Novelas en capítulos y cuentos cortos

jueves, 29 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.5

"Pero hay muchas maneras de sentir el abandono...y el desprecio
 Basta un minuto; a veces, basta una mirada 
 para lastimar un corazón".     
Gonzalo Torrente Ballester

Alejo llegó a su casa con el corazón oprimido. "¿Por que los mayores son tan crueles?", su inocencia le impedía comprender la rígida actitud de los adultos.
"Si no fuera por el cariño de su madre y la protección de su abuela, Felipa viviría torturada por sus vecinos, ¡personas imbéciles!. Gente parecida a mi padre. ¿Qué le habré hecho para que me odie tanto? Siempre retándome, castigándome...nunca me escucha. Él es el dueño de la razón, ¡Cuánto me gustaría que desapareciera, que se muriera! No, no, ¡que no se muera!, sólo quiero que me quiera...aunque sea un poquito", pensó abatido.
Un grito ensordecedor lo sacó de su cavilación.
_ ¡Alejo!, ¿de dónde vienes? Seguramente has estado vagabundeando en compañía de ese indio zaparrastroso _ el reto lo hirió como el restallar de un látigo.
Su padre, con los brazos cruzados y  mirada lobuna, lo escrutaba con fijeza desde el ventanal que daba al jardín del primer patio.
Alejo sintió el sabor amargo de las bilis en su boca, sometió las arcadas que lo atacaron provocadas por el miedo. Ese hombre sin sentimientos no lo doblegaría, él era fuerte y resistiría.
_ Estaba en "La Alameda". Leía cerca del río _ mintió _ Sin Lautaro, él tiene trabajo en las caballerizas _ mintió otra vez con descaro.
_ Seguramente poesía, ¡lectura de bujarrón! _  rió despectivo.
_ ¡No soy ningún maricón, padre! _ indignado, se avalanzó con energía sobre el vientre abultado del hombre golpeándolo con la cabeza.
_ ¡Niño malcriado!, ¿cómo te atreves a enfrentarme? Te daré una buena zurra _ explotó, rojo como la grana ante el sorpresivo comportamiento de Alejo.
Idelfonso lo tomó del cuello de la camisa y lo arrastró hasta un aparador de madera repujada. Con rabia extrajo un rebenque que guardaba para corregir a sus hijos. "A golpes se hacen los hombres", era el refrán favorito de su padre y él lo seguía a pie juntillas.
Se sentó en uno de los suntuosos sillones de la sala y empujó al niño sobre sus rodillas. De un manotazo le dejó el culo al aire y lo castigó golpeándolo con brutalidad cinco veces.
Alejo no lloró, no gritó. Se mordió los labios hasta saborear sangre conteniendo los aullidos de dolor.
"Viejo de mierda, te odio",  repetía para sí cada vez que el rebenque lastimaba su trasero.
"Mocoso rebelde, ya verás como te doblego", juraba el padre con cada golpe.
Abelarda estaba en el dormitorio de Darío sirviéndole el almuerzo, locro de gallina, cuando escuchó el escándalo proveniente de la sala.
_ Presiento que Alejo se metió otra vez en problemas. Este niño nunca escarmienta _ suspiró intranquila la negra.
_ Escucho el chasquido del rebenque, ¡pobre hermanito! _ susurró atemorizado Darío. Todavía estaba fresco en su memoria el recuerdo de esas caricias de fuego cuando apenas contaba con tres años, aunque fueron pocas gracias a la irrupción de su madre.
_ ¡Estas loco Idelfonso! ¿Por qué lo golpeas? El mal que aqueja al niño no se cura con un rebenque _ le reclamó enfurecida quitándole de un tirón el rebenque.
_ Siempre lo apañas, mujer; a él y al otro caprichoso. Nunca llegarán a ser el orgullo de los Gómez Castañón, linaje de hombres duros, sin estigmas vergonzosos. Sólo Rubén es mi esperanza _ rezongó sudando ira.
_ Lo importante es que lleguen a ser hombres honorables, ¿algún día lo comprenderás, querido? _ y con dulzura le acarició la mejilla barbada suavizando la tensión del momento. Darío los observaba en silencio oculto detrás de la pollera vaporosa de su madre.
Idelfonso tomó la delicada mano y se la llevó a los labios. El la amaba, pero no aceptaba la forma en que educaba a sus hijos: mucha poesía, mucha religión, mucha música...¡no!, sus hijos necesitaban rigor.
Ahí estaba Rubén, su primogénito. "Él sí es de buena madera, un verdadero Gómez Castañón", pensó mientras veía alejarse a su mujer llevando en brazos a Darío. "No permitiré que tu delicadeza lo arruine", se prometió.
Rubén nunca probó el cuero del rebenque. Astuto y artero, de pequeño supo ganarse el cariño del padre mostrándose inflexible y despiadado con los esclavos y hasta con sus propios hermanos.
"Así es como se comporta un Gómez Castañón, con autoridad y soberbia", se enorgullecía y Carmen, la madre, ahogaba el llanto ante la perversidad del niño.
_ Abe, ayudalo, por favor _ le rogó Darío volviendo al presente. La negra abrió apenas la puerta y por allí espió con cautela. El dormitorio de Darío quedaba en el primer piso, de modo que Abelarda poco podía atisbar, sólo escuchaba los gritos del amo Idelfonso y eso bastaba para hacerla temblar.
_ Ta´bien amito, ahora mesmo abajo y que la Virgen me proteja _ y se santiguó tres veces seguidas.
Bajó la escalera de forma atropellada. En el último escalón se tropezó y rodó por el suelo golpeándose las rodillas y los codos.
_ ¡Negra estúpida!_ vociferó Idelfonso _ ¡Qué coño haces! _ dijo interrumpiendo los azotes. Alejo aprovechó la distracción y corrió a refugiarse en la cocina emplazada en el tercer patio.
_ ¡Ay, amo! casi me rompo el alma _ se quejó mientras se ponía de pie con dificultad _ Es que me apuraba pa´servirle el almuerzo _ se le ocurrió de improviso, más tranquila al darse cuenta que Alejo había huído.
_ Entonces no te quedes ahí parada como una burra sin su zanahoria y sirve el almuerzo de una vez por todas. Quita un plato de la mesa, Alejo está castigado, hoy no almuerza ni cena, ¿has entendido? _ gruñó buscando con la vista al sabandija. "El granuja ha desaparecido", bufó.
_ S-s-si.si amo, como su señoría ordene _ Abelarda contestó y desapareció más rápido que un rayo en la tormenta.
_ Más te vale obedecer negra holgazana, sino, te moleré a palos _ los rugidos amenazantes llegaron hasta el tercer patio. Abelarda ocultando una sonrisa manifestó su rebeldía. "Así me despelleje, viejo e´mierda, mi Alejo no va a pasar hambre".
Entró muy oronda en la cocina, arreglándose el pañuelo colorado que se anudaba en la cabeza para mantener a raya su pelo crespo.
_ ¡Adela! _ llamó a una negrita de unos trece años, atrevida y desenvuelta _ Con cuidado llevá la olla del locro y serví a los amos. Están esperando, ¡apurate!, ¿que mirás? _ Abelarda siguió la mirada de la chica y descubrió a Alejo escondido en el cajón de las papas.
_ ¡Alejo!, salí de ahí y vo´, mové las tabas que te están esperando, ¡carajo!. Y ojito con contar que el Alejo está acá, sino te vua a colgar de las trenzas en aquel urunday _ se desquitó con Adela señalando el árbol que crecía solitario en el centro del patio junto al aljibe.
La negrita, con paso rápido y cara de susto, se escurrió de la cocina cargando la enorme olla humeante.
 _ Gracias Abe, sos tan buena como mi mamá _ Alejo la abrazó y le estampó dos besos en la mejilla.
_ ¡Soltá, soltá! _ dijo emocionada _ y ahora, comé. El locro está pa´chuparse los dedos. Y en dispué se me come un tazón llenito de arroz con leche y canela.
Alejo se encaramó a un banco que la negra empujó hacia la sólida mesa de quebracho donde picaba la verdura, trozaba la carne de vaca y amasaba el pan.
_ ¡Coma despacio m´hijo, no sea angurriento! _ lo amonestó sonriendo.
_ Es que está riquísimo, Abe.
Un mohín de satisfacción iluminó el rostro redondo y lustroso de la negra."Mi niño lindo, ¡cuánto te quiero!".
_ Y contame grandísimo sinvergüenza, por dónde andabas _ le preguntó distraída exprimiendo una naranja.
_ Por el "El Candombe" _ dijo con la boca llena de garbanzos y porotos.
_ ¿¡Cómo!? _ se alarmó la mujer _ Ese lugar es muy peligroso pa´un niño blanco.
_ Tranquila Abe, no fui solo, me acompañó Lautaro _ trató de calmarla.
_ ¡Que gran compañía!, ¡el Lautaro! Ese indio malparido me va a escuchar. Alejo, los negros de ese barrio son muy peligrosos...
_ Es que ahí vive una amiga mía _ le explicó mientras se deleitaba con el jugo de naranjas que le preparó Abelarda.
_ ¿Qué amiga? _ se preocupó.
_ Felipa, una niña blanca que vive con su abuela Filomena. La conocí hace unos días en La Recova. Su madre vendía mazamorra y ella me pidió que le comprara. _ explicó detalladamente.
_ La hija de la Andra _ dijo en un suspiro
_ Sí, así se llama la madre, ¿la conocés? _ se interesó.
_ Es esclava de los Torres. Muchas veces me la encuentro en la feria que está cerca del puerto. ¡Pobrecita! _ meneó la cabeza con pena.
_ ¿Por? _ receló Alejo.
_ Me contaron las comadres que la esposa de Torres, todas las noches, la muele a latigazos, ¡la gran perra!
_ Pero, ¿por qué hace eso?, ¿intentó escapar? _ Alejo estaba desconcertado
_ ¡Nooo! Lo hace por entretenimiento, la señora se divierte castigándola. Por suerte la pequeña está con su abuela sino... _ Abelarda calló por temor a asustar al niño
Doña Aurelia Torres odiaba a Andra. Desde que la compraron su marido abandonó la cama matrimonial para perderse por las noches en los galpones donde dormían los negros...donde dormía Andra. También odiaba a Felipa, fruto de un amor prohibido, amor que ella nunca conoció. Antes de enfermar su marido comprobó como el muy infiel pasaba las tardes viendo jugar a la niña a los pies de su madre. Aurelia, con asco, comprendió que el hombre deseaba a Felipa.
_ Esa mujer es peor que papá _ Idelfonso recurría al látigo sólo cuando se lo desobedecía.
"Felipa me necesita, no permitiré que esa bruja le haga daño, yo la protegeré", pensó Alejo como todo un caballero andante, interpretando el temor de Abelarda.


lunes, 26 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap.7

"Vienen hacia mí tu fragancia,
 tus silencios y tu sonrisa,
 más hermosa que el amanecer".  Marco Matos


