Novelas en capítulos y cuentos cortos

lunes, 24 de septiembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 19

"Que importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo". Pablo Neruda

Mientras Lautaro cavilaba sobre su situación sentimental, Alejo planeaba la fuga.
Ya no esperaría más. Felipa debía acceder. Sus primas ya habían decidido su destino, en cambio ellos... Sí, ese era el momento para huir. No le iba a conceder dilatar la decisión. Se marcharían a la medianoche del día siguiente, sólo le concedería el tiempo suficiente para despedirse de su abuela Filomena y de Felicitas y Rosario. Satisfecho con su determinación, consiguió dormir.
El canto del gallo lo despertó. Se levantó con prisa y fue hasta el río. Zambullirse en las aguas del Plata le sentaría bien, esa mañana debía tener las ideas claras. Se mantendría firme ante Felipa, ella tendría que aceptar sino..."¡Mal rayo la parta si se niega, estoy harto de que siempre anteponga a mis primas o a mi tía, a mi amor por ella! Esta vez seré duro, sus lágrimas no me conmoverán, sus miedos no me doblegarán. Hoy mismo nos iremos, hoy comenzaremos a amarnos libremente lejos de mi padre y sus amenazas".
Más tarde, regresó a la casa y entró por la cocina. Allí se encontró con Abelarda, que como de costumbre estaba junto al fogón dispuesta a freír decenas de pastelitos de membrillo. Una negra alta y delgada como un junco acompañada por otra, petacona y regordeta, entraban y salían llevando fuentes y tazas hacia el comedor donde estaban preparando la mesa para el desayuno.
_ ¿De adónde vení vo todo mojao? Siguro que te juiste a meter en el río. No te dije que ese río es muy traicionero _ se alarmó Abelarda.
_ Negra quejona, sé nadar y muy bien _ le respondió aireado Alejo. Se sentó a la mesa y comenzó a cebarse unos mates _ No me retes más y dame un pastelito que me muero de hambre.
_ ¡Ja!, vo siempre te morís de hambre. ¿Y por dónde anda el otro hambreao?, el Lautaro. Es raro no verlos juntos a estas horas.
_ Que sé yo, por ahí andará. ¿Acaso soy su niñera? _ le contestó enfadado. Ese día sólo tenía un problema: convencer a Felipa.
_ Parece que hoy te levantastes con la pata izquierda. Ponele azúcar a ese mate a ver si te endulza un poco ese caráter amargo que tené _  lo regañó fastidiada Abelarda.
_ ¿Dónde está Felipa? _ le preguntó suavizando el tono.
_ Está en el dormitorio de doña Rosaura. Sigue indispuesta la doña así que...
_ ¡Puta madre! ¿Y ahora que le pasa a mi tía? _ estalló Alejo presintiendo una nueva negativa de Felipa a huir.
_ ¡Epa! ¡Qué manera es esa de hablar de tu tía! La pobrecita hace ya unos días que se siente mal. Ayer vino el dotor y...
_ ¡¿Qué mierda tiene la tía Rosaura?! ¿Qué carajos dijo el médico? _ Alejo interrumpió a la negra fuera de sí. Siempre sucedía algo que se interponía en sus planes. Pero, ¡basta! Si Felipa se negaba a seguirlo...él se moriría.
_ Algo del estómago, no entendí lo que me dijo la Felipa. Siguro ella te lo va a esplicar mejor que yo. Y tomá _ Abelarda le alcanzó un tarro de barro cocido con yuyos.
_ ¿Qué me das?
_ Ponele al mate unas hojitas de melisa. A ver si con eso te tranquilizas un poco. Hoy estás que te lleva el diablo, muchacho _ dicho esto, la negra hizo cuernos con la mano para alejar a Mandinga.
_ No tengo tiempo para tus tonterías, me voy. ¡Asunta! _ llamó a los gritos a la negra regordeta.
_ ¿Qué necesita patroncito? _ la muchacha apareció con la rapidez de un rayo.
_ Busca a Felipa y dile que la espero en nuestro lugar en media hora _ le ordenó tajante.
_ Ya mesmo voy patroncito _ y secándose las manos en el delantal almidonado desapareció con la misma rapidez con que apareció.
