Novelas en capítulos y cuentos cortos

miércoles, 5 de diciembre de 2018

FELIPA, EN CARNE VIVA - Capítulo 25

"Al contrario presente aunque atrevido,
 bien puede un hombre hacer resistencia,
 mas no cuando a traición otro lo enviste".
 Lope de Vega



Lautaro estaba cargando las provisiones en una de las mulas cuando, de lejos, lo vio llegar.
"¿Pero este pedazo de mierda no volvía recién mañana?", y sus pensamientos volaron hasta Rosario.
"Que el hijo de puta no se de cuenta de nuestro plan sino...¡ay! Rori, ¡tengo que protegerte".
Decidido corrió hacia la casa, nada le importaba sólo la seguridad de Rosario.
Rosario también vio llegar a Rubén. Estaba asomada a la ventana de su dormitorio que daba al camino real y el corazón se le detuvo.
"¡Dios mío, no!", se aterrorizó. Inmediatamente escondió debajo de la cama el bolso que estaba preparando con sus pertenencias. Rubén no debía sospechar. Se sentó frente al espejo. Tomó un peine de plata de uno de los cajones del tocador y comenzó a pasarlo por el cabello. Era necesario que se tranquilizara. Los segundos de espera se hicieron eternos. Ella, con la respiración acelerada, esperaba impaciente la irrupción del marido en la habitación. Pero eso no sucedía, ¿por qué?.
"Quizás este con su padre dándole cuenta de su viaje", supuso. Dejó el peine sobre el tocador, abrió la puerta y caminó tratando de hacer el menor ruido posible hasta el primer escalón. Se apoyó en la baranda de la escalera aguzando el oído para escuchar alguna conversación. Nada. Silencio. Regresó al dormitorio y con los nervios alterados continuó con la amarga espera.
De repente, unos gritos provenientes del salón le hicieron pegar un brinco. "¡Virgen santa!, ¿qué sucede?", Rosario bajó con premura las escaleras.
Rosaura y Lautaro pusieron pie en el salón al mismo tiempo. Se miraron, ella intimidada; él, desolado. Rubén no advirtió la comunicación visual entre ellos. Corría como loco de un lado al otro del salón.
_ ¡Lo ha matado! ¡Lo ha matado! ¡Alejo a matado a mi padre! _ vociferaba desquiciado.
_ ¿Qué dices? ¡Eso es imposible! _ Rosario, saliendo del enajenamiento, se concentró en lo que decía su marido.
_ Eso no es verdá _ atinó a objetar Lautaro.
_ ¿Qué? _ Rubén giró sobre sí mismo y clavo sus ojos fieros en el indio _ ¿Qué has dicho?
_ El Alejo no es un asesino _ lo enfrentó con firmeza.
_ ¡Cómo te atreves a poner en duda lo que digo, salvaje de mierda! ¡Desaparece de mi vista!
Lautaro, hecho una fiera, se abalanzó sobre Rubén dispuesto a molerlo a golpes. La presión que lo embargaba estaba a punto de explotar, era un verdadero caldero en ebullición.
Antes de que se trenzaran en una pelea en la que el indio tenía todas las de perder, el castigo que recibiría por sublevarse a la autoridad blanca le costaría la vida, Rosario se interpuso entre ambos.
Lautaro, a su pesar, se detuvo. Rubén, en cambio, apartándola de un empujón, le lanzó un puñetazo  en la boca del estómago. El indio se recuperó en un segundo, los golpes no le hacían mella, tan acostumbrado estaba a ellos desde muy temprena edad. Inmediatamente le respondió con un cabezazo que impactó en la nariz. Rubén comenzó a sangrar y eso lo enfureció más. Ya fuera de control, lo tomó del cuello intentando estrangularlo. Los dos cayeron al piso derribando una mesa pequeña ubicada cerca de los sillones. Los objetos que descansaban sobre ella volaron hacia todos lados, entre ellos un candelabro de porcelana. Rubén, rojo como la grana, chillaba sobre Lautaro
_ ¡Muere hijo de puta! ¡Muere!