Pasaba la medianoche y Bautista no podía conciliar el sueño. No podía quitarse de la cabeza la imagen de esa mujer que creía conocerlo. Él no la recordaba, por mucho que se esforzara, no lo conseguía. Sin embargo, esos ojos, luminosos como esmeraldas exquisitas...y esa fragancia que percibió al acercarse a ella, una fragancia que le resultó familiar...ella olía a jazmines y a ámbar. Sonrió al percatarse de su primer recuerdo después de tanto tiempo. Pero, ¿quién era ella?, ¿de dónde la conocía?, ¿significó algo en su vida?. Preguntas sin respuestas, interrogantes que caían en el vacío.
Perdido en sus pensamientos no escuchó llegar a Imanol.
A la mañana siguiente, lo esperó ansioso en la sala. El desayuno estaba servido cuando apareció.
_ Imanol, ¿cómo está ella? _ dijo sin preámbulos.
_ Bien, más tranquila y avergonzada. Te confundió con su marido que murió en Caseros _ mintió con descaro.
La desilusión se pintó en el rostro de Bautista, Imanol lo advirtió y trató de consolarlo.
_ Bautista, ¿qué pensaste?, ¿que esa mujer venía a iluminar tu pasado?...¿Acaso la recuerdas? _ se preocupó.
_ No, sólo que por un momento el aroma de esa mujer, el color de sus ojos, me sacudieron. Es la primera vez que esto me sucede, Imanol.
_ Quizás la presencia de Lourdes, así se llama, ¿te dice algo ese nombre? _ preguntó en ascuas.
_ Nada
Imanol respiró aliviado.
_ Como te decía, quizás la presencia de Lourdes removió vivencias escondidas en tu memoria, sin que tuvieran necesariamente algún vínculo con ella._ explicó con autoridad mientras untaba una rodaja de pan con mermelada de naranja simulando indiferencia.
_ Puede ser..._ la aparición de Amelia lo distrajo. "¡Que bella es!", pensó maravillado.
Se saludaron. Bautista le corrió la silla y ella, con una sonrisa coqueta, se sentó con elegancia muy cerca de él.
_ ¿Café?, ¿torta de manzana con canela? _ ofreció solícito Bautista.
_ Me acostumbras mal, Bautista. Aprende de él Imanol _ regañó salamera a su hermano._ Que sabes de esa loca. _ continuó cambiando el tono de voz, ahora frío y severo.
_ Precisamente de eso estábamos conversando antes de tu entrada teatral _ dijo de malhumor.
_ ¡Hermanito!, siempre tan simpático _ ironizó.
_ Me contó Imanol que esa señora me confundió con su marido muerto en la batalla de Caseros, la misma en que me hirieron provocando mi amnesia _ le explicó _ ¿Está a tu gusto el café? _ preguntó restándole importancia a la información anterior.
_ No les dije que está loca. ¿Así que ve fantasmas? ¡Dios mío! Me imagino que le has recomendado un tratamiento, Imanol. No puede ir por la vida incomodando gente _ se alteró.
_ Amelia, despreocúpate, ya no molestará a Bautista con sus desvaríos _ aseveró contundente Imanol.
_ Mejor así, mejor así. ¡Humm!, esta torta es una delicia, realmente Candelaria es una cocinera magnífica _ exclamó volviendo a ser la mujer risueña de costumbre._ Y tú, ¿de que te ríes? _ continuó extrañándose de la actitud de su hermano.
_ Simplemente estoy felíz de estar aquí en tan agradable compañía, y lejos, muy lejos de nuestro querido padre _ se refería a don Arturo Pacheco del Prado, duque de Nájera, hombre autoritario y recto en sus convicciones.
_ Deja tranquilo a nuestro padre que es un santo. Bien contento que recibes el dinerillo que nos envía todos los meses _ lo amonestó airada.
_ Dinerillo que envía, como tú dices, para tenerme sujeto en estos lares alejados de Dios sin perturbar su omnipotencia _ ante sus declaraciones, el ambiente se tornó tenso.
_ Imanol, me consta que tu padre te quiere _ intervino Joaquín que como de costumbre llegaba tarde al desayuno.
_ Me quiere ver muerto, primo _ dijo sorprendiendo a todos.
_ Perdoná mi curiosidad, pero, ¿cuál es el problema con tu padre? _ se interesó Bautista.
Amelia, suavemente, pateó a su hermano por debajo de la mesa.
_ Nada grave _ aclaró mirando a su hermana _ Sólo que hoy me levanté de un pésimo humor. Antes del Rio de la Plata, estuvimos una temporada en Inglaterra. Extraño mi tierra, Bautista. Hay días, como hoy, que quisiera abordar un barco y regresar a mi España adorada _ Imanol se mostró consternado.
_ ¿Y qué te lo impide? _ Bautista estaba intrigado con tanto misterio.
_ Negocios, amigo mío, negocios por resolver. Si bien amo la medicina, debo abandonarla por los negocios ganaderos. Y hasta que mi padre esté completamente conforme con las tratativas que estoy llevando a cabo con algunos estancieros importantes de la zona, tengo vedado mi regreso. Por suerte aquí estais vosotros, amigos entrañables, que hacéis mi estancia agradable.
_ ¡Desagradecido!, ¿te olvidas de mí? _ protestó ofendida Amelia.
_ Claro que no, hermanita. Tú nunca me abandonas, aunque sé que has hecho este viaje, más para huir de tu prometido que para compartir me destierro _ bromeó mejorando su ánimo.
_ No me recuerdes a ese pelmazo. Gracias a la Virgen de la Macarena y a nuestro padre, me salvé de ese cazafortunas. El muy necio supuso que padre le concedería mi mano sin investigarlo, ¡pobre tonto! Todo fue una parodia, una triste parodia que por poco provoca mi desgracia _ confesó apesadumbrada.
_ ¿Lo amabas? _ preguntó conmovido Bautista.
_ Sí. Cuando el engaño quedó demostrado, creí morir. Acompañar a Imanol en este viaje ha sanado mi herida; además, conocerte a tí, Bautista, me ha hecho bien. _ Amelia le regaló una sonrisa provocativa.
_ ¡Cuidado Bautista! parece que mi hermanita te tiene en alta estima, no vaya a ser...
_ ¡Calla sopenco! No seas ridículo, sólo veo en Bautista a un gran amigo, comprensivo...Él me escucha, no como tú que sólo piensas en tí _ le echó en cara un tanto alterada y sonrojada.
_ Bueno, bueno, basta de pelea primos _ terció Joaquín _ disfrutemos de este exquisito desayuno y de este maravilloso día.
_ ¡Se nota que estas enamorado! _ festejó Bautista.
_ Mucho, soy inmensamente felíz._ dijo soñador _ Y Amelia, ya conocerás en estas tierras alguien que te merezca _ le auguró.
_ ¡Que la Macarena te escuche primo! _ rió mirando con picardía a Bautista.
_ Pasando a un tema más interesante que los romances de mi hermana _ dijo ceñudo Imanol _  Joaquín, necesito que me presentes a un tal Lorenzo Escalante. En el club "El Progreso" me han comentado que posee unos campos excelentes y que su ganado es de primera calidad. Podría obtener buenas ganancias si lograra cerrar un trato con él. Mi padre estaría muy satisfecho y posiblemente me permitiría regresar...
_ ¡Qué manía la tuya hombre! ¿Acaso mi patria te trata mal? _ saltó Joaquín.
_ Claro que no, pero extraño mis raíces, ¿comprendes?
_ Te comprendemos, aunque te vamos a extrañar _ intervino Bautista causando satisfacción en Imanol.
_ Y  a mí, ¿me extrañarás, Bautista? _ preguntó con dulzura Amelia.
_ Por supuesto, mi bella dama _ dijo con galantería besándole la mano y despertando ilusiones en Amelia.
Imanol disimuló el disgusto que le provocó la respuesta de Bautista atragantándose con el café.
_ Volviendo al tema de Escalante, me interesa lo referido a la curtiembre que le pertenece. Sabeis como se aprecia el cuero en España. ¿Qué opinas Joaquín?, ¿tendré alguna oportunidad?. También me ha llegado el rumor que es reacio a negociar con España. ¿Tú sabes el motivo?
_ Me resultan insólitos esos comentarios, aunque las pocas veces que conversé con él fue unicamente sobre literatura. Te prometo que haré algunas averiguaciones al respecto. Un buen momento para que trabes relación con don Lorenzo será en la Ópera. Asistirá con doña Mercedes y su sobrina, Lourdes Aguirrezabala. _ miró de reojo a Bautista temiendo su reacción.
_ ¿Lourdes? _ balbuceó Bautista
_ ¡Esa loca otra vez!, no iremos _ determinó Amelia.
"¿Esa puta irá también?, ¿qué pretende esa descarada?.Bautista es mío, sólo mío".
  _ Nada de eso, iremos. ¿Cuál es el problema Amelia? Todo está aclarado, ella ya ha comprendido que nada la relaciona con Bautista. No lo molestará más. _ la tranquilizó.
Bautista se inquietó al escuchar las afirmaciones de Imanol. ¿Por qué sentía esa opresión cada vez que se la nombraba? Él no deseaba que ella se apartara de su vida, pero, ¿por qué?.





jueves, 22 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.4

"Hay un jardín en cada infancia, un lugar encantado donde los colores son más brillantes,
 el aire más suave, ya la mañana más fragante que nunca más".  
Elizabeth Lawrence


El barrio de "El Candombe" se erigía por detrás de la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat. El paraje a pesar de no ser nada propicio debido a los pajonales, a los montes tupidos y a la gran cantidad de arroyos, no constituyó un impedimento para que los esclavos libertos y algunos indios se establecieran en aquellos lares.
Los negros, conquistados por el color de la Virgen de Montserrat a la que llamaban "La Morenita", se apretujaron construyendo ranchos de barro con techo de paja alrededor del pequeño templo.
En uno de esos ranchos vivía feliz Felipa junto a su abuela Filomena. La extrema pobreza parecía no importar a la niña que esa mañana de noviembre jugaba frente a su casita.
Sentada sobre un tronco hueco acunaba una muñeca de trapo, la misma que Phillip le regaló a su madre años atrás.
"Mi niña se va a dormir
 con los ojitos cerrados,
 como duermen los jilgueros
 encima de los tejados.
 La voz de esta niña mía
 es la voz que yo que más quiero,
 parece de campanita
 hecha de mano de platero.
 Arroró, la Virgen
 Arroró, José
 y los angelitos, arroró, también".
Alejo, fascinado, y Lautaro, aburrido, la observaban escondidos detrás de unos matorrales. Después de dar buena cuenta de la fuente repleta de pastelitos de membrillo, los niños recorrieron las calles porteñas en busca del barrio "El Candombe". No les fue difícil gracias al poder de orientación de Lautaro.
_ Por algo soy nieto del gran Chacal, el mejor guerrero rastreador de todos los tiempos _  se jactó Laureano.
_ ¿Tú abuelo fue un guerrero? _ se impresionó Alejo.
_ Ajá, tenía ojo e´lince el viejo, rastreaba a los traidores y a los ladrones siguiendo sus güellas; señales que otros no veían, él las discubría _ dijo con orgullo.
Y así, preguntando al vendedor de velas, siguiendo las indicaciones del aguatero y guiados por una mazamorrera y todo ello junto al instinto de Lautaro dieron con el paradero de Felipa.
Unas risitas nerviosas alarmaron a la niña que interrumpió la canción de cuna y buscó con la mirada a los curiosos entrometidos.
_ ¿Quién anda por ahí? _ preguntó enojada.
Silencio.
_ ¡Conteste! _ insistió levantándose y mirando hacia todos lados.
_ ¡Hola Felipa! _ Alejo salió detrás de los matorrales, los pantalones manchados de barro. El indio lo seguía con una sonrisa socarrona."Parece que el Alejo se ha enamorao".
_ ¡Ah, sos vos! _ se alegró_ ¿te gustó la mazamorra de mi mamita? _ preguntó con una voz suave, aterciopelada, que impactó en Alejo.
_ S...s...si,si, muy rica _ tartamudeó.
Lautaro se desternillaba de risa y Alejo, enfurecido, lo pateó con fuerza haciéndolo trastabillar.
Felipa los miraba atónita.
_ No le hagas caso, mi amigo está un poco loco.
_ Yo estaré loco, pero vos so´un desagradecido. Me voy pa´las casas. Arreglate solo pa´volver _ bufó herido por el proceder de Alejo.
_ No te vayas _ lo detuvo Felipa _ mi abuela acaba de ordeñar la cabra, los invito a tomar un poco de leche. Está riquísima.
Lautaro cambió de idea inmediatamente, comer era primordial para él. "Me está cayendo bien esta gurisa", pensó relamiéndose de antemano.
Los tres se sentaron en el tronco con un jarro de lata hasta el borde de leche. Esa cabra era el tesoro más preciado de Filomena. Se la regaló la esposa del oidor Cornelio Álzaga, persona que ejercía la justicia civil y criminal de la ciudad, por haber sanado a su pequeño hijo de un mal estomacal. Filomena era una curandera respetada aunque mantenía su don en secreto. Sólo en ocasiones extremas ofrecía sus servicios y a personas que prometían no revelarlo. En el barrio era muy apreciada, aunque no su hija Andra, la comunidad la repudiaba por haberse entregado voluntariamente a un blanco.
Hacía varios años que Filomena vivía allí con Felipa, desde que la familia Torres quebró economicamente y echó de sus propiedades a casi todos los esclavos quedando desamparados y en la más absoluta pobreza. Con sacrificio levantó un rancho y gracias a su destreza para la alfarería pudo conseguir los centavos para sobrevivir vendiendo cacharros en la Recova.
_ Entonces, ¿cómo se llaman? _ quiso saber Felipa.
_ Alejo y este mamerto es mi amigo Lautaro _ se presentó.
_ ¡Eh!, no ofendás _ se defendió indignado Lautaro.
_ Me alegra que hayan venido, yo no tengo amigos, todos los chicos del barrio me dejan de lado _ sus enormes ojos azules se llenaron de lágrimas, hasta Lautaro se conmovió.
_ Ahora nosotros somos tus amigos _ declaró con decisión Alejo limpiándose el bigote de leche con la manga de su camisa.
_ ¿De veras? _ sonrió ilusionada.
_ De veras _ asintió con seriedad Lautaro sorprendiendo a Alejo.
Los pocos niños que vivían en "El Candombe" rehuían a Felipa por ser blanca. No comprendían como una niña blanca podía ser hija de una esclava. La consideraban tabú, un engendro de los espíritus malignos. No la maltrataban físicamente por miedo a Filomena, pero la marginaban y despreciaban.
_ Para confirmar nuestra amistad haremos un pacto de sangre _ anunció con gravedad Alejo.
_ ¿Un pacto se sangre? _ se asustó Felipa.
_ Sí, un juramento por el cual nos comprometemos a cuidarnos y defendernos mutuamente _ agregó con formalidad.
De su bolsillo extrajo una navaja, regalo de su padrino y se hizo un corte en la cara interior de su brazo izquierdo. Enseguida se lo pasó a Lautaro que hizo lo mismo.
Felipa tomó con miedo el cuchillo, indecisa, pero al ver el rostro expectante de sus nuevos amigos se decidió. Gotas de sangre, semejantes a rubíes, asomaron por el corte manchando su piel de alabastro.
_ Ahora juntemos los brazos para que nuestras sangres se mezclen _ordenó imperioso Lautaro.
_ Como hoy se unen nuestras sangres, así estaremos unidos hasta el fin de los tiempos poniendo nuestras vidas al servicio del otro _ recitö Alejo con solemnidad remedando un texto que leyó de un libro que pertenecía a su padre y que mantenía oculto en la biblioteca.
Luego de la improvisada ceremonia permanecieron en silencio asimilando el sublime voto que acababan de realizar.
_ Muchachos, es hora de que regresen a sus casas _  dijo la Filomena, preocupada por la presencia de un niño blanco en el barrio de negros.
_ Ya nos vamos y gracias por la leche, abuela Filomena _ Alejo lo dijo con tanta ternura que derritió el corazón de la vieja.
Felipa los acompañó un buen trecho tarareando una alegre canción.
Se despidieron de la niña no sin antes citarse para la tarde siguiente en la tapera abandonada que frecuentaban Alejo y Lautaro, allí donde planificaban las descabelladas aventuras que tanto irritaban a Idelfonso y amargaban a la negra Abelarda.
El grato momento se ensombreció con la aparición de Casilda, una negra achuradora. Fabricaba morcilla con intestinos y sangre coagulada de vaca. Su aspecto era nauseabundo. Sobre la cabeza llevaba una cesta cargada de tripas, sebo, patas y cabeza de vacas, despojos abandonados en el matadero que ella traía a su casa para alimentar a sus dos hijos.
Miró a Felipa con odio y escupió a sus pies. La niña frenó a Alejo que como un caballero medieval se propuso defender a su dama con arrojo y valentía.
_ No vale la pena _ sollozó temiendo un enfrentamiento con la achuradora.
_ Esta será la última vez que te insulten, te lo juro Felipa_ le aseguró Alejo escoltado por Lautaro.