_ Tú deberías aprender de ella, negra confianzuda, no pregunta, no averigua, sólo obedece _ Alejo amonestó a Abelarda antes de abandonar la cocina dejando a la negra con la boca abierta.
_ ¿Qué le andará pasando a este mocito? Ni comió...¡qué raro! Y con lo rico que me salieron los pastelitos... _ Abelarda se quedó mirando la puerta por donde salió Alejo mientras masticaba pensativa la deliciosa confitura.

Felipa estaba muy preocupada. En el transcurso de una semana la salud de doña Rosaura declinó abruptamente. No toleraba los alimentos sólidos, sólo jugos de fruta y caldos de verdura o pollo.
El doctor diagnosticó indigestión, pero Felipa dudaba. Debía consultar con su abuela, ella sabría que hacer. Esa misma noche iría a verla.
Doña Rosaura dormía, un sueño agitado, por momentos deliraba llamando a sus hijas.
_ Rori, querida, ten cuidado _ suplicó al borde del llanto.
_ Doña Rosaura, tranquila. Rosario está bien _ le susurró y con un paño embebido en vinagre le humedeció la frente.
Unos golpecitos en la puerta la sobresaltaron.
_ Soy yo, Felipa, la Asunta. ¿Puedo pasar? _ preguntó con timidez la negra.
_ Pasa, pasa _ respondió la joven sin apartarse de la enferma.
_ ¿Cómo está? _ se interesó señalando a la mujer _ ¡Está más blanca que la leche!
_ ¡Baja la voz Asunta! Me temo que está peor que ayer. ¿Qué quieres? _ se impacientó.
_ Me manda el patroncito Alejo. Quiere que vayas dentro de media hora al lugar que vo ya sabé.
_ Está bien. ¿Puedes quedarte con doña Rosaura? Sólo debes refrescarla con estos paños y darle de beber agua cada tanto con una cuchara _ le pidió con una sonrisa.
_ Claro, andá no ma´pué _ Asunta siempre estaba dispuesta a ayudar a Felipa porque muchas veces  la defendió del acoso de Rubén. En una oportunidad hasta recibió diez latigazos por protegerla. Aún hoy recordaba el estallido de locura que tuvo Alejo al descubrir el castigo que su hermano le impuso a Felipa. Como un enajenado se lanzó sobre Rubén. Si no hubiese intervenido el padre Agustín que estaba de visita, Alejo lo hubiera golpeado hasta desmayarlo. Rosario, al enterarse, se encerró en un silencio absoluto que duró una semana.
_ ¡Nunca!, entiendes, ¡nunca más vuelvas a poner tus mugrosas manos encima de Felipa! ¡Nunca! _ lo dijo con tal ferocidad que Rubén, el prepotente, quedó paralizado ante la reacción de su hermano.
El recuerdo la hizo estremecer y sin más empujó a Felipa hacia la puerta.
_ Andá, andá, no lo hagás esperar. Voy a cuidar muy bien a la patrona, no te priocupés.
Por el camino, Felipa, volvió a trenzar su cabello de lustroso azabache, ajustó el moño de seda roja que lo adornaba y se acomodó la blusa de encaje blanco.
A medida que se acercaba al galpón donde solían encontrarse para hacer planes y amarse, el corazón le comenzó a galopar como un potro desbocado. ¡Cuánto lo amaba! Por las mañanas se despertaba ansiando verlo y por las noches se dormía soñando con sus besos posesivos.
Alejo la vio llegar por la orilla del río y corrió a su encuentro. La espera lo estaba matando. Ella lo esperó con los brazos abiertos. Se fundieron en un abrazo coronado por un beso de fuego.
_ ¿Qué sucede Alejo? _ preguntó cuando recuperó el aliento.
_ ¿Es que debe suceder algo para que quiera verte? Quiero verte porque eres el aire que respiro, ¿todavía no lo sabes? _ volvió a besarla, con violencia...con ardor desmedido.
_ Alejo..._ suspiró. Ella lo amaba tal cual era: posesivo, iracundo aunque también, generoso y desinteresado. Él la amaba entregando todo de sí, la protegía, la consolaba, la escuchaba, la respetaba y la hacía reír.
