ver en mi recuperación. Le estoy muy agradecida. Y a ti, ¿como te ha ido? _ se interesó.
_ Fue duro, toda batalla es dura...la muerte siempre te acompaña, pero por suerte aquí estoy, sano y salvo _ dijo con dureza, Alejo se mantenía a la defensiva. "Si la tía me pide que no huya con Pipa la mando a la mierda. Estoy cansado de reprimendas y consejos", pensó contrariado.
_ Me imagino querido, pero una nueva etapa se abre para ti. Lautaro me ha dicho que piensas fugarte con Felipa, ¿es así? _ Alejo se levantó con ligereza y caminó hacia la puerta y luego volvió a sentarse.
_ Tía, nada podrá hacerme desistir. Estoy decidido...estamos decididos, nos vamos. Siento mucho que tú la necesites, pero ella es mía _ la mirada acerada del muchacho la conmovió, una mirada desafiante que transmitía valor. Nadie se opondría a su amor por Felipa, él no lo permitiría. Ella era sangre de su sangre.
_ Más errado no puedes estar, querido. Quiero que escapes con Felipa esta misma noche. Tú, ella, Rosario y Lautaro; los cuatro. Aquí corren peligro.
Alejo, impresionado por las palabras de su tía, quedó absorto.
_ Te has quedado mudo. ¿Que piensas? _ lo animó a responder.
_ Tía, nunca imaginé que me pedirías semejante cosa. Pensé que debería enfrentarme a ti como lo hago con mi padre para realizar mis planes. Y tú...tú me concedes lo que más anhelo: vivir mi amor con Felipa libre de toda maledicencia. Hoy mi padre me echó de casa por no aceptar las reglas que siempre me impone. No quiero ser como él, un ladrón, un estafador, un hipócrita _ a pesar de las fuertes acusaciones que hacía contra su padre, estas estaban teñidas de tristeza.
_ Mi querido, tú no te pareces a tu padre. La nobleza de tu madre es lo que te distingue dentro de esta familia. Bueno, aunque de tu padre has heredado la terquedad _ Rosario sonrió acariciándole la mejilla hirsuta, la barba de tres días acentuaba su atractivo.
_ ¿Te ha comentado Lautaro  la conversación que mantuve con él y Rori? _ continuó Rosaura.
_ No, sólo me dijo que querías verme. Eso sí, se lo veía muy feliz. Ahora entiendo por qué _ sonrió relajado, la tensión había desaparecido.
_ Alejo, hace bastante que conozco el vínculo que existe entre Lautaro y Rosario. Debo confesar que al principio me resistí a ello, ¿mi hija con un indio?, ¡imposible! Pero después de su matrimonio con Rubén me di cuenta de lo errada que estaba. Rubén es el salvaje no Lautaro. Ese muchacho la trata con tanta delicadeza que me conmueve. Estoy segura que él la protegerá de cualquier peligro y el peor de ellos es precisamente Rubén. Por eso les pedí que huyeran a Córdoba aprovechando que tu hermano está visitando los saladeros. Allí poseo una finca en un pueblito perdido entre las sierras. Tú y Felipa huyan con ellos _ Rosaura quebró en llanto, quería mantenerse calma y fuerte, pero la angustia pudo más.
_ Lo haremos, tía, lo haremos _ dijo abrazándola _ Y ¿tú?, ¿estarás bien?
_ Por supuesto querido. Felicitas y Darío están a mi lado. Además tengo a Abelarda _ ambos rieron, la negra era entrometida y curiosa, pero siempre estaba pendiente del menor deseo de su ama _ ¿Sabias que Felicitas está en estado de buena esperanza? _ agregó sonriendo y secándose las lágrimas.
_ ¡No!¡Que gran noticia! Todavía no he visto a Darío. Antes de irme lo felicitaré. Estoy muy feliz por él, ha pasado por momentos muy duros: su enfermedad, las humillaciones de Rubén, el desamor de papá. Desde la muerte de mamá vivió aislado, sumergido en la tristeza. Sólo Abelarda y yo éramos capaces de romper el cerco de soledad que se impuso. Claro, hasta que apareció Felicitas y el sol volvió a brillar en la vida de mi hermano. Felicitas fue y es su salvación _ exclamó emocionado y Rosaura asintió.
_ Darío es lo mejor que le pasó a mi Felicitas, la hace inmensamente feliz. Ellos están en San Ignacio. Fueron a agradecerle a Dios por esta bendición. Tu padre cuando lo supo se quedó pasmado, luego abrazó a Darío...creo que es la primera vez desde que nos instalamos en esta casa que lo veo hacer semejante demostración de afecto y luego descorchó una botella de su mejor vino y brindamos _ Alejo escuchaba estupefacto, su padre nunca abrazó a Darío, es más, apenas se le acercaba.