 

domingo, 18 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap 6

"En la oscuridad te llamé, todo era silencio...
 En el cielo apagado una estrella ardía,
 una estrella partía, una estrella moría".  Farough Farrojzad


Lourdes despertó en su cama. El rostro atribulado de Mercedes fue lo primero que vio.
_ Abuela, he sufrido la peor de las pesadillas _ dijo tratando de incorporarse, pero un vahío se lo impidió.
_ Tranquila querida _ Mercedes la ayudó a recostarse nuevamente.
Lourdes apoyó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos. Suspiró ahogando un sollozo.
_ Fue tan real, abuelita. Soñé con Rafa, estaba vivo y no me reconocía.
_ No fue un sueño querida... _ Mercedes estaba perpleja, conmocionada.
_ ¡¿Cómo?! _ Lourdes se sentó con brusquedad sobre la cama arrojando a un lado la manta que la cubría.
_ No fue un sueño, Rafael está vivo, pero no recuerda su pasado...
_ ¿No se acuerda de mí?, ¿de sus hijos?. ¡Cómo puede ser!_ se desesperó, su pesadilla era una cruel realidad.
_ Así es querida, yo tampoco me lo explico. El doctor...
_ ¿El doctor?, ¿qué doctor? _ la interrumpió gritando como una desquiciada.
_ Cuando te desmayaste, corrí a tu lado y entonces lo ví. Te sostenía en sus brazos, la gente los rodeaba. Te recostó sobre un sillón y llamó a un amigo, supongo, porque apareció enseguida. En ningún momento me reconoció, yo estaba conturbada, no atiné a hablarle...
Mercedes, sosegadamente, fue narrando los extraños acontecimientos que enturbiaron un reencuentro que debió ser mágico.
Rafael sostuvo a Lourdes antes de que cayera desvanecida. Amelia los observaba desconcertada. "¿Quién es esta entrometida?", se irritó.
Sin saber como actuar, Rafael llamó a Imanol, el primo de Joaquín que disfrutaba de un excelente jerez en compañía de don Julio Mendez.
_ Recuéstala en aquel sillón y vosotros, apartaos _ ordenó a los invitados que curiosos, rodeaban a Lourdes _ La señorita necesita aire _ continuó explicando.
Imanol era médico y estaba al tanto de la amnesia de Rafael. Joaquín lo había consultado cuando arribó de España.
"La amnesia es una enfermedad cerebral que hace que las personas olviden datos previamente almacenados en su memoria. En el caso de Bautista fue provocada por una lesión craneal, es decir, por el golpe que recibió al caer de su caballo. Puede ser transitoria o puede prolongarse indefinidamente. Podríamos probar con la hipnosis, aunque recomiendo que esperemos un tiempo para intentarlo. Estos casos requieren de paciencia , no se debe atosigar a Bautista pidiéndole que recuerde, los resultados podrían ser catastróficos, su memoria podría quedar suspendida en una nebulosa de la que no tendría retorno", fue su diagnóstico.
_ Amelia, tu frasquito de perfume _ pidió Imanol a su hermana, quién de mala gana se lo extendió.
_ No reacciona _ pudo decir Mercedes sobrepasada por los acontecimientos.
_ Será mejor llevarla a su casa _ aconsejó Imanol.
_ Señora, ella dijo conocerme _ Bautista trató de entablar conversación con Mercedes, pero Amelia se lo impidió.
_ Seguramente te confundió con algún conocido, no te preocupes. Ven, regresemos a casa._ le dijo tironeándolo del brazo.
Bautista se dejó llevar sin quitar su mirada de Mercedes.
_ ¡Señora! _ Imanol llamó la atención de Mercedes que estaba alelada _ Yo las acompañaré, no tema, soy médico, la señorita se recuperará.
Joaquín y Clara se pusieron a disposición de Mercedes, preocupados por el desmayo de Lourdes. Imanol desestimó su ayuda.
_ No os preocupéis, lo que le ha sucedido no es de cuidado. Seguid disfrutando de vuestra fiesta de compromiso._ los serenó Imanol.
Una vez en la casa de la Santísima Trinidad, Mercedes condujo a médico, que llevaba a Lourdes en brazos, hasta el dormitorio de la joven.
_ No os preocupeis, pronto recobrará la conciencia. Sin dudas ha sufrido un gran impacto, todavía no entiendo que tiene que ver Bautista en ésto _ reflexionó desorientado.
_ ¿Bautista? Nosotras lo conocemos como Rafael y es el marido de Lourdes _ declaró agitada.
_ Explíqueme más _ la animó interesado.
_ Rafael luchó en Caseros. Un oficial le comunicó su muerte a Lourdes, en plena batalla un soldado federal le clavó una bayoneta por la espalda atravesándole el corazón. Nunca vimos el cadáver, lo sepultaron junto a todos los caídos en el campo de batalla. El mismo oficial le entregó a mi nieta el medallón con su retrato que Rafael guardaba celosamente entre sus pertenencias _ Mercedes hizo el relato con el alma estrujada.
_ Estoy impresionado
_ Dos años creyéndolo muerto y ahora..._ Mercedes por fin pudo desahogarse llorando.
_ Bautis...Rafael sufre pérdida de la memoria. Joaquín me contó que lo conoció al término de la batalla. Estaba aturdido, confuso, no recordaba quén era. Probablemente cayó del caballo recibiendo un fuerte golpe en la cabeza. Doña Mercedes, mi consejo es que no nos apresuremos. Bajo ninguna circunstancia se debe presionar a Rafael par que recuerde, puede ser fatal. El deberá recordar paulatinamente, sin ayuda. Convenza a su nieta que así debe ser. Para acercarse a él deberán respetar la nueva personalidad de Rafael, mejor dicho, de Bautista.
_ ¿Eso te dijo? ¡Cómo se atreve a ponerme reglas para acercarme a mi marido! _ Lourdes protestó desaforada cuando Mercedes terminó su relato.
_ Imanol Pacheco del Prado estudió medicina en la Universidad de Madrid. Se recibió con honores, eso fue lo que me dijo.
_ ¡Mequetrefe petulante! _ estalló rabiosa. _ Consultaré con otros médicos. En Buenos Aires los hay brillantes.
_ Como quieras, pero mientras tanto le haremos caso._ sentenció condeterminación.

Imanol estaba a punto de perderse en un sueño reparador luego de una jornada nefasta, cuando alguien lo sacudió con rudeza.
_ ¿Amelia?, ¿qué quieres? ¡Es más de medianoche, por Dios Santo! _ vociferó enfadado.
_ ¡Calla! o despertarás a todos. Quiero saber que pasó con esa mujer, la loca que dijo conocer a Bautista._ dijo con desdén.
_ No es una loca, es la mujer de Bautista...¡su esposa!
_ ¡No puede ser!_ se sorprendió _ ¡No debe ser! _ se corrigió encolerizada.
_ Parece que hubo un error en el reconocimiento del cadáver. Ella pensaba que Rafael ,ese es su verdadero nombre, estaba muerto. _ le aclaró a la mujer que estaba fuera de sí.
_ Imanol, Bautista nunca debe recuperar la memoria, ¡nunca!, ¿has entendido? El es mío._ expresó ciega de rabia.
_ No te preocupes hermanita, Bautista está en mis manos...¡nadie lo alejará de nosotros! _ rió con malicia.
_ ¿De nosotros? _ se extrañó Amelia
_ Quiero decir, de ti...nadie lo alejara de ti _ y un brillo peculiar iluminó sus ojos negros.




viernes, 16 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap 5

"Vienen hacia mí tu fragancia,
 tus silencios y tu sonrisa, 
 más hermosa que el amanecer".  Marco Matos