_ ¡Vamos! Tengo que decirte algo importante _ la tomó de la mano y corrieron hasta el galpón. La sentó, como cuando era una niñita, sobre una parva de alfalfa seca y mirándola fijamente le dijo:
_ Esta noche nos fugamos.
_ ¿Esta noche? _ el temblor que Alejo percibió en la voz de Felipa lo alarmó y enojó.
_ Sí, a la medianoche te espero aquí _ Felipa lo escuchaba boquiabierta. ¿Cómo decirle que eso era imposible? No podía abandonar a doña Rosaura.
_ Alejo _ comenzó _ No podem..._ no pudo continuar porque él le tapó la boca con la mano. Su mirada fiera la asustó.
_ ¿Por qué no? ¿Cuál es el nuevo motivo para que posterguemos nuestra huida? ¡Estoy harto Felipa, harto! ¿Me oyes? ¡Harto! Si no estás aquí a la medianoche, partiré solo y no me verás jamás _ explotó con violencia.
_ Comprende Alejo, tu tía está enferma, me necesita... _ Felipa no pudo frenar el llanto, lo perdería, estaba segura.
_ Mi tía tiene dos hijas para que la cuiden _ Alejo le daba la espalda, no soportaba verla llorar, no quería transigir...esta vez ¡no!
_ Le debo mucho a doña Rosaura. Ella me protegió, me dio la misma educación que a Felicitas y Rosario. Y lo que es más importante, me dio su cariño, la libertad. No puedo abandonarla _ dijo secándose las lágrimas que persistían en derramarse descontroladas.
_ ¡Y a mí sí puedes abandonarme!, ¿verdad? _ Alejo giró y la encaró con vehemencia _  Basta de mentiras Pipa, tú no me amas.
_ ¡Cómo se te ocurre! Claro que te amo, sólo que...
_ Sólo que antes que yo están Felicitas, Rosario, mi tía...¿quién más? A sí, tu gato...y quizás algún esclavo al que le das algo más que tu compasión _ ni bien lo dijo se arrepintió pero ya era tarde, la herida estaba hecha. Felipa lo abofeteó con ira.
_ Eres un...un... _ Alejo aferró los brazos de la joven que no cesaban de golpearlo en el pecho.
_ Dilo, un loco. Pero loco de amor por ti y no soporto que me dejes a un lado. Siempre los demás son más importante que yo. Hasta cuando viviremos de esta forma, escondiéndonos, besándonos a hurtadillas sin poder declarar nuestro amor abiertamente. Te quiero Pipa y quiero vivir a tu lado libremente. Haz lo que quieras, si esta noche no estás aquí, me iré y jamás sabrás de mí _  la soltó con delicadeza, volteó hacia la puerta y cabizbajo desapareció por el sendero del río.
Felipa quedó de rodillas llorando desconsoladamente. "Lo he perdido", se repetía.
Al mediodía se presentó en el dormitorio de doña Rosaura, ojerosa y pálida. Los ojos irritados de tanto llorar.
Asunta se sorprendió al verla en ese estado.
_ ¿Qué te pasó, pué? _ se inquietó la negra bajando la voz para no despertar a la enferma.
_ Después te cuento, ¿cómo está? _ preguntó acercándose a la cama y tomando una mano de la mujer.
_ Bien, duerme tranquila. Le bajó la fiebre, pero vomita todo el agua que le doy.
_ Ya no sé que hacer. Se va a deshidratar. ¿Felicitas vino a verla?
_ La niña Felicitas se jue con el marido pa´la ciudá _ Le informó muy seria.
_ ¿Regresó a la ciudad? ¿Por qué? _ se extrañó Felipa de la decisión de Felicitas encontrándose la madre en grave estado.
_ Ah, no sé. No me preguntés porque no sé nada má. Y ahora me voy pa´la cocina que la Abe debe estar que arde porque me desaparecí en el pior momento. Dispué me contás que pasó con el Alejo, ¿eh?
_ Sí, sí, a la tardecita te busco y te cuento. Y...muchas gracias Asunta por cuidar a doña Rosaura.