Lautaro estiró el brazo hasta alcanzar el candelabro que había aterrizado cerca suyo y con el último resto de fuerza que le quedaba lo estrelló en la cabeza de su oponente. El impacto no alcanzó para desmayarlo pero sí para que se viera libre de Rubén que cayó a un costado. Lautaro se levantó de un salto y comenzó a patearlo. Rubén sólo atinó a encogerse como un feto para defenderse del ataque.
Entonces Rosario corrió hacia Lautaro para detenerlo. Abelarda y Asunta, observaban la escena atónitas.
_ ¡Basta Lauti, basta!, lo vas a matar _ gimió desesperada abrazándolo por detrás.
Lautaro la miró obnubilado como despertando de una pesadilla, los ojos inyectados de sangre.
_ Y que importa si lo mato, se lo merece por todo lo que te hizo sufrir _ dijo mientras continuaba castigando a Rubén.
En ese momento llegó Alejo en busca de Felipa. La vio en lo alto de la escalera junto a su tía. Estaba pálida y temblorosa. Rosaura la contenía. Ellas, al igual que las esclavas, eran mudos testigos de la pelea que ocurría en el salón.
_ ¿Qué sucede aquí? ¡Lautaro, detente!_ dirigiéndose a su amigo lo sostuvo de los brazos instándolo a frenar la golpiza.
_ Este malnacido dice que matastes a tu padre _ y remató la aseveración escupiendo sobre el rostro de Rubén.
_ ¡¿Qué?! ¿Mi padre está muerto? ¡Rubén!¿Por qué me acusas? ¡Vamos!, ¡levántate y responde, carajo! _ Alejo pateó también a su hermano y este se incorporó con lentitud masajeándose la cabeza. Un hilo de sangre se deslizaba por la mejilla derecha.
_ ¡Tú lo mataste! _ le respondió desafiándolo. Poco a poco, Rubén iba recuperando la estabilidad. _ Y este andrajoso fue tu secuaz _ agregó con rencor señalando a Lautaro. Al observar que Rosario lo abrazaba, le dio un rodillazo en las pelotas. Lautaro aulló de dolor.
_ Eso es por cojerte a mi mujer. Acaso supusieron que no me había dado cuenta. ¡Puta! Eres una puta Rosario _ y para sorpresa de todos la abofeteó.
Rosaura corrió escaleras abajo y lo abofeteó a su vez, con asco y rencor.
_ Es la última vez que pones tu inmunda mano sobre mi hija _ tronó enfurecida.
Lautaro, ya repuesto, se abalanzó nuevamente sobre Rubén pero Alejo se le adelantó.
_ Eres un mentiroso y un cobarde _ vociferó lanzándole un golpe a las costillas. Rubén gimió y sin amedrentarse devolvió el golpe a su hermano.
Un disparo inmovilizó a todos. Felicitas en la puerta de entrada los observaba con un arma en la mano. Darío, que se había quedado conversando en la caballeriza con uno de los esclavos, corrió asustado hacia la casa. Cuando entró al salón se encontró con su mujer, tiesa como un adoquín, sosteniendo una Derringer, una pistola de bolsillo que había adquirido hacía poco de contrabando. Sin dudas, las relaciones sociales de Felicitas eran fuera de lo común para una mujer de su época.
_ Querida, ¿qué..._ la pregunta quedó suspendida en el aire cuando Darío presenció la escena que se desarrollaba frente a él: Rosario llorando en los brazos de su madre; Lautaro y Rubén manchados de sangre; Alejo, con la ropa desordenada hecho un demonio, Felipa sentada en el último escalón con el rostro escondido entre sus manos; Abelarda y Asunta observando todo con ojos de pescado.