Como todas las mañanas, Bautista desayunó en la cocina. Joaquín y sus primos seguían durmiendo.
La negra Candelaria le daba charla mientras amasaba pan. Bautista no le prestaba atención, sus pensamientos estaban en otro lado.
"¿A quién pertenece esa mirada verde que me persigue? ¡Y ese perfume peculiar, parecido al ámbar!, ¿de dónde proviene?...¿de mis recuerdos?, quizás. ¡Señor!, si pudiera recordar algo más".
_ Bautista, ¿me escuchás? _ Candelaria, negra confianzuda, acostumbraba a tutear sin reparos a todos los que vivían y frecuentaban la casa..
_ Por supuesto, por supuesto...¿que me decías? _ respondió sobresaltado volviendo al presente.
_ Te decía que esta noche me voy pa´lo de mi comadre, la Santina. Como ustedes se van de parranda...
_ De parranda, no, Candelaria. Esta noche se festeja el compromiso de Joaquín y Clarita. Por fin esta relación parece encauzarse. ¿No estás feliz por tu consentido? _ detuvo la taza de café humeante cerca de su boca asombrado de la parquedad de la mujer.
_ Pues claro que me pone contenta la felidá de mi niño. La señorita Clara es una dulzura, pero..._ se interrumpió ocultando el rostro en el delantal gris que protegía su colorida pollera.
_ ¿Llorás? _ Bautista se puso de pie y se acercó a Candelaria tomándola de los hombros _ ¿qué sucede?, ¿cuál es tu preocupación?
_ Es que...es que..¡tengo miedo! _ explotó angustiada.
_ ¿Miedo? _ Bautista estaba perplejo.
_ Miedo de que mi niño ya no me necesite, miedo de perder su cariño. Joaquín es pa´ mí el hijo que nunca pude tener, y si ahora se casa y me echa a un lao yo me muero de pena.
_ Candelaria, no seas tonta, Joaquín nunca te abandonaría, él te adora y sé que Clarita también. _ la consoló.
_ ¿Es verdá?, ¿me lo jurás? _ preguntó hipando y secándose las lágrimas con su pañuelo rojo de lunares azules.
_ Verdad, y te lo juro _ lo dijo al tiempo que hacía una cruz sobre su corazón._ Así me gusta verte, negra linda, siempre sonriendo _ exclamó cuando Candelaria cambió de ánimo.
_ ¿Y vos?, ¿pa´ cuándo? _ le preguntó sorbiéndose los mocos.
_  ¿Para cuándo qué cosa?
_ No te hagás el distraído. Pa´cuando te entreverás con una damita. La Amelia está que se muere por vos.
_ ¿La prima de Jaoquín? Estás equivocada, es encantadora, pero no, no creo que se interese por mí. Yo soy muy aburrido y ella es un cascabel _ confesó con un dejo de nostalgia. En ese momento, nuevamente aquellos ojos verdes regresaron hostigando su memoria herida.
_ ¡Ja!, cuando la Candelaria dice que el bichito del amor pica, ¡pica!. Nunca me equivoco. _ declaró ofendida.

A pocas cuadras de allí, en un suntuoso comedor, desayunaban Mercedes, Lourdes y los niños.
_ Abuelita Mechu, ¡cuántas cosas ricas preparó Tomasa! No sé que comer primero, si estas galletas con manjar blanco o la natilla de cacao _ el niño se rascó la cabeza expresando su indecisión.
_ Estos bocaditos de batata están para chuparse los dedos, Miguelito _ lo animó la hermana.
_ ¡Pequeños golosos!, coman cuánto quieran _ festejó Mercedes.
_ Abuela, que después lloran porque les duele la panza _ rezongó Lourdes _ Por suerte Tina siempre tiene a mano el remedio indicado, que si no...
_ No exageres Lourdes...Niños terminen la leche y a estudiar.
_ Me aburre estudiar _ protestó Alba.
_ Siempre la misma ignorante. No hay nada más lindo que escribir y leer las fábulas de Esopo.
_ ¡Miguelito!, no le digas ignorante a tu hermana, ella es chiquita, ya aprenderá _ lo reprendió Tina que entraba al comedor con una jarra de café.
La niña pícara le sacó la lengua a su hermano tomando revancha y el le pateó los tobillos por debajo de la mesa. Ella comenzó a llorar y Miguelito recibió una nueva reprimenda.
_ Basta ya de peleas y a estudiar. Busquen sus cuadernos y vamos al jardín. Es una mañana espléndida para estar encerrados. ¿Les gusta la idea?
_ Nos encanta _ bailó Alba _ Después de la lección, ¿puedo pintar? Hoy quiero dibujar el naranjo de la abuelita Consuelo.
Al escuchar a la pequeña cientos de recuerdos enturbiaron la mirada de Mercedes. Consuelo, su queridísima hija. Los años pasaron raudos, pero el dolor por la pérdida permanecía intacto en su corazon.
¡Cuánto había sufrido Consuelo! Sola, encerrada en un convento silenciando la vergüenza de un embarazo. Estigmatizada por una sociedad pacata y por un padre autoritario, defensor de estrictas reglas morales, sufrió el abandono de sus seres queridos en el momento más importante de su vida: ser madre.
" Mi estúpido miedo me llevó a cometer un error imperdonable". Miedo a un marido déspota, miedo a los dichos de la gente, ¡miedo!...un sentimiento que juró vencer el día que murió su hija.
_ Abuelita, de pronto se te borró la sonrisa, ¿por qué? _ se alarmó Lourdes.
_ Nada querida, añoranzas, cosa de vieja...
_ ¡Arriba el ánimo doña Mercedes! Hoy me tiene que ayudar a elegir el vestido que me pondré en la fiesta de compromiso de Clarita.
_ Me imagino que no irás de negro _ la miró fijamente, tratando de descifrar los pensamientos de su nieta.
_ Con tal de verla contenta soy capaz de vestir de rojo.
_ ¿Lo harías? _ se ilusionó. Lourdes era demasiado joven para estar atrapada en sedas negras.
_ La verdad, no me animo. Usaré el violeta, ¿le agrada mi elección?
_ El violeta es un comienzo para desterrar el negro de una vez por todas. Eso sí, lucirás perlas blancas y mis aros de zafiros.
Finiquitada la discusión y tomadas del brazo, cruzaron el patio hasta el dormitorio de Lourdes. Allí estuvieron seleccionando zapatos, mantillas, cintas para el cabello y abanicos. Se entretuvieron tanto que no se dieron cuenta del paso de las horas.
_ ¡Amitas!, el almuerzo está servido _ les gritó Lola golpeando la puerta._ Por Diosito santo, ¡que zafarrancho, niña Lourdes! _ se perturbó al entrar y ver el desorden. Tules, puntillas, encajes y medias de seda, tiradas por todas partes.
Luego de la siesta, Lourdes se dio un baño en la tina de cobre que la diligente Lola llenó con agua caliente y perfumó con esencia de ámbar, la fragancia preferida de la joven.
Con paciencia, la negra peinó el cabello largo y ensortijado. Decidió dejárselo suelto, sujetándo los costados con dos peinetas de plata.
_ Lola, a mi edad debo llevar el cabello recogido en un rodete _ reflexionó mirándose al espejo.
_ No diga pavadas niña. Así le queda divino.
_ ¡Impertinente!_ sin embargo, Lourdes rió complacida.
Cuando la vieron aparecer en la sala, Mercedes, Tina y los niños quedaron boquiabiertos. Bella, bellísima; una fragancia a jazmines con una nota de ámbar precedía su elegante caminar; el cabello dorado derramado sobre su espalda constituía el marco perfecto para el vestido violeta de amplio escote.
Era tiempo de cerrar una puerta y abrir otra a la esperanza. Olvidar, nunca. Rafael estaría plasmado por siempre en su corazón, pero era hora de secar las lágrimas y arrancar sonrisas al alma.
_ ¡Mamita!, pareces un hada _ Alba acarició el vestido con veneración.
_ Gracias tesoro. Y vos Miguelito,¿qué pensás?
_ Estás horrible
_ Mira que sos malo. No le hagas caso mamita, ¡estás hermosa! _ la defendió Alba.
_ Miguelito, ¿por qué estás enojado? Voy un momento al compromiso de Clarita, prometo regresar para darles el beso de buenas noches.
_ ¿En serio no vas a tardar? _ se ilusionó.
_ Es una promesa, mi caballerito celoso _ lo abrazó con ternura. Alba corrió a sumarse al abrazo.
Cuando llegaron a la casa de la familia Mendez, la fiesta estaba en su apogeo. Sobre una tarima improvisada estaban los novios. Cerca de ellos estaban don Julio Mendez y su esposa, doña Azucena, y la tía patética de Joaquín, Laura Insúa.
_ Llegamos justo para la entrega del anillo de compromiso, abuela _ le susurró al oído Lourdes.
La voz potente de don Julio resonó en todo el salón.
_ Brindemos por mi adorada hija y su futuro marido. ¡Que el Cielo los colme de bendiciones!
Un aplauso caluroso nació de los amigos reunidos por tan grato acontecimiento.
Joaquín y Clarita, arrobados, luchaban por frenar el dulce impulso de besarse frente a los invitados.
Las notas de un vals, invitó a las parejas a deslizarse románticamente por el salón tenuemente iluminado por cientos de velas.
Los novios abrieron el baile.
Lourdes observaba embelesada el movimiento de los cuerpos al son de la música.
Le llamó la atención la manera en que una mujer, una belleza de cabellos oscuros, acercaba descaradamente los pechos a su compañero. El parecía disfrutar. El...lo miró detenidamente.
"¡No, no puede ser!", se conmocionó.
Lentamente, temblando, se acercó a la pareja. Se plantó delante de ellos impidiéndoles seguir bailando. La mujer y el hombre se sorprendieron ante la extraña actitud.
_ ¡Rafael! ¡Rafa! _ gritó arrojándose en sus brazos.
La música cesó y un silencio profundó se adueñó del lugar. Todas las miradas centradas en ellos.
Bautista, con delicadeza, la separó de él.
_ Rafael, mi amor, ¡estás vivo! _ intentó abrazarlo nuevamente pero él se lo impidió.
_ Perdón señora, mi nombre es Bautista Roldán y lamento decirle que no la conozco.
Una densa oscuridad se apoderó de Lourdes y ya nada tuvo sentido.





jueves, 15 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap. 3

"Allí, en el centro de ese silencio, encontraba no la eternidad, sino la muerte del tiempo, una soledad tan profunda que la palabra misma perdía todo sentido".  Toni Morrison