Una vez sola, tomó asiento cerca de la cama, pegada a la cabecera. Rosaura abrió los ojos y los enfocó en ella. Con mano trémula, le acarició una mejilla.
_ Querida, ¿qué te sucede? _ balbuceó la mujer.
_ Nada doña Rosaura. ¿Cómo se siente?
_ Mal _ fue la breve respuesta teñida de tristeza.
_ Esta noche iré a casa de mi abuela Filomena. Ella sabrá qué hacer. Verá como prontito se recupera. Confiemos en la Virgen Morenita _ dijo tratando de infundir optimismo no sólo a la enferma sino a ella misma. Rosaura le sonrió mientras una lágrima rodaba por su mejilla ajada.
Alguien golpeó la puerta. Era don Ildefonso. Felipa tembló, odiaba estar cerca de él. Siempre se escabullía para no toparse con ese viejo libidinoso que aprovechaba toda ocasión para manosearla o intentar besarla. Nunca se lo contó a Alejo, temía que al enterarse matara a su padre. Sus únicas confidentes eran Felicitas y Rosario, ellas eran su escudo...la protegían interponiéndose siempre a los avances del ladino. Doña Rosaura ahora poco podía hacer por Felipa, su extrema debilidad se lo impedía. Lejos quedó la mujer impetuosa y enérgica que una vez fue.
_ ¿Cómo se encuentra mi hermana? _ preguntó mirándola fijamente.
Felipa retrocedió hasta casi chocar contra la pared. Él la siguió lentamente hasta casi pegarse a ella. Felipa giró la cabeza hacia doña Rosaura que permanecía inmóvil en la cama.
Ildefonso tomó entre sus dedos la trenza de Felipa que le colgaba a un costado del rostro y que le llegaba hasta la cintura. Adrede le rozó uno de los pechos y ella pegó un salto. Él sonrió con sorna.
_ Ya no tienes a nadie que te proteja de mí. Mi pobre hermana yace en la cama, Felicitas y Darío viajaron a la ciudad  en busca de un médico recién llegado al país... que dice tener la cura para Darío...¡ilusos! Y Rosario...bueno, que puede hacer esa pusilánime. Me dirás entonces que tienes a Alejo, tu amante. Lamento contrariarte, mi pequeña putita, Alejo se ha ido. ¿Por qué esa cara de sorpresa? ¿Acaso no se ha despedido? ¡Qué pena! Eso sí, me recomendó que te cuidara. Y yo pondré especial celo en hacerlo.
_ ¡Mentiroso! _ gritó descontrolada y su grito despertó a Rosaura.
_ Felipa, ¿eres tú? _ trató de incorporarse pero en el intento cayó pesadamente sobre la almohada.
La joven empujó a don Ildefonso sacándolo de su camino y se apresuró a ayudar a doña Rosaura.
_ ¿Por qué gritas? ¿Ildefonso?, ¿que haces aquí? _ apenas pudo pronunciar las palabras, su voz era pastosa.
_ ¡Cómo que hago! He venido a saber como te encuentras. Estoy muy preocupado por ti, hermanita _ parecía sincero.
_ Felipa, déjame con él. Tú vete a comer algo _ le pidió forzando una sonrisa. Todo era un esfuerzo para ella.
_ Pero... _ si bien deseaba huir de esa habitación, no quería dejarla a solas con don Ildefonso. Intuía que el hombre tenía algo que ver con la enfermedad de doña Rosaura. Y sus presentimientos nunca fallaban.
_ Por favor, querida _ insistió con tono desfalleciente. Felipa accedió inquieta y sin advertir la mirada lasciva de don Ildefonso, se marchó. Rosaura sí interpretó a su hermano.
_ Déjala en paz _ susurró.
_ ¿A qué te refieres? No comprendo _ dijo con inocencia.
_ Bien lo sabes. Ellos se aman. No te interpongas.
_ Sigo sin comprender _ se obstinó Ildefonso. Jamás aceptaría la unión de su hijo con una esclava, además una esclava que le calentaba la sangre. Ella le pertenecía y soñaba con montarla como a una yegua salvaje.