_ No sé, al entrar me encuentro con estos tres locos matándose _ dijo sin perturbarse Felicitas. Ella siempre se mantenía fría en las situaciones límites, según su creencia era la mejor manera de afrontarlas y remediarlas.
 _ ¡Este loco, como tú dices, me acusa de matar a nuestro padre! _ explotó Alejo.
_  ¿El tío Ildefonso está muerto? _ Felicitas, anonadada, se desplomó en el sillón más cercano.
_ ¡¿Qué dices Alejo?! Nuestro padre, ¿muerto?, pero...¿cómo? _ Darío estaba tan perplejo como todos por la noticia _ ¿Dónde está?
_ En la biblioteca, donde luego de una discusión ¡Alejo lo asesinó! _ insistió Rubén encarando a su hermano. Alejo intentó asestarle un golpe en el rostro pero Darío lo impidió.
_ ¡Basta de pelea! _ se impuso Darío para sorpresa de todos. Rosaura lo secundó.
_ Darío tiene razón _ Rosaura entró entonces en la biblioteca seguida por los demás. Todos rodearon el sillón donde se encontraba el cadáver de Ildefonso. La única que lloró fue Rosaura.
_ ¿Por qué lo mataste Alejo? _ insistió Rubén fingiendo dolor.
_ A ver si me entiendes, ¡yo no lo maté! _ se exaltó Alejo _ Tía, créeme, tuve una conversación con mi padre, dura al principio, pero luego, no sé, algo sucedió y él me demostró su afecto, me dio su bendición para que me fuera con Felipa, hasta me pidió perdón. ¡Don Ildefonso Gómez Castañón me pidió perdón! Te juro tía, yo no lo maté _ dijo mirándola a los ojos y ella le creyó.
Felipa tomó la mano de Alejo y él sintió que recobraba fuerzas. Con Pipa a su lado era capaz de hacer frente a esa ridícula acusación.
_ Hay que avisar al Jefe de Policía _ determinó con acritud Rubén _ No dilatemos más esta situación. ¡Que el asesino pague! _ escupió con rencor fijando la vista en Alejo.
_ Eso es, ¡llámalo! Veremos quien es el verdadero asesino _  desafió Alejo a su hermano.
Rubén salió de la habitación como un rayo maldiciendo en voz baja. Rosario contuvo la respiración hasta que escuchó el portazo que anunció la salida de su marido. Fue en ese instante cuando se volvió y abrazó a Lautaro.
_ Y ahora, ¿qué haremos? _ le preguntó con el alma hecha trizas.
_ Irnos, mi amor, escapar de esta maldita casa _ Lautaro apretó contra su pecho a Rosario y la besó en la coronilla.
_ Y nosotros haremos lo mismo _ Alejo pasó su brazo por la cintura de Felipa acercándola con fuerza a él. Nunca más los separarían _ Perdón tía por dejarte en esta situación pero no voy a cargar con una muerte de la que soy inocente.
_ Por mi madre no te preocupes primo, vete con Felipa y sean felices., Dios sabe cuanto se lo merecen. Y tú Lautaro, cuida de mi hermana _ Felicitas abrazó a Felipa y a Rosario entre lágrimas sabiendo lo urgente que era que escaparan.
_ Huye Alejo, yo me encargo del Jefe de Policía y de Rubén. En la muerte de nuestro padre hay mucho que desentrañar y algo me dice que nuestro hermano tiene mucho que ver. Bueno, no hay tiempo que perder, váyanse ya _ los urgió Darío.
Rosario se despidió de su madre.
_ Mamá, ojalá algún día pueda ser lo mitad de valiente que tú _ declaró alhajada en lágrimas.
_ Mi niña bonita, tú eres valiente. Vete y sé feliz. Te prometo que pronto volveremos a reunirnos _ Rosaura luego de besar a su hija se volvió hacia Felipa que la observaba expectante y con la mirada humedecida.