 Buenos Aires, Noviembre de 1809

Alejo regresó a su casa rumiando su encuentro con la misteriosa niña. ¿Una niña blanca, hija de una esclava negra? "Extraño, muy extraño", pensó mientras apuraba el paso, llegaría tarde al almuerzo y su padre volvería a regañarlo. "¡Cuánto te odio padre!", con rabia pateó una piedra que encontró en el camino.
Abelarda, la esclava que lo cuidó desde su nacimiento, lo esperaba en la puerta principal.
_ Amito Alejo, su padre está furioso. ¿Dónde estaba metido?_ le dijo con el ceño fruncido.
_ Fui a tomar un poco de aire. En la iglesia me ahogaba...mucho incienso _ y con picardía le guiñó un ojo.
_ Usted me va a sacar canas verdes, amito. Corra, corra, que todos están en la mesa esperándolo _ lo empujó con delicadeza.
Alejo entró silbando, sabía que eso enfurecía a sus padre.
_ ¡Patán!, al fin apareces _ rugió Ildefonso _ ¡Y deja de silbar como un miserable vendedor ambulante!.
Alejo, contrito y ocultando una sonrisa de satisfacción por encolerizar a su padre, tomó asiento junto a su hermano Rubén y fente al Obispo Lué.
_  Su Excelencia, le reitero mis disculpas por el retraso y por esta lamentable interrupción. ¡Este hijo mío es un incordio, un verdadero dolor de cabeza! _ se lamentó Idelfonso mirando de reojo al niño.
_ Tranquilo don Idelfonso. Y a usted, caballerito. lo espero mañana por la tarde en la iglesia para confesarse. Su conducta no me complace en absoluto _ lo sermoneó el obispo.
"Y a mi no me complace confesarme y menos con usted, viejo enclenque", caviló Alejo.
_ Allí estaré Su Excelencia. Le prometo ser puntual _ respondió con respeto, sin embargo, pensó:
"Vas a esperar sentado porque no voy a ir, cuervo pollerudo".
_ Zanjado este problemita y retomando el hilo de nuestra conversación, subrayo mi beneplácito por la decisión del virrey Cisneros de ajusticiar a los insurrectos. Es pecado mortal rebelarse contra el gobierno, ¡habráse visto semejante actitud! _ se escandalizó el clérigo.
_ Aplaudo también la prohibición de fijar pasquines en las calles y plazas con leyendas que incentiven los ánimos contra el gobierno. Los revoltosos no dan tregua y es necesario ponerles un freno _ agregó Idelfonso
_ Así es. Precisamente ayer estuve de visita en la casa del Virrey y lo felicité por sus disposiciones. Prohibir los juegos de azar en los cafés y pulperías, antros del demonio, es un logro que agrada a Nuestro Señor.
Mientras los adultos discutían sobre política y se deleitaban con un exquisito locro, Alejo se extravió en pernsamientos que lo llevaban hacia una niña de ojos azules. "Debo descubrir donde vive", se propuso.
Al finalizar el almuerzo y antes de refugiarse en su dormitorio, pasó a saludar a Darío. Su padre le tenía prohibido sentarse a la mesa con ellos, la enfermedad de Darío lo alteraba. Por lo tanto, el niño vivía confinado en su habitación. Sólo Alejo y Abelarda le hacían compañía.
Lo encontró leyendo Las fábulas de Iriarte.
_ No sabés de lo que te salvaste. El obispo Lué es insoportablemente aburrido _ exclamó tirándose en la cama junto a su hermano que lo observaba sonriendo.
_ Sin embargo, me hubiera gustado participar del almuerzo. Esta soledad es horrible...extraño tanto a mamá. Ella nunca me dejaba solo, en cambio papá...
_ Papá es un monstruo, es una mierda, es un hij...
_ No sigas Alejo, es nuestro padre y le debemos respeto...¡a pesar de ser un hijo de puta!
Los hermanos estallaron en caracajadas. Alejo era feliz cuando veía reír a su hermano y eran pocas las veces que lo hacía.
_ Yo también extraño a mamá. Estamos muy solos sin ella, ¿verdad?
_ ¿Te cuento un secreto? _ Darío dejó el libro sobre una mesita y miró fijamente a Alejo _ La última vez que hablé con mamá me dijo que siempre confiara en vos y que ella velaría por nosotros tres desde el cielo.
_ ¿Por el maldito de Rubén también? _ se ofuscó.
_ Por Rubén también. Mamá nos quería a los tres por igual _ Darío era un hombrecito justo, que su padre y su hermano mayor lo marginaran no era motivo para que los odiara. Todo lo contrario, soñaba con el día en que lo abrazaran con cariño.
Al día siguiente, Alejo, se levantó al amanecer. Con sigilo se escurrió hasta la cocina.
Abelarda se sorprendió al verlo.
_ Amo Alejo, ¿qué hace dispierto tan temprano?
_ ¿Dónde está Lautaro, Abe?
_ ¿Y se puede saber pa´qué lo quiere? _ se interesó presintiendo una nueva travesura.
_ Necesito que me ayude.
_ ¿Pa´qué? _ insistió Abelarda.
_ Cosa mía, no te interesa y dame una taza de ese chocolate que hierve en el fogón _ le ordenó evitando la mirada escudriñadora de la negra.
En ese momento apareció bostezando un indio mapuche de unos trece años. Más alto que Alejo, desgarbado, el cabello negro y lustroso, largo hasta los hombros. Lautaro era huérfano, Idelfonso lo encontró mendigando por las calles porteñas y le ofreció trabajar cuidando los caballos destinados a los carruajes.
_ ¡Lautaro! _ se alegró Alejo.
_ ¿Te caistes de la cama? _ se extrañó
_ Me tenés que ayudar, tu don de rastreador nos será muy útil _ afirmó masticando un pastelito de membrillo.
_ ¿Rastriar?, ¿qué trama amito? _ Abelarda se santiguó temiendo lo peor. Alejo siempre se metía en problemas que terminaban en una buena zurra. Su padre era inflexible.
_ Abe, no te metas y dejanos planificar en paz...¡y ojito con ir con el chisme a papá! _ la amenazó apuntándola con el dedo sucio de dulce.
_ Mejor vamos pa´ los galpones Alejo _ aconsejó Lautaro.
_ Tenés razón amigo, vamos, pero antes ...¡Abe!, dame una jarra de chocolate y esa fuente de pastelitos.
Y así, bien apertrechados, buscaron la segura soledad de los galpones.
_ Bueno Alejo, contame a quién tenemos que encontrar _ se interesó el indio _ ¡Qué rico está este chocolate!_ se relamió gustoso.
_ A una niña
_ ¿Una niña? _ Lautaro, sorprendido, se atragantó con un trozo de pastelito _ ¿Y desde cuándo te importan las niñas?.
_ No seas mamerto, ¡las niñas me importan un comino!
_ ¿Lo qué?
_ ¡Un comino! Eso dice el atildado de mi hermano mayor cuando algo no le interesa _ le aclaró muy ufano _ En fin, la cosa es que debo encontrarla porque me da curiosidad. Es blanca y su madre es negra, ¿no te parece raro? _ dijo abriendo desmesuradamente sus ojos verdes.
_ No, a lo mejor la madre se acostó con un blanco.
_ ¡Humm!, claro, ¡eso es! _ gritó regocijado por haber resuelto el enigma.
Para Alejo y Lautaro el sexo no era tabú. Solían reunirse al atardecer en las afueras de la ciudad, en una tapera en ruinas y escondida entre unos matorrales para conversar sobre el tema. En realidad Lautaro explicaba y Alejo escuchaba. Lautaro dormía en las caballerizas y todas las noches presenciaba atónito citas clandestinas de amantes apasionados o violaciones del patrón Idelfonso a sus esclavas, a las que sometía sin piedad. Por supuesto que esto último nunca se lo mencionó a su amigo. Allí también, Alejo enseñaba a leer y escribir a Lautaro a escondidas de su padre.
_ Y ahora que lo pienso, creo que conozco a esa niña.
_ ¡Desembuchá, Lautaro!, ¡desembuchá! _ se emocionó Alejo.
_ Se llama Felipa y vive con su abuela en El Candombe.
_ Pero...¿y su madre? El otro día estaba con ella vendiendo mazamorra.
_ Su madre en´tuavía vive en la casa de don Alfredo Torres, ¿te acordás de él?
_ Claro, fue socio de mi padre hasta que enfermó y quedó en la ruina. Nunca me gustó ese hombre, siempre que cenaba con nosotros miraba embobado a mi mamá.
_ Me contó la Abelarda...
_ ¿Abe? Esa negra chismosa está enterada de todo lo que pasa en Buenos Aires _ se rió Alejo.
_ Me contó la Abelarda entre mate y mate y alguna que otra torta frita, que Andra, así se llama la madre de la Felipa, sigue en lo de Torres porque Doña Ursula Torres la manda a vender tuitos los días mazamorra para que la familia pueda comer. Ella y la cocinera, son las únicas esclavas que tienen los miserables porque a todos los demás los echaron como si jueran perros por no poder mantenerlos. Todos están en El Candombe viviendo en la miseria.
_ ¡Vamos! _ Alejo se levantó de un salto derramando el poco chocolate que quedaba en la jarra.
_ ¿A dónde? _ preguntó Lautaro metiéndose entero en la boca el último pastelito.
_ Al barrio El Candombe _ y cuando Alejo tomaba una decisión, nadie lo hacía retroceder.






lunes, 12 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap. 4

"Soy un alma desnuda en estos versos
 Alma desnuda que angustiada y sola
 va dejando sus pétalos dispersos".   Alfonsina Storni 