_ Fue un momento feliz, uno de los pocos que hemos vivido en estos meses. Todos lo disfrutamos salvo Rubén que al escuchar la noticia abandonó el salón como una flecha, una flecha envenenada, te diré _ concluyó Rosaura con seriedad _ Rosario lo vio ir y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aunque ella trató de disimular su amargura, todos nos dimos cuenta. Rubén no ama a mi hija, la maltrata, por eso debe huir. Y Felipa también, ella ya no puede permanecer más en esta casa _ afirmó con rotundez.
Alejo quedó petrificado, ¿a qué se refería su tía?, ¿qué había sucedido mientras él estaba en batalla?
_ Tía, ¿qué me intentas decir? _ preguntó temeroso de la respuesta.
_ Como te dije antes, Felipa corre peligro aquí, debes llevártela. No te diré más.
_ ¡Ah, no, tía! No me dejarás con ese entripado. Dime a que te refieres. ¿Por qué Pipa está en peligro? Es mi padre, ¿verdad? ¿Qué le ha hecho? _ hecho un león comenzó a caminar por toda la habitación.
_ No es hora de revancha, Alejo. Es hora de marcharse sin mirar hacia atrás, ¿de acuerdo? _ intentó disuadirlo sabiendo que sería muy dificultoso. Alejo era vengativo.
_ No, tía, no estoy de acuerdo. ¿Qué le hizo mi padre a Pipa? _ repitió con agresividad. Rosaura que lo estaba siguiendo de cerca retrocedió asustada por la reacción de su sobrino.
_ Perdona tía, no quise asustarte pero estoy como loco. Necesito saber que le hizo mi padre a la mujer que amo _ dijo devastado apaciguada la furia anterior.
_ No me explico que sucede con Ildefonso. Mi hermano nunca se comportó así...
_ Así cómo _ la interrumpió impaciente.
_ Tu padre acosa a Felipa y yo tengo miedo por ella _ finalmente le reveló la oscura verdad.
Alejo sintió que el corazón le estallaba. Sus manos en forma de puños marcaron las uñas en las palmas hasta hacerlas sangrar.
_ ¡Maldito viejo de mierda! ¡Lo voy a matar!_ Rosaura intentó detenerlo, pero él, desquiciado, la empujó con fuerza y ella cayó sobre la cama.
_ ¡Alejo, Alejo! No cometas una locura _ le suplicó Rosaura ahora asomada en la puerta de su dormitorio.
_ La locura la cometió él, tía _ le gritó bajando la escalera.
Al bajar el último escalón se encontró con Abelarda que salía de la biblioteca."El jerez de la tarde", pensó al ver que llevaba una pequeña bandeja de plata vacía.
_ Mi padre, ¿está en la biblioteca? _ preguntó destilando furia.
_ Sí, ¿qué pasa Alejo? Pareces un demonio recién salido del infierno _ se inquietó la negra haciéndose a un lado ante el paso raudo del joven.
_ No parezco, ¡lo soy! _ dijo dirigiéndose al encuentro de su padre. La negra se santiguó invocando a San La Muerte.
Entró como un vendaval en la biblioteca. Ildefonso, sentado en el escritorio, levantó la vista de unos documentos que estaba firmando para enfocarla en su hijo.
_ Creo haberte echado esta mañana. ¿Que haces aún aquí? ¡Lárgate de una buena vez! _ al gritar, el monóculo que acostumbraba usar cayó sobre los papeles que estudiaba.
_ Alejo se tiró sobre el escritorio y tomó a su padre de las solapas del gabán. Lo tironeó con rabia.
_ ¡Cómo te has atrevido, padre! ¡Cómo! _ Alejo sentía que la sangre le hervía. Su cuerpo clamaba venganza...muerte.
Ildefonso, lejos de amedrentarse, empujó con fuerza a su hijo, rodeó el escritorio y sin perder un segundo le lanzó una trompada directa a la nariz. No la fracturó, pero le provocó una hemorragia. La reacción de su padre no lo intimidó, se pasó el antebrazo por la nariz para secar el chorro de sangre que bajaba hasta su boca. Los dos medían su fuerza y astucia como dos pumas machos que buscan marcar su territorio.
Alejo se abalanzó sobre su padre trenzándose en una lucha cuerpo a cuerpo. Finalmente el joven sometió al viejo y agotado, se detuvo.
Alejo, como despertando de una pesadilla, se vio sobre su padre que lo observaba con el rostro  desfigurado por los golpes.