_ Hazlo por mí. Concédeme este último deseo. Felipa no es una esclava, no te pertenece, es libre _ Rosaura empleó los restos de su fuerza para convencer a ese hombre más duro que el pedernal.
_ Querida, no digas eso. No vas a morir. Ya sé que que le has regalado la libertad a pesar mío, pero a los ojos de la sociedad siempre será una esclava _ expresó con altivez.
_ Ildefonso no la persigas, no intentes someterla _ le suplicó y un ataque de tos le impidió continuar hablando. Gotas de sangre mancharon el lienzo blanco que Rosaura se llevó a la boca. Idelfonso no se sorprendió.
_ Ves lo que consigues esforzándote, debes descansar y dejarte de preocupar por tonterías. Ahora lo importante es que te recuperes. El doctor Arriaga confía que sanarás _ mintió. "No puedo hacer más por su hermana. Ni la sangría ni los emplastos han dado resultado. Solamente la quinina ha logrado bajar la fiebre, sin embargo mi diagnóstico es pesimista".
Rosaura no pudo insistir, se sentía devastada. "¿Por qué me sucede esto justo ahora? Mis niñas me necesitan, sobre todo Rosario. Aunque trate de ocultármelo, sé que está sufriendo, no es feliz y temo que Rubén la esté maltratando. Y Felipa, la pobrecita, la más desamparada...¿qué será de ella sin mi protección?", reflexionó con el espíritu quebrado. El grito de Idelfonso pidiendo ayuda la sobresaltó.
_ Asunta, rápido, ven a atender a tu señora _ la negra llegó inmediatamente y el patrón abandonó la habitación sin mirar a su hermana.
"Te queda poco tiempo hermanita. Ya me deshice de Alejo. Ninguno de los dos estorbará los planes que he trazado para expandir mis campos. Si es necesario aniquilar una población entera de indios para obtenerlos, lo haré, cuento con la ayuda de Rubén y de mi amigo, el doctor Arriaga. Y lo mejor de todo, en esos planes estás incluida tú, mi pequeña. Pronto serás mía, sólo mía".

Esa mañana, luego de dejar a Felipa llorando en el galpón, Alejo regresó a la casa malhumorado y decidido a darle una lección. Por supuesto que no se iría solo, la seguiría esperando hasta la eternidad si fuera necesario. Claro, eso ella no lo sabía y Alejo se regodeaba en la incertidumbre que sembró en el corazón de Pipa. "Se lo tiene merecido, ¡que sufra!, así como me hace sufrir a mí", pensó enfadado.
Tan enfrascado estaba en sus pensamientos que pasó distraído por la sala sin percibir la presencia de su padre conversando con un militar. El vozarrón de Ildefonso lo detuvo antes de poder subir la escalera que lo llevaba al primer piso donde se encontraba  su dormitorio.
_ ¡Alejo! Mira quien ha venido a visitarnos _ Ildefonso se mostraba alegre, actitud que hizo desconfiar al joven. Al acercarse reconoció a la otra persona que permanecía sentada bebiendo jerez.
_ Don Juan Manuel. ¡Que gusto verlo! _ un apretón de manos confirmó la mutua simpatía que se profesaban.
Juan Manuel de Rosas, poderoso estanciero dedicado a la producción agropecuaria, era uno de los líderes militares que se pertrechaba para defender a Buenos Aires de la invasión del caudillo santafesino Estanislao López.
_ ¡Muchacho! Lo mismo digo _ lo saludó con cordialidad.
Alejo tomó asiento en un sillón frente al hombre con el que compartió armas en el Ejercito del Norte al mando del General Belgrano. En ese tiempo eran camaradas, hoy Rosas ostentaba el cargo de Coronel.
_ Don Juan Manuel está aquí para proponerte formar parte del ejército que enfrentará a López _ comenzó Ildefonso.
_ Así es Alejo, junto a Dorrego y a mi amigo Martín Rodriguez rechazaremos la invasión. Una invasión que tiene por objeto apoderarse de Buenos Aires, la provincia que posee las tierras productivas más ricas de nuestra Nación y por supuesto, apoderarse también del puerto, que como saben, concentra el comercio exterior de las provincias restantes _ los ilustró con vehemencia.