Buenos Aires, marzo de 1855
Era una soleada tarde de otoño. Los niños dormían la siesta luego de un suculento almuerzo en el que disfrutaron de su postre favorito: ambrosía. La negra Tomasa siempre los consentía y su abuela Tina, los adoraba. En ese momento, estaba junto a ellos velando sus sueños.
Lourdes se miró coqueta en el espejo de su amplio dormitorio. Un escalofrío la hizo temblar. "Está refrescando", pensó mientras tomaba del ropero un mantón de lana oscura. Vanidosa, volvió al reflejarse en el espejo.
"¿Pero qué hago?, ¿para qué me arreglo tanto?", se avergonzó. Su Rafael ya no estaba.
_ ¡Lourdes, querida!, ¿estás lista?. El cochero nos aguarda _ la llamó Mercedes desde el patio.
_ ¡Ya voy abuelita!_ a pesar de sus pensamientos sombríos volvió a mirarse en el espejo. Se arregló por quinta vez el cabello dorado, tan rebelde como de costumbre. Una vez satisfecha, corrió al patio.
_ ¡Por fin, Lourdes! _ Mercedes la inspeccionó de arriba a abajo _ ¡Pero querida, toda de negro! ¡Basta de luto! ¿Por qué no te ponés el vestido de seda violeta? Y por favor, cambia esas perlas negras por unas blancas.
_ No abuela, así estoy bien.
_ ¡Qué testaruda, Lourdes!, ¡qué testaruda! _ refunfuñó Mercedes.
_ A alguien habré salido, ¿no? _ y con un beso a su abuela zanjó la discusión._ ¡Tina!, regresamos dentro de dos horas.
Tina, la madre de Rafael, llegó agitada desde el dormitorio de los niños. Se apuró para despedirse. Era una mujer relativamente joven, pero las penurias de la vida, sobre todo la muerte de su hijo, la envejecieron prematuramente. El rostro macilento, delgada, el cabello cano y una mirada azul preñada de melancolía, así era Tina, así la había maltratado el destino.
_ Siento no poder acompañarlas, pero prefiero quedarme con los niños. Un beso a doña Laura.
Lourdes y Mercedes iban de visita a la casa de la viuda del General Insúa, otro de los héroes que coartaron  la dictadura de Rosas.
_ Deciles a Alba y a Miguelito que a mi vuelta les cuento la historia que les prometí, siempre y cuando no te hagan renegar _ se rió.
_ Esos chiquillos son dos angelitos _ los defendió la abuela Tina.
_ A los que a veces le crecen cuernitos..._  agregó sonriendo Mercedes.
El traquetear del coche por las calles empedradas puso de mal humor a Mercedes.
_ Mis pobres huesos...¿falta mucho?_ dijo asomándose por la ventanilla.
_ Poco, dos cuadras más por San José y llegamos _ la alentó la nieta.
En la puerta de una magnífica casona, las esperaba un negro vestido con elegancia.
_ Buenas tardes tengan las señoras _ solícito las ayudó a descender del carruaje _ Doña Laura las está esperando.
_ Gracias Justino. ¿Cómo anda tu patrona? _ quiso saber Mercedes.
_ Hoy se la ve contenta...será por ustedes que vienen de visita _ razonó el sirviente _ Adelante, doña Mercedes, doña Lourdes.
Laura Insúa las esperaba en la sala, una habitación espaciosa y muy iluminada. Un penetrante y agradable aroma a cera de abeja envolvía el lugar. Un hermoso ramo de magnolias situado en el centro de una enorme mesa de cedro llamó la atención de Lourdes.
_ ¡Laurita!. ¡qué alegría!, ¿y esas magnolias?, ¡son un milagro!...¿cómo es que florecieron tan temprano? _ se sorprendió.
_ No sé, sólo florecieron _ respondió con desgano la anfitriona.
_ Se te ve bien querida.
_ Las apariencias engañan Mercedes. _ respondió agobiada _ Son muchos los malestares que me aquejan ultimamente.
Con movimientos teatrales, las invitó a sentarse en unos mullidos sillones de terciopelo bermellón que combinaban con los pesados cortinados que enmarcaban las amplias ventanas que daban al jardín.
_ Justino, el mate, por favor _ pidió con voz aflautada.
Con una rapidez increíble, Justino dispuso todo para servir con eficacia a las visitas.
_ ¿Gustan las señoras unos buñuelos de manzana recién hechitos?
Las mujeres aceptaron encantadas.
Entre mate y mate, Laura las atormentaba con sus desdichas.
_ Estoy tan sola...Esta casa parece un mausoleo. Todavía no me acostumbro a la muerte de Ramiro. Eramos muy unidos. _ se lamentó.
_ Te comprendo Laurita, a mí me pasa lo mismo _ Rafael estuvo bajo las órdenes de Ramiro en la batalla de Caseros.
_ No es lo mismo Lourdes. Ramiro y yo estuvimos casados por más de treinta años, ¡toda una vida!
_ ¡Que tiene que ver los años de casados con el dolor de la pérdida! Con Rafa se me fue la mitad del alma _ explotó Lourdes.
_ Claro, claro, querida, sin embargo, vos tenes a tus hijos, a tu abuela, a tu tío Lorenzo; en cambio yo vivo en la desesperanza, en la soledad...
"Por algo será", pensó Lourdes harta de tanto gimoteo.
_ Muy ricos tus mates Justino. Laura, ¿ya pasaron los del censo? Por nuestra casa pasaron muy temprano por la mañana _ Mercedes intentó virar la conversación cansada también del lloriqueo de la mujer.
_ Por acá pasaron un rato antes de que ustedes llegaran. Un verdadero engorro, ¡cuántas preguntas!, me dejaron exhausta.
Mercedes se refería al primer censo de la provincia de Buenos Aires como estado autónomo, fuera de la Confederación Argentina y teniendo pleno control sobre la Aduana y el Puerto.
Lourdes devolvió con una sonrisa forzada el mate a Justino, y con la mirada le suplicó a Mercedes que se despidiera de Laura.
_ Bueno Laurita, nos retiramos _ dijo la abuela comprendiendo el mensaje de la muchacha.
_ ¡Tan pronto!, ¡que pena!. Justamente esta tarde vendrá mi sobrino Joaquín con su amigo Bautista, un joven encantador. Me hubiese gustado presentártelo Lourdes, creo que congeniarían.
_ Será en otra oportunidad Laura. No me gusta dejar solos a los niños durante mucho tiempo.
_ ¿Tina no está con ellos?
_ Tina sufre un resfriado y está con fiebre, la pobre _ mintió descaradamente.
_ Entonces no las entretengo más. ¡Vayan, vayan!. Justino, acompañalas al carruaje. No las beso porque temo contagiarme, estoy muy débil y por lo tanto, propensa a pescarme cualquier peste. Gracias por la visita queridas. Adiós.
_ Saluda a Joaquín de nuestra parte _ agregó Mercedes hastiada de la quejosa Laura Insúa.
En el viaje de regreso se prometieron no repetir la visita por un tiempo prolongado...muy, prolongado.
Al llegar, Miguel y Alba las estaban esperando ansiosos.
_ ¡Mamita!, ¡abuelita Mechu!_ se colgaron del cuello de su madre llenándola de besos _ Nos portamos requete bien, ¿no es cierto abuela Tina?.
Tina lo confirmó con una amplia sonrisa.
_ Así que ahora...¡el cuento, mamita!_ chillaron.
Los niños, espectantes, se sentaron en un confortable sillón reclinados sobre su madre. Lourdes comenzó el relato, y su voz  tersa y melodiosa, los hipnotizó.
_ Hace mucho tiempo los hombres vivían tranquilos y felices en un valle fértil. Nada les faltaba; la tierra era rica y les brindaba todo lo que necesitaban. Sobre esa tierra no se conocía la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los dioses de la montaña protegían a todos los hombres y a todas las mujeres.
_ ¿Y a los niños pequeños., mamita? _ se preocupó Alba.
_ También, tesoro...Los dioses les prohibieron sólo una cosa: nadie debía subir a la cima de la montaña donde ardía el Fuego Sagrado. Por mucho tiempo, los hombres no quebrantaron esa ley. Pero el diablo, espíritu maligno que vive en la oscuridad, no soportó la felicidad de los hombres.
_ Me da miedo el diablo, mamita _ lloró Alba.
_ ¡No interrumpas más, Alba! _ la retó Miguelito.
_ Si te da miedo, termino la historia.
_ ¡No mamita! _ le rogó el niño _ Alba, no tengas miedo, yo siempre te voy a defender de los malos.
_ ¿De en serio? _ se maravilló la pequeña.
_  Por supuesto, y se dice "en serio" _ la corrigió con cariño.
_ ¿Continúo entonces? _ preguntó enternecida por el amor que se profesaban los hermanitos.
_ ¡Siii! _ la ensordecieron
_ El diablo se las ingenió para dividir a los hombres sembrando peleas. Y un buen día les pidió probar su valentía: deberían buscar el Fuego Sagrado.
_ Pero lo tenían prohibido _ se ofuscó Miguelito.
_ Precisamente, el diablo quería que los hombres desobedecieran a los dioses y cuando comenzaron a escalar la montaña fueron sorprendidos por cientos de pumas que salieron de sus cuevas para comérselos. Los hombres gritaron pidiendo ayuda al diablo, pero fue en vano.
Alba, asustada, se abrazó con fuerza a la abuela Mercedes mientras se lamentaba por el destino de los desobedientes.
_ Esta niña es insoportable _ estalló malhumorado el niño _ Que se la lleven a dormir, por favor.
_ ¡Que malo sos Miguelito! Yo también quiero saber como termina el cuento _ se defendió.
_ ¡Basta de pelearse! _ se enojó Lourdes.
_ Por favor, mamita, ¿que pasó con los hombres? _ insistió Miguelito.
_ Pasó que Inti, el dios Sol, se puso a llorar y sus lágrimas fueron tan abundantes que en cuarenta días se inundó el valle. Sólo se salvaron un hombre y una mujer sobre una barca de junco. Cuando el sol brilló de nuevo, se hallaron en un lago de aguas azules, en el que flotaban los pumas convertidos en estatuas de piedra. Los dioses no abandonaron al hombre como lo hizo el diablo, al contrario, le dieron una segunda oportunidad de ser feliz.
_ Nunca me lleves a ese lago mamita. Le tengo mucho miedo a los pumas _ volvió a llorar Alba.
_ ¡Que tonta! Todos los pumas están muertos. Los mató el dios Sol, ¿verdad mamita?_ exclamó Miguelito.
_ Verdad. Y ahora un abrazo y a dormir mis angelitos.
Cuando los niños abandonaron la sala de la mano de Tina, Lourdes se abrazó a Mercedes.
_ ¡Ay abuela!, ¿tendré yo una segunda oportunidad de ser feliz?







lunes, 5 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap 2

"Y, ¿sabes tú, niña mía por qué en tu cuna
 ningún hada había?
Porque allí, cerca de ti estaba quién tu nacer bendecía:
 la Reina de las Estrellas,
 aquella que aroma los cielos y la tierra".    Rubén Darío

Buenos Aires 1798

La luna los sorprendió desnudos, amarrados por una pasión ardiente, febril. Los cuerpos sudorosos brillaron bajo la luz titilante de una vela de sebo ajenos a la precariedad que los rodeaba. El aroma a heno que inundaba el establo, los excitó.
Un vals erótico, salvaje , bestial, regía cada uno de sus movimientos. Los labios unidos; brazos y piernas enlazadas; la mirada encendida.
Lentamente, gozando, la mano viril abrió las delicadas piernas. Ella no opuso resistencia, se entregó con urgencia.
El, un aristócrata inglés; ella, una esclava, una de las tantas negras capturadas en el continente africano, unidos por un amor peligroso, prohibido.
Philip Alvey, conde de Lancashire, hombre enigmático y soberbio, cayó derrotado al verla por primera vez.
Andra, se abría paso entre los invitados en la tertulia de don Alfredo Torres, socio comercial de Philip, con movimientos cadenciosos y sensuales. En una mano sostenía un lujoso mate de plata y en la otra, una pava. A todos, damas y caballeros, servía la dulce infusión con una sonrisa triste y de sumisión.
Alguien, un señorito petulante, la emujó con despreció.
_ Este mate está frío _ le gritó arrojándola contra Philip.
El cuerpo del conde se tensionó al entrar en contacto con la piel morena, tibia, suave. "Huele a vainilla", pensó.
Andra, sin levantar la vista, le pidió perdón por haber caído sobre él y con rapidez abandonó el salón.
Philip, sin pensarlo, la siguió. La detuvo en medio del patio, antes de llegar a la cocina.
_ Ese estúpido te a hecho daño _ le dijo en su incipiente castellano.
_ No _ contestó sorprendida por el interés del caballero.
Intentó continuar su camino, pero Philip la detuvo sujetándola de un brazo.
_ Wait...espera _ se corrigió.
_ ¿Qué desea  Su Señoría? _ Andra se asustó por la insistencia del hombre, supuso lo peor...lo que su amo buscaba de ella todas las noches.
_ No temas, sólo deseo saber tu nombre _ dijo con cortesía.
_ Andra _ contestó mirándolo a los ojos.
En ese preciso instante, Philip cayó bajo el embrujo de unos ojos oscuros y luminosos como dos ópalos, y supo con certeza que en su corazón no habría lugar para otra, sólo para Andra.
A partir de esa noche, visitó con mayor asiduidad la casa de su socio.
_ Mi querido Philip, sospecho que no son nuestros negocios de importación y exportación, ni mucho menos mi tediosa conversación lo que lo trae a mi casa con tanta frecuencia. ¿Será acaso una cuestión de polleras? _ lo indagó risueño. Tomaban un sabroso café en la biblioteca.
_ Ha acertado Mr. Torres _ contestó encendiendo un cigarro que trajo de un viaje a La Habana.
_ ¡Humm!, delicioso aroma, embriagante _ dijo Torres encendiendo otro cigarro y deleitándose con su sabor dulce, con una nota de caramelo _ Cuénteme, entonces, ¿quién es la hembra que lo tiene a mal traer? _ continuó entre bocanada y bocanada.
_ Una de sus esclavas _ pronunció con desfachatez _ Se llama Andra.
Torres, ante la afirmación del inglés, se ahogó con el humo provocándole tos, una tos nerviosa.
_ ¿Ha dicho Andra?, ¡imposible!. Ella sólo me complace a mí._ recalcó perdiendo toda empatía con el conde.
_ Se la compró _ insistió el otro.
_ De ninguna manera. Desfóguese montando a cualquier negra menos a Andra, ésa es de mi exclusividad, ¿entendió? _ el viejo comerciante se alteró hasta ponerse rojo como la grana.
_ Calma, Mr. Torres, no se altere, pondré los ojos en otra. Negras, sobran _ aseguró palmeándole la espalda.
_ Bueno, ahora que nos pusimos de acuerdo en ese asunto, dediquémonos a lo realmente importante: nuestros negocios.
Pasaron toda la tarde cerrando tratos comerciales en los que ambos se beneficiaban. Torres importaba tejidos de algodón siendo William su  nexo con las fábricas británicas. Luego, la mercadería importada la transportaba en carros al interior del país. La irrupción de productos británicos perjudicó el comercio nacional, pero esto no tenía relevancia para Torres, quien veía con sumo agrado crecer sus arcas.
Esa noche, al término de una copiosa cena y luego de despedirse de sus anfitriones: Torres, su lánguida esposa y sus dos hijas, adolescentes y pizpiretas; Philip simuló regresar a la casa que alquilaba cerca del Cabildo.Cuando estuvo seguro que nadie lo vigilaba, rodeó la casa de Torres y volvió a entrar por los establos. Recompensó el silencio de los dos negros que custodiaban el lugar con unas cuantas monedas de plata. Ellos, agradecidos, le indicaron donde encontrar a Andra.
Ella estaba en el tercer patio, cortando chauchas en la huerta para el almuerzo del día siguiente. El la abrazó por detrás y le besó el cuello. La muchacha ahogó un grito de sorpresa, supuso que era el amo Torres, deseoso de someterla.
_ No temas, no te haré daño _ manifestó haciéndola girar hacia él con delicadeza.
_ Señor Conde...¿pa´que me anda necesitando? _ Andra, asustada, buscaba con la mirada un lugar hacia donde huir.
_ Si te lo digo saldrás corriendo, y eso es lo que menos deseo _ rió Philip._ Ven, sentémonos debajo de aquel sauce _ y para confusión de Andra le dijo _ Háblame de ti, quiero saber todo de ti, mi muñeca de ébano.
Así comenzó una relación que con el tiempo fue estrechándose hasta convertirse en amor real.
Philip admiraba la fortaleza y la humildad de esa muchacha que nunca se quejaba de su despiadado destino. Siempre lo recibía dispuesta y con una sonrisa, a pesar del trabajo pesado que debía realizar cada día y de soportar  los caprichos de las niñas , el malhumor de su ama y los avances libidinosos de Torres.
Gracias a una treta que le enseñó William, Andra consiguió frenar los ataques sexuales del comerciante.
_ Andra friega sobre tus piernas esta resina que se extrae de una hiedra venenosa _ la animó a seguir el consejo a pesar de su reticencia _ Tranquila, no es peligroso. Te provocará un sarpullido que inquietará a Mr. Torres cuando lo note. Te aseguro que te dejará de molestar. Y este frasco contiene aceite esencial de manzanilla, te ayudará a calmar el enrojecimiento y el picor.
"Soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de no tener a ese cerdo entre mis piernas", pensó con repugnancia
Así fue, Torres asqueado por las manchas rojizas y con temor de que lo contagiará dejó de frecuentarla por las noches.
Por mucho tiempo Andra fue solamente de Phillip, amándose siempre a escondidas, hasta esa noche de verano de 1799.
Al separarse de ella, de ese cuerpo tibio y sensual que lo alojó con ardor infinito, de ese cuerpo que era fuego, un fuego que lo consumía...que lo devoraba, se sintió morir. Ella aún no lo sabía, no pudo, no se atrevió a decírcelo antes, pero ya no podía postergarlo.
_ Andra, amor, hay algo que debes saber.
_ ¿Qué cosa amo? _ cientos de veces le rogó que no lo llamara de ese modo. "Dime Philip o Felipe, en tu idioma". Pero ella se empecinaba en contradecirlo y continuaba llamándolo amo. Ella sentía que Philip era su amo, su único y verdadero amo.
_ Mañana parto hacia Inglaterra _ logró decir con el alma hecha trizas.
Andra ya lo intuía. Descubrió el mal augurio en el dolor que escondían los ojos azules de su amado, un azul tormentoso, turbulento.
_ Siempre va ´star en mi corazón, amo _ le confensó sin contener el llanto.
_ Andra, mi muñequita de ébano, te prometo que volveré y nunca nos separaremos. Convenceré a Mr. Torres y serás mía. Toma, para que siempre me tengas presente.
Estiró el brazo y de su alforja extrajo una muñeca de trapo, engalanada con sedas y tules.
La amó con vehemencia, con locura. " La vil distancia no podrá separarnos, lo juro", pensó poseído por la pasión.
Ella lo esperó, él nunca regresó.
Lo que Andra nunca llegó a saber fue que Philip enfermó gravemente en alta mar y murió antes de llegar a Inglaterra.
Pasado dos meses de su partida, Andra supo que estaba embarazada. La felicidad del primer momento se truncó por el miedo profundo a la reacción de los amos, sobre todo de Alfredo Torres.
_ ¡Preñada! ¡Negra inmunda!, ¿de quién es el engendro? _ vociferó como un endemoniado.
_ ¡Anselmo! _ llamó al negro que controlaba a los demás esclavos _ ¡Treinta latigazos! _ sentenció.
Andra soportó cada golpe con entereza, su hijo le dio la fuerza, ese hijo que fue la luz de su vida.
Torres no la vendió a pesar de los ruegos de su esposa, que vio en el desliz de la esclava la oportunidad de librarse de ella. Su marido la deseaba y ella la odiaba.
Poco le duró el enojo al comerciante que sucumbió al deseo y comenzó a visitar la cama de Andra nuevamente. Ella no volvió a utilizar el urushiol que le provocaba sarpullido. Prefirió tolerar los embates lujuriosos del viejo a hacer daño a la criatura que crecía en su vientre.
Una soleada mañana de noviembre nació la hija de Andra  y Philip.
Lorenza, la negra comadrona, invocó la protección de Ochún, diosa del amor y de la sexualidad, al ver a la pequeña.
"Blanca como la leche  y lo´ojo azule como el mar que nos trajo pa´estas tierras", le dijo a la parturienta entregándole la bebita envuelta en una mantilla de algodón basto.
La pequeña se prendió inmediatamente al pecho. Andra sonrió acariciando la suave pelusa oscura de la cabecita.
Alfredo Torres apareció de improviso y al ver a la criatura quedó alelado. "Blanca", pensó con estupor, "¡Maldito conde!".
Se acercó al catre para observar de cerca al fenómeno.
Andra, asustada, le rogó con angustia:
_ No me separe de ella amo, hago lo que usté quiera... _ le suplicó tomándole la mano que el apartó con brusquedad.
_ Ya veremos...¿así que lo que yo quiera? _ exclamó regodeándose en los pechos de la muchacha.
Andra afirmó moviendo la cabeza. Sintió náuseas, pero si el precio por permanecer junto a su hijita era yacer con ese cerdo libidinoso, lo haría sin dudarlo.
"Una esclava blanca...excelente, excelente", meditó con lascivia. Altanero, clavo sus ojos porcinos en ella y abandonó el lugar silbando. Torres no separó a la madre de la hija.
Lorenza suspiró con alivio al ver al amo alejarse.
_ ¿Qué nombre le vas a poner? _ preguntó curiosa.
_ "Felipa, como su padre",  susurró con ternura mientras besaba la coronilla de la niña.










