Novelas en capítulos y cuentos cortos

miércoles, 13 de abril de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap. 2

"El futuro de los niños es siempre hoy.
 Mañana será tarde".                           Gabriela Mistral




Desde la muerte de Clara, Ana acogió a las niñas en su casa. Lupe y Lina se sintieron a gusto, le estaban agradecidas por el cariño que les prodigaba en esos momentos tan difíciles y lúgubres.
Sin embargo, Ana se enfrentaba a dos escollos intransigentes, sus hijos. "Madre, estamos hartos de tus obras de caridad", le repetían siempre ofuscados.
Cuando se enteraron de la llegada de las niñas, ardió Troya. Hasta la amenazaron con declararla insana. Ana no tomó en serio la bravata hasta que recibió la visita de su abogado.
"Ana, piensa bien lo que haces. Tus hijos van por todo. Saldrás bien librada, de eso no hay duda, pero la demanda te provocará muchos inconvenientes. Habla con tus hijos, trata de convencerlos que desistan.  Esto es una locura, y todo por unas pobres niñas huérfanas. Te aconsejo que te deshagas de ellas".
¿Cómo seguir el consejo egoísta de su abogado? Pero estaba en una encrucijada, la paz de su hogar o la guerra con sus hijos a causa de un acto de amor.
Ella era la única culpable, ella que no supo educar a sus hijos. "No es bueno que los consientas tanto", le sugerían sus amigas. Ahora lo lamentaba, pero era tarde.
Se decidió por sus hijos, no deseaba enfrentarse a ellos, los amaba demasiado. Avergonzada por su cobarde decisión, buscó una solución grata para las niñas, pero no la halló.
"Debes internarlas en un orfanato", fue la respuesta amarga del abogado.
Desolada, les comunicó a las niñas su destino. Ellas, la sorprendieron, aceptando con serenidad su resolución, aunque la tristeza de sus miradas le rompió el corazón. La vulnerabilidad de esas dos criaturas la llevaría grabada en su alma durante mucho tiempo, al igual que los remordimientos por su medrosidad.
Una mañana gris, como gris estaba su ánimo, acudió al orfanato más prestigioso de la ciudad, "Mercedes de Lasala y Riglos", con la documentación de las niñas.
Un obstáculo inesperado la desconcertó, la edad de Lupe.
_ Señora Gamazo, va contra nuestras reglas aceptar una niña mayor de diez años _ se opuso con amabilidad la directora de la institución, Carmen Areco.
_ Insisto señorita Areco, la madre antes de morir me hizo jurar que no las separaría. Sería una carga emocional muy dura para mí saber que no pude cumplir con su última voluntad. Estoy dispuesta a cooperar mensualmente con el orfanato, ser una de sus benefactoras. Si usted accede a mi súplica, ya mismo le extiendo un cheque por la cantidad que me indique.
_ En consideración al trauma que han vivido las niñas haré una excepción. Traígalas mañana antes del mediodía.
_ Muchas gracias señora Directora, me quita un peso del alma _ Ana simuló una sonrisa de gratitud y se marchó.
La furia la quemaba. "¡Miserable arpía! Como dice el refrán: Cada uno quiere llevar agua a su molino, y dejar en seco al del vecino. Sólo cuidas tus intereses, poco te importa la aflicción de las pequeñas...Pero acaso ¿yo no me comporto de la misma manera? Antepongo el egoísmo de mis hijos al desamparo de Lupe y Lina. Soy de la misma calaña que Carmen Areco. ¡Dios me perdone!", reflexionó consternada.
La despedida fue desgarradora. Las niñas lloraban, asustadas por un futuro incierto, desconocido; Ana, impotente, maldijo su flaqueza.
_ Lina, Lupe, les prometo que haré todo lo posible para sacarlas del orfanato lo antes posible. Confíen en mí, se los ruego.
Se fundieron en un abrazo, en donde se conjugaba el dolor de la separación y la esperanza del reencuentro.
