Formen al pie del mirto nuestro lecho.
Las rosas a los cálices prendidas" (Juan Arolas)
Por precaución no se detuvieron en las postas del camino, sólo lo hicieron en la espesura de un bosque de cipreses ocultándolos de curiosos e intrigantes.
Con apetito disfrutaron de las exquisiteces que encontraron en la canasta que les preparó Tomasa : pan casero, queso de cabra, panceta y unos jugosos duraznos.
Quedaron atrapados en el lenguaje de los besos y las caricias hasta que rendida por el cansancio y los sobresaltos, Lourdes cayó dormida en los brazos de Rafael. El permaneció despierto, atento a cualquier ruido extraño.
El espíritu de Rafael era un volcán en erupción. Muchos y riesgosos acontecimientos se fueron sucediendo sin control. Le mintió a su padrino jugándose el cuello; se despidió con tristeza de mamita Pancha, y ahora, arrastraba a Lourdes hacia un futuro incierto. "A nada temo con ella a mi lado".
Luego de un viaje arduo llegaron a Dolores a media mañana. El día estaba templado y húmedo; una llovizna persistente les dio la bienvenida.
_ Es preciosa Rafa _ dijo colgándose del cuello del hombre que la observaba fascinado.
_ Es muy pobre, pero te prometo una casa como te mereces. Tu eres mi reina y pondré el mundo a tus pies.
Rafael la apoyó contra la pared, le desgarró la blusa y comenzó a acariciarla con ardor. Sus manos inquietas conocieron cada rincón del cuerpo de Lourdes. Para él ya no hubo secretos, la conoció por completo. Ella no se opuso, lo dejó hacer mientras gozaba quemándose en el fuego de la pasión.
Suavemente, a un ritmo acompasado, la penetró sin apartar sus ojos del rostro maravillado de ella. La delicadeza duró poco, la cadencia se tornó salvaje. Imposible contener su fogosidad.
Ella cerró los ojos, sensaciones luminosas, de frío y calor, la llevaron en alas del deseo hasta alturas inalcanzables.
Cuando regresaron al mundo real, durmieron abrazados.
Rafael se despertó al caer la tarde. Sonrió al verla tendida a su lado. Con un beso rozó sus labios. Ella, somnolienta, abrió sus enormes ojos verdes, invitándolo a más. "¡Ay Lourdes!, aceleras mi pobre corazón", le confesó acercándose. Y nuevamente la tormenta se desató entre ellos.
Era noche cerrada cuando Rafael decidió ir en busca del padre Fermín. Mucho le costó separarse del cuerpo ardiente de su mujer.
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