domingo, 4 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap 3

"No viviré si no es para buscarte y cruzaré el dolor para adorarte". 
Silvina Ocampo

El día comenzó agitado en la redacción del periódico "El Nacional". Todos estaban compungidos por la muerte del General Paz. La hemiplejía terminó por derribar al coloso defensor de los intereses de la Patria, al veterano de la Revolución de Mayo, al férreo opositor del Dictador Juan Manuel de Rosas.
Durante toda la mañana se trabajó en el diseño de la primer página, en donde se anunciaba el deceso.
Bautista era el cronista responsable de la lamentable noticia. Ensimismado en su historia no reparó cuando la tinta negra de la pluma, con la que esgrimía reflexiones que enaltecían al noble difunto, ensució su mentón.
Al pasar junto a su escritorio, Joaquín comenzó a reír.
_ ¿Cuál es la broma? _ explotó malhumorado. Joaquín Insúa tenía el don de sacarlo de sus casillas.
_  El mismo distraído de siempre. Tenés la cara manchada de tinta.
Sorprendido por la afirmación de su amigo, tomó una franela de uno de los cajones y se frotó con rabia.
_ Parece que no es un buen día, ¿no? _ lo interrogó jocoso.
_ No consigo dar el final adecuado a esta crónica sobre los méritos del General Paz._ contestó con preocupación.
_ Te ayudo, falta poco para la tirada del mediodía _  se ofreció amablemente.
Joaquín Insúa fue la persona generosa que ayudó a Rafael en el momento más crítico de su vida. Perdido y desorientado, dueño de un pasado envuelto en el misterio, sólo encontró un poco de solaz en la amistad desinteresada que Joaquín le ofreció desde su primer encuentro en la tienda hospital de Caseros.
Rafael no recuperó la memoria. Lo intentó con denuedo, pero fracasó.
_ Es horrible esta sensación de vacío. Busco en mi memoria y sólo encuentro oscuridad. ¿Quién soy, Joaquín?, ¡quién soy,carajo!_ solía repetir angustiado.
_ No te angusties. Ya verás, cuando menos te imagines, recordarás _ lo animaba.
De regreso a la ciudad, Joaquín invitó a Rafael a su casa.
_ No se hable más, te venís conmigo. Mi casa es amplia, tiene varios dormitorios. Además está Candelaria, una negra que es como mi segunda madre y que cocina de maravillas. Su ambrosía es la mejor de todo Buenos Aires.
_ ¿Tus padres qué dirán? Soy un perfecto desconocido, ni nombre tengo _ se preocupó.
_ Padres no tengo, murieron en un accidente cuando era pequeño. Volvían de España de visitar a unos tíos y su barco naufragó. Desde entonces Candelaria me ha cuidado y consentido...¡mi querida Cande! Ella estará encantada de recibirte. En cuanto a tu nombre... _ pensó rascándose la cabeza _  Que te parece Bautista Roldán. Tengo un amigo que te puede facilitar los documentos de identidad.
_ ¿Facilitar?, dirás falsificar._ se escandalizó.
_ Que más da, facilitar, falsificar...¡es lo mismo!Lo importante es que puedas acreditar tu identidad cuando te presentes en el periódico buscando trabajo.
_ Yo, ¿trabajar en un periódico? _ ironizó
_ Que tiene de extraño, ¿acaso has olvidado escribir? _ se asustó.
_ No, leer y escribirme me acuerdo perfectamente, pero no sé si estaré a la altura...
_ ¡Tonterías!, claro que lo estarás. El jefe de redacción es mi amigo, así que tu puesto en la redacción es un hecho.
Tal como lo auguró Joaquín, Rafael, desde ese momento conocido como Bautista Roldán, pasó a formar parte del grupo de periodistas del emblemático periódico "El Nacional".
Una vez terminada la nota, caminaron las pocas cuadras que separaban su casa de la redacción. Conversaron animadamente sobre los últimos acontecimientos que mantenían en vilo al país.
_ Fue acertada la decisión de separarnos de la Confederación. La economía de Buenos Aires prospera a pasos agigantados gracias a los ingresos aduaneros _ sentenció Joaquín,
_ ¿Entonces estás de acuerdo en no compartir las ganancias con el resto de las provincias?
_ Me parece perfecto. Me juego enterito que Urquiza invertiría la mitad de esos ingresos en arriesgadas campañas militares.
_ Campañas militares cuyo único objetivo es hundir cada vez más al país _ aseveró con fastidio Bautista.
_ Exacto...y la otra mitad seguro irían a parar al bolsillo del "Morao" _ apaodo con que los porteños denigraban  la figura de Urquiza. "Morao" en el léxico gauchesco significa: vil, cobarde.
_ Seguramente invertiría en su palacete. ¡Habrase visto semejante desfachatez! Me enteré que está trayendo tallistas, herreros, pintores y jardineros del extranjero. En los jardines está proyectando levantar un palomar que podría albergar hasta 650 palomas.
_ ¿Y qué me decís del lago artificial? Clarita me contó que se rumorea que Urquiza está planeando un baile a la vera del mismo _ le confió Joaquín.
_ Así que Clarita...¿ya te decidiste a declararle tus sentimientos?
_ No, todavía no. Me falta coraje, amigo _ expresó frustrado.
_ Apurate porque si no otro te va a ganar de mano _ se rió Bautista.
_ ¡Que decís! ¡No me asustes! El padre de Clarita, don Julio, me invitó a cenar mañana en su casa y cuando encuentre el momento oportuno ¡la encaro!_ suspiró esperanzado
Al llegar, se les hizo agua la boca con el aroma que venía de la cocina.
_ ¡Carbonada! ¡Cómo te quiero Cande, cómo te quiero! _ gritó Joaquín, mientras se desprendía de su chaqueta azul oscuro y colgaba del perchero el sombrero de copa alta, corrió a sentarse a la mesa. Bautista lo siguió igual de entusiasmado.
_ ¡Jóvenes alborotadores! ¿Nunca van a madurar? _ chilló una negra que, a pesar de su gordura, se movía con donaire balanceando sus amplias caderas debajo de una pollera multicolor. En la cabeza lucía un turbante rojo fuego.
_ ¡Nunca! Basta de sermones y serví rápido que morimos de hambre _ ordenó con picardía Joaquín.
Candelaria, simulando enojo, les sirvió orgullosa su deliciosa carbonada. Joaquín y Bautista, como golosos que eran, disfrutaron del excelente guiso a base de choclo, zapallo, orejones, zanahoria, batata y papa. Lo acompañaron con un buen vino carlón.
Antes del postre, escucharon unos golpes en el portón de entrada, gritos de bienvenida y pasos rápidos por el zaguán hasta el comedor.
Joaquín, al ver a los visitantes, se sorprendió y alegró.
_ Imanol, Amelia...¡qué sorpresa!. Bautista, ellos son mis queridos primos de España.



jueves, 1 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap 2

"Podrá la muerte cubrirme con su negro crespón;
 Pero jamás en mí podrá apagarse
 La llama de tu amor".                        Gustavo A. Becquer