Solitas ante la fría presencia de la Directora, tomadas de la mano y con los ojos cargados de lágrimas, fue la imagen que Ana se llevó grabada en la mente y el corazón, a su fastuosa mansión.
Una monja joven de la congregación franciscana Misioneras de María, las guió hasta los dormitorios.
En silencio, atravesaron un largo zaguán que las condujo a un patio octogonal, cubierto por una fragante glicina.
En la inmensa habitación, se desperdigaban veinte camas. La monja se sentó en una de aquellas camas y las invitó, con una sonrisa maternal, a acomodarse junto a ella.
_ Soy la hermana Elisa. Sé que están pasando por una situación dolorosa, pero les aseguro que aquí serán tratadas bien. Las cuidaremos y les daremos instrucción útil para abrirse camino en la vida. Quiero que me consideren su amiga.
Para sorpresa de las niñas, las besó con ternura.
_ Bienvenidas.
Una vez guardadas sus pocas pertenencias, se vistieron con un horrible uniforme marrón oscuro. La monja les trenzó fuertemente el cabello a ambas.
_ Todos los días, antes del desayuno deben ducharse y estar siempre peinadas como ahora. Es una precaución para evitar el contagio de piojos, si eso sucediera, la Hermana Asunta, la peluquera, las tendrá que rapar. Sería una pena, tienen un cabello precioso. Nunca vi uno tan policromático _ se maravilló rozando los rulos que reflejaban una sorprendente variedad de tonos rojizos.
_ Lo heredamos de nuestra abuela, eso nos dijo mamá _ balbuceó Lina.
_ ¡Precioso!, entonces, ¡a cuidarlo!. Señoritas, ¿tienen apetito?
_ Mucho _ se atrevió a expresar Lupe.
La hermana Elisa rió y las abrazó con cariño. De la mano, las condujo hasta el refectorio.
Un sin fin de miradas curiosas se clavaron en ellas al entrar al espacioso comedor.
Lina, cabizbaja, tomó asiento con timidez; en cambio Lupe, observaba la escena con curiosidad. Compartían la mesa con cuatro niñas.
A Lupe la sopa aguada, le provocó arcadas, pero las supo contener. Vio como su hermana devoraba el pan duro y ella la imitó. Al menos el agua estaba fresca. No hubo postre.
"Hasta en las épocas más difíciles, comíamos mejor en casa", se lamentó Lupe.
Escuchó que alguien con voz cascada la llamaba.
_ ¡Eh, tú, la colorada!
La cocinera, una gorda enfundada en un delantal manchado de grasa, le gritaba desde la puerta de la cocina.
_ Ayuda a recoger los platos y luego ponte a lavarlos. ¡Ojito con romper uno! _ la amenazó de mal talante.
Cuando concluyó con la tarea, buscó a Lina en el jardín.
El pasto estaba alto, no demasiado. Se admiró de la gran cantidad de flores, pequeñas y blancas, que asomaban sus pétalos entre el verde intenso del césped.
Nísperos, Paraísos, Moreras y Pinos, habitaban el predio con pomposidad, regalando sombra y frutos. A Lupe se le hizo agua la boca al descubrir las moras, su fruta predilecta. Recogió algunas que estaban tiradas alrededor del rugoso tronco y se sentó a disfrutar de su improvisado banquete.
"¿Dónde se habrá metido Lina? Se está perdiendo este manjar. ¡Ah!, allí está" _ corrió hacia ella con un puñado de moras maduras en sus manos.
La encontró frente a una gruta dedicada a la Inmaculada Concepción.
_ ¡Lina! Mira lo que tengo para ti.
_ ¡Que rico!, gracias Lupe... humm, están deliciosas.
_ ¿Qué haces?
_ Le pido a la Virgen por el alma de mamá. También para que me conceda un milagro.
_ ¿Cuál?