_ Será un honor para mí formar parte de sus filas. Estoy a su disposición _ respondió enérgico aunque esto suponía retrasar la fuga. "La Patria me llama, no puedo ni debo negarme", concluyó resuelto.
_ Así se habla muchacho. Don Ildefonso debe estar muy orgulloso de su hijo. Lamento que Rubén no pueda unírsenos.¡Que contratiempo que se haya fracturado la pierna! _ al escuchar tal afirmación Alejo se atragantó con el jerez que en ese momento bebía. Quiso intervenir para esclarecer el error cuando sintió la mano de hierro de su padre apretándole el hombro.
_ Tiene razón don Juan Manuel, un verdadero incordio. Cuando Rubén se entere del motivo de su visita se pondrá hecho una furia por no poder formar parte de la campaña _ dijo con el rostro compungido.
"Maldito farsante. ¿qué te propones padre?", Alejo comenzó a inquietarse.
_ ¿Cuándo debo partir mi Coronel? _ preguntó quitándose con disimulo la mano de su padre que continuaba presionándolo.
_ Ya mismo, prepara tus cosas que en media hora partimos hacia "Los Cerrillos". Allí nos esperan mis "Colorados del Monte", antes pasaremos por la casa de los Anchorena y de los Ortiz para continuar reclutando _ le aclaró urgiéndolo a partir hacia su estancia en San Miguel.
"Los Colorados del Monte" era un regimiento creado por Rosas para combatir a los indígenas y a los cuatreros de la zona pampeana y ahora Alejo formaba parte de él.
_ ¿Cómo se encuentra su familia? Doña Encarnación y los niños...Manuelita debe tener tres añitos, ¿verdad? _ Alejo escuchó la palabrería lisonjera de su padre mientras se retiraba. Pensó en Felipa.
Debía despedirse de ella, contarle lo sucedido, pero el tiempo lo apremiaba, no podía hacerlo. Buscó a Lautaro en la caballeriza. Lo encontró durmiendo bajo un alero.
_ ¡Lautaro!, ¡despierta! _ le gritó al oído. El indio pegó un salto que casi derriba a Alejo.
_ ¡Eh!, ¿por qué me dispertás de esa manera? ¡Me vas a matar del susto! _ se quejó restregándose los ojos.
_ Escucha bien lo que voy a decirte. ¡Lautaro!, ¿estás despierto o sigues en babia? _ Alejo lo tomó de los hombros y lo zamarreó con fuerza.
_ ¡Pará, pará! Sí, te escucho, ¿que carajo pasa? _ protestó quitándose de encima al amigo malhumorado.
_ Me voy ya mismo con don Juan Manuel a San Miguel del Monte para unirme a "Los Colorados".
_ ¿Qué? _ Lautaro quedó perplejo ante la noticia _ y, ¿pa´qué?
_ Vamos a luchar contra Estanislao López, el muy ladino quiere apoderarse de Buenos Aires.
_ Voy con vo _ decidió al instante, no iba a permitir que Alejo fuera solo, ¿quién lo cuidaría mejor que él? Lautaro siempre fue su escudo en las batallas.
_ De ninguna manera, tú te quedas. Debes cuidar a Felipa y vigilar al malnacido de mi padre. Seguramente aprovechará que no estoy para molestarla. Sólo confío en ti, Lauti, sólo en ti _ le rogó maldiciendo el giro que habían tomado los acontecimientos.
_ No te priocupés, andá tranquilo, yo me encargo. Si es necesario clavarle una lanza a tu viejo, se la clavo con mucho gusto. Hace tiempo que se la tengo jurada _ se despachó con amargura y rabia contenida.
Alejo asintió con un movimiento de cabeza y se dieron un fuerte abrazo.
_ Explícale a Felipa lo sucedido, dile que me perdone por abandonarla pero no tuve opción. Es luchar o ser un traidor. Dile que la quiero y que muy pronto estaremos juntos y esta vez para siempre, lo juro por la memoria de mi madre.
Alejo tomó las riendas de su caballo moro y sin volver la vista atrás, caminó al encuentro del Coronel Rosas que lo esperaba en la tranquera. Lágrimas amargas se anudaron en su garganta, sin embargo, no derramó ni una sola.