_ Doña Rosaura, ¡me duele tanto abandonarla! _ Felipa abrazó a la mujer y rompió en llanto. Alejo frunció el ceño, temía que Felipa cambiara de parecer. "¡No permitiré que te quedes. Jamás!", pensó irritado.
_ No digas tonterías querida. Es hora de que pienses primero en ti, es hora de que vivas tu amor junto al hombre que te ama desde la infancia. Es hora de que disfrutes de tu libertad como lo hubiese querido tu madre y tu padre...
_ Mi padre...mi madre murió esperándolo. ¡Él se olvidó de nosotras! _ gimió con una mezcla de tristeza y rencor. Alejo, aliviado por las palabras de su tía, se acercó a Felipa y la ciñó con ternura.
_ Yo conocí a tu padre _ dijo ante el estupor de todos.
_ ¿U...usted lo co...conoció? _ tartamudeó pasmada.
_ Así es y no te lo dije antes porque recién esta mañana lo supe por un comentario de Rosario. Ella me dijo que tu padre se llamaba Phillip Alvey. Era un hombre de palabra, Felipa, un buen hombre, te lo aseguro. Algo tremendo debió haberle pasado para que no pudiera regresar a ustedes, sin embargo tengo en mi poder algo que le perteneció y que ahora es tuyo _ afirmó con una sonrisa.
_ ¿Algo que le perteneció a mi padre?  _ repitió perpleja.
_ La casa que los va a cobijar de ahora en más. Tu padre amaba esa casona escondida entre las sierras cordobesas. Allí se dirigirán los cuatro, allí se esconderán hasta que se aclare la muerte de Ildefonso. ¿Estás de acuerdo Alejo? _ expresó poniendo su atención en su sobrino. Temía que por orgullo él se negara.
_ ¿A ti te parece bien, Pipa? _ ella aseveró con una leve inclinación de cabeza, estaba muy emocionada para responder _ Entonces, estoy de acuerdo tía.
_ Muy bien, todo arreglado. Ya le he dado a Lautaro todas las indicaciones para llegar al lugar. Busquen los caballos y huyan antes de que regrese Rubén con la policía.
_ Doña Rosaura, cuéntele a mi abuela lo que acaba de decirme y entréguele esta carta donde me despido de ella. Y por favor, leasela, ella no sabe leer _ le aclaró con un nudo en la garganta, separarse de su abuela le ocasionaba un dolor sordo en el alma.
_ Así lo haré, y no te preocupes, yo velaré por ella _ le prometió y Felipa asintió agradecida.
_ ¡Buena suerte, queridos! _ intervino Felicitas _ Cuando nazca mi hijo iremos a visitarlos _ dijo acariciando su incipiente vientre.
Todos se confundieron en abrazos y buenos augurios. Antes de dejar la biblioteca, Alejo besó en la frente a su padre que con los ojos vacíos de vida bendecía su decisión.
Abelarda los esperaba en la puerta con una canasta repleta de provisiones.
_ Amito, cuidá de la Felipa. Ella ya sujrió mucho, hacela feliz, pué. Y vo´ Lautaro, mejor que te comportés con la niña Rosario sino me vas a conocer enojada y no te va a gustar ni un poquito, ¿entendistes indio deslenguado? _ todos rieron y para sorpresa de Abelarda, Alejo la besó en la frente.
_ Gracias Abe, te quiero mucho _ le dijo haciendo llorar a la negra.
_ Yo voy con ustedes _ Asunta apareció con un atado de ropa debajo del brazo _ Por más que no quieran yo voy igual. Por nada me separo de la Felipa _ y sin esperar una respuesta montó en una de las mulas que esperaban junto a los caballos.
Rosaura, Darío, Felicitas y Abelarda agitaron sus manos saludando a los fugitivos que se lanzaron al galope por las calles empedradas. Cuando los perdieron de vista, entraron a la casa. Fue entonces cuando el estruendo de un disparo detuvo sus corazones.



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