_ Que nos vayamos pronto de este lugar horrible _ se abrazó a Lupe llorando con amargura.
_ No creo que la Virgen te lo conceda, Lina, pero yo sí, te lo juro _ dijo con firmeza _ Basta de llorar, ya hemos llorado suficiente. Mamá nos va a cuidar desde el Cielo, ella me lo prometió y en su promesa, sí creo.
_ La hermana Elisa es muy buena, ¿no te parece? _ una sonrisa tímida iluminó el rostro regado de lágrimas.
_ Muy buena _ asintió ilusionada.
Un grupo de niñas se le acercaron.
_ Son nuevas, ¿no?. Me llamo Mariela _  las interrumpió una niña de doce años, regordeta, de gruesas trenzas oscuras y mirada melancólica.
_ Nosotras somos Lina y Lupe _ se presentaron.
_ ¿Nos sentamos en aquel banco que está debajo del sauce? _ propuso Josefina, delgada y bajita.
La frondosa sombra las protegió del calor sofocante de la tarde.
_ ¡Cuenten su historia!, muero por saberla ..._ saltó con desenfado una pecosa risueña.
_ ¡Pecas!, no le hagan caso, es una chismosa incorregible _ de un codazo la hizo callar.
_ ¡Ay, que bruta Mariela! _ protestó la curiosa.
Lupe y Lina rieron por primera vez, entretenidas por la divertida pelea.
_ No discutan, me gustaría contarles porque estamos aquí. Nuestra madre murió y como nuestro padre nos abandonó hace tiempo, una vecina muy amable nos acogió en su casa. Sus hijos, en cambio, no nos aceptaron y entonces, se vio obligada a internarnos en este lugar _ el dolor y la furia asomaban en su relato.
_ A mí me dejaron en un cajón de frutas en la puerta del orfanato _ les confesó Pecas _ Al menos eso me contó la Directora.
_ ¡Esa bruja! _ explotó Mariela.
_ Era una bebita de días _ continúo la pecosa _ Me llamo Carola porque ese era el nombre de la mujer de limpieza que me encontró, aunque mis amigas me dicen Pecas, ¿por qué será?
Todas estallaron en carcajadas por la desopilante ocurrencia.
_ Yo llegué _ tomó la palabra Josefina _ cuando tenía cinco años. Me acuerdo poco. Lo que sí recuerdo es que viví un cuento de terror, como esos que nos cuenta Albertito en las noches de tormenta cuando la celadora duerme. ¡Ay, amigas!, mi mamá tirada tirada en el piso, con una mancha roja debajo de su cabeza, y mi papá, con un martillo en la mano. Gritos, muchos gritos...después llegó una señora antipática que me trajo a este lugar. Nunca más volví a ver a mi mamá ni a mi papá. Los extraño.
"¡Cuanto sufrimiento!, ¡que injusta es la vida", pensó turbada Lupe.
_ Y a mí, la policía me arrancó de los brazos de mi mamá. Un buen día aparecieron en mi casa dos hombres de uniforme azul con un papel firmado por un juez. Eso escuché que le decían a mi mamá. Ella se negó a entregarme, pero sus ruegos fueron inútiles. Había una orden y debía cumplirla.
_ ¿Cuál fue el motivo, Mariela?
_ Por algo de prosti...prostitución, creo que así se pronuncia. No sé lo que quiere decir, era la palabra que gritaban los policías. Me tenían que liberar del ejemplo perverso de mi madre. Esa frase me la dijo la Directora cuando entré pataleando a su despacho. La aprendí de memoria para poder comprenderla algún día. Mi mamá me quiere muchísimo, Lupe. ¡Nunca, nunca me dio mal ejemplo! ¿Volveré a verla algún día?
_ Claro que sí, Mariela _ le deseó de todo corazón Lina.
Desde ese momento se hicieron inseparables, y el banco bajo el sauce llorón, fue su refugio, donde compartían cuitas, novedades y alguna que otra alegría.



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