La culpa sobrevino y Alejo cargó al padre hasta uno de los sillones. El viejo respiraba con dificultad.
_ Padre, ¿por qué me has empujado a esto? ¿Por qué buscas mi destrucción? _ balbuceó consternado.
_ Pipa es lo que más quiero en este mundo, lo más sagrado para mi, padre. ¿Por qué tratas siempre de quitarme todo lo que amo? Mi madre, mis amigos...¡Pipa! Ella es mi tesoro, padre. ¿Tanto me odias?
¿Por qué, padre?, ¿qué mal he hecho para que me castigues con tu desprecio? Quisiera odiarte pero te amo , padre. Desde niño lo único que quise de ti fue una pequeña muestra de afecto, sólo eso padre, sólo eso... _ Alejo, furioso consigo mismo por no poder doblegar sus más profundos sentimientos, no fue capaz de contener  las lágrimas, que rebeldes se desgranaban por sus mejillas.
_ Perdón , hijo. Tengo un demonio que me impulsa a hacer cosas que en realidad me asquean y no lo puedo contener. Sólo tu madre me ayudaba a controlarlo, pero ahora ella no está...¡Vete hijo, vete ya, por tu bien y el mio , vete! Y no te sientas culpable, me merezco esta paliza. Pídele perdón a Felipa por mi, ella es maravillosa, cuídala...Alejo... _ Ildefonso haciendo un tremendo esfuerzo se incorporó apenas en el sillón _ Hijo, te quiero y ahora, vete.
Alejo, emocionado por la revelación de su padre, se arrodilló frente a él y con cuidado de no provocarle dolor, lo abrazó por primera vez en su vida.
_ Gracias, padre _  y con el alma aligerada fue en busca de su destino.
Ildefonso permaneció en la biblioteca hasta el anochecer.
Antes de la cena, adelantando su regreso, llegó Rubén. Estaba de buen humor, los ingresos obtenidos en el comercio de carne salada iban prosperando a pasos agigantados. Fue directo a la biblioteca, allí encontraría a su padre y le daría las buenas nuevas. Celebrarían con un excelente jerez. Más tarde se deleitaría entre las piernas de su amante. Sonriendo entró en la biblioteca y lo que encontró lo dejó pasmado.
_ ¡Padre! ¿Qué te ocurrió? _ gritó al verlo en un estado catastrófico.
_ Tranquilo Rubén, acabo de tener un intercambio de opiniones con Alejo _ expresó con tranquilidad.
_ ¡Maldito gusano! Mira como te ha dejado. ¿cómo te sientes? _ dijo con preocupación.
_ Bien, bien. Olvidemos el asunto, ¿quieres? Y dime, ¿como fue la inspección al saladero?_  preguntó con dificultad al hablar debido a los golpes recibidos.
_ Excelente, mejor imposible _ respondió ufano.
_ Me alegro, hijo. Ahora quiero que prestes atención a lo que voy a decirte porque no lo voy a repetir. Quiero que busques al cacique Carripilun. Creo que después de la epidemia de varicela guió a los sobrevivientes de su tribu a Córdoba, a un paraje cercano a Yacanto. Búscalo y entrégale las escrituras del saladero, le pertenece a los ranqueles, yo robé sus tierras con malas artes _ dijo tranquilizando su conciencia. Muchos habían muerto por su avaricia, incluso había intentado asesinar a su propia hermana.
_ ¿Qué dices padre? ¡Te has vuelto loco! Jamás lo haré _ se exasperó.
_ Rubén no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando _ dijo Ildefonso alzando la voz y una puntada en el costado izquierdo lo hizo callar.
_ Padre, necesitamos ese dinero. Son muchas las deudas que debemos cubrir. Si hago lo que ordenas estaremos en la ruina, tú lo sabes _ Rubén, manteniendo la calma, trató de hacer entrar en razón a su padre.
_ Haz lo que te dije _ Ildefonso estaba resuelto a enmendar sus errores.
Rubén lo miró fijamente sopesando una decisión. Entonces, tomó el cortapapeles que estaba sobre el escritorio y sin dudarlo lo clavó en el cuello de Ildefonso. Luego encendió un cigarro, los preferidos de su padre, se apoyó contra el escritorio y se dispuso a esperar a que este muriera desangrado.
Mientras se le iba la vida, Ildefonso, miró a su hijo dilecto con tristeza. "¡Que necio fui! ¡Cuánto me equivoqué!".
Cuando Rubén se aseguró que su padre había muerto abrió la puerta de la biblioteca gritando:
_  ¡Ayuda!¡Alejo mató a nuestro padre!