Buenos Aires, Octubre de 1854

Era ya noche cerrada cuando un golpe en el portón de entrada las sobresaltó.
Lourdes y Mercedes estaban en la sala bordando unas sábanas para los pequeños de la casa.
Las puntadas de la abuela volaban, en cambio, la joven maldecía al pincharse el dedo a cada rato. Detestaba bordar, lo hacía para complacer a su abuela.
Lourdes amaba las plantas, pasaba horas en el jardín ocupándose de ellas. Regaba, podaba, fertilizaba. Verlas crecer vigorosas la complacía. Sus plantas la oxigenaban, y como las enredaderas que se aferraban a la pared para ascender, ella se aferraba a sus afectos para sobrevivir al dolor y a la añoranza.
_ ¿Quién será? Es muy tarde... _ se alarmó Mercedes dejando caer la sabanita sobre la alfombra.
_ Voy a ver abuelita. ¡Lola!, acompañame.
La criada, una negra alta y desgarbada, apareció con un candil. La mano le temblaba. Lourdes al verla soltó una carcajada.
_ ¡Qué cara Lola!, ¡y esos pelos!...son un horror. Tranquila que el que golpea no es un fantasma.
_ ¡Ay niña!, no se me burle, me julepié toda. Es medianoche y a estas horas andan sueltas las ánimas _ terminó de hablar y se santiguó tres veces seguidas.
_ Basta de tonterías y vayamos a ver quién es _ Lourdes la arrastró hasta el zaguán, mientras Lola rezaba por lo bajo.
El golpe de la aldaba volvió a resonar por toda la casa.
_ ¿Quiés es?, ¿cuál es la emergencia? _ gritó la joven  también asustada.
_ Lorenzo, abrí chiquita, soy portador de tristes noticias.
_ ¡Tío Lorenzo! _ respiró aliviada.
Criada y ama quitaron la pesada tranca de la puerta. Lorenzo, un caballero robusto y con garbo. entró agitado, besó a Lourdes y corrió a la sala.
_ ¡Mecha!, Jose María acaba de fallecer _ se abalanzó sobre su hermana y se estrecharon en un sentido abrazo.
_ ¡Pobrecito!, cruel enfermedad que no perdona. Lo diezmó completamente, a él, un hombre aguerrido.
_ Sí, el cuerpo ya no le respondía. Había que darle de comer porque le era imposible tomar la cuchara. Estaba muy deprimido. _ Lorenzo sin contener el llanto mesó sus cabellos canos.
El General José María Paz, apodado "el Manco" al quedar su  brazo derecho inutilizado de por vida debido a una herida de bala recibida en pleno combate, fue un estratega brillante, un hombre íntegro, fiel a a sus creencias, pero por sobre todo, fue un amante esposo. Margarita fue su tesoro más preciado.
_ Estuve a su lado hasta el final _ relató consternado Lorenzo _ Sus últimas palabras estuvieron dedicadas a su esposa. Con la voz estrangulada por la emoción alcanzó a pronunciar: "¿Dónde estás amor mío?, ¿por qué te escondes entre las sombras. Ya no sé el tiempo que te espero, cansado".
Al escuchar esas palabras preñadas de pasión y angustia, Lourdes estalló en un llanto amargo.
Mercedes, que estaba sentada a su lado, la rodeó con los brazos, protegiendo, consolando.
_ Calma, querida, calma _ y con dulzura secó las mejillas húmedas. Mercedes, apesar de casi pisar los setenta años, era el bastión de la familia, el refugio de Lourdes.
_ Los sentimientos expresados por el General, es lo que yo siento por mi Rafa. Abuela, lo extraño tanto. Yo también lo busco y no lo puedo encontrar. ¡No puedo!
_ Él está en tu corazón y allí permanecerá para siempre, mi niña linda. Tenés que ser fuerte.
_ No puedo ser fuerte, no quiero ser fuerte...¡quisiera morir! _ se descontroló.
_ ¡No digas sandeces! Miguelito y Alba te necesitan _ la amonestó Lorenzo _  Seguí el ejemplo de José María. Margarita y él eran una sola carne. Juntos soportaron persecusiones y miles de privaciones, pero fueron felices en medio de las penurias. Cuando ella murió dando a luz a su octavo hijo, el "Manco" no se derrumbó, sacó fuerzas del gran amor que se tenían y le presentó guerra a la vida luchando por sus ideales...
_ Los ejemplos no me sirven. Además estoy harta de los ideales patrióticos. Ya sabe lo que pienso de todo eso, tío _ respondió secándose con furia las lágrimas que corrían por el rostro encendido de furia.
_ No te enojes, querida... aunque prefiero tus garras a tus lágrimas _ sonrió Lorenzo satisfecho del carácter belicoso de su sobrina.
_ Mis hijos son mi hálito de vida. Sin ellos nada tendría sentido. Cuando los veo sonreír veo la sonrisa de Rafael y mi día se ilumina. Ellos son mi esperanza.
_ ¡Claro que sí Lourdes! Jamás olvides que los grandes amores nunca se borran del alma _ afirmó con la voz quebrada Lorenzo, y de eso él sabía bastante.


FELIPA, EN CARNE VIVA, Cap. 1

"Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
 tan de seda, tan bienhechoras.
¡Sólo ellas son las que aman, las que todo prodigan!
¡Las que por alivianarme de dudas y querellas
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!".   Alfredo Espinosa


Buenos Aires de 1809


Ese domingo de principios de noviembre amaneció nublado, las oscuras nubes presagiaban una severa tormenta.
Alejo odiaba las tormentas, su madre había muerto durante una tormenta. El luctuoso día pudo disimular las lágrimas con las gotas de lluvia que caían sobre su rostro, un lluvia copiosa que acompañó fielmente al cortejo fúnebre en todo el recorrido, unas pocas cuadras, desde su casa hasta la iglesia San Ignacio de Loyola.
Soportó con estoicismo la Misa, no comprendió la homilía del padre Agustín y a pesar de que lo consideraba su amigo, en ese momento lo detestó.
"Debemos aceptar la voluntd de Dios, hermanos. Él es nuestro consuelo...", exhortaba el cura.
"Mi único consuelo era el amor de mi madre y ya no la tengo porque Dios me la quitó", pensó con rabia Alejo. Con sus diez años no aceptaba las decisiones divinas.
"Carmen descansa en paz y es feliz en las mansiones celestiales...", continuaba el cura.
"Mi madre era feliz junto a mí, junto a Darío", rezongó tragándose las lágrimas. No debía llorar. "Los hombres no lloran", le repetía con frecuencia su padre, "sólo los débiles lloran. Un Gomez Castañón nunca llora".
Ya habían pasado dos años de la muerte de su madre y su dolor permanecía intacto. ¡Cuánto la echaba de menos! Extrañaba su sonrisa, dulce y contagiosa; su optimismo, sus caricias y sus besos.
Su padre, Idelfonso Gomez Castañón, nunca le demostraba cariño, apenas le dirigía la palabra sólo para dar órdenes. Agrio, duro, inalcansable. Así lo veía Alejo.
Idelfonso Gomez Castañón, español de pura cepa, quien venido a menos en su tierra, amazó una fortuna en suelo americano gracias a acertados negocios agropecuarios.
Idelfonso sólo tenía ojos para su hijo mayor, Rubén, su orgullo. Alejo y Darío no existían para él.
Alejo sufría el desamor de su padre y se refugiaba en Darío, que también era menospreciado. Su estigma: la epilepsia.
Si a Alejo Idelfonso lo consideraba débil por estar tan apegado a su madre, Darío constituía su vergüenza.
No aceptaba que su semen hubiera engendrado semejante aberración. Estaba seguro de que la culpa era de su mujer.
El grito de su padre desde la sala conminándolo a apresurarse, sacó a Alejo de sus cavilaciones.
_ ¡Alejo! ¡Qué diantres haces! ¡Espabílate y baja ya que se hace tarde! A su Excelencia el Obispo no le gustan los retrasos!
_ Voy padre _ terminó de abrocharse el chaleco y bajó deslizándose por la balustrada de cedro de la amplia escalera de mármol.
_ El mismo arrebatado de siempre. ¿Cuándo aprenderás de tu hermano? ¡Míralo!, puntual, correcto, elegante. ¿Y tú? ¡Arréglate ese saco! ¡Mira, tiene una mancha en la solapa!
"¡Maldición!, olvidé limpiar la mancha de chocolate. ¡Este viejo es insoportable!", rumió mientras raspaba con la uña la evidencia de su glotonería.
A paso ligero se dirigieron a la iglesia de San Ignacio. El Obispo Benito Lué y Riega oficiaría una misa en conmemoración del aniversario de la muerte de doña Carmen Castelli de Gomez Centurión.
El interior de la Iglesia, grave y austero, intensificó la melancolía de Alejo. Las palabras frías del Obispo lo enfurecieron. "¡Qué sabrá él de mi madre! Aquí hay mucho boato y poco amor".
De pie, junto a su padre y a Rubén, buscó con la mirada al padre Agustín y lo descubrió saliendo de un confesionario. El sacerdote le guiñó un ojo y siguió su camino hasta perderse en la sacristía.
El padre Agustín más que su confesor, era su confidente. Atrás quedó su enojo con él por la homilia que pronunció en el sepelio de su madre y que en ese momento consideró ajena y distante.
Una vez finalizada la misa, los pocos familiares y los muchos amigos de la familia, se reunieron en el atrio para saludar a Idelfonso y a sus hijos.
Alejo no soportó las voces cargadas de pena mal disimulada con que trataban de brindarle consuelo.
"¡Falsas! Ninguna de estas viejas arpías vino a visitar a mamá cuando estuvo en cama y menos cuando agonizaba por miedo al contagio".
Carmen enfermó gravemente durante la primavera de 1807. "Tabardillo", fue el diagnóstico del doctor irlandés Redhead, una enfermedad peligrosa que se manifestó en una fiebre con manchas pequeñas como picaduras de pulga.
"Padre nunca se acercó a ella, él también temía contagiarse. ¡Cobarde! Ella en su delirio lo llamaba, pero él permanecía sordo a sus ruegos".
El recuerdo de esos terribles momentos hizo que Alejo huyera del atrio de la iglesia.
Corrió por las calles polvorientas de Buenos Aires sin destino, quería alejarse de tanta hipocresía.
Al llegar a una esquina de la Santìsima Trinidad, se sentó bajo la sombra de un álamo solitario.
De un tirón se quitó el molesto corbatín y se desabrochò los primeros botones de la camisa. Acalorado, se deshizo del chaleco y del saco, dejándolos olvidados a un costado.
Se repatingó contra el tronco grueso y liso del árbol y cerró los ojos. Necesitaba descansar, sobre todo de su padre.
De repente sintió una presencia. Abrió los ojos y la vio. Una niña de unos diez años lo observaba con curiosidad.
Alejo se sorprendió admirando la belleza de aquella criatura. Piel blanca como la leche, cabellos oscuros como el alquitrán que utilizaba la peonada para rellenar las juntas de las baldosas del patio de la estancia y unos ojos...¡qué ojos!, azules como los zafiros del anillo de su madre.
Sin embargo, se sobrepuso enseguida de su embeleso y cortante le preguntó:
_ ¿Qué miras?, ¡entrometida!
_ Perdón, quería ofrecerte un poco de mazamorra. Mi mamá la vende. Allí está, ¿la ves? _ su voz era prístina, musical.
Alejo se la quedó mirando como hechizado. ¿Qué tenía esa niña? Seguramente el cansancio era el culpable de su fascinación, él odiaba a las niñas. Sus primas siempre lo fastidiaban con juegos absurdos invitándolo a participar. Por supuesto él siempre se negaba.
_ ¡Fuera!, dejame en paz _ le ladró.
_ Es que mi mamá hoy casi no vendió y necesitamos la plata, si no nuestro amo la castigará _ le rogó al borde del llanto.
Alejo se extrañó al escucharla y más aún al ver a su madre detrás de un enorme fuentón de mazamorra.
_ ¿Aquella es tu madre? _ se inquietó.
_ Sí _ dijo saludándola con una manito.
_ Pero...pero si es una negra _ tartamudeó sorprendido.
_ Será negra, pero es mi mamá _ contestó